19.9.09

Era lesbiana: ¿qué hacemos?

Benjamín Prado
Babelia, El País, Madrid, 19/09/2009


En su país, Gabriela Mistral está por todas partes, tal vez porque así se puede esconder a Neruda detrás de ella: a la hora de elegir escritor nacional entre los dos premios Nobel de Literatura, la autora de Tala o Lagar, que lo ganó en 1945, es menos comprometedora que el de Residencia en la tierra, que lo obtuvo en 1971 y que sigue siendo un personaje controvertido a causa de su militancia comunista. Así que mientras él parece algo recluido en sus casas-museo de Isla Negra, de Valparaíso y de la capital, su colega y amiga mantiene una presencia pública extraordinaria. Como ejemplo, podemos decir que su cara protagoniza los billetes de 5.000 pesos y que el Centro Cultural que se acaba estos días en Santiago de Chile, construido para celebrar el bicentenario del país en el año 2010 y que presume de ir a ser el más grande de América, también lleva su nombre. Que, por cierto, era tan falso como el del propio Pablo Neruda: en realidad, uno se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y la otra Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Si pronuncias seguidos esos once nombres y apellidos, te sale un equipo de fútbol entero.

Ahora, la parte más reaccionaria de la sociedad chilena, la que aún pasea con orgullo por la céntrica avenida 11 de Septiembre, en Santiago, bautizada de ese modo para conmemorar la fecha en que los militares golpistas derrocaron a Salvador Allende, se hace cruces ante la polémica que ha propiciado la aparición del libro Niña errante. Cartas a Doris Dana, en las que quedan claras las preferencias sexuales de la autora de Desolación. Hace poco, el semanario The Clinic incluyó en su portada una foto a toda plana de Gabriela Mistral y este titular irónico: "¡Era lesbiana! ¿Qué hacemos?". Y no parece que ése vaya a ser el último episodio que obligue a replantear su biografía, porque se sabe que la parte inédita de su poesía, que también estaba en poder de su novia y albacea norteamericana, fallecida en el año 2006 en Florida, duplica la publicada y es muy explícita en sus contenidos.

La correspondencia reunida en Niña errante, que ha salido en Chile en el sello Lumen, se lee como si fuera una novela que cuenta la hermosa historia de amor de estas dos mujeres, que se conocieron en Nueva York tras una conferencia que dictó allí Mistral, al año siguiente de haber sido galardonada por la Academia Sueca, y que compartieron parte de sus vidas en equilibrio entre el amor, el deseo, los celos y la distancia, esto ultimo porque la joven Dana, que también escribía poesía, aunque de forma esporádica, tenía que pasar gran parte de su tiempo en Estados Unidos, lo cual desesperaba a su famosa amante, quien al final consiguió que el Gobierno de su país la nombrase cónsul en Nueva York, para poder estar juntas.

En el libro, conocemos los problemas de salud de la pareja, que hacía difícil que la preciosa Dana, una joven que guardaba un parecido asombroso con la actriz Katharine Hepburn, acompañase a Mistral a sus viajes, como ella quería. También vemos cómo crece su amor. "Desde que te fuiste yo no río y se me acumula en la sangre no sé qué materia densa y oscura. Yo no puedo saber aún, amor mío, lo que ocurra conmigo a lo largo de los sesenta días de nuestra separación. (...) Estoy viviendo la obsesión, amor. (...) Yo no sabía hasta dónde eso -lo vivido- ha cavado en mí, hasta dónde estoy quemada por ese punzón de fuego, que duele igual que la brasa ardiendo sobre la palma de la mano", escribe Mistral a Dana, y ésta responde: "Mi amor. Todo lo bonito me habla de ti. ¡Siempre tú estás conmigo! (...) Veo el cielo y pienso: este mismo cielo toca la cabeza de mi querida. (...) Yo me pongo en el viento y en la lluvia para que puedan abrazarte y besarte por mí".

También hay momentos de desconfianza, y reproches con los que Gabriela le hace saber a Dana "el infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días", o le dice: "En cuanto a tu miedo de perderme, tu falta completa de confianza, yo no me merezco eso, que me da un poco de cólera y un mucho de tristeza, casi de amargura. Yo no soy una sinvergüenza, no, mi amor, yo no soy eso que tú imaginas. Soy una desgraciada si tú sigues sin tener fe en tu Gabriela". Las cartas siempre están firmadas así, pero es curioso que en muchas de ellas Mistral hable en masculino: "Soy arrebatado, recuérdalo, y colérico, y torpe. Por favor, no vuelvas nunca a sufrir así, a padecer por mi culpa, tienes que saber que así me das una enorme vergüenza de mí mismo".

La poeta ayudaba económicamente a su compañera, y parte del epistolario lo ocupan los cheques que le anuncia Mistral que va a mandar o la oferta de que se quede con la renta que produce una casa que tiene alquilada en Monrovia. Pero, sobre todo, Niña errante demuestra la desesperación de un amor acosado por las separaciones. "Tengo ganas de morirme, porque dudo de que vuelvas", le escribe Mistral a Doris Dana; y hacia el final del libro, cuando demasiados asuntos domésticos rodeaban ya su paraíso, le da instrucciones para que cuide sus cuentas, y le dice: "Te encargo que tú veles porque yo tenga siempre en caja el valor de lo que cuesta un entierro en tu país. No quiero cargarte a ti con ese gasto grande".

Gabriela Mistral murió en Nueva York, en febrero de 1957. Su novia la sobrevivió cincuenta años, y custodió su legado hasta su fallecimiento. Sólo entonces su sobrina donó al Gobierno chileno los cuarenta mil documentos que forman el legado inédito de la autora de Lagar, en el cual estaban incluidas estas cartas.

12.9.09

La poesía como destino

El poeta Marco Antonio Corcuera nació en Contumazá el 19 de noviembre de 1917 y falleció en Trujillo, el 9 de setiembre del 2009. Es hermano de Óscar y Arturo Corcuera.

Si se tratara de definir la personalidad de Marco Antonio Corcuera, bien podría decirse que fue un peruano esencial, un poeta vital comprometido con el destino cultural y social del Perú. Dirigió la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, que luego de editar siete números en Lima, pasó a publicarlos en Trujillo, habiendo alcanzado un total 60 números (1951-1980). Fue hijo de Teodosia Díaz Alfaro y de Oscar E. Corcuera Florián.

Marco Antonio, es hermano del poeta Arturo Corcuera y el pintor Oscar Corcuera Osores. Su infancia transcurrió en las haciendas Cachil y el Salario. Estudió primaria en la Escuela de Varones No 101 de Contumazá, después en el Centro Educativo Pedro M. Ureña “Centro Viejo 241” de Trujillo. Cursó secundaria en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, estudió en la Universidad Nacional de Trujillo donde realizó parte de sus estudios de Derecho y los concluyó en la Universidad de San Marcos, graduándose como abogado en la Universidad Nacional de Trujillo (1945).

En 1960 creó el concurso El Poeta Joven del Perú, el mismo que no solo consagró a nuevos poetas peruanos, sino que además y con el correr del tiempo, se convirtieron en importantes voces de la poesía peruana. Desde que publicó su primer libro Sendero junto al trino (1979) hasta Siembra de caminos (1998), su poesía se caracteriza por una permanente economía de palabras, siempre llena de paisajes y estrechamente ligada a una preocupación esencial: el incierto destino del ser humano.

Abogado y poeta, animador cultural y dueño de una extraordinaria calidad humana, hombre de leyes y creador insomne. Cuánto habrá luchado contra una sociedad cada vez más ajena a los dones de la cultura. En fin, la fecunda y batalladora existencia de Marco Antonio Corcuera, ha llegado hasta el final del camino, pero ha dejado un invalorable legado para los nuevos poetas: Es preciso renovar el lenguaje, ser siempre un insurrecto de la semántica, escribir una poesía nueva y distinta. El poeta no puede ser un conformista, debe ser un ser dotado de talento y ética, jamás un repetidor de los cánones oficiales, inútilmente consagrados.

(Fuente: La Primera, Lima, 12/09/09)

6.9.09

El grito de Trotski

Javier Goñi
Babelia, El País, Madrid, 05/09/2009


En agosto de 1940, Trotski en su casa-fortaleza de Coyoacán, en México DF, ultimaba un libro sobre Stalin, que dejó inacabado; incluso la introducción: "La primera cualidad de Stalin era una actitud despectiva hacia las ideas. La idea había...", y ahí se quedó, pues como es sabido el 20 de agosto un tal Frank Jacson o Jacques Mornard, en realidad el comunista español Ramón Mercader del Río, le asesinó clavándole en la cabeza un piolet (Padura) o un zapapico (según Julián Gorkin, autor del muy célebre, por razones que ahora no hacen al caso, Cómo asesinó Stalin a Trotsky). Me detengo en Gorkin: en la contracubierta de una edición barata de 1965, se escribe: "...la obra es una verdadera novela de acción, cuya base real hace más dramática esta historia". Esta historia, el asesinato de Trotski, es lo que cuenta Leonardo Padura, autor de una estimable serie policiaca, en la que radiografía moralmente -quédense con el adverbio- Cuba. El hombre que amaba a los perros es, sí, el relato pormenorizado del asesinato de Trotski, contado con gran nervio narrativo -es en sí misma una apasionante novela de lealtades, u obediencias: no es lo mismo, y traiciones, y también, claro, una película: la hizo Losey en 1972-; es también una pormenorizada reconstrucción de los últimos años de la vida errante de Trotski, presintiendo que Stalin le alcanzaría; y es, por último, la historia de un joven cubano, Iván, para quien la vida es un callejón sin salida y que conoce en 1977, en una playa, a un hombre que amaba a los perros, que pasea dos viejos galgos rusos, dos borzois, esos animales que tanto amó -también- Trotski, como ama -también- el cubano a los perros en general. Ese misterioso español, enfermo y abandonado, le confía su secreto; el lector ya lo adivina enseguida, Iván tarda más: es Ramón Mercader, quien falleció en Cuba en 1978. Los perros, pues, con una insistencia que a mí no me acaba de convencer, unirán las tres historias y con las tres Padura ha escrito una ambiciosa novela, que se lee con mucho interés, aunque tal vez se hubiera beneficiado con una mayor capacidad de síntesis. La parte del Trotski huyendo es muy prolija, como si Padura no hubiera acertado al manejar la mucha documentación; la parte de Mercader no se libra tampoco de un exceso de datos, aunque es la que mejor fluye; y, por fin, la parte cubana, con la que Padura está comprometido moralmente, es por sí misma una novela: es acertado ese "efecto mariposa" de la utopía socialista y cómo aquella barbarie estalinista acaba, tantos años después, tantos sueños rotos después, tanta sangre derramada después, perjudicando las vidas anónimas como las de Iván o Ana, su mujer, también ella amaba a los perros. El único pero, pues, aunque estructural, que cabría hacer es éste, que nos da seiscientas páginas, donde caben tres novelas, y el total se resiente algo. En cambio, la ambición se le reconoce.