Los esfuerzos del Virreinato del Perú por implantar su autoridad en la hoya amazónica dieron lugar en el curso de varios siglos a una inmensa variedad de documentos. Entre los siglos XVI, XVII y XVIII, las expediciones de conquista y, de forma particular, la avanzada de las misiones dejaron como saldo mapas, cartas de navegación y descripciones topográficas además de un cúmulo de crónicas, partes, informes, registros lingüísticos y anotaciones etnográficas. El historiador Waldemar Espinoza ha tenido el mérito, en Amazonía del Perú, de haber organizado esta información caótica para articular una historia coherente y minuciosa de la tierra de los que los incas llamaron sacharuna ("gente de los bosques"). El libro es una coedición del Fondo Editorial del Congreso y el Banco Central de Reserva del Perú.
Espinoza recuerda que la leyenda de Eldorado selvático nació tan pronto como los españoles sometieron al imperio inca. En adelante, el lugar de extraordinarias riquezas que sería Eldorado, donde los hombres entraban a bañarse a las lagunas con el cuerpo cubierto de oro, se adueñó de las fantasías de los colonizadores. A lo largo del siglo XVI, diferentes capitanes solicitaron permiso para emprender la conquista del oriente. El virrey alentó sus pretensiones en parte porque aligeraban el problema que suponía para la Corona la presencia en las ciudades de militares empobrecidos a causa de la guerra que sostuvo con los encomenderos. En 1541, 1549 y 1557 Francisco de Orellana, Diego Palomino y Juan de Salinas Loyola se internaron en el mitológico territorio. Orellana descubrió el río Amazonas, Palomino fundó San Leandro de Jaén, mientras que Salinas Loyola tomó posesión de Maynas (Loreto) y recorrió el río Ucayali hasta sus nacientes en el Cusco, pasando antes por el pongo de Manseriche. Sin embargo, las cada vez más frecuentes excursiones no consiguieron una efectiva consolidación del poder hispano debido a las enormes dificultades supuestas por la geografía y el clima y la resistencia perseverante de las numerosas etnias dispersas en la región. En ese sentido, la historia narrada por Espinoza sacude por la renovación incesante del odio entre el invasor y el invadido, y la crueldad desbordada. En 1676, por ejemplo, 3 000 abijiras perdieron la vida perseguidos por la muerte del padre Güels.
Waldemar Espinoza atribuye a los misioneros que tomaron la posta a las tropas los mayores logros colonizadores. El autor concede una atención particular a la acción de los jesuitas durante el seiscientos y el setecientos. Verdaderos científicos de la catequización, los jesuitas fueron capaces de establecer relaciones duraderas con las etnias locales poniendo en práctica un riguroso código que incluía diferenciar sus costumbres y adoctrinarlas en su propia lengua. En colonias o "reducciones" que buscaban ser centros productivos, los religiosos se esforzaban por enraizar entre los nativos la ley escrita, el sedentarismo, la agricultura, el trabajo rentado y la monogamia. Espinoza destaca la obra de los padres Cueva, Santa Cruz, Figueroa, Lucero, Richter, Fritz, Brentano y Bahamonde, este último fundador de Santa Bárbara de Iquitos (1740). El increíble padre alemán Samuel Fritz, autor del Mapa geográfico del río Amazonas (publicado en 1707) e incansable fundador de misiones, le merece extensas páginas. Al final de su campaña misional, los jesuitas habían levantado 173 reducciones, un trabajo que Espinoza considera admirable si se toma en cuenta la férrea voluntad de las etnias de preservar su vida nómade y su economía de autoconsumo.
En 1802 la región amazónica fue devuelta al Virreinato del Perú, después de haber sido transferida en 1717 al nuevo Virreinato de Nueva Granada. Espinoza analiza cuidadosamente el manejo que recibió este hecho años más tarde durante la Independencia por los nacientes estados del Perú y la Gran Colombia. Son de mucho interés las alusiones a Simón Bolívar, en el sentido de revelar su deseo de anexar el territorio selvático a la Gran Colombia pero también su decisión de subordinarlo a los resultados de la negociación diplomática. El rumbo que siguieron las tratativas hasta 1842, ya involucrando a la república del Ecuador, pone fin al extenso y cautivador recuento de Waldemar Espinoza (R.S.).
Espinoza recuerda que la leyenda de Eldorado selvático nació tan pronto como los españoles sometieron al imperio inca. En adelante, el lugar de extraordinarias riquezas que sería Eldorado, donde los hombres entraban a bañarse a las lagunas con el cuerpo cubierto de oro, se adueñó de las fantasías de los colonizadores. A lo largo del siglo XVI, diferentes capitanes solicitaron permiso para emprender la conquista del oriente. El virrey alentó sus pretensiones en parte porque aligeraban el problema que suponía para la Corona la presencia en las ciudades de militares empobrecidos a causa de la guerra que sostuvo con los encomenderos. En 1541, 1549 y 1557 Francisco de Orellana, Diego Palomino y Juan de Salinas Loyola se internaron en el mitológico territorio. Orellana descubrió el río Amazonas, Palomino fundó San Leandro de Jaén, mientras que Salinas Loyola tomó posesión de Maynas (Loreto) y recorrió el río Ucayali hasta sus nacientes en el Cusco, pasando antes por el pongo de Manseriche. Sin embargo, las cada vez más frecuentes excursiones no consiguieron una efectiva consolidación del poder hispano debido a las enormes dificultades supuestas por la geografía y el clima y la resistencia perseverante de las numerosas etnias dispersas en la región. En ese sentido, la historia narrada por Espinoza sacude por la renovación incesante del odio entre el invasor y el invadido, y la crueldad desbordada. En 1676, por ejemplo, 3 000 abijiras perdieron la vida perseguidos por la muerte del padre Güels.
Waldemar Espinoza atribuye a los misioneros que tomaron la posta a las tropas los mayores logros colonizadores. El autor concede una atención particular a la acción de los jesuitas durante el seiscientos y el setecientos. Verdaderos científicos de la catequización, los jesuitas fueron capaces de establecer relaciones duraderas con las etnias locales poniendo en práctica un riguroso código que incluía diferenciar sus costumbres y adoctrinarlas en su propia lengua. En colonias o "reducciones" que buscaban ser centros productivos, los religiosos se esforzaban por enraizar entre los nativos la ley escrita, el sedentarismo, la agricultura, el trabajo rentado y la monogamia. Espinoza destaca la obra de los padres Cueva, Santa Cruz, Figueroa, Lucero, Richter, Fritz, Brentano y Bahamonde, este último fundador de Santa Bárbara de Iquitos (1740). El increíble padre alemán Samuel Fritz, autor del Mapa geográfico del río Amazonas (publicado en 1707) e incansable fundador de misiones, le merece extensas páginas. Al final de su campaña misional, los jesuitas habían levantado 173 reducciones, un trabajo que Espinoza considera admirable si se toma en cuenta la férrea voluntad de las etnias de preservar su vida nómade y su economía de autoconsumo.
En 1802 la región amazónica fue devuelta al Virreinato del Perú, después de haber sido transferida en 1717 al nuevo Virreinato de Nueva Granada. Espinoza analiza cuidadosamente el manejo que recibió este hecho años más tarde durante la Independencia por los nacientes estados del Perú y la Gran Colombia. Son de mucho interés las alusiones a Simón Bolívar, en el sentido de revelar su deseo de anexar el territorio selvático a la Gran Colombia pero también su decisión de subordinarlo a los resultados de la negociación diplomática. El rumbo que siguieron las tratativas hasta 1842, ya involucrando a la república del Ecuador, pone fin al extenso y cautivador recuento de Waldemar Espinoza (R.S.).
2 comentarios:
HOLA WAYRA EXCELENTE TU EXPOSICION SOBRE LA AMAZONIA DEL PERU, ES UN TEMA DE MUCHA ACTUALIDAD QUE ES NECESARIO FORTALECER NUESTRA IDENTIDAD NACIONAL, QUE MAS SI TODOS CONOCEMOS NUESTRA HISTORIA, MEJOR SE ESTIMA y AMA EL PERU, PRESUMO QUE DESDE MUY LEJOR EL SENTIMIENTO ES MAS INTENSO. ARRIBA EL PERU.
AYLLU,
VER. http://inkawasillaqtamanta.blogspot.com
Gracias por tu comentario, pero creo que al que tenemos que agredecer es a nuestro historiador Waldemar Espinoza que, después de haber escrito una serie de libros fundamentales sobre los Incas y la Conquista, nos sosprende ahora, de manera muy grata, por cierto, con esta obra sobre la Amazonía del Perú. Un abrazo, Carlos
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