20.12.08

Singular lectura de Onetti

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
Babelia, El País, Madrid, 20/12/2008


La actividad de Mario Vargas Llosa como crítico literario, aunque ocasional, ha alcanzado una proyección eminente. Desde su ensayo sobre Martorell y el "elemento añadido" en Tirant lo Blanch -incluido como prólogo en la edición de Martín de Riquer de las cartas de batalla de Joanot Martorell (Barral Editores, 1967)- hasta este último estudio sobre Juan Carlos Onetti, El viaje a la ficción, Vargas Llosa ha publicado no pocos textos claves para el conocimiento integral de escritores tan diversos como Flaubert, García Márquez, Arguedas, Grosz, Borges o Victor Hugo. En todos ellos, el autor de La fiesta del Chivo ha dado muestras sobradas de dos notables atributos filológicos: la inteligencia del lector y la lucidez del investigador. Es muy posible que alguien descubra, aquí y allí, ciertas naturales desavenencias de enfoque, pero nadie dejará de reconocer que la obra crítica de Vargas Llosa es en conjunto de una notoria singularidad.

Con El viaje a la ficción, el novelista rinde tributo a otro novelista predilecto. Indagar en la obra de un escritor a través de una serie de soldaduras entre su vida y su literatura supone sin duda un ejercicio gustoso, pero también un tácito homenaje. En el texto que prologa y da título a este libro, el autor reflexiona primeramente sobre el carácter social y simbólico de los antiguos contadores de historias, esa figura del "hablador" que subyugó a Vargas Llosa durante un viaje por la Amazonía de su país y usó como embrión especulativo de una novela y de reclamo para alguna incursión en la teoría de la literatura.

Vargas Llosa vincula en este libro toda una serie de pesquisas biográficas sobre Onetti con la propia evolución cíclica de su obra. El método resulta de veras provechoso y responde a un impecable engranaje entre las calas filológicas y su canalización comunicativa, entre el análisis textual y la eficiente manera de conducirlo. Vargas Llosa aborda así un análisis esclarecedor y pormenorizado de cada una de las novelas de Onetti, demorándose en muy distintas vertientes de esa mezcla de fascinación y complejidad que fundamenta su universo narrativo. Afirma Vargas Llosa que Onetti, desde su primera novela, El pozo (1939), "abre las puertas de la modernidad a la narrativa en lengua española". Una aseveración tal vez demasiado tajante, pero que no lo es si se atiende a la diversificación del punto de vista y en la discontinuidad temporal fácilmente rastreables en la obra del autor de El astillero y oriundas, como bien se sabe, de la maestría innovadora de Faulkner. Los nexos presuntos entre la mítica Santa María y el faulkneriano condado de Yoknapatawpha han sido aceptados alguna vez por el propio Onetti.

Uno de los ascendientes literarios que Vargas Llosa atribuye a Onetti es el de Borges. Pues según y cómo, creo yo. El hecho de que puedan atisbarse -y así se razona en este libro- otros influjos de naturaleza propiamente estética, el de Borges resulta más bien debatible. Ni los aderezos de la prosa ni la sustancial poética que la enaltece se asemejan en ningún momento. Tampoco coinciden en nada la personalidad de ambos escritores. Pienso que una vaga impregnación de rasgos literalmente fantásticos no basta en puridad para hablar de influencias.

La ficción entendida como "mundo alternativo" constituye uno de los ejes conceptuales de este estudio. La consabida idea de que la literatura en modo alguno es una transcripción, sino una sustitución, una versión excéntrica de la realidad, funciona efectivamente como andamiaje teórico de El viaje a la ficción. Y está bien que así sea. Onetti resuelve la historia más o menos acotada en cada una de sus novelas por medio de unos modales léxicos y sintácticos que encubren una alternancia impredecible de hermetismo y luminosidad. Los personajes de ficción valen aquí tanto como autorretratos fantasmales. Y esos espacios cerrados donde se estacionan los mismos seres erráticos, los mismos perdedores, bien pueden ser el trasunto de una experiencia personal e histórica desdichada. Es a esa paráfrasis "alternativa" a la que remiten estas novelas.

El ensimismamiento, el aislamiento, el escepticismo de Onetti aparecen pues transferidos de algún modo a su mundo narrativo. A un mundo narrativo que, desdeñando todos los regionalismos y naturalismos al uso, instaura un "antirrealismo", una poética de los claroscuros que otorga el rango de maestro a quien la concibió. En cualquier caso, Vargas Llosa logra probar con inteligente rigor que la obra de Onetti "quedará como una de las más valiosas que ha producido la literatura de nuestro tiempo".

2.12.08

Narrativa peruana

Cumplimos con informar que ya se encuentra en circulación el séptimo número de Wayra, la revista semestral de artes y letras del «Grupo Perú» del Centro de Estudios y Trabajo «América Latina» (Cetal) de la ciudad de Uppsala, Suecia. La nueva edición de la revista abre con tres poemas de Roxana Crisólogo, que forman parte de Trenes, un libro todavía sin publicar, y el cuento «La importancia del boxeador», de Carlos Meneses. El reciente número de Wayra trae también un dossier dedicado a la narrativa peruana de ayer y hoy, que está conformado por el texto de una interesantísima entrevista que el profesor Luis Veres, de la Universidad Cardenal Herrera, de Valencia, España, sostuvo con Santiago Roncagliolo, el celebrado autor de la novela Abril rojo y del reportaje periodístico La cuarta espada. Además, como si lo anterior fuese poco, el dossier incluye dos ensayos no menos interesantes: «Ciudad, periferia y retrato de época en la novela Bajo las lilas», de Alberto Sandro Chiri, y «Duque, de José Diez Canseco: La ciudad y el poder», de Gabriel Icochea Rodríguez. La revista incluye igualmente otros trabajos que seguramente concitarán la atención de más de un lector, como «Un cordobés por América, 1927-1930: José Malanca, Mariátegui y el Perú», de Sergio Raúl Díaz, y «Conflictos de la heterogeneidad: Pensar el Perú en perspectiva posmoderna», de Rafael Ojeda. Por último, Wayra cierra con su habitual sección de crónicas y revistas y un breve pero sentido homenaje a Alejandro Romualdo, que se expresa a través de la publicación de uno de sus poemas más intensos y representativos.

Las personas, instituciones, colectivos o redes que deseen suscribirse a Wayra o adquirir ejemplares sueltos de la revista, pueden efectuar el pago a través del PlusGirot del «Grupo Perú» de Cetal, cuyo número es el siguiente: 178478-4. Suscripción anual: -Suecia: 120 coronas suecas; -Europa: 20 euros; -Fuera de Europa: 30 dólares USA. Ejemplar suelto: -Suecia 60 coronas suecas (más gastos de envío); -Europa: 10 euros (más gas-tos de envío); -Fuera de Europa: 15 dólares USA (más gastos de envío).

Para efecto de agilizar nuestros servicios de envío y distribución, les rogaríamos que, después de realizar el pago correspondiente, se comuniquen con el editor de la revista:

Carlos Arroyo Reyes,
Bernadottestigen 19 D
756 48 Uppsala – Suecia (Sweden)
Telf. 018-303514
E-mail: carlos.arroyoreyes@telia.com

21.11.08

Los años de violencia

Luego de haber publicado dos libros acerca de la violencia en el Perú, Mark Cox anuncia el contenido y perspectiva de uno nuevo que gira en torno al mismo tema.

-¿Cuál es el contenido de tu próximo libro?
-El libro trata acerca de la violencia en la cultura en los años 80 al 90, tiene estudios académicos como artículos de escritores. Por ejemplo, de Dante Castro y Luis Nieto, también documentos de presos políticos de los penales. Además, aparecerán artículos de carácter académico escritos en los Estado Unidos y Europa, desde diferentes perspectivas.

-¿Cuáles por ejemplo?
-Trata de estudios sobre la poesía, el teatro y la narrativa. Como se sabe, en los últimos años hay más personas que publican acerca de ese tema, cada vez hay más académicos que han empezado a estudiar de manera seria la violencia. Entonces, el libro tiene la intención de ser un aporte a los estudios académicos.

-¿Por qué te interesa particularmente el tema de la violencia?
-Bueno, es un tema que trabajo hace casi veinte años. Entonces, tengo tantos materiales, estoy tan metido y tengo que seguir trabajando en esa temática. Un desafío mío es divulgar este acontecimiento a muchas personas que no lo conocen. Los escritores andinos no tienen un gran circuito para sus publicaciones.

-Esa violencia que plantean los escritores, ¿ha terminado o tiene otras proyecciones?
-Bueno, mi trabajo corresponde a los años 80-90 y creo que sigue específicamente la violencia política. No se trata de la violencia política en general, mi interés está centrado en la violencia de esos años, en la guerra. No invado el campo de la historia.

-¿Cuáles son las causas reales de la violencia política en el Perú?
-Bueno, lo que veo es la realidad de la pobreza y que no hay manera de eliminarla dentro del sistema, esa es una de las causas por la surgió el movimiento subversivo. Además hay muchos factores. Desde mi perspectiva, lo que me interesa es la literatura, qué dicen los escritores, no interesa lo que yo pienso, mi área no es la política.

-¿Cuánto de ficción y de realidad hay en esa literatura?
-Como sabemos, muchas veces la ficción resulta siendo una verdad, hay maneras de hablar de la violencia con la ficción y llegar al fondo más que con las ciencias sociales.

-¿De qué sirve esa literatura?
-Fue un período tan dramático para el país y es por eso que hay que estudiar cuál es la respuesta cultural acerca de ese hecho. Me interesa saber cuáles son las perspectivas usando la violencia para dar una mayor y distinta visión de cómo es el Perú. Por ejemplo Lituma en los Andes, de Mario Vargas Llosa, plantea que los campesinos son primitivos, son bárbaros y que la manera de superar es el neoliberalismo, hay otros que optan por otras rutas. Entonces, por la literatura también podemos analizar al Perú, podemos dar una idea respecto a lo que aconteció en los años de la guerra.

(Fuente: La Primera, Lima, 21/11/08)

16.11.08

Para leer Labranda

Por Abelardo Oquendo
La República, Lima, 16/11/08


La poesía no es una lectura fácil. Es un placer cuya plenitud se alcanza con la frecuentación de la obra del poeta elegido y con la capacidad de ubicarlo en su lugar y su tiempo. Mario Montalbetti nos lo recuerda en su comentario a Labranda, el poemario más reciente de Róger Santiváñez. Sugiere: "Si no han leído su obra anterior difieran la lectura de este libro. Al menos consigan su admirable libro antológico Dolores Morales de Santiváñez (del 2006) y reconstruyan el proceso que lo hizo llegar hasta aquí antes de embarcarse en Labranda. Solo así podrá apreciarse la persistencia de un hilo que se enmadeja asombrosamente hasta generar este nudo de palabras autónomas que es Labranda." Para iluminar este punto cuenta una anécdota de Miles Davies a quien, en un bar de Nueva York donde daba un concierto, una señora le confiesa que no entendía lo que estaba tocando. Miles le responde: No espero que lo entienda. Usted solo me ha escuchado por media hora, yo vengo tocando hace 30 años.

"Santibáñez viene tocando hace más de 30 años. Es injusto y distorsionado comenzar a escucharlo poniendo Labranda", dice Montalbetti. Y también, y luego de recurrir a asociaciones musicales y de nombrar a Mahler, Miles y Hendrix para mejor explicarse, que "esa libertad y autonomía de la digitación musical o poética [presente en el libro] es el signo de un gran placer; de un gran placer que es de Santiváñez, sin duda, pero del que vicariamente podemos participar si nos animamos a tocar covers de Labranda durante lecturas repetidas."

Este columnista ha estimado siempre la obra de Santiváñez pero está lejos de ser un conocedor de ella o de tenerla fresca en la memoria. No obstante, entró sin más en Labranda y no pudo asentir todos los elogios que MM le prodiga. Por tanto, ha retomado Dolores Morales de Santibáñez –donde RS hace una selección de su poesía (1975-2005)– y ahora ha vuelto a Labranda en busca del placer que no quiere perderse. Lecturas repetidas, esa es la clave; que solo puede funcionar cuando la intuición de un mayor placer posible nos mueve, no la búsqueda de un "sentido" (ese ‘lo que el poeta quiso decir’, como si no hubiese querido decir lo que dijo). El columnista, pues, da el ejemplo para que el lector dispuesto a internarse en Labranda siga la sugerencia de MM. Lo hace porque confía en RS y en MM, y se compromete a volver sobre el libro si lo defraudan.

-Nota. El texto de MM puede verse en Hueso húmero 52 (Lima, 2008).

15.11.08

Del Toro por las astas

Por José Pablo Feinmann
Página/12, Buenos Aires, 09/11/08


Pocos personajes han dejado de significar lo que significaban hasta tan extremo punto como Ernesto “Che” Guevara. En los ’60, uno decía “Guevara” y no sólo decía “lucha armada”, decía “foco insurreccional”, “preferencias de la guerrilla rural sobre la urbana”, “relaciones distantes con la Unión Soviética”, “crear dos, tres, muchos Vietnam”, “hagamos de nuestros hombres frías máquinas de matar”, “sólo un pueblo con odio puede vencer a un enemigo despiadado”. El desangelado Mario Vargas Llosa en cierta nota de los años ’90 festejó que ninguna de las ideas del Comandante quedaba en pie. Es posible. No es él, al menos, el que las encarna. El Che, hoy, sólo una cosa encarna: la lucha contra la injusticia, la idea de la rebeldía. Pero, ¿qué injusticia? La de todos. Para el Che era la del imperialismo norteamericano, “el más grande enemigo de la Humanidad”. ¿Qué rebeldía? La rebeldía contra el sistema de producción capitalista, en el que el hombre explota al hombre.

Ahora, Hollywood hace una película sobre el Che. La de Benicio del Toro. ¿Por qué los yanquis aceptan al Che y escupen sobre Evita? Porque el Che es un muchacho de buena familia. Un pibe urbano. Es hombre, no es mujer. No tiene un pasado sórdido. Si cogió, es un hombre y nada más natural ni estimulante que un hombre coja. Eso lo hace un macho. Si Evita cogió, es una puta. Si cogió para trepar, peor todavía. Es una mujer. Mujer que coge, mujer puta. Era populista y no marxista. El Che tiene tras de sí Das Kapital. Evita, los folletines baratos que se leían en las provincias hacia 1930. El Che se llama Guevara de la Serna. Tiene una familia. Es hijo legítimo. Tiene padre, madre. Es culto. Ha estudiado. Conoce la universidad. Jugó al rugby. Evita es una bastarda. Hija ilegítima de un viajante de comercio pobretón. Se dice que en la casa de su madre funcionaba un burdel. Se rajó de Junín porque se acostó con el cantante Magaldi, apenas a los dieciséis años. El Che recorrió en moto América latina. Se emocionó en los leprosarios como el mismísimo profeta de Nazareth. Evita agredió, para trepar, a la lustrosa oligarquía argentina. El Che derrotó a un tirano sangriento, a un sargento bruto y bastante negrazo. Si le pulimos la ideología, si atenuamos sus rasgos antiimperialistas, haremos de él lo que queremos hacer: un héroe, el símbolo del aventurero, del idealista. Total, ya no jode a nadie. A Evita que la haga Faye Dunaway, que aparezca bastante desnuda en el afiche y con una gorra militar en la cabeza. Se la sacó, para juguetear, al teniente o al coronel con el que se acostó esa noche. Que la haga Madonna, que da puta, que da loca, que canta y se pone la mano entre las piernas. ¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué el imperialismo se traga al marxista Guevara y escupe sobre la populista Eva? Por lo dicho. Evita es el insulto, la agresión, la falta de respeto. Porque Evita es el Otro. El Che es de la misma estirpe. Porque el Che es un muchacho de clase alta, de linaje, educado. Evita es una rea, una bastarda y una trepadora que usa el sexo para su incesante ambición. Cada polvo, un escalón más. El Che muere en la lucha, agotándose, es el asma el que lo agota. Se lo ve en el piletón de Vallegrande, con los ojos abiertos, como si aún viviera, como si nunca fuera a morir porque es inmortal. Evita muere de cáncer y el cáncer lo tiene entre las piernas. Todo es sucio en ella, hasta eso. Evita les faltó el respeto. Más que el Che. Le añadió al odio el mal gusto y la bastardía y la mala vida.

Benicio del Toro tiene asma casi todo el tiempo. Admira pensar que el Che haya podido hacer algo con pulmones tan deteriorados. Pero la voluntad del héroe se sobrepone a todo. Ya no importa que el héroe haya odiado al capitalismo. Ahora le será útil. Acaso prepare el camino para arreglar las relaciones con Cuba de una vez por todas. También para que la famosa remera empiece a imprimirse con la cara de Benicio del Toro, algo muy posible y que sería uno de los últimos golpes para lograr su inexistencia.

La primera parte de Che (El Argentino), que es la que se estrena la semana que viene, son dos horas y aún los guerrilleros no han entrado en La Habana. Si se logra mostrar que las revoluciones son largas y aburridas algo más se habrá logrado. En suma, las verdaderas caras del Che y de Evita, o mejor dicho: la restauración de esas caras, su restitución, no vendrá del marketing hollywoodense; vendrá, si viene, de las viejas luchas que ellos encarnaron contra las infamias de este mundo. De quienes puedan asumirlas hoy. Si alguien, un grupo, un pueblo, una nación, un país, un continente, las actualiza, las trae combativamente al presente, ellos volverán a vivir. Como mercancías seguirán atractivos, vistosos, pero muertos.

5.11.08

Libro-homenaje a JCM

Convocatoria
Homenaje a José Carlos Mariátegui y sus
7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana


El Seminario Latinoamericano de la Universidad de Uppsala, Suecia, y la revista Wayra vienen trabajando en la preparación de un libro de homenaje a José Carlos Mariátegui y sus 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, que será publicado en el transcurso del año 2009.

El libro recogerá estudios sobre Mariátegui, sus 7 Ensayos, sus relaciones con la intelectualidad peruana de su tiempo y la vigencia de su pensamiento. Dichos estudios deben ser de entre 15 a 40 páginas en formato A4, escritas a espacio y medio y con letras Times New Roman de 12 puntos.

La fecha límite para la recepción de los trabajos, que serán evaluados por un comité especializado, será el 31 de diciembre de 2008.

Atentamente,

Hernán Horna
Uppsala universitet
Historiska institutionen
Thunbergsv. 3 A
751 26 Uppsala – Sweden
E-post: Hernan.Horna@hist.uu.se

Carlos Arroyo Reyes
Revista Wayra
Bernadottestigen 19 D
756 48 Uppsala – Sweden
E-post: carlos.arroyoreyes@telia.com

2.11.08

El poeta Efraín Miranda

Por Manuel Burga
La República, Lima, 30/10/08


No es nada raro preguntar a los poetas por la naturaleza, ausente, incipiente o madura, de nuestra constitución nacional. Ellos, muy frecuentemente, no lo saben, no lo racionalizan, pero lo sienten y lo transmiten mejor que nadie. Por eso acepté la invitación de Gonzalo Espino, poeta y profesor sanmarquino, a participar en el evento "Más allá de los Márgenes y los silenciamientos" en homenaje al poeta Efraín Miranda. Leí diligentemente los 99 poemas que conforman su poemario CHOZA publicado en 1978, hace ya 30 años.

Desconozco los detalles de la biografía de este apreciado y celebrado poeta. Solamente sé que es puneño, nació en 1925 y que por lo tanto pertenece a esa importante generación peruana de los años 50. Vino a Lima en 1955, a publicar su poemario Muerte Cercana y conoció a Sebastián Salazar Bondy, quien apreció y saludó su poesía, pero pronto regresó a su terruño. En 1971, como revelando su fina naturaleza, sustentó –en la Escuela Nacional María Auxiliadora de Puno– una tesis llamada "Enseñanza de la poesía en la zona rural", cuando ya era maestro de primaria en Jacha-Huinchoca, donde finalmente pasó treinta años de su vida. Ahora, me dicen, a los 83 años, vive su austero y modesto retiro en la ciudad de Arequipa.

Ilave, donde se ubica Jacha-Huinchoca, es una zona aymara que ha sido intensamente estudiada desde la experiencia jesuita en Juli colonial. En 1968 el antropólogo Harry Tschopik decía al describir Chucuito, ahora capital de provincia a la que pertenece Ilave: "Después de tres siglos de dominación española, y de una rica y variada historia republicana, Chucuito es, una vez más, un pueblo de indígenas". Indígena, dicho por un antropólogo, tiene una connotación muy propia y rotunda: significa que siguen siendo culturalmente aymaras.

Efraín Miranda, que al parecer viene de fuera, de la ciudad grande, pero que construye su "choza" en Jacha-Huinchoca, vuelve a repetir lo mismo 10 años después. Más aún asume la condición indígena, pero confiesa que habla de una vida ajena: "Y he usado la idea de existencia como mía/¡siendo en verdad que era vuestra la existencia!". En tanto poeta de sus huéspedes vence la alteridad, se pasa al otro lado para sentir la madretierra, el sol, el paisaje, las plantas y los animales en esa inconfundible sensibilidad aymara.

Miranda tiene una idea muy clara del Estado peruano, de su presencia en Ilave. Sabe que no hay acuerdo, contrato con el Estado, lo percibe en su descarnada y violenta dimensión. Expresa una hosca y profunda lejanía de lo occidental e identifica al Estado con ese mundo que viene de fuera. Se pregunta: "¿Qué presidente es el iluminado?/ Ninguno ha nacido en nuestras chozas, /ni uno tiene el volumen de media gota de nuestra sangre, /¡nadie, el cerebro y el pulso de nuestros incas!". En el poema LÑ, uno de los últimos, habla que muchos vienen de fuera, muchos, profesionales o representantes del Estado, incluso antropólogos, "…nos analizan desde distancias/ temen pasar los barrotes de su cultura a la nuestra /¡temen morir!/". Para terminar diciendo "Solamente nosotros nos entendemos;/¡nosotros, solos, en nuestro confinamiento!".

Es aún más desgarrador, cuando él mismo, Maestro rural, toma conciencia del papel corrosivo que juega en relación con su propia gente y lo confiesa al hablar por una de las niñas de la Escuela: "Soi una indiecita escolar. Me reconoces; /mi retrato está en folios de grandes libros; /retratada con polleras o con "uniforme"/ Lloro porque soi india y tengo una niña blanca que el Maestro ha creado dentro de mí; / El Maestro se olvida de mí, de todos los alumnos y dice que para los indios no se ha inventado nada". Luego declara que esa niña blanca vive solamente en la Escuela, cuando el Maestro le habla, "en cada diciembre muere y cada abril resucita. /Al concluir mis estudios se extinguirá /en la parcialidad". Para volver, como dice Tschopik, a su condición indígena, aymara.

Efraín Miranda al traducir tan literalmente lo que los otros sienten se convierte en un poeta indio. Expresa ese confinamiento, en esas enormes reservas indias sin cerco, por donde muchos pasan y pocos se quedan. El Estado aparece como ese animal astuto que viene de lejos, de Occidente, para llevarse lo que puede, pero no para dejar algo, ni siquiera educación, ni la ilusión de pertenecer a esa comunidad imaginaria que nunca aparece con su nombre propio, Perú. Parecería que los peruanos, como dice Benedict Anderson, no vivimos dentro de un tiempo homogéneo; más bien, muchos, más de los que imaginamos, vivimos en tiempos heterogéneos, y qué bueno que los poetas, como el Maestro Efraín Miranda, que no son políticos, y casi no son gente de este mundo, nos lo recuerden.

30.10.08

Nuevas luces sobre JCM

Virginia Vilchez, de Libros Peruanos, y los ganadores del concurso.

El critico literario Camilo Fernández Cozman y el sociólogo y catedrático Antonio Rengifo Balarezo resultaron los ganadores del concurso “Los 7 ensayos de la realidad peruana”, organizado por el Centro Cultural Puerta Abierta y la Casa Museo José Carlos Mariátegui.

Ambos fueron premiados el sábado, 25 de octubre, en un acto desarrollado en el marco del Simposio Internacional “7 ensayos, 80 años en la historia”, que se llevó a cabo en la sede del Museo de la Nación.

Fernández Cozman fue premiado por el ensayo “La inteligencia figural en ´El proceso de la literatura’ de José Carlos Mariátegui”; Rengifo Balarezo fue distinguido por el ensayo “Invitación a la lectura de 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”.

Al referirse al ensayo presentado por Camilo Fernández Cozman, el jurado señaló que este trabajo demuestra fluidez en el desarrollo de un análisis crítico sobre las diferentes posturas en el ámbito de la critica literaria al séptimo ensayo de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana e introduce el concepto de “inteligencia figural” de Bottiroli para analizar el referido texto en dos planos: “El proceso de la literatura” como objeto de análisis y, al mismo tiempo, como herramienta para analizar la obra de Chocano, Eguren y Vallejo.

“Creemos que el aporte original de este trabajo radica en su visión amplia y creativa para entender el referido ensayo de Mariátegui en su contexto histórico y en sus aportes teóricos y metodológicos, los mismos que son explorados, analizados y ejemplificados a lo largo del texto”, explicó

Sobre el ensayo presentado por Antonio Rengifo, el jurado manifestó que el aporte de este trabajo consiste en introducir fuentes originales para el tema, al tiempo que es capaz de actualizar el “estado de la cuestión” al evaluar el impacto de los 7 Ensayos desde su aparición hasta nuestros días. Añadió que también es interesante el valor testimonial de este trabajo.

El jurado también destacó el esfuerzo analítico y de interpretación de algunos de los trabajos finalistas, como “El séptimo: procesar la literatura”, que si bien no resultaron premiados, merecen resaltarse.

La socióloga y cuentista política brasileña, Mónica Bruckman; el historiador argentino Martín Bergel; y el director de la Casa Museo José Carlos Mariátegui, miembros del jurado aclararon que para elegir a los ganadores tuvieron en cuenta la relevancia y originalidad del tema, sus aportes teóricos y metodológicos, la coherencia y el estilo, y la pertinencia y actualidad de sus referencias bibliográficas.

Los organizadores del concurso, el Centro Cultural Puerta Abierta y la Casa Museo José Carlos Mariátegui, destacaron la amplia acogida que tuvo este certamen, evidenciada por el número de 35 ensayos: 50% de Lima; 26% de las diferentes regiones del Perú, y 24% del extranjero. Anunciaron que los dos ensayos ganadores serán publicados próximamente.

Camilo Fernández Cozman es un conocido crítico literario, catedrático universitario, autor de libros sobre poetas de las generaciones del treinta (Westphalen), cincuenta (Eielson), sesenta (Hinostroza) y setenta (Watanabe), además de una serie de estudios y ensayos sobre otros autores.

Antonio Rengifo es sociólogo y catedrático de varias universidades. Es coautor de Rebelión India junto con Pablo Macera, y autor de La artesanía en la obra de José Sabogal Wiesse, así como de otras publicaciones y artículos académicos.

(Del Boletín Semanal, del portal Libros Peruanos. Lima, 27/10/08)

27.10.08

Premio al arte popular

Con una “Semana Jubilar”, ciclo de actividades culturales variadas, se festejará el 403 aniversario de la Casona de San Marcos, joya arquitectónica que alberga al Centro Cultural de la Decana de América.

Dentro del programa de actividades, uno de los eventos centrales será la entrega de la Medalla de la Cultura “La Casona”. Este galardón ha sido creado para premiar el aporte cultural de personajes descollantes de nuestro mundo intelectual y artístico.

La medalla se entregará por primera vez a dos reconocidos personajes del ambiente músical: el guitarrista, bajista, arreglista y compositor Carlos Hayre (Lima, 1932) y el cantautor y compositor Manuel Acosta Ojeda (Lima, 1930). Ambos serán premiados en reconocimiento de su contribución a la música y el ennoblecimiento del arte popular del Perú.

La imposición de la medalla se llevará a cabo en una ceremonia que se realizará el 31 de octubre, Día de la Canción Criolla, a las 7:00 p.m., en el Centro Cultural de San Marcos – La Casona (Av. Nicolás de Piérola 1222. Parque Universitario). Además de la presencia de las autoridades sanmarquinas, habrá conjuntos musicales que animarán una noche memorable de peña criolla y de música popular. El ingreso es libre.

Carlos Hayre (Lima, 1932): Gracias a su gran talento aprendió a tocar de oído. Posteriormente estudió guitarra clásica, conocimientos que le fueron muy útiles para aplicar las técnicas en la música popular. En sus composiciones introdujo armonías y arreglos modernos de jazz y bossa nova. Asimismo fue un pionero en el uso del cajón en los valses criollos. También destaca como uno de los más prestigiados estudiosos e intérpretes de la marinera limeña. Es compositor de un sinnúmero de valses, marineras, huaynos y mulizas. Además ha compuesto a dúo con Manuel Acosta Ojeda una treintena de canciones entre las que figuran "Adiós y sombras", "Siempre" y "Triste ausencia". Cabe destacar que como guitarrista, bajista, arreglista, conductor, director y acompañante, Hayre ha actuado en Estados Unidos y Centro América, y grabado alrededor de 80 álbumes con prestigiosas agrupaciones latinoamericanas.

Manuel Acosta Ojeda (Lima, 1930): Cantautor peruano de música criolla, que ha estudiado asimismo la música popular andina y compuesto huaynos, yaravies y mulizas. Es considerado uno de los mejores compositores de este país. Desde muy joven empezó a componer e interpretar música criolla. En 1946, conoció a Carlos Hayre, con quien cultivó desde entonces intensa fraternidad. Como Acosta Ojeda escribía versos y canciones, Hayre le pidió que pusiera letra a una melodía de su inspiración. Así nació su composición inicial, a los 16 años, y producto de su amistad con Hayre empezó una importante alianza creativa que nos ha entregado inmortales canciones. Acosta Ojeda fue integrante de diversos grupos criollos, como el Trío Surquillo (1948 a 1950) y el dúo Los Dones (1951 a 1954), destacando en festivales y emisiones radiofónicas. Los valses “En un atardecer” y “Madre”, composiciones suyas, alcanzaron gran popularidad al ser interpretados por el Trío Los Chamas en 1955. Es autor de numerosas canciones populares como: “Cariño”, “Ya se muere la tarde”, “Si tú me quisieras” y “Puedes irte”.

(Para mayor información comunicarse con la Oficina de Imagen Institucional del CCSM: 6197000 anexo 5207).

26.10.08

Prohibido olvidar

Durante sus últimos días, solía llevar un libro del novelista Milan Kundera bajo el brazo. Tal vez era La insoportable levedad del ser o, de acuerdo con su caso, la intolerable forma de morir despedazada por un ‘sobre-bomba’ y rodeada, inmediatamente después, de un halo de incertidumbre e impunidad en torno a su muerte y a sus autores, que permanece hasta hoy.

Melissa Alfaro Méndez tenía 23 años, era pucalpina y cursaba el tercer año de Periodismo en la Escuela Jaime Bausate y Meza. Se deleitaba con los versos de Mario Benedetti y, el día que se fue, unos colegas en el Congreso, después de realizar la tarea informativa, la invitaron a almorzar. "No –respondió–, yo me voy a Cambio a comer mis frejoles". Ironías del periodismo, pues este semanario, en que fue primero practicante y luego jefa de Informaciones, la esperaba con el plato vacío.

Mensaje mortal

"Es algo que no se puede comprender", balbucea Norma Méndez, su madre, 17 años después de la muerte de la menor de sus hijas. ‘Calichina’, le decían a Melissa por su inexperiencia periodística, que suplía con entrega y sensibilidad social. Ahora el semblante de doña Norma Méndez se afecta de forma indecible. Y es que es difícil asimilar lo ocurrido el jueves 10 de octubre de 1991, a inicios del gobierno de Alberto Fujimori y en medio del caos generado por los grupos terroristas y las denuncias de excesos de las Fuerzas Armadas.

Melissa Alfaro había llegado a la oficina de la publicación, en Lince, luego de una comisión en el Parlamento y, tras saludar al recepcionista, tomar la correspondencia y subir a su oficina en el segundo piso, activó el sistema secreto de unos 200 gramos de anfo gelatina, material explosivo de frecuente uso militar. Promediaban las 2:30 de la tarde.

Un testigo de la revista lo ha descrito así: "El olor era insoportable. Descubrimos las lunas de la ventana totalmente destruidas, un fluorescente desprendido del techo y pedazos de periódico regados en el piso (…) al costado de esta escena yacía tendido el cuerpo exánime de nuestra estimada compañera. Melissa había encontrado la muerte instantáneamente".

En realidad, no la mató un sobre, sino un ‘periódico bomba’, aclara su madre. Se trató de un conjunto de hojas de prensa francesa atadas con una cinta de seguridad y abiertas a los costados, como para no despertar sospechas. Y es que los periodistas de Cambio ya estaban prevenidos por la detonación de otro objeto similar el 21 de junio de ese año al frente de sus oficinas. La presunta equivocación dejó sin vida a Víctor Ruiz León, un ciudadano común.

Los sobre eran dirigidos, en ambos casos, a Carlos Arroyo, director del semanario citado acusado de apología al terrorismo y señalado vocero tácito del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). "Melissa nunca fue emerretista ni tuvo filiación partidaria alguna. Y eso se respetaba", deslinda Dante Castro, escritor y entonces redactor de la revista opositora, caracterizada por sus denuncias de violación a los derechos humanos por agentes del Ejército y otras instituciones armadas.

Lo cierto es que la distribución de los ejemplares de la publicación, nacida en 1986, fue prohibida en algunas zonas del país y los canillitas que lo hacían fueron amedrentados por supuestos grupos paramilitares, según denuncia Arroyo en una nota de prensa de noviembre de 1989. Y es que la hipótesis de la responsabilidad militar en el caso del paquete bomba enviado a Cambio se nutre de algunos indicios tanto del momento fatal mismo como de la lentitud investigativa posterior.

Mucho por hurgar

Inmediatamente después del atentado, miembros de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDE) llegaron a la escena mortal con bolsas negras. Ellos, según denunció la revista Cambio, se habrían llevado evidencias importantes sobre la naturaleza del atentado, con el único fin de entorpecer las investigaciones.

El periodista Edmundo Cruz ha contado que ese mismo año el grupo militar "León Dormido" difundió un comunicado que "menciona al oficial Víctor Penas Sandoval como uno de los presuntos autores (de los objetos bomba), pero las responsabilidades son de más alto rango". En un sentido similar se ubican las indagaciones de Ricardo Uceda, que, además de considerar que la sofisticación de los explosivos los hace suponer provenientes del Ejército, tejen una lógica entre los victimados acusadores y los victimarios acusados.

Pero el interés del periodismo por esclarecer el caso no ha encontrado la misma fuerza en las investigaciones fiscales y policiales. Lo dice la madre de Melissa Alfaro, quien el 24 de setiembre de 1994 interpuso, ante la Fiscalía Especializada en Delitos contra los Derechos Humanos, una denuncia penal contra quienes resulten responsables de la muerte de su hija. Norma Méndez afirma que su batalla hoy "no busca venganza, es solo una lucha por que no haya impunidad, pues esta permite la repetición de otras violaciones". A pesar de convivir con la incertidumbre legal de no haberse esclarecido el caso de Melissa, mantiene su fuerza, apoyada por sus otros cuatro hijos, y motivada por sus ansias de justicia.

El Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas señaló en 1997 que "el Estado Parte tiene el deber de investigar a fondo las presuntas violaciones de derechos humanos, en particular las desapariciones forzadas de personas y las violaciones del derecho a la vida, y de encausar penalmente, juzgar y castigar a quienes sean considerados responsables".

Destinatarios mortales

El 15 de marzo de 1991, a las cuatro de la tarde, se inició la racha de paquetes bomba en el local de la Comisión de Derechos Humanos (COMISEDH), donde el abogado Augusto Zúñiga Paz perdió el brazo izquierdo producto de la explosión de un detonante oculto en un libro. Zúñiga era conocido defensor de víctimas de violación de derechos humanos e investigaba, en esos días, la desaparición forzosa del universitario Ernesto Castillo Páez.

Otro capítulo no fue mortal. Solo seis días después del fallecimiento de Melissa Alfaro, el diputado Ricardo Letts recibió en su despacho un sobre bomba que no llegó a palpar, debido a la cautela de su secretaria. Con este hecho, y las incipientes investigaciones que incluyeron la constitución de una comisión congresal, posteriormente disuelta, se cierra un año caracterizado por el envío camuflado de muerte.

(De La República, Lima, 26/10/08)

17.10.08

Horas de Lucha

En los próximos días se llevarán a cabo, en la Sala Lumière de la Alianza Francesa de Miraflores, en la Av. Arequipa 4595 - Miraflores (Lima 18), dos importantes conversatorios en homenaje al centenario de la publicación del libro Horas de Lucha, de Manuel González Prada. El programa para dichas charlas, que empezarán a las 7.30 pm, es el siguiente: Miércoles 22 de octubre: "Manuel González Prada y los precursores del pensamiento en el Perú", a cargo de Dorian Espezúa Salmón (crítico literario), quien expondrá sobre "González Prada y la glotofagia", y de Gabriel Icochea Rodríguez (sociólogo), quien abordará el tema de "González Prada y la política". Miércoles 29 de octubre: "Manuel González Prada y su 'progenie' intelectual", con la participación de Marcel Velásquez Castro (analista cultural), quien disertará acerca de "La ciudad degradada: Lima en los textos de González Prada", y de Dante Dávila Morey (filósofo), quien hablará acerca de "González Prada y la filosofía".

14.10.08

Miscelánea literaria

"Wayra, revista semestral de artes y letras del “Grupo Perú” del Centro de Estudios y Trabajo América Latina, ha publicado su sexto número con una miscelánea que oscila entre la poesía, la narrativa y la investigación literaria, tan poco prolífica en los últimos tiempos. En esta oportunidad, destacan los trabajos de Juan Gonzales Soto sobre Manuel Scorza; Meritxell Hernando Marsal, sobre Gamaliel Churata; Sara Beatriz Guardia, sobre Julio Ramón Ribeyro; entre otros. Wayra es un aporte a la cultura con una serie de artículos y ensayos de periodicidad semestral. Por sus páginas han desfilado algunas figuras importantes como Enrique Congrains Martín, Ricardo Silva Santisteban, Pablo Guevara, etc. Una interesante propuesta que merece la pena ser revisada y analizada al detalle" (Del diario La Primera, Lima, 14/10/08)

11.10.08

Caminante del mundo marginal

Por Ericka Montaño Garfias
La Jornada, Ciudad de México, 10/10/08


Profundo admirador de las culturas indígenas y marginales, de los paisajes del Bajío y del sureste mexicanos, de la sonoridad del maya, náhuatl y purépecha, el escritor francés Jean-Marie Gustav Le Clézio fue galardonado este jueves con el Premio Nobel de Literatura 2008, reconocimiento que Octavio Paz le vaticinó en los años 70. Le Clézio (Niza, 1940) es autor de unos 50 libros, de los cuales al menos la mitad están relacionados con los periodos que pasó en territorio mexicano repartidos en 12 años, primero en la ciudad de México y Yucatán, después en Zamora, donde fue profesor e investigador invitado en El Colegio de Michoacán, y Angahuan, cerca del Paricutín. Desde hace varios años posee una casa de campo en Jacona, a 150 kilómetros de Morelia, y hace donativos de manera anónima para obras altruistas en Michoacán.

La Academia Sueca determinó concederle el galardón, dotado de 10 millones de coronas suecas (1.4 millones de dólares) al considerar que es “el escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada”, además de “un investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante”.

Tras darse a conocer el premio, en París Le Clézio se manifestó “muy emocionado y feliz”. De su experiencia en suelo mexicano dijo: “He vivido 12 años en México y ahora vivo en Nuevo México. Siempre me ha gustado mucho la cultura hispanoamericana y especialmente las culturas de los indígenas de México y Nuevo México, donde la mitad de la gente habla español y la cultura latinoamericana tiene mucho pegue ahí”. Jean-Marie Le Clézio, quien también posee la ciudadanía de la isla Mauricio en el océano Índico, adelantó que viajará a Estocolmo para recibir el premio el 10 de diciembre próximo –tres de los cuatro galardonados que lo precedieron no fueron por razones de salud– y su discurso versará acerca de las dificultades actuales de los jóvenes para publicar. “Hay que golpear puertas constantemente y uno choca contra la pared. Una posible solución es abolir los impuestos sobre los libros”, según lo citó la agencia Dpa.

El escritor, quien se enteró del premio en una escala hacia Canadá, recomendó además leer una de sus obras representativas, Pawana, novela breve acerca de la lucha en defensa de las ballenas que llegan a las playas bajacalifornianas, publicada en castellano en 2001 por Ediciones Lindero, que posiblemente sea reditada, adelantó el editor César Moheno. El colaborador de La Jornada destacó entre las cualidades de Le Clézio el ser un escritor “que camina los paisajes de su obra. Para la traducción de Relación de Michoacán transitó por todos los lugares que aparecen ahí, y eso hace con gran parte de su narrativa”.

Otras obras que en breve reaparecerán en librerías son La conquista divina de Michoacán y El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, ambas en el Fondo de Cultura Económica, a más tardar la próxima semana; mientras, Tusquets Editores pondrá a la venta las reimpresiones de La cuarentena y El pez dorado, a finales de mes. Otros de sus libros son El proceso verbal, publicado a los 23 años, que le valió el premio Renaudot; Terra amata, Urania, Estrella errante, La guerra, Onitsha, Viaje a Rodrigues, Diego y Frida: una gran historia de amor en tiempos de la Revolución, Desierto (considerada su obra cumbre) y el más reciente es Ritournelle de la faim.

Jean-Marie Le Clézio, con quien suman 14 los franceses que han obtenido el Nobel de Literatura, llegó a México en 1967 para participar en la organización de la biblioteca del Instituto Francés para América Latina (IFAL), trabajo que eligió en lugar del servicio militar, al tiempo que se acercó al estudio del maya y el náhuatl en la Universidad Nacional Autónoma de México. Esos estudios lo llevaron a Yucatán y dejó México antes de la matanza de Tlatelolco. “Sin embargo, la tragedia lo impactó y de hecho se relata en su obra Revoluciones, junto con la Revolución Francesa y un levantamiento de esclavos en una isla del Índico”, dijo el historiador Jean Meyer a La Jornada. Añadió que en alguna de esas estancias realizó un programa televisivo con Octavio Paz, quien es el autor en castellano más reciente en recibir el Nobel, el cual calificó a Le Clézio como “un escritor nobelizable. Se le cumplió la profecía”.

A finales de 1979, por invitación de Luis González y González, Le Clézio se sumó al grupo de investigadores y académicos de El Colegio de Michoacán, en el área de estudios históricos. Quien recuerda ese periodo es Agustín Jacinto Zavala, profesor-investigador del Centro de Estudios de las Tradiciones de El Colegio de Michoacán, quien comparte con La Jornada: “Llegó a finales de 1979, andaba buscando nuevos horizontes para sus novelas, ya había estado en Yucatán, donde hizo una traducción y representación de Las profecías de Chilam Balam y escribió Tres ciudades santas. Venía con la idea de hacer una novela sobre Michoacán. En el colegio nos conocimos. De inmediato se fue a Angahuan, junto al Paricutín. Ahí lo que le llamó la atención es que los indígenas no lo veían a los ojos. Se sentía raro de que nadie lo veía de frente y él, alto y güero, todos los demás morenos, se sentía excluido. Le tomó mucho tiempo comprender que no lo veían directamente en señal de respeto.”

Añade que el ahora Nobel estuvo de nuevo en el colegio entre 1981 y 1983, siguió yendo a Angahuen para conocer más a la gente. “Era muy platicador con todos, les pedía que le contaran sus historias, de las familias; recogió mucha información que después ha plasmado en sus novelas. En Francia no le gustaban las entrevistas, pero en México era muy espontáneo, muy libre.”

Mientras estuvo en El Colegio de Michoacán ofreció varias conferencias y trabajó en la traducción al francés de la Relación de Michoacán, así como en su tesis doctoral para la Universidad de Perpignan. Parte de ese texto es lo que publicó el FCE como La conquista divina... “Tenía también la idea de escribir una novela acerca de la estancia de Antonin Artaud con los tarahumaras. Cuando llegó a Zamora ya tenía un texto que estaba perfeccionando, pero lo extravió en uno de sus viajes. El mundo perdió una novela”, dijo Agustín Jacinto Zavala.

Se concentró en los purépechas, estudió su lengua, le interesaba que en la traducción al francés de la Relación de Michoacán los nombres fueran precisos, incluso cuando se tradujo del francés al japonés envió al traductor al Colegio de Michoacán para que le pronunciáramos los nombres en purépecha y español, agregó. Moisés Franco hizo una edición de la Relación de Michoacán en la que el primer capítulo fue escrito por Le Clézio con el título “La relación de Michoacán como literatura universal”. La visita más reciente que el galardonado realizó a Michoacán fue en 2005, y de vez en cuando su esposa o sus hijas visitan la casa de Jacona.

El presidente francés Nicolas Sarkozy manifestó “su enorme orgullo” por la concesión del Nobel, y dijo que Le Clézio “es ciudadano del mundo, hijo de todos los continentes y de todas las culturas. Gran viajero, encarna el esplendor de Francia, de su cultura y de sus valores en el mundo globalizado”.

La designación de Jean-Marie Le Clézio como Nobel de Literatura 2008 ocurrió tras las polémicas declaraciones del secretario permanente del jurado de la Academia Sueca, Horace Engdahl, quien afirmó que Europa era el centro literario del mundo, descalificando en especial a los autores estadunidenses. Engdahl dijo ayer que como autor, Le Clézio es “cosmopolita y nómade. Pertenece a varias culturas y pasó largas etapas de su vida en otros lugares y no en Europa. No se le puede contar como un típico escritor europeo”.

De acuerdo con analistas, el Nobel elige de vez en vez a autores de pensamiento progresista, entre ellos José Saramago, Dario Fo y ahora Le Clézio, de quien el diario británico The Independent destaca su simpatía con los marginados y los pobres

8.10.08

Redescubrir a Cortázar

Por Juliana Boersner
Papel en blanco, México, 03/10/08


Julio Cortázar es uno de esos autores que está más allá del bien y del mal, un autor, un hombre, que siempre se movió en los extremos a la vez que en los intersticios. No puede uno mantenerse incólume ante la mención de su nombre ya que su obra, su vida y su imagen han dejado una marca inconfundible en el imaginario hispanoamericano. Toda una mitología se ha tejido en torno a su larga y desgarbada figura supuestamente en eterno crecimiento; y es que, no en balde, para muchos Julio es el Cronopio Mayor.

Hablando de Cronopios y, sobre todo de homenajes y relecturas, el escritor Ignacio Solares (México, 1945) nos sorprende con un libro sobre Cortázar pero no sobre el Cortázar escritor, sino más bien sobre el que se conectaba con aspectos de la vida y de la muerte más allá de toda racionalidad. Solares, quien es un conocido apasionado de la psicología, escribe su libro Imagen de Cortázar (Fondo de Cultura Económica, 2008), centrándose en la relación del escritor argentino con la muerte, los sueños y, particularmente, con la idea de El Doble, y escribe: "La historia de un escritor, dice Roland Barthes, es la historia de un tema y sus variaciones. La culpa en Dostoievski, el juicio en Kafka, la nostalgia en Proust, el absurdo en Camus, la aventura en Hemingway, el laberinto en Borges. En el caso de Cortázar ese tema es, precisamente, la otredad. Obsesiva, recurrente, esa intención central abraza su obra. Un tema único que sus ficciones van desarrollando a saltos y retrocesos, desde perspectivas diferentes y métodos distintos".

Por otro lado, Solares, quien también es novelista, habla de la singular relación del escritor argentino con la muerte a la que llamaba (según una anédota de Aurora Bernárdez) su ciudad o, según las palabras de Omar Prego: “una ciudad en la cual yo nunca he estado en esta vida despierto”. Cortázar era, a la vez un humanista culto que un explorador de los mundos ocultos, lo cual se pone de manifiesto en su pasión por la obra de Edgar Alan Poe, por ejemplo, y por el toque de ultratumba que tienen muchos de sus cuentos como Casa tomada, por ejemplo.

Las preguntas que dan origen a este libro de ensayos buscan escudriñar en las facetas más ultraterrenas del escritor, como por ejemplo: “¿Cómo imaginaba ese trance postrero? ¿Cuál era su idea de trascendencia? ¿Cómo evolucionaron sus creencias religiosas tras el contacto con el orientalismo y qué papel desempeñaron en su conversión al socialismo? ¿Por qué pretendía ser un vampiro? ¿Qué experiencias lo llevaron a desestimar la casualidad?” Fascinantes preguntas y no dudo que las respuestas sean interesantes.

Cortázar, por otro lado – dice Solares – es un autor excelente para enamorar a los jóvenes con la literatura: "Me gustaría pensar que si se inician con Cortázar, el escritor, solito, se encarga de meterlos de cabeza en la literatura y ya no pueden salir de ahí".

Imagen de Julio Cortázar está prologado por Gabriel García Márquez quien, no solamente es una cortazariano irredente como dice una nota periodística, sino que fue uno de los mejores amigos del argentino. En el prólogo expresa que el libro de Solares le hizo sentir cuán vivo está Cortázar entre nosotros.

Si. Está en la habitación de al lado.

4.10.08

Cazador de sátrapas

Por Pedro Escribano
La República, Lima, 04/10/08

El escritor Maynor Freyre en cien páginas ha intentado sintetizar el fujimontesinismo que padeció el Perú recientemente. Par de sátrapas (Ed. San Marcos) es la breve novela que busca dar cuenta de cómo el poder deja a su paso abuso, muerte y corrupción.

–Tu novela abre con dos epígrafes: de Mao y de Vargas Llosa. ¿Como reúnes a disímiles?

–Bueno, esto en realidad es un juego porque Mao, como tú bien sabes, no dejó que florezcan las cien flores, porque en un momento dado de la revolución cultural ya no quería que se escuche a Beethoven o Mozart, etc. Es decir, él no llegó a cumplir pero con los años sí ha cumplido. Ahora en China hay una gran apertura, en cambio Vargas Llosa dice que hay política en sus novelas. Claro, también tiene novelas ligeras. Con todo, yo lo pongo porque él es el escritor que más novelas políticas ha escrito y ahí supera a los de Narración, que siempre tuvieron como postulado escribir novelas políticas.

–Con Par de sátrapas recreas el periodo fujimontesinista. ¿Llevas la realidad a la ficción, o al revés?

–La realidad a la ficción, porque yo siempre me he sentido un reportero. Recuerdo a Gay Talese, a quien enviaron a entrevistar a Frank Sinatra, pero en vez de entrevistarlo, le siguió los pasos. Entonces, yo me meto a una casa ficticia, inventada, de Fujimori, y creo una relación con su familia, que yo no conozco, y ficciono. Yo he investigado. Al principio, él no fue así. Su partner, el otro sátrapa y el poder lo van cambiando.

–La novela más bien enfila en retratar lo que es el poder….

–Claro, eso es lo que yo intento. Intento ver cómo se reúne un grupo de gente en torno al poder, cómo los militares se juntan y se juntan, porque son de la promoción del Doc, el sátrapa, y entonces hay uno, Renato el Hermoso, que todos sabrán de quién se trata, quien, además, al comienzo se burla de Fujimori. Pero después Fujimori toma lo malo de la criollada limeña; engaña y estafa.

–¿No es un peligro tomar la realidad inmediata y hacer un remake en que la ficción tiene poco que participar?

–No, porque yo he trabajado ocho años, al principio pensaba hacer una novela de tres tomos, pero lo sinteticé a cien páginas. En esta síntesis, en este compendio, lo que yo trato es de reflejar no tanto un momento de la historia peruana, sino los extremos del abuso de poder, y el abuso de poder existió siempre en nuestro país.

–En tu trabajo narrativo siempre hay un peso social, el peso de la realidad.

–Esta novela es también un reportaje, pero es un reportaje ficcional evidentemente, pues utilizo todos los elementos que el periodismo me enseñó, inclusive hago zapping, la cuestión esta de cambiar el canal de la televisión, y el otro modo es "el ojo avizor", porque voy contando cosas que en realidad pasé –son casi autobiográficas–. Voy remendando la novela con estas dos vertientes.

1.10.08

Los minutos contados

Por Raúl Rivero
El Mundo, Madrid, 20/9/08


En Lima, una ciudad donde sólo la poesía es más constante que la garúa, se lee por estos días un nuevo libro del poeta Juan Cristóbal. Los versos de este limeño de 67 años vuelven a los lectores con la misma carga de decepción y tormento que ha marcado toda su obra, pero aliviados por su título tramposo: Para olvidar la muerte.

El libro ha llegado como para reafirmar el espacio que abarca en la literatura peruana contemporánea un hombre que tiene publicados 20 poemarios, varios textos sobre periodismo y una solitaria colección de cuentos que se llama Agüita é coco.

Juan Cristóbal camina por el Perú y el mundo con el nombre de José Pardo del Arco y es profesor universitario y periodista. En 1963 apareció, ilusionado y joven, con un cuaderno de versos titulado Cantual. Y, al finalizar la década de los setenta, se había establecido en aquellas plazas espinosas con otros tres libros memorables: Difícil olvidar, El Osario de los inocentes y Estación de los desamparados.

El caso es que Para olvidar la muerte, esta nueva selección de poemas de Juan Cristóbal, se recibe en algunos ámbitos literarios peruanos con serenidad, reflexiones y halagos. Con una satisfacción a duras penas contenida.

Desde el Instituto Latinoamericano de Escritores de Nueva York, el poeta Isaac Goldemberg me hace llegar unas notas donde se dice que el libro muestra la lucidez y dominio de un poeta mayor.

Juan Cristóbal asume con desencanto y ternura la verdad universal de que todos los días nos morimos un poco. «Morir, para el poeta, es tener a diario una dolorosa existencia y desgraciadamente tener una conciencia lúcida para entender que la vida es una forma de caminar hacia la muerte... La realidad total es de por sí alucinante, de modo que lo que hace es traducir ese mundo tan rico en fulgurantes metáforas, fruto de su madurez y constante ejercicio literario», explica la reseña de Goldemberg.

La poesía de Juan Cristóbal ha tenido siempre un parentesco reconocido con el surrealismo. Eso le ha dejado en la superficie del verso una mano de pintura familiar, unos tonos buenos para identificarla con esa corriente y facilitar el trabajo de los hacedores de manuales. Muchos críticos, los que no creen en la opinión certera a primera vista, se han detenido con inteligencia en los contenidos. Han visto en el intercambio de sus sueños y en su empeño por dar testimonio de la vida -por contar lo vivido- los signos más fuertes y definitorios de su obra.

Dejo aquí unos versos del libro que, entre otras argucias, trata de olvidar la muerte con este repaso de la vida: «Este es el principio final de mi destino/ la declaración permanente e invariable de mi vida/ la transparente oscuridad agonizante de mis versos/ la debilidad atroz de mis deseos y anhelos cotidianos/ convertidos en una fórmula de amor y en una ganzúa sin remedio».

28.9.08

Biografía de Luis Hernández

Durante décadas envuelto en un manto de misterio y elevado a la categoría de mito literario tras su prematura muerte, Luís Hernández (Lima, 1941 – Buenos Aires, 1977), quizá el poeta peruano más original e inclasificable, que durante años edificara una intensa y lúdica obra poética titulada Vox Horrísona en cuadernos escritos a plumón, que llenaba de dibujos para después regalarlos a propios y extraños, se convirtió en un poeta culto para cientos de jóvenes.

La playa, el sol, los colores (lila, azul), la neblina, su barrio de Jesús María, los bares, la neblina, la música, todo esto, que constituía para Hernández su "material temático cromático" tal como él mismo decía, fue forjando el universo fascinante que aún hoy, a treinta años de su partida física, seduce y decide las vocaciones artísticas de chicos y chicas que reconocen en Hernández a un creador insólitamente cercano y actual y a quien de manera natural llaman "Luchito".

El joven periodista Rafael Romero Tassara, ha compuesto una exhaustiva y magistral biografía titulada La armonía de H. Vida y obra de Luís Hernández Camarero tras cuatro años de investigación en archivos públicos y privados y más de medio centenar de entrevistas a los familiares, amigos del poeta-médico.

La edición, publicada por Jaime Campodónico Editor, incluye fotografías inéditas y documentos nunca antes vistos, cedidos por la familia del poeta. Y como broche de oro, se añade al libro una reproducción facsimilar de una libreta-calendario, la llamada Libreta Bayer guardada por treinta años y que el poeta utilizó, a manera de obra abierta, para escribir sus poemas en sus clásicos trazos a plumón.

La armonía de H. Vida y obra de Luís Hernández Camarero será presentada por el académico Camilo Fernández Cozman, el poeta Luís La Hoz y el músico Manongo Mujica. La cita es el martes 30 de septiembre, a las 7 de la noche, en la sala "Juan Mejía Baca" de la Biblioteca Nacional del Perú (Av. de la Poesía 160, San Borja, esquina Av. Javier Prado y Aviación).

27.9.08

El héroe de Berlín

Por Enrique Congrains Martin.
La República, Lima, 27/09/08


Esta nueva novela del peruano Carlos Meneses tiene como pretexto argumental la hazaña de un corredor limeño, el "pavo" José Medina, en las Olimpiadas de Berlín en 1936, en donde estuvo a un tris de alzarse con la medalla de oro.

De los diecisiete capítulos de la novela, el más original es el primero: una voz invisible o incorpórea le advierte al autor las dificultades implícitas en su proyecto literario-biográfico: "Pero, te advierto, te será difícil desentrañar una vida tan enredada como la de él", (pág. 11); "Te las vas a ver negras para reunir gente que pueda entregarte datos de primera como se dice en el ambiente de la prensa", (pág. 12), todo lo cual se debe entender porque el narrador, o sea Carlos Meneses, emprende su tour de force cuarenta años después de las Olimpiadas de 1936 y además con el agravante de no haber conocido nunca al protagonista.

Es que este "héroe de Berlín", tiene mucha madera para tallar la arquitectura de todo un personaje: surgido de las capas más paupérrimas de Lima, primero se encumbra deportivamente ante los ojos, más que del mundo, de su patria. Y al retornar a su tierra, cargado de fama, emprende un periplo empresarial exitoso, que es un testimonio de la movilidad social peruana.

Esta reconstrucción de la vida y hazañas del personaje se hace a base de entrevistas con personas (hombres y mujeres), que conocieron y tuvieron alguna relación con don José, porque los logros empresariales, una empresa de pompas fúnebres, otra de transporte interdepartamental, una inmobiliaria, y también la de promotor de vedettes, le dieron el lustre del "don José" a quien sólo había sido un José Medina a secas, como que su cuna fueron los Barrios Altos de Lima.

La novela está repleta de referencias a personajes de la época: futbolistas como Lolo Fernández, militares devenidos en políticos como Manuel A. Odría y Zenón Noriega, bailarinas como Betty de Roma, literatos como José (Pepe) Durand, periodistas como Guido Monteverde, entre muchos otros, lo cual le da un toque de verismo.

Pero en este territorio ambiguo donde confluye lo rotundamente historiable con la dosis de inventiva impuesta por el talento del autor, lo que al final queda (aparte de ese retrato mural de la Lima bohemia), es la enorme simpatía (pero no compasión) de Carlos Meneses por todos sus personajes, el protagonista y su amante Eduviges, y toda la cohorte de personajes secundarios.

Si el proyecto del autor fue reconstruir una Lima que ya se fue (y que nunca volverá a ser lo que fue), y mostrar las vicisitudes de un arribista (eso es lo que fue no José Medina sino don José), creemos que tanto el autor como la obra han salido airosas de esta maratón literaria a través de la pluralidad de voces-testimonios, y en donde lo más logrado sea, tal vez, la mesura con que Carlos Meneses va anudando los sucesos y va tejiendo la trama vivencial de alguien que, como todos, además, no le "gana la partida a la muerte", (pág. 17).

25.9.08

Un inédito de Rimbaud

Por Marco Antonio Campos
La Jornada Semanal, Ciudad de México, 21/09/08


El descubrimiento de un texto inédito en libro de Rimbaud en una librería de viejo de Charleville por Patrick Taliercio, cineasta francés de treinta y dos años de edad, ha conmocionado a los rimbaudianos. El texto, que en algo hace recordar el cuento “La nariz”, de Gogol, es una fantasía bufa y recrea un sueño del canciller alemán Otto von Bismarck en el período de la guerra franco-prusiana. Más allá de que el texto sea bueno o no, recuerda el espíritu del adolescente Rimbaud que simpatizó con la Comuna.

El azar coopera en ocasiones más que las indagaciones exhaustivas. A pocos poetas les han escudriñado tanto la vida como a Rimbaud. Parece increíble que a biógrafos excepcionales, que han buscado como detectives de novela clásica policial hasta el ínfimo o lateral detalle, como Petitfils, Matarasso, Borer, Lefrère y Steve Murphy, se les haya ido este texto. En un reportaje-entrevista publicado el 28 de mayo por la periodista Nathalie Vandystadt, del diario belga francófono Le Soir, Taliercio cuenta a la entrevistadora que desde 2005 prepara un filme sobre el joven ardenés, pero no de carácter histórico, sino de viva actualidad. La pregunta que Taliercio quiere hacerse en el filme es la siguiente: “¿Sería posible en nuestra época la carrera artística de Rimbaud?” No deja de ser interesante asimismo que en el filme Taliercio busque escapar de la visión sesentayochesca (soixante-huitarde) en la que se ha encasillado en las últimas décadas al ardenés.

En Charleville le ocurrió a Taliercio lo que le pasa a todo el que visita la ciudad: la mayoría de los habitantes detesta al hijo más célebre. Inclusive el único busto que hay de Rimbaud en el parque de la estación es como explorador y no como poeta. Cuando develaron el busto, la madre de Rimbaud, Vitalie Cuif, no tuvo alma para asistir, y al caminar después por el sitio evitaba pasar cerca del busto. En una de las esquinas del parque estaba el Café de l' Univers, que frecuentaba Rimbaud, y donde vio por última vez en 1879 a Ernest Delahaye, su amigo de infancia y adolescencia, quien le preguntó si no seguía escribiendo poesía. Él repuso: “Ya no pienso en eso.”

Una referencia de paso de Delahaye fue la clave del hallazgo del texto. Delahaye mencionaba un texto periodístico firmado por el adolescente Rimbaud con el seudónimo de Jean Baudry. Ahora sabemos que apareció el 25 de noviembre de 1870, cuando Rimbaud tenía dieciséis años, en el diario Progrès des Ardennes. Taliercio lo encontró el pasado 26 de marzo. Durmió el sueño de los justos cosa de 137 años y cuatro meses.

La fantasía, que es también sátira, se publicó en los días de la segunda fuga de Rimbaud de la casa materna. En ese tiempo Rimbaud quería ser periodista. Rimbaud huye y se dirige a la ciudad minera belga de Charleroi. Escribe en el camino dos poemas “Le dormeur du val ” y “ Le cabaret vert. ”

A una pregunta de Nathalie Vandystadt, Taliercio responde: “Yo no creo que Rimbaud en la actualidad quisiera ser periodista.” Esas son cosas que no vienen al caso y que ni él ni nadie pueden responder.

He aquí el texto.

El sueño de Bismarck

(Fantasía)
Arthur Rimbaud (Jean Baudry)


Es el atardecer. Bajo su tienda de campaña, lleno de silencio y de sueño, Bismarck, un sueño sobre el mapa de Francia, medita. De su inmensa pipa escapa un hilillo azul.

Bismarck medita. Su pequeño índice ganchudo anda, sobre el papel vitela, del Rhin al Mosela, del Mosela al Sena. Imperceptiblemente con la uña rasga el papel alrededor de Estrasburgo: pasa más allá.

En Sarrebruck, en Wissembourg, en Woerth, en Sedán, tiembla, el dedito ganchudo: acaricia Nancy, rasguña Bitche y Phalsbourg, raya Metz, traza sobre las fronteras pequeñas líneas quebradas –y se detiene...

¡Bismarck ha cubierto triunfante con su índice la Alsacia y la Lorraine ! ¡Oh! ¡Qué delirios de avaro bajo su cráneo amarillo! ¡Qué deliciosas nubes de humo exhala su pipa venturosa!... Bismarck medita. ¡Vaya! Un grueso punto negro para detener el índice bullicioso. Es París. Entonces, la uñita malvada, raya, raya el papel, aquí y allá, rabioso, al fin, por detenerse... El dedo queda allí, mitad plegado, inmóvil.

¡París, París! El buen hombre ha soñado tanto con los ojos abiertos que la somnolencia se apodera de él: su frente se inclina hacia el papel. Maquinalmente, la hornilla de la pipa escapa de sus labios y cae sobre el innoble punto negro...

¡Huy! Povero. Abandonando su pobre cabeza, su nariz, la nariz de M. Otto de Bismarck se ha hundido en la hornilla ardiente... ¡Huy! ¡Povero! ¡Va povero! En la hornilla incandescente de la pipa... ¡Huy! ¡Povero! El índice está sobre París... ¡Terminado el sueño glorioso!

¡Esta nariz del viejo primer canciller era tan fina, tan espiritual, tan feliz! ¡Escondan, escondan esta nariz!...

Y bien, querido mío, cuando, para compartir el plato de col fermentada real, usted entre de nuevo a palacio

(líneas faltantes)

¡Y he allí! ¡Habría que soñar despierto!

(Traducción de Marco Antonio Campos)

21.9.08

La fe los traidores

Por Luciano Piazza
Radar Libros, Página/12, Buenos Aires, 14/09/08


La primera novela de Gabriel Pasquini es un recorrido a lo largo de la conciencia revolucionaria del siglo XX. Y esa conciencia es narrada a través de los cuadernos de protagonistas de la militancia: uno en los años ‘20, cruzando el océano para una misión encomendada por la Internacional con el objetivo de fundar el comunismo en América; el otro, un guerrillero de los ‘70 escribiendo desde una isla en el Delta las memorias de la derrota desde el nuevo contexto democrático. Ambos personajes han entregado su identidad y su destino a una conciencia revolucionaria marcada por la impronta de la lectura histórica. La Historia y la Revolución piensan en ellos, y la otra historia, la de los hechos que desoyen teorías y desmantelan mitos, los contradice. Desde esa contradicción se construyen sus preguntas constitutivas y, entre pregunta y pregunta, emergen viejas tramas en busca de nuevas respuestas.

El tono del romanticismo decimonónico introducen a Vittorio, un revolucionario comunista de los años ‘20. Su historia se abre cuando necesita encontrar ayuda para su hijo enfermo en el barco que los lleva a él y a su mujer a América. Entre América y Europa, entre el futuro de la revolución y de su secreta misión, y el pasado que contiene las lealtades y traiciones que cruzan el sur y el norte italianos, la Gran Guerra y el Octubre Rojo, la historia –la Historia y su propia historia, la de Vittorio– lo empiezan a perseguir. Por oleadas, van llegando algunas revelaciones insospechadas, giros que ponen a prueba permanentemente su fe revolucionaria. La intriga lleva el relato a tensiones dignas de misterios policiales y, en paralelo, a desengaños entre el amor y la pasión. La gran pregunta de Vittorio es si logrará su misión en América, si logrará hacer flamear esa bandera roja que lleva debajo de su hijo moribundo.

El relato queda allí en suspenso y se encamina hacia los cruces con el desengañado militante de los años ‘70. El contraste de épocas y de géneros es un verdadero acierto en la intención de armar el retrato de las preguntas más actuales sobre la ilusión de un cambio dramático en la política. En las hojas del guerrillero derrotado se lee el otro extremo de la historia. Recapitulando lo que pasó, y qué lo llevó a estar allí vivo pero al fin y al cabo sin causa y sin ejército, es un diario escrito con reflexiones cortas, tramadas con relecturas de escritos latinoamericanos sobre —alrededor de— la revolución.

El barco que llega a América con Vittorio marca no sólo la llegada sino también el comienzo de la izquierda en América. Mientras que los diarios del guerrillero son las notas del final de un proceso convulsionado, aquellas preguntas que la ideología revolucionaria, en plena praxis, no contemplaba. Revolución o muerte, dicotomía que para el sobreviviente se ha transformado en un viejo grito de guerra. Hoy, ¿cuál es la tercera mitad en esa opción? Si su Dios ha muerto, ¿cómo hacer el duelo?

La fe de los traidores se asoma frontalmente, a pesar de su elaborado trabajo literario, a preguntas y tópicos de fondo. No elude preguntas cuya sola formulación —más allá de las respuestas— resultarán incómodas para el sobreviviente, el vencido, el que ha dado todo o mucho de sí por algo que lo trascendía. Esas preguntas caracterizan a estos ejemplares cuya identidad de pronto se ha extinguido por fuerza mayor. La lealtad definía una identidad con la conciencia forjada sobre la idea de que el mundo tal como es sólo puede ser cambiado de manera dramática, drástica, por una revolución. ¿Qué queda para ellos después de la caída del Muro? ¿Qué opciones han quedado para los vencidos? ¿En qué se transforma la identidad, una identidad que de algún modo ha sido entregada por una causa y con la que muchos han encarado los años más importantes de su vida?

Desde esa contemporaneidad indaga Gabriel Pasquini sobre la fe de los traidores, una fórmula enriquecida al final del libro en todo su sentido paradójico e histórico. El cruce de géneros para retratar al unísono el comienzo y el fin de una época, es un paso intermedio pero decisivo para hablar del silencio actual: la incomodidad de estar con vida después de la derrota y el dolor de volverse conformistas con una vida nueva.

13.9.08

Matrimonio desdichado

Por Tomás Eloy Martínez
El Mercurio, Santiago de Chile, 13/09/08


Desde hacía ya muchos años su matrimonio naufragaba en querellas cada vez más ásperas.

La imagen tiene poco menos de un siglo, pero los más oscuros pliegues de la condición humana siguen allí tan vivos como cuando los captó un fotógrafo anónimo, la madrugada del 4 de noviembre de 1910.

La solitaria figura de una mujer madura, encaramada en puntas de pie sobre un cajón de madera, domina la escena. Es Sofía Andreievna, la esposa de León Tolstoi, quien trata de vislumbrar -espiando por la ventana de una cabaña perdida en la estepa rusa- el cuerpo agonizante de quien fue su marido durante 48 años y a cuya cama no puede acercarse por exigencia de los médicos, de los hijos y del propio Tolstoi.

El escritor había huido de su casa de Yásnaia Poliana una semana antes, abrumado por los incesantes requerimientos de Sofía (a la que llamaba Sonia) para que le entregara los manuscritos sin publicar y los diarios íntimos en los que hablaba de ella.

Desde hacía ya muchos años su matrimonio naufragaba en querellas cada vez más ásperas. Marido y mujer veían aquellas trifulcas como "una lucha a muerte" y en verdad lo eran. Se amaban pero la vida en común los estaba destrozando.

Cuando Tolstoi se fugó de la casa familiar sin avisarle a nadie -salvo a su hija Sasha, a quien le pidió que lo acompañara- estaba enfermo de neumonía.

Padre e hija atravesaron los campos helados en un trineo hasta la estación de tren, donde -para despistar- compraron pasajes a pequeños apeaderos de la línea del sur. Tolstoi pretendía pasar inadvertido, pero no tenía idea de su inmensa fama. Cayó derrumbado en un vagón de segunda clase y le pidió a Sasha que le comprara los periódicos. Con horror descubrió que la historia de su fuga era el tema principal de las portadas. Nubes de reporteros seguían el rumbo del tren y los fotógrafos estaban al acecho en las estaciones.

Muy pronto, todos los pasajeros se enteraron de que Tolstoi viajaba con ellos y acudieron en masa a verlo. Sasha les rogó que se fueran para que su padre pudiera descansar. Apenas circulaba el aire en los vagones llenos de humo.

Era ya entonces un gigante lleno de gloria y no habría otro que desatara entusiasmos tan tumultuosos. Ningún escritor, antes o después, conoció como él esos extremos de admiración. Cuando viajaba a Moscú y a San Petersburgo, las calles por las que pasaba estaban alfombradas de flores. Todos los extranjeros de renombre que llegaban a Rusia consideraban incompleta la peregrinación si Tolstoi no los recibía. Gandhi le escribió llamándolo "nuestro titán" y se declaró "humilde deudor de sus prédicas y doctrinas sobre la no violencia".

Aunque desde hacía mucho era el candidato obvio para ganar el Premio Nobel, se apresuró a rechazarlo antes de que se lo dieran. Cuanto más vasta era su fama pública, mayor era también el infortunio de su intimidad. Se había casado en 1862, a los 34 años. Sofía Andreievna acababa de cumplir 18. Los dos tenían temperamentos de hierro y se creían capaces de imponer al otro sus deseos y códigos de vida.

La misma noche de bodas el escritor cometió un error mayúsculo, que desviaría para siempre el cauce de su dicha: le dio a leer a Sonia sus diarios de juventud, en los que contaba con lujo de detalles sus borracheras y lujurias de oficial joven. Creía sinceramente que, al poner al descubierto las flaquezas de su alma, ella podría comprender con quién se había casado y perdonar las heridas futuras. Lo que logró fue abrir las compuertas de un torrente de celos y resentimientos que ya no se detendría.

Dos semanas más tarde, Sonia empezó a escribir su propio diario. Se levantaba en medio de la noche para espiar lo que el marido había escrito e imprudentemente dejaba al alcance de su curiosidad el inventario de los agravios que le adjudicaba. Entonces empezaban las reyertas cada vez más crueles, las acusaciones de infidelidad y desamor. Y sin embargo, los dos se amaban con un ímpetu que no apagaron los años maduros ni la desastrosa convivencia.

Nadie ha contado mejor esa tragedia que William Shirer, el gran periodista que fue testigo del ascenso de Hitler en la Alemania de Weimar y lo narró en un libro clásico, The rise and fall of the Third Reich.

Su obra más personal, sin embargo, es la historia de las borrascas conyugales que atormentaron a los Tolstoi. Lo publicó en 1993, un año antes de morir, con un título expresivo: Love and hatred. The stormy marriage of Leo and Sonya Tolstoy (Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstoi).

De allí ha salido casi toda la copiosa bibliografía sobre el fin de la pareja, incluyendo la noticia del amor crepuscular que Sonia parece haber sentido por el pianista Serguei Tanéiev cuando ella tenía ya 57 años.

Nada estremece tanto, sin embargo, como el relato de la muerte del gran hombre, que yacía solitario en la choza del jefe de la estación de Astápovo, perdido en la blancura de la estepa, mientras su fin inminente acongojaba a millares de lectores y discípulos en los cuatro rincones del mundo.

Expiró a las 6:05 de la mañana del domingo 7 de noviembre de 1910. A Sonia no se le permitió entrar sino minutos más tarde, cuando ya todo había pasado. A la intemperie, bajo los hilos de nieve que no cesaban de caer, los campesinos cantaban un antiguo himno funerario, "Memoria eterna".

La esposa lo sobrevivió nueve años, suplicando en su diario que el mundo la recordara con indulgencia.

8.9.08

La doble vida de Mankell

Por Mariana Enriquez
Radar Libros, Página/12, Buenos Aires, 07/09/08


Henning Mankell parece vivir dos vidas. En una reside en Estocolmo y es el creador de Kurt Wallander, el gran detective literario de estos tiempos (el que protagoniza novelas ya clásicas como Los perros de Riga o El hombre sonriente). En la otra, es dramaturgo y director del Teatro Nacional Avenida de Maputo, Mozambique, el país donde pasa gran parte del año, y al que también considera su hogar. Mankell ha dicho que esta vida dividida entre uno de los países más ricos del mundo y uno de los más pobres es en realidad sólo una: una vida completa. “Soy como esos pintores que deben pararse frente al lienzo cuando terminan un cuadro, para verlo de lejos. Mi existencia tiene ese movimiento. Algunas cosas sólo pueden verse a distancia, con cierta perspectiva.”

Esa perspectiva, dice, le permite escribir policiales que cuestionan la moralidad, la justicia y las responsabilidades del capitalismo, y se la ha dado el hecho de vivir en Africa. Mankell llegó al continente a los 22 años. Poco después se mudó a Zambia y finalmente se instaló en Mozambique, en 1987, ya como director del teatro Avenida. Es un escritor prolífico y un hombre hiperactivo, con más de cuarenta libros publicados (apenas nueve pertenecen a la saga del detective que lo hizo famoso). Y, además, es un ferviente difusor de los problemas africanos, especialmente del drama del sida que asola al continente. “Muchos críticos creen que el desengaño y la depresión que se traslucen en las novelas de Wallander provienen del clima frío, húmedo y triste de Suecia, de cierta melancolía genética que tendríamos los suecos. Pero no: provienen de conocer Africa, de saber que lo peor de este mundo es que hay mucho sufrimiento innecesario.”

Moriré, pero mi memoria sobrevivirá. Una reflexión personal sobre el sida es un texto breve en el que Henning Mankell ofrece su perspectiva sobre la epidemia y básicamente intenta difundir la existencia de los memory books o “libros de recuerdos”, pequeños cuadernos armados artesanalmente por enfermos de sida moribundos, donde ellos cuentan sus propias vidas. Lo hacen sobre todo para sus hijos, para que no los olviden. En algunos casos, los autores de libros de recuerdos confeccionan varios, uno para cada hijo, o para otros miembros de sus familias. Escribe Mankell: “No sé cuándo oí hablar por primera vez de los libros de recuerdos. Pero cuando ocurrió, comprendí de inmediato que debía saber más sobre ellos. Esos libros, esos pequeños cuadernos con fotografías pegadas en sus páginas y con textos escritos por personas que apenas dominan el alfabeto, podrían convertirse en los documentos más importantes de nuestro tiempo”. Así, para conocer estos libros, Mankell recorre Uganda y conversa con mucha gente, aunque en Moriré... aparecen sólo tres de sus interlocutores: una maestra y madre joven llamada Christine, su amiga Gladys y Moses, un hombre ya mayor que le habla de los primeros casos de sida en Kampala, a principios de los años ’70. Entre las conversaciones y el armado de los libros, Mankell recuerda su propio terror ante el sida incluso cuando no tenía posibilidades reales de estar infectado, y es brutalmente honesto en su exposición del miedo que lo sobrecoge cuando considera la posibilidad de llevarse a la cama a dos prostitutas jóvenes, en Zambia, o cuando espera los resultados de su test. También se indigna cuando da cuenta del increíble afán de lucro de los laboratorios, que no brindan drogas gratis para Africa, y cuando piensa en la precariedad que siempre acompaña a la miseria. “Padecer el sida en Suecia o en un país como Uganda son dos cosas totalmente distintas. El sida suele conllevar terribles dolores, difíciles de mitigar y más aún de erradicar. En un país pobre faltan recursos, incluido el de los especialistas médicos necesarios para mitigar el dolor.” O cuando cuenta el destino que tuvo el ataúd de utilería usado por su teatro para la representación de la obra Aquí no paga nadie, de Dario Fo: fue usado para sepultar a una joven prostituta enferma de sida de 17 años, que vivía en la calle y pedía comida.

Los mejores momentos de este breve y conmovedor libro ocurren cuando Mankell deslumbra y lastima como narrador. Entonces la denuncia y la indignación dan paso a párrafos inolvidables, más impactantes que cualquier cifra: “La primera vez que vi a una persona que, con total seguridad, tenía sida, fue también en Zambia. Era un joven que, con paso vacilante, se apeaba de un autobús abarrotado de gente, en Kabompo. Cayó al suelo a los pies de las personas que lo esperaban en la parada. Lo llevaron al hospital en una carretilla. Estaba en los huesos. Dos días después, murió. Había tenido el tiempo justo de viajar desde su casa, en Kitwe, hasta la de su madre, para morir a su lado. Se llamaba Richard y tenía diecisiete años. Fue en 1988. Y, con total seguridad, no era homosexual”.

Así, con recuerdos, retazos de sueños y fragmentos de conversaciones recogidos en más de treinta años, Henning Mankell trata de, como lo define en el prólogo el arzobispo Desmond Tutu, “hablar claro, y sobre todo hablar en nombre de aquellos que no pueden hablar por sí mismos”. Y también confiesa su esperanza de que los huérfanos del sida, que en 2003 –cuando se publicó originalmente este texto– sumaban trece millones, no tengan que escribir esos bellos y desesperados “libros de recuerdos”.