Mientras que en Cuba a fines del siglo XIX, en palabras de Luis A. Pérez hijo, una «amalgama social» produjo una insurrección para expulsar a España y eliminar a la burguesía terrateniente criolla y en México una extensa revolución agraria compuesta de facciones tuvo lugar varios años después, en el Perú de los años diez también se estaba tramando una era de «revolución social agraria», con un enérgico llamado a «la redención social del indio» (o de los pueblos indígenas, en el vocabulario políticamente correcto actual). Este es el foco del nuevo libro de Carlos Arroyo Reyes, Nuestros años diez. La Asociación Pro-Indígena, el levantamiento de Rumi Maqui y el incaísmo modernista (Buenos Aires, Libros en Red, 2005), que enfoca tres aspectos de él: (1) la organización y el desarrollo de la Asociación Pro-Indígena, con especial atención en el rol de Pedro S. Zulen; (2) la sublevación indígena encabezada por Rumi Maqui Ccori Zoncco; y (3) los esfuerzos de Abraham Valdelomar para desarrollar una forma de «incaísmo modernista». El libro evita la jerga barroca de mucha investigación postmodernista y, en cambio, presenta una prosa que es clara, directa y, en algunos pasajes, muy elegante.
Arroyo Reyes, periodista peruano residente en Suecia, estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de San Marcos; el libro refleja su trayectoria. Nuestros años diez no se basa en la investigación de archivos o incontables documentos primarios sino preponderantemente en lecturas de El Deber Pro-Indígena, la publicación periódica de la Asociación Pro-Indígena, así como en fuentes secundarias. Es así que se lee como una biografía institucional de la Asociación Pro-Indígena, una biografía personal de determinados personajes históricos vinculados a la asociación, y un estudio literario de las corrientes intelectuales y culturales en el Perú de la década de 1910: el indigenismo temprano, el modernismo, el incaísmo, y todo lo demás. En referencia a la búsqueda del incaísmo del propio Valdelomar, el autor se refiere también a la investigación de Leandro Alviña sobre la música incaica, a la composición de la ópera Ollanta de José María Valle Riestra (basado en Ollantay, drama en lengua quechua de fines del siglo dieciocho) y al trabajo de Daniel Alomía Robles sobre ópera y canto. Arroyo Reyes ubica el interés de Valdelomar por el incaísmo precisamente en 1910 cuando fue a ver la ópera Illa Cori (Corazón de Luna).
El detallado análisis y la narrativa de los sucesos por parte del autor y las interconexiones entre los músicos, escritores, intelectuales y activistas dan lugar a preguntas y problemas generales que, desafortunadamente, no son exploradas. Por ejemplo, el libro señala claras líneas de comunicación entre anarquismo e indigenismo, indigenismo y socialismo, entre el reformismo de 1908-9 (durante la primera crisis del Civilismo) y lo que devino más desarrollado durante la década de 1910. En una conferencia en 1918, patrocinada por la Asociación Obrera en Jauja, Zulen (quien estudió Filosofía y Psicología en la Universidad de Harvard) propuso el socialismo como una solución a los problemas sociales de los trabajadores, artesanos y campesinos. Esto sugiere los múltiples orígenes del socialismo en Perú, que es un ángulo que ha recibido poca atención ya que la mayoría de los estudios se han focalizado casi exclusivamente en José Carlos Mariátegui.
Cuando miramos a la delegación peruana que asistió al Primer Congreso Internacional de la Mujer, realizado en Buenos Aires en 1910, también podemos ver las conexiones entre el indigenismo y el feminismo: Dora Mayer, la principal delegada peruana, fue una importante dirigente dentro de la Asociación Pro-Indígena.
Arroyo Reyes también da menos importancia al papel de los intelectuales de la clase alta, como Óscar Miró Quesada, Víctor Andrés Belaúnde y José de la Riva Agüero, en las actividades de la Asociación Pro-Indígena y no presta mucha atención al reformismo de una generación más joven dentro de la oligarquía peruana. El libro no menciona, por ejemplo, la fluida comunicación entre Riva Agüero y Luis E. Valcárcel. Lamentablemente, los violentos sueños juveniles de esta generación de intelectuales conservadores y elitistas prácticamente desaparecieron en la década de 1920, cuando Riva Agüero y otros, para reforzar los valores católicos y tradicionales, siguieron a Mussolini y el fascismo italiano y abandonaron su anterior identificación con la reforma social y al «rejuvenecimiento» del Perú.
La presentación mayormente narrativa que Arroyo Reyes hace de la rebelión de Rumi Maqui Ccori Zoncco (Puño de Piedra, Corazón de Oro, en quechua) y el bosquejo biográfico sobre Teodomiro Gutiérrez Cueva (Rumi Maqui) repite investigaciones anteriores y se basa fuertemente en los dos trabajos de Augusto Ramos Zambrano sobre el indigenismo de Puno y los movimientos campesinos en Azángaro y Ezequiel Urviola. El autor hace una mención breve de los movimientos «milenarios» andinos, todavía dentro del marco de los estudios de Alberto Flores Galindo y Manuel Burga acerca de la criticada idea de una utopía andina. En esta presentación, lo más impresionante es la brutal represión que los grandes terratenientes y gamonales organizaron contra los rebeldes, tanto durante como después. Cientos de campesinos indígenas andinos fueron cazados y asesinados por los ejércitos privados armados de los terratenientes (compuestos ellos mismos por campesinos). Soratira fue saqueada e incendiada y el dirigente indígena Eugenio Chino Apaza fue asesinado sin remordimiento, en tanto que Turpo, un importante dirigente, fue atado a dos caballos y arrastrado por el suelo a lo largo de dos millas, de tal manera que «fragmentos de su cabeza y de sus intestinos quedaron pegados a las rocas». Esto trae al recuerdo la Guatemala de las décadas de 1970 y 1980 y los horrores de la represión que los militares guatemaltecos, con el consentimiento del gobierno norteamericano, llevaron a cabo contra los campesinos mayas.
El libro de Arroyo Reyes entrega suficiente información como para dar sostén a un importante argumento que no alcanza a elaborar. Desde 1907, los movimientos de la reforma universitaria han puesto a los estudiantes universitarios peruanos (particularmente en la Universidad de San Agustín pero posteriormente en Cuzco y Lima) en condiciones de construir instituciones más democráticas, mientras que la tradición universitaria autoritaria en países como los Estados Unidos ha excluido tanto a estudiantes como a docentes de la toma real de decisiones y, en cambio, ha mantenido el poder en manos de los administradores, más aún ahora que antes. En el Perú, como en Argentina, los estudiantes desarrollaron derechos de cogobierno con docentes y administradores, y un tercio del Consejo Superior universitario en la mayoría de las universidades ha estado y está compuesto por representantes estudiantiles. La participación de estudiantes de clase media en el movimiento de la reforma universitaria en Perú interactuó con el indigenismo y la Asociación Pro-Indígena, la rebelión campesina en Puno comandada por el oficial de ejército y reformador de gobierno Teodomiro Gutiérrez Cueva «Rumi Maqui», y las obras literarias del autor cosmopolita Abraham Valdelomar reflejaron la búsqueda de un Inca modernista.
Arroyo Reyes, periodista peruano residente en Suecia, estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de San Marcos; el libro refleja su trayectoria. Nuestros años diez no se basa en la investigación de archivos o incontables documentos primarios sino preponderantemente en lecturas de El Deber Pro-Indígena, la publicación periódica de la Asociación Pro-Indígena, así como en fuentes secundarias. Es así que se lee como una biografía institucional de la Asociación Pro-Indígena, una biografía personal de determinados personajes históricos vinculados a la asociación, y un estudio literario de las corrientes intelectuales y culturales en el Perú de la década de 1910: el indigenismo temprano, el modernismo, el incaísmo, y todo lo demás. En referencia a la búsqueda del incaísmo del propio Valdelomar, el autor se refiere también a la investigación de Leandro Alviña sobre la música incaica, a la composición de la ópera Ollanta de José María Valle Riestra (basado en Ollantay, drama en lengua quechua de fines del siglo dieciocho) y al trabajo de Daniel Alomía Robles sobre ópera y canto. Arroyo Reyes ubica el interés de Valdelomar por el incaísmo precisamente en 1910 cuando fue a ver la ópera Illa Cori (Corazón de Luna).
El detallado análisis y la narrativa de los sucesos por parte del autor y las interconexiones entre los músicos, escritores, intelectuales y activistas dan lugar a preguntas y problemas generales que, desafortunadamente, no son exploradas. Por ejemplo, el libro señala claras líneas de comunicación entre anarquismo e indigenismo, indigenismo y socialismo, entre el reformismo de 1908-9 (durante la primera crisis del Civilismo) y lo que devino más desarrollado durante la década de 1910. En una conferencia en 1918, patrocinada por la Asociación Obrera en Jauja, Zulen (quien estudió Filosofía y Psicología en la Universidad de Harvard) propuso el socialismo como una solución a los problemas sociales de los trabajadores, artesanos y campesinos. Esto sugiere los múltiples orígenes del socialismo en Perú, que es un ángulo que ha recibido poca atención ya que la mayoría de los estudios se han focalizado casi exclusivamente en José Carlos Mariátegui.
Cuando miramos a la delegación peruana que asistió al Primer Congreso Internacional de la Mujer, realizado en Buenos Aires en 1910, también podemos ver las conexiones entre el indigenismo y el feminismo: Dora Mayer, la principal delegada peruana, fue una importante dirigente dentro de la Asociación Pro-Indígena.
Arroyo Reyes también da menos importancia al papel de los intelectuales de la clase alta, como Óscar Miró Quesada, Víctor Andrés Belaúnde y José de la Riva Agüero, en las actividades de la Asociación Pro-Indígena y no presta mucha atención al reformismo de una generación más joven dentro de la oligarquía peruana. El libro no menciona, por ejemplo, la fluida comunicación entre Riva Agüero y Luis E. Valcárcel. Lamentablemente, los violentos sueños juveniles de esta generación de intelectuales conservadores y elitistas prácticamente desaparecieron en la década de 1920, cuando Riva Agüero y otros, para reforzar los valores católicos y tradicionales, siguieron a Mussolini y el fascismo italiano y abandonaron su anterior identificación con la reforma social y al «rejuvenecimiento» del Perú.
La presentación mayormente narrativa que Arroyo Reyes hace de la rebelión de Rumi Maqui Ccori Zoncco (Puño de Piedra, Corazón de Oro, en quechua) y el bosquejo biográfico sobre Teodomiro Gutiérrez Cueva (Rumi Maqui) repite investigaciones anteriores y se basa fuertemente en los dos trabajos de Augusto Ramos Zambrano sobre el indigenismo de Puno y los movimientos campesinos en Azángaro y Ezequiel Urviola. El autor hace una mención breve de los movimientos «milenarios» andinos, todavía dentro del marco de los estudios de Alberto Flores Galindo y Manuel Burga acerca de la criticada idea de una utopía andina. En esta presentación, lo más impresionante es la brutal represión que los grandes terratenientes y gamonales organizaron contra los rebeldes, tanto durante como después. Cientos de campesinos indígenas andinos fueron cazados y asesinados por los ejércitos privados armados de los terratenientes (compuestos ellos mismos por campesinos). Soratira fue saqueada e incendiada y el dirigente indígena Eugenio Chino Apaza fue asesinado sin remordimiento, en tanto que Turpo, un importante dirigente, fue atado a dos caballos y arrastrado por el suelo a lo largo de dos millas, de tal manera que «fragmentos de su cabeza y de sus intestinos quedaron pegados a las rocas». Esto trae al recuerdo la Guatemala de las décadas de 1970 y 1980 y los horrores de la represión que los militares guatemaltecos, con el consentimiento del gobierno norteamericano, llevaron a cabo contra los campesinos mayas.
El libro de Arroyo Reyes entrega suficiente información como para dar sostén a un importante argumento que no alcanza a elaborar. Desde 1907, los movimientos de la reforma universitaria han puesto a los estudiantes universitarios peruanos (particularmente en la Universidad de San Agustín pero posteriormente en Cuzco y Lima) en condiciones de construir instituciones más democráticas, mientras que la tradición universitaria autoritaria en países como los Estados Unidos ha excluido tanto a estudiantes como a docentes de la toma real de decisiones y, en cambio, ha mantenido el poder en manos de los administradores, más aún ahora que antes. En el Perú, como en Argentina, los estudiantes desarrollaron derechos de cogobierno con docentes y administradores, y un tercio del Consejo Superior universitario en la mayoría de las universidades ha estado y está compuesto por representantes estudiantiles. La participación de estudiantes de clase media en el movimiento de la reforma universitaria en Perú interactuó con el indigenismo y la Asociación Pro-Indígena, la rebelión campesina en Puno comandada por el oficial de ejército y reformador de gobierno Teodomiro Gutiérrez Cueva «Rumi Maqui», y las obras literarias del autor cosmopolita Abraham Valdelomar reflejaron la búsqueda de un Inca modernista.
(Publicado originalmente en inglés en la revista Hispanic American Historical Review, Volumen 87, N° 1, febrero de 2007, págs. 203-205)
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