31.5.08

Los espejos de Galeano

Por Armando G. Tejeda (Corresponsal)
La Jornada, Ciudad de México, 30/05/08


Madrid, 29 de mayo. A sus 63 años, Eduardo Galeano se dedica a diario a intentar resolver el mayor desafío del lenguaje, sabedor de que eso es “imposible”: utilizar en sus textos únicamente las palabras que sean mejores que el silencio. Desde esa voluntad de depuración del idioma, el escritor uruguayo escribió su libro más reciente, Espejos: una historia casi universal (Siglo XXI), en el cual mediante 600 historias breves ofrece un panorama inquietante sobre el devenir del mundo y la historia de la humanidad.

En entrevista con La Jornada, Galeano levanta la voz ante el “sistema mundial de dominio que nos está llevando a todos al matadero o al manicomio”. Ante el empecinamiento del ser humano por “mutilar” el arco iris terrestre con “el racismo, el machismo, el elitismo y el militarismo”.

–Da la impresión de que con este libro se ha vaciado, ha volcado el conocimiento, las lecturas y los aprendizajes acumulados a lo largo de su vida.

–Creo que sí. La idea era reunir en un solo libro estas 600 historias o relatos que viajan por el mundo y por el tiempo sin límites, sin fronteras. Y van y vienen por el mapa del mundo y por el del tiempo. Y sí que recogen una experiencia de toda la vida, muchas lecturas y muchas preguntas. Sobre todo recoge las preguntas que yo me he ido formulando a lo largo de mi propia vida. Desde que era chiquito e iba a la escuela y la maestra me decía que el vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio los dos océanos desde una cumbre de Panamá. Y yo levantaba la mano y le decía: “Señorita, señorita, entonces los que vivían ahí eran ciegos”. Y ella me echaba de la clase por insolente. Y las preguntas que después me fui formulando, que se fueron quedando y esperando respuestas que fueran a su vez nuevas preguntas. Por ejemplo, otra que abre el libro, cuando pregunto que si Adán y Eva eran negros, porque si el viaje humano empezó en África, desde ahí partieron nuestros abuelos a la conquista del planeta y el Sol fue el que hizo el reparto de todos los colores, pues somos todos africanos y somos todos emigrados. Es bueno recordar ahora que todos somos africanos emigrados, ante tanta demonización que hay de la emigración como si fuera un crimen. Pero sí, también es un libro de las preguntas incómodas. Yo siempre digo que una buena respuesta es una fuente de nuevas preguntas, así que el libro está escrito por un preguntón, por un curioso, que quiere despertar curiosidad en quien lo lee.

–Esas 600 historias, contadas así, de manera aparentemente inconexa, ¿es porque también pretendía llamar la atención ante la anarquía que hay en el mundo y en la historia de la propia humanidad?

–Sí, pero que están atadas por hilos invisibles que hacen que esa aparente desconexión no sea más que una expresión de la diversidad de la vida humana, de la historia y de la presencia dominante en esa diversidad de los negados por la historia oficial. Que es una historia que sacrificó, que mutiló el arco iris terrestre. Siempre digo que el arco iris terrestre tiene más colores que el celeste. Es mucho más bello, más fulgurante, pero ha sido mutilado por el racismo, el machismo, el elitismo, el militarismo… Entonces no somos capaces de vernos en toda nuestra plenitud asombrosa, en toda nuestra prodigiosa capacidad de hermosura. El libro rinde homenaje a la diversidad humana y a la diversidad de la naturaleza, de la que también formamos parte. Entonces en apariencia puede parecer inconexo, pero cuando uno se mete a leerlo está armado de tal manera que hay muchísimo trabajo detrás. Es como un río que corre a veces por debajo de la tierra, otras por arriba, pero que nunca deja de correr. Es un solo flujo de un río de muchos ríos.

–Como una sinfonía.

–La literatura y la música se parecen mucho. Por eso es bueno leer en voz alta. Cuando uno escribe, cuando uno termina un texto se lee en voz alta porque esa lectura te da la música de las palabras. Y la música manda. Tiene que haber una continuidad de la música.

–Después de tantos libros y, sobre todo, aprendizajes, ¿cree que ha llegado al máximo de depuración de su propio lenguaje literario?

–Creo que sí. El lenguaje que yo utilizo no quiero que se vea, pero cada uno de estos relatos ha tenido 15 o 20 tentativas. Como decía un escritor chileno cuando reditaba sus cuentos: edición corregida y disminuida. Yo también los voy disminuyendo, en un trabajo de quitar la grasa para que sólo quede la carne y el hueso de lo que se quiere contar. Es un trabajo de desnudamiento y purificación del lenguaje.

–Un lenguaje poco frecuente en las letras latinoamericanas, en ocasiones demasiado tendentes a la verborrea, ¿no le parece?

–Puede ser, pero yo no creo que la literatura latinoamericana deba ser esto o lo otro, porque lo mejor que tiene esta región nuestra es que es tan diversa. O sea que contiene todos los colores, los olores, los sabores del mundo. Si lo mejor que el mundo tiene está en la cantidad de mundos que el mundo contiene, pocas regiones del mundo contienen tantos mundos como la nuestra. Y, por tanto, hay una diversidad de lenguajes y esa es nuestra riqueza. Yo escribo a mi manera, lo que siento y me sale, pero hay muchas otras formas de escribir. Todo lenguaje es legítimo en la medida que las palabras nazcan de la necesidad de decir.

–Pero hay influencias, generaciones literarias.

–Sí, yo escribo a mi manera, que es a su vez una manera muy influida por mi maestro Juan Rulfo. En una entrevista, hace ya algún tiempo, me pidieron que eligiera a los escritores más importantes en mi formación literaria. Yo contesté: Juan Rulfo, Juan Rulfo y Juan Rulfo.

–En su búsqueda de nuevos lenguajes, supongo que también está al tanto de la evolución de nuestro idioma en la sociedad actual.

–Sí, es un aprendizaje cotidiano. Recibo muchas voces de la calle, que son las que más me alimentan. Y es un trabajo de recreación de las voces que uno recibe. Cuando Rulfo me decía que se escribe más con la goma que con el lápiz, y eso es verdad, pero no toda. Porque también hay que ver cuáles son las palabras. Otro maestro mío, Juan Carlos Onetti, con quien compartí pocas palabras y muchos silencios, siempre me decía que había un proverbio chino que decía que las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio. Es una idea muy hermosa, porque el silencio es un lenguaje hondísimo y profundo; entonces es muy difícil que las palabras sean mejores que el silencio. En realidad eso es imposible, pero uno tiene que intentar esos imposibles. Es el mayor desafío del lenguaje.

–Precisamente su libro Espejos tiene muchos silencios y mucha calma en su lectura.

–El libro pide lentitud como el amor. Y silencio para que las palabras suenen de verdad.

–¿Usted también asume la literatura como ese juglar que va de pueblo en pueblo contando historias, declamando, leyendo en voz alta esas historias?

–Sí, pero si son conocimientos solos, es decir, mensajes de la razón van a tener poco recorrido. Tienen que ser historias sentipensantes para llegar a quien las lea, tienen que venir de la razón y del corazón. Tienen que unir lo que ha sido desvinculado por la cultura del desvinculo, que es la cultura dominante. Que entre otras cosas ha desvinculado la razón de la emoción, como ha desvinculado el pasado del presente. Por eso en el libro se mezcla muchísimo el pasado y el presente; el exterminio de Irak a manos de un señor que cree que la escritura fue inventada en Texas y, al mismo tiempo, el nacimiento del primer poema de amor de la historia humana, que es un poema escrito en Irak, cuando todavía no se llamaba así, en lengua sumeria y en tablillas de barro.

–Una de esas líneas invisibles que dan sentido a las 600 historias de Espejos, ¿sería la vocación del hombre por la guerra, por esa tendencia a destruirse a sí mismo?

–Creo que los que creyeron que la contradicción es el motor de la vida humana no se han equivocado. Somos una contradicción incesante. Y eso te ayuda a sobrevivir en un mundo difícil; la certeza de que no hay horror que no implique alguna maravilla. La certeza de que somos mitad basura y mitad hermosura. Entonces el libro se alimenta de esa contradicción incesantemente. No sólo del horror sino también del amor.

–Con especial fijación en las guerras, ¿no cree?

–Sí, porque la guerra es parte del horror. No pienso que la guerra sea un destino humano, pero sí sigue siendo una realidad de nuestro tiempo. Cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños en el mundo. ¡Cada minuto! ¡Y cada minuto Estados Unidos gasta medio millón de dólares matando inocentes en Irak!

–También el machismo es una constante de la historia de la humanidad.

–Sí, por eso menciono la paradoja de las vidas de Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz. Las dos perseguidas por la Inquisición, los sectores más dogmáticos y feroces de la Iglesia católica y de sus verdades únicas. Sospechosas por ser mujeres inteligentes, creativas, por tener tanto o más talento que los hombres. Y, por tanto, culpables del imperdonable delito de ser ellas mismas. El caso de Santa Teresa es el más trágico. Pienso que un brazo de Santa Teresa acompaña a Francisco Franco en su larguísima agonía porque la descuartizaron y mandaron los pedazos a todas partes, y el brazo incorruptible –como le dicen– en la mesita de luz de Franco. Es una broma de mal gusto de la historia. Ella, que había sido víctima de los equivalentes de Franco en su tiempo.

–¿Cómo ve Eduardo Galeano lo que ocurrió recientemente en Sudáfrica, que desconcertó al mundo: el estallido xenófobo en el país que sufrió durante tantas décadas el apartheid?

–Creo que hay un sistema mundial de dominio que está convirtiendo al mundo en un matadero y también en un manicomio. Nos está enloqueciendo a todos y la prueba de esto se está convirtiendo en una locura total es que ese sistema de dominio mundial ha logrado que los negros se maten entre ellos, como está ocurriendo en África del Sur, o que los iraquíes se maten entre sí, como ocurre en Irak, o que los palestinos se maten entre ellos. Nos enloquecen. Ya no sabemos quién es quién, ni por qué ni para qué. Ahora el mundo ha entrado en un periodo de crisis muy peligroso y esto va a generar explosiones de racismo por todas partes. El inmigrante, el venido de fuera, sobre todo si es de piel oscura será el chivo expiatorio del paro, del desempleo, de la desocupación.

–Da la impresión de que el mundo no reflexiona ni guarda silencio para analizar esto así, como sí podemos hacer con su libro, por ejemplo…

–Sí, porque vivimos en un vértigo incesante. Somos presos. Instrumentos de nuestros instrumentos. Máquinas de nuestras máquinas. Y el vértigo de la vida urbana nos impide disponer del tiempo necesario para recuperar la memoria perdida y para recordar las cosas más obvias. Que a Colón nadie le pidió pasaporte, que a Hernán Cortés nadie le exigió contrato de trabajo, que a Francisco Pizarro nadie le exigió certificado de buena conducta, que además no lo hubiera obtenido porque era un tipo con antecedentes muy jodidos. Como decía al principio, somos todos africanos emigrados. Son cosas elementales que hemos olvidado por completo y que debemos recuperar para hacer preguntas, como: ¿es un destino este mundo?, ¿no estará embarazado de otro?

–En el libro también reflexiona sobre la conquista, después de cinco siglos. ¿Cómo ve la situación de los pueblos indígenas?

–Me parece admirable la capacidad que han tenido los indígenas de las Américas en perpetuar una memoria que fue quemada, castigada, ahorcada, despreciada durante cinco siglos. Y la humanidad entera tiene que estarle muy agradecida, porque gracias a esa porfiada memoria sabemos que la tierra puede ser sagrada, que somos parte de la naturaleza, que la naturaleza no termina en nosotros. Que hay posibilidades de organizar la vida colectiva, formas comunitarias que no están basadas en el dinero. Que la competencia contra el prójimo no es inevitable y que el prójimo puede ser algo mucho más que un competidor. Todas estas cosas que se han heredado de las culturas originales y que han tenido una persistencia admirable porque han sobrevivido a todo y que se manifiestan ahora. Por ejemplo, la nueva Constitución de Ecuador, que lleva nombre indígena, por primera vez en la historia de la humanidad consagra a la naturaleza como sujeto de derecho. Nunca a nadie se le había ocurrido. En Ecuador, a pesar de ser un país muy infectado de racismo, como México y todos en América Latina, se ha podido perpetuar una memoria subterránea que hace posible esta recuperación de verdades pronunciadas por voces del pasado más remoto, pero que hablan al futuro.

–Y el hecho de que ahora se esté en plena “celebración” del bicentenario de las independencias, ¿qué le parece?

–Las independencias fueron en general los certificados de nacimiento de las naciones, mentira en las que vivimos. Porque todas las constituciones de nuestras repúblicas independientes negaron los derechos a quienes habían derramado la sangre por conseguir esas independencias. Fueron emboscadas contra los hijos más pobres de las Américas. Eso fue unánime y siempre fue así. Fueron repúblicas nacidas para la negación de derechos, para la maldición y para el desprecio de la mayoría de sus habitantes, muchos de los cuales pasaron a una peor vida de la que tenían bajo el predominio colonial. O en todo caso se limitaron a mudar de amos. Como decía un grafiti anónimo en una pared de Quito, cuando se promulga la independencia de Ecuador: “Último día del despotismo y primero de lo mismo”.

30.5.08

Adiós al poeta

Por Dayhana Cam
La Primera, Lima, 30/05/08


Único, contestatario, poeta social, esas son sólo algunas de las palabras con las que sus más allegados amigos y seguidores describieron al poeta Alejandro Romualdo Valle, quien en vida fue uno de los más grandes poetas y escritores en nuestro país, que al igual que otros falleció sumido en el olvido y la indiferencia de los gobiernos del país. Ayer se vivió un rencuentro de poetas, con un motivo triste, despedir al amigo, pero con la sensación grata de que su huella nunca se borrará, ni de los papeles ni del corazón de miles.

Un retrato del poeta Alejandro Romualdo Valle, elaborado por el pintor Bruno Portuguez, acompañó el féretro del también periodista y dibujante, quien fue velado en la casona del Centro Cultural de San Marcos, lugar donde por muchos años se reunió con sus más queridos amigos, entre ellos el director de la citada casa cultural, Federico García, quien consideró a Valle como “un poeta social”, debido a su compromiso con los desposeídos. “Él siempre se preocupó por la situación social del ­país, sus poesías y textos expresaron siempre su constante compromiso ideológico con los que menos tienen”, indicó García.

Durante el acto velatorio llegaron a darle el último adiós ilustres poetas e intelectuales, sin embargo, no llegó ningún representante del gobierno de turno, pese a que la obra de Romualdo Valle es considerada como patrimonio para nuestro país. También se hicieron presentes un grupo de escolares del colegio Santo Domingo de Guzmán, quienes con pancarta en mano ­agradecieron al ilustre vate por su poema “Canto Coral a Túpac Amaru”, un importante referente en el proceso literario peruano.

Para el poeta, editor y periodista Hildebrando Pérez, el célebre Romualdo fue uno de los más grandes poetas hispanoamericanos, razón por la cual, hace menos de dos años, se dedicó una edición completa de la revista Martín a la vida y obra del citado poeta. En 130 páginas, distintos estudiosos y literatos peruanos y extranjeros realizaron ensayos y evaluaron la diversidad de la poesía de Valle. Pérez dirigió junto al periodista Guillermo Thorndike esa revista.

“Él sabía adelgazar la voz cuando lo requería su poesía. Y cuando quería ser un poeta reclamante de las injusticias sociales, su poesía era dura, ­era tosca como un trueno”, ­aseguró Pérez, sobre la versatilidad de su amigo, quien en 1949 fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía. Obras suyas como La torre de los alucinados (1949), El movimiento y el sueño (1971) y Edición extraordinaria (1958) son reconocidas en todo el mundo.

Por la tarde, se realizó un homenaje póstumo, en el que sus más queridos familiares y amigos recordaron la importante obra del notable peruano. El poeta Arturo Corcuera recordó su amistad con el vate que se fue, mientras que el periodista y director de esta casa, La Primera, César Lévano, reflexionó sobre la generosidad de Valle para con sus amigos y reconoció la ayuda que le brindó para publicar algunos textos. “Los poetas nunca mueren, siguen viviendo a través de sus palabras”, declaró Lévano.

“Estoy muy agradecida con la Universidad Nacional de San Marcos y con Federico García, del Centro Cultural, por brindar este tierno y emotivo homenaje a mi padre. Él no sólo fue alumno de San Marcos, sino también fue profesor, yo fui alumna suya en el curso de Estética y quedé babeando. Todos saben que para él yo era sólo su dulzura”, expresó, conmovida, Laura Valle Pereira, hija de Romualdo Valle. Los restos de Valle fueron despedidos con el himno de la Internacional Socialista, pues “cuando un poeta revolucionario muere, nunca muere”. Con el puño en alto, sus amigos y familiares dijeron hasta pronto a este notable poeta e intelectual, que fue cremado en el cementerio de Conchán en Lurín, en una ceremonia privada.

Hildebrando Pérez, Federico García y el pintor Alberto Quintanilla coincidieron en señalar que en nuestro país se deja morir a los poetas y personalidades culturales, pues sólo se les reconoce cuando ya han dejado de existir. Pérez recordó que hace seis meses un grupo de intelectuales y poetas firmaron un documento, sin que Valle lo supiera, pidiendo al gobierno de Alan García que otorgue una pensión de gracia al notable maestro, “y hasta ahora estamos esperando”.

28.5.08

Constructor de sueños

Hace dos años, el poeta Juan Cristóbal publicó este articulo-entrevista a Alejandro Romualdo. En homenaje a su reciente fallecimiento, hemos considerado conveniente reeditarlo.

Alejandro Romualdo, (Trujillo, 1926) Premio Nacional de Poesía 1945, ilumina con sus sueños y poemas las llagas cotidianas de nuestra patria. "De esta sociedad no puedo esperar nada", repite mientras nos revela el mundo con las brasas y ternuras de sus libros, siempre tan rebeldes y apasionantes como su creador.

Autor de libros importantes: La Torre de los Alucinados (1951), Mar de Fondo (1951), España Elemental (1952), Dios Manda (1967), Cuarto Mundo (1970), El Movimiento y el Sueño (1971) y también polémicos, como Edición Extraordinaria (1958), que hizo decir a Vargas Llosa y el crítico José Miguel Oviedo, en tono feroz, que ese "no era un libro de poesía sino de política", a pesar que en esa obra está uno de los mejores poemas de la literatura hispanoamericana, "Canto Coral a Túpac Amaru, que es la libertad".

La vida de Romualdo ha sido una violenta ráfaga de hostigamientos, incomprensiones, persecuciones -políticas y literarias-, sin embargo siempre estuvo en primera fila defendiendo las causas más nobles de los pobres del país. Obviamente, el estado no ha comprendido su grandeza literaria. De esto nos da fe su experiencia militante y su fe siempre permanente en el socialismo. A pesar del reconocimiento unánime, y no sólo a nivel continental, el poeta jamás pidió nada, sino al contrario, dio todo para ayudar a construir las esperanzas y los sueños, a pesar de haber sido señalado por la derecha más cavernaria del país, en épocas no tan remotas, como incitador a la violencia, al robo, al crimen y sabotaje.

Después de atravesar la soledad densa de las injurias, se le ve siempre sonriente, entre sus tantos viajes por el mundo, cual un ángel moderno de cuello robusto y ojos parecidos al color de los vinos andaluces, levantando su "cabeza de minotauro" y abrazando, como en el poema de Vallejo, a todos los hombres de la tierra y echándose a andar por las trincheras inagotables de los pobres.

Porque Alejandro, hombre de un solo norte, sigue construyendo, día a día, rebelde y dolorosamente, los sueños lejanos, al parecer tan inalcanzables, de la patria. Incluso, dentro del marco de otra zona artística: la pintura. Porque también dibuja y pinta.

Y cómo no habría de ser, si sus poemas se parecen al canto y a la primavera torrencial de los Andes, ya que no transita entre luciérnagas miserables ni cantos interplanetarios y menos es el blasfemador de las "dulces cachetadas", pues su lugar es el corazón clamante de la tierra, los vientos y recuerdos generosos de la hoguera. Romualdo parece escribir desde el momento preciso en que se origina el alba, entre madreselvas y lluvias, tocando el rocío callado y áspero de las maderas y la sal de los ríos sangrientos, llamando con su voz encolerizada a las flores ("Mi Rosa no es la de Martín"), después de mirar con sus sustanciales ojos las grandes cargas humanas que tienen el olor de los graneros.

Conocido proverbialmente por su esencia polémica y profunda ironía, de él podemos decir lo que alguna vez dijera de Arguedas: "Cuando su obra estalle no hará boom, sino será una obra de muchos megatones".

Romualdo y la polémica Generación del 50


El poeta pertenece a la llamada Generación del 50 (que fue siempre divida entre poetas puros y sociales) y su visión es como él, polémica. Escuchémoslo. En esta entrevista realizada hace algunos años:

"La cuestión generacional es polémica. ¿Quiénes conforman esa generación? ¿Cuáles son los denominadores comunes? ¿Qué actitud tienen frente a determinados hechos históricos y artísticos que les sirven de referente y cómo reaccionan hasta convertirse en otra alternativa, en otra propuesta? Si convenimos en que la llamada Generación del 50 tiene un marco histórico y una alternativa que engloba a determinados artistas, políticos, historiadores, podríamos hablar en términos generacionales".

(¿Y cuáles podrían ser esos términos?): "Durante mucho tiempo tal generación fue satanizada, colmada de invectivas. Nadie quería formar parte de ella. Hoy en día todo el mundo quiere integrarla por su significación histórica, artística, política. Por eso creo que es necesario establecer el marco histórico y las respuestas comunes, ciertas pautas menos subjetivas y más concretas, porque algunos profesores de literatura, muy respetables, hacen demarcaciones demasiados generosas, y por simpatía, predilección o afinidades incluyen en esta Generación a quienes en realidad no tienen un denominador común con ella".

(¿Cuál sería ese marco histórico para ti?): "En el plano local, la lucha antidictatorial contra el gobierno de Odría y el macartismo de Eudocio Ravines. En el plano internacional, la guerra de Corea y la defensa de la revolución cubana".

(¿Y las propuestas?): "La vuelta a la realidad nacional, al Perú y sus problemas, y en el campo artístico, la propuesta de un nuevo realismo".

(¿Por qué se incluye a Eielson y Sologuren en dicha Generación?): "Si se incluye a Eielson y su grupo en el 50, no veo porqué no se incluye a Mario Florián y Gustavo Valcárcel. En realidad, esto no es así. Eielson y Sologuren se inician en la década del 40, publican desde el 40 y ganan premios nacionales en el 40. En esa década se origina se origina con mucha violencia, incluso con grescas como la del famoso Restaurante "El Patio", la confrontación entre "puristas" y "sociales", entre los llamados "Poetas del Pueblo" y los del Mercurio Peruano. No se puede olvidar que Florián y Eielson han sido laureados por sus libros Urpi y Reinos, dos libros claves de la década. La fricción clasista también saca chispas en la poesía".

(¿Y Sebastián Salazar Bondy?): "SSB es el único sensible a los cambios dentro de los "puristas", perceptibles en su producción teatral y poética, en su interés por el Perú. Si esto no es así, ¿cómo explicar su viraje, su enfrentamiento a los valores que exaltaban su propio grupo, que integró con Eielson, Sologuren, Deustua e incluso Carlos Alfonso Ríos? La creciente toma de posiciones políticas y revisiones estéticas alarma a sus compañeros de grupo, la retórica surrealista es sustituida por el realismo, los reinos metafóricos son relevados por los reinos de este mundo, aquí se evidencia la presión del 50".

(¿Por qué esos poetas -los "puristas"- rechazaban la política?): "Yo creo que rechazaban determinadas políticas. En cambio, poetas como Juan Gonzalo Rose o Paco Bendezú sufren destierro por su lucha democrática antidictatorial, lo mismo que Manuel Scorza. Y también frente a hechos históricos como la revolución cubana

Algunos de la Generación del 50 rechazaban las nuevas propuestas estéticas e ideológicas que se iban imponiendo. En nuestra Generación ha corrido mucha sangre: De la Puente, Guillermo Lobatón, Juan Pablo Chang, Máximo Velando, Zapata, Mercado son héroes de nuestra liberación nacional, pertenecen a la Generación del 50. Ellos también defendieron la palabra del hombre"

17 de julio de 2006

26.5.08

Clases a medias

Por Jorge Paredes
El Dominical, El Comercio, Lima, 25/05/08


Diálogo con Orlando Plaza a propósito del libro Las clases sociales en el Perú. Visiones y trayectorias.

-En el Perú las clases sociales han estado muy vinculadas a tipos económicos y raciales (indios, mestizos, criollos) y luego, a mitad del siglo XX, aparecieron otros componentes sociales, culturales, ¿cómo analizarlas desde una perspectiva contemporánea?

-En términos generales las clases sociales son expresión de la desigualdad y en el primer mundo están directamente vinculadas a la transformación económica, política y cultural de esas sociedades. Ahí las clases se entienden mejor porque existen economías nacionales, mercados internos, que permiten relaciones de interdependencia funcional entre los diferentes grupos. En el Perú eso no sucede por eso no podemos trasladar aquí esa estructura de clases sin un manejo empírico y una renovación conceptual. Lo primero que tenemos es un mercado interno muy débil y esto repercute en los lazos de interdependencia funcional. El 75 % de la PEA se ubica en micros y pequeñas empresas, como trabajador independiente o como trabajador familiar no remunerado. ¿Qué quiere decir esto? Que es gente que trabaja por su cuenta y los lazos con otro tipo de organizaciones no son fuertes. Lo segundo es que el mismo estado nación no ha sido bien constituido ni bien configurado, y muchas veces su legitimación ha sido puesta en duda y los políticos no han sabido leer cuáles son los problemas que la nación les demanda. Por ejemplo, lo que está pidiendo la nación es orden, pero no en el sentido represivo que entiende el Estado, sino en términos de libertad, crecimiento, redistribución. Entonces, los lazos políticos tampoco son muy fuertes y ocurre lo que dice un autor inglés, Anthony Giddens, que las sociedades de capitalismo avanzado son sociedades de clases porque están articuladas, en cambio las nuestras son sociedades divididas en clases sin mayor articulación. En cuanto al tema de la raza, este es un problema cultural. Una misma persona en el Perú puede ser considerada blanca en una circunstancia, mestiza en otra e indio en otra. La raza no es el fenotipo, sino una definición cultural que viene de atrás cuando en la colonia nos dividieron en república de indios y república de españoles, y a cada grupo se le asignó deberes y derechos distintos. Después se eliminaron las trabas legales, pero el imaginario con el cual nos habíamos organizado permaneció, y eso nos ha cortado permanentemente en muchos campos.

-Nos ha cortado los circuitos como sociedad

-Sí, porque de repente por fijarnos demasiado en este componente no percibimos otros circuitos económicos y políticos que se están creando y que nos pueden ayudar a superar este imaginario de superioridad e inferioridad basado en la definición cultural de la raza. Todavía estamos en ese proceso de abrirnos a la modernidad.

-Actualmente se habla de movilidad social, sobre todo a partir de la emergencia de grupos antes vistos como marginales y que ahora han ingresado al mercado y la política, ¿cuál es la magnitud de este fenómeno?

-Es necesario hacer un estudio empírico de las distintas situaciones urbano-rurales de nuestro país para poder comprender mejor esto. Según los estudios hechos por Martín Benavides en los grupos altos y bajos hay muy poca movilidad, lo cual indica que se están perpetuando las diferencias. En cambio, en el sector intermedio sí hay mucha movilidad. Esto se debe mirar con entusiasmo, pero también con sensatez. Estamos encontrando caminos, pero hay que acordarnos que casi el 50 por ciento de la población peruana sigue en niveles de pobreza.

-Leyendo el libro encuentro una frase interesante: "no somos un país de clases medias, sino de clases a medias", ¿cómo se explica esto?

-Justamente, cuando uno habla de clases sociales está hablando de relaciones más o menos claras, basadas en un determinado tipo de aparato productivo, en una determinada organización estatal, con burocracia efectiva y capacidad de proyección, etc. En el Perú si las instituciones y las organizaciones oficiales funcionan a medias, entonces tenemos articulaciones a medias y la gente va viendo cómo se acomoda en el camino, de acuerdo a las circunstancias. Y esta tradición es republicana, si no, recordemos la clase del guano, del salitre, del petróleo, de la anchoveta, etc.

-¿Y podemos dividir nuestras clases en A, B, C, D?

-No, no. Bueno, el término clase social es polivalente, y esa organización de arriba abajo en torno a los ingresos, la vivienda, etc., es lo que algunos autores llaman clases de sentido común. Es simplemente una organización para hacer marketing político o de consumo, pero no explica más. No ve las relaciones entre los distintos grupos, las orientaciones, las posibilidades de acción, las formas de votación, los intereses disímiles, la vida social y la forma en que esta articulada.

25.5.08

El Che de Soderbergh

Por Diego Batlle, Enviado especial
La Nación, Buenos Aires, 23/05/08


La presentación de Che, el díptico de casi cinco horas de duración sobre el revolucionario argentino dirigido por el estadounidense Steven Soderbergh, fue el gran acontecimiento mediático de una competencia oficial que se completó ayer con otras dos propuestas que también tuvieron respuestas divididas: La frontière de l aube, del francés Philippe Garrel, y Adoration, del canadiense Atom Egoyan. Por su parte, otro talentoso realizador norteamericano, Quentin Tarantino, volvió a seducir a sus incondicionales fans de la Croisette con La lección de cine, una larga y generosa masterclass en la que repasó sus influencias, su cinefilia y su filmografía.

Che, que en todo el mundo se estrenará como dos películas separadas (El argentino, sobre la revolución cubana, y Guerrilla, sobre la trágica experiencia boliviana), se exhibió aquí de manera conjunta, con un intervalo que incluyó un reparador refrigerio a cargo de la producción (los periodistas bautizaron las bolsitas con comestibles que se entregaban a cada espectador "la cajita feliz del Che").

Lo mejor que puede decirse de Che es que se trata de una nueva demostración del profesionalismo de un cineasta increíblemente prolífico y diverso como Soderbergh. La película se sigue con bastante interés, está bien narrada, tiene una producción cuidada, no cae en importantes errores históricos ni en demasiadas licencias propias de las biopics hollywoodenses, evita los golpes de efecto, las frases grandilocuentes y la exaltación elegíaca, pero al mismo tiempo le cuesta salir de una medianía general, de una corrección que por momentos resulta casi intrascendente.

En la multitudinaria conferencia de prensa de ayer, Soderbergh estuvo acompañado por la productora Laura Bickford, por el guionista Peter Buchman, por el consultor histórico Jon Lee Anderson y por parte del multinacional elenco: el puertorriqueño Benicio del Toro (que encarna a Ernesto Guevara), el cubano Jorge Perugorría (Joaquín), el mexicano Demián Bichir (Fidel Castro), el brasileño Rodrigo Santoro (Raúl Castro), la colombiana Catalina Sandino Moreno (Aleida Guevara), el chileno -nacido en Venezuela- Santiago Cabrera (Camilo Cienfuegos) y la alemana Franka Potente (Tania). En cambio, no pudieron viajar hasta la Costa Azul otros actores que aparecen en ambos relatos, como Unax Ugalde, Joaquim de Almeida, Eduard Fernández, Jordi Mollà, Lou Diamond Phillips ni Gastón Pauls (que interpreta a Ciro Bustos), única presencia argentina en el film, además del tema "Zamba de Valderrama", con interpretación de la gran Mercedes Sosa, que acompaña las imágenes finales.

Los disímiles orígenes de los intérpretes y la velocidad con que se filmó esta coproducción mayoritariamente franco-española hicieron que los acentos (incluido el de Benicio del Toro) poco tengan que ver con la forma en que se habla en Cuba, la Argentina o Bolivia, pero -más allá de este tipo de detalles y del inevitable didactismo- Che es una película irreprochable desde su aspecto formal.

La primera parte está contada a través de varias líneas temporales que abarcan el período 1955-1964. El relato salta de forma constante de la planificación en México de la invasión de la isla por parte del Che y Fidel Castro (1955) a la larga batalla librada contra la dictadura de Fulgencio Batista (1956-1959) y el discurso ante las Naciones Unidas que el por entonces ministro de Industria dio en Nueva York en 1964.

El segundo film arranca en 1965, con la renuncia de Guevara a sus cargos políticos en Cuba, y luego reconstruye de forma minuciosa y con una narración más clásica la fallida experiencia revolucionaria en Bolivia, que terminó con su captura y fusilamiento en octubre de 1967.

Soderbergh terminó de retocar la versión que se exhibió anteayer pocas horas antes de la première mundial (el film se mostró incluso sin créditos finales) y estuvo en Cannes sólo unas horas porque actualmente se encuentra editando su documental sobre el fallecido cómico Spalding Gray y en pleno rodaje de The Informant, thriller con Matt Damon (que tiene un pequeño cameo en Che).

El ahora barbado director de la saga de La gran estafa, Erin Brockovich: una mujer audaz y Traffic, que logró la hazaña de obtener la Palma de Oro en 1989 por su ópera prima Sexo, mentiras y videos, admitió sentirse "fascinado por la personalidad de Guevara, que se ha convertido en el símbolo de la rebelión juvenil en todo el mundo, y por una de las vidas más ricas de todo el siglo XX". Respecto de su relación con el gobierno de Fidel Castro, este realizador de 45 años aseguró que "Cuba para mí es un tema bastante menos interesante que el Che".

Por su parte, Del Toro aseguró que la composición del personaje fue un proceso muy duro: "Me dediqué a investigar su personalidad, y cuanto más me adentraba en su historia más me sentía con cara de ciervo degollado, con tanto miedo de afrontar el desafío que quería seguir aprendiendo".

Soderbergh no tuvo problemas en responder a las primeras reseñas, no del todo favorables, publicadas en las últimas horas: "La mayoría de las cosas que leí me parecieron hilarantes, porque algunas sostenían que es una película demasiado convencional y otras, que es una película muy poco convencional".

23.5.08

Imaginario latinoamericano

Por Alberto Manguel
Babelia, Suplemento Cultural de El País,
Madrid, 24/05/2008


Dieciséis novelas posteriores al Boom reflejan la vertiginosa inspiración, la extraordinaria experimentación y la visión precisa y estremecedora de la historia de América Latina.

Elena Poniatowska (México)
Querido Diego, te abraza Quiela (1978)

Fue con esta brevísima y perfecta novela que Elena Poniatowska se hizo conocer en el mundo literario. Angelina Beloff, rusa exiliada en el desolado París del fin de la Primera Guerra Mundial, agobiada por el recuerdo de un hijo muerto, escribe durante un año cartas a quien fuera su amante, el pintor Diego Rivera. Las cartas de Angelina (firmadas simplemente Quiela, el apodo que Rivera le dio durante su romance) quedarán sin respuesta, pero esa voz única, esperanzada, construirá, página tras página, el retrato de una mujer enamorada que no se resigna a la derrota. Todo en este libro es delicado, apenas dicho, apenas vislumbrado, discreto, como si lo que cuenta Quiela perteneciera ya al pasado. Las novelas de amor suelen pecar de trivialidad o sensiblería; Querido Diego evita sabiamente ambas faltas y logra hacerse misteriosamente memorable.

Tomás Eloy Martínez (Argentina)
Santa Evita (1995)

Los literales estudiosos de la literatura latinoamericana robaron a los historiadores de arte el término "realismo mágico" para justificar una narrativa que les parecía alejada del documentalismo de Galdós y de Zola. Prefirieron ignorar que la historia de la América española abunda en monstruosas fantasías y argumentos estrafalarios que aún el más temerario de los narradores de ficción no se atrevería a inventar. Entre éstos se destaca, en Argentina, la saga de Juan Domingo Perón, de su esposa Evita y del resto de la inverosímil compañía. Tomás Eloy Martínez, pionero del llamado "nuevo periodismo" latinoamericano, no necesitó inventar nada: se limitó a contar la historia de Evita, en un lenguaje claro, medido, inteligente, con rigor documental. Los hechos son ciertos; sólo la técnica pertenece al campo de la ficción. El resultado es una obra maestra.

Ricardo Piglia (Argentina)
Respiración artificial (1980)

Heredera de una concepción dieciochesca del campo de la ficción, Respiración artificial es una obra absolutamente original en la narrativa latinoamericana del siglo XX. Novela filosófico-política o tratado histórico disfrazado de relato, publicada cuando faltaban todavía unos años para el fin de la dictadura militar en Argentina, sugiere que esa época de terror fue consecuencia o fruto del régimen tiránico instaurado por Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX. Para desarrollar su tesis, Piglia monta un juego de espejos que se explican y se amplían mutuamente. El lector empieza creyendo que el juego es puramente literario, sazonado de apartes críticos sagaces y divertidos; a medida que avanza, se da cuenta de que los personajes son piezas en una partida cuyo tablero es la historia de un país repetidamente traicionado.

Roberto Bolaño (Chile)
Estrella distante (1996)

Bolaño ha sido condenado a la fama póstuma y a una reverencia que él mismo hubiese abominado. Antes de su muerte en 2003, era un escritor desdeñado, admirado tan sólo por sus amigos; ahora es considerado, en las palabras de Susan Sontag, "el escritor más influyente de su generación en el mundo de habla castellana". La mejor obra de Bolaño, Estrella distante, de 1996, existe sin duda entre estos dos extremos. Es el aterrador retrato de un poeta asesino, fabulador amoral y emblemático del momento en que Chile pasa de la democracia a la dictadura. Aquí la voz de Bolaño es medida, precisa, por momentos de vertiginosa inspiración, rica en detalles geniales. Como un capítulo perdido de su más ambiciosa y menos lograda novela, La literatura nazi en América, Estrella distante es un retrato ejemplar del artista seducido por la promesa de poder.

Reinaldo Arenas (Cuba)
Otra vez el mar (1982)

El curioso fenómeno conocido como el Boom latinoamericano de los años sesenta a los setenta reveló a un vasto público la obra de escritores tan diversos como García Márquez y Vargas Llosa, Fuentes y Cabrera Infante, Edwards y Pitol, Puig y Allende, y permitió a la generación siguiente (ya algunos olvidados) encontrar su lugar en las bibliotecas del mundo. Entre ellos, Reinaldo Arenas, heredero del lenguaje barroco de su compatriota y maestro, José Lezama Lima, y cronista implacable de la tiranía castrista. Arenas retrata a través de su obra la realidad fantástica y sufrida de Cuba. Su tercer libro, Otra vez el mar, es la memorable crónica de una pareja traicionada por la Revolución. Fue publicada en 1982, después de haber sido confiscada dos veces por las autoridades penitenciarias y reescrita por Arenas una tercera vez, y es quizás su novela más lograda.

Eduardo Berti (Argentina)
Agua (1997)

Héctor Bianciotti confesó que en los treinta largos años en los que leyó manuscritos para editoriales, sólo había descubierto siete escritores: el último era Eduardo Berti. Agua, de 1997, marca el redescubrimiento de una temática por entonces casi olvidada en castellano: la aventura metafísica iniciada por Baroja, Bioy Casares y Peyrou. A partir de un testamento ficticio, Berti trató de imaginar la historia de una viuda portuguesa a principios del siglo XX, cuyo marido le deja su castillo a condición de que volviera a casarse. Reflejo contrario del de Kafka, al cual no se llega nunca, el castillo de Berti es una prisión de la que nadie escapa. Ficción absoluta, todo en Agua es mentira, juego de seducción para que el lector crea estar leyendo un cuento y sólo tarde descubra que Berti lo ha enfrentado a una implacable cuestión de vida o muerte.

Juan José Saer (Argentina)
El entenado (1982)

Unos de los olvidados de la generación del Boom, Juan José Saer, sólo comenzó a cobrar fama en los últimos años de su vida. El entenado, publicada en 1982, décadas después de sus primeros notables libros de cuentos y casi al inicio de la larga serie de novelas que constituyen lo esencial de su obra, tardó en ser reconocida. El entenado es una novela histórica que transcurre en el siglo XVI, contada en la voz de un anciano español que viajó en su adolescencia al Río de la Plata y que ahora, de regreso a España, rememora los largos años en el Nuevo Mundo, entre los indios colastiné, "toda vida", dice en cierto momento, "es un pozo de soledad que va ahondándose con los años". Es desde la profundidad de ese pozo que nos llegan los recuerdos que tratan de dar sentido a esa empresa colosal, temible, culpable, que fue la colonización de América.

Martín Caparrós (Argentina)
La Historia (1999)

Hay novelas cuya desmesurada ambición las vuelve casi imposibles aun para sus más empedernidos lectores: el Finnegans Wake de Joyce es el ejemplo más notorio. A diferencia de Joyce, el propósito de Martín Caparrós parece haber sido no ya encerrar la historia universal en un ejercicio de inventiva logorrea, sino el de brindar un mito original a su país, la Argentina. La Historia, publicada en 1999, es la crónica de una imaginaria civilización precolombina, pero es también la glosa de ese texto por un lector contemporáneo que descubre en él las raíces de las revoluciones del siglo XX. Caparrós pasa revista a un sinnúmero de "versiones" de la lengua castellana, desde la lírica del Siglo de Oro hasta el vocabulario teórico de los universitarios contemporáneos, con inspirada maestría. Quizás no sea una obra cabalmente lograda, pero sí una de las más apasionantes.

Eduardo Galeano (Uruaguay)
Memoria de fuego (1982-1986)

Entre 1982 y 1986, Galeano publicó una trilogía que escapa a las tradicionales definiciones del género. Mezcla de anécdota histórica y fábula, de hecho verídico y de cotilleo, de cita y de glosa iluminada, de prosa y de poesía, los tres volúmenes son una crónica florida de las Américas, hecha de episodios verídicos y relatos fantásticos hallados en un sinfín de fuentes antiguas y modernas. Los textos, presentados en orden cronológico (lo cual alienta la vocación del lector a leerlos como “crónicas reales”), son el equivalente del objet trouvé, ejercicio narrativo utilizado por Marcel Schwob en Vidas imaginarias y por Borges en su Historia universal de la infamia, y que Galeano reinventa con un propósito más generoso: redefinir el continente. Los tres volúmenes —Génesis, Las caras y las máscaras y El siglo del viento— dan forma literaria al imaginario americano.

Antonio Skármeta (Chile)
Ardiente paciencia (1985)

Convertida en la película El cartero, Ardiente paciencia fue la novela que dio a conocer a Skármeta más allá de las fronteras de su país. Breve y enternecedora, es una suerte de cuento de hadas protagonizado por una pareja de enamorados, el cartero adolescente de Isla Negra y la hermosa hija del tabernero; la inesperada hada madrina es Pablo Neruda, único cliente de los servicios postales de la isla, durante los últimos años de su vida. Gradualmente, con el propósito de ganar el corazón de su dama, el cartero aprende del gran poeta el arte de usar palabras para expresar sus sentimientos. A partir de tal argumento, Skármeta hubiera podido escribir una fábula dulzona, convencional, simplista. Ardiente paciencia es en cambio un relato medido, lírico, regocijante, una historia de amor que es al mismo tiempo una lección sobre cómo se escribe un poema.

Alberto Ruy Sánchez (México)
Los nombres del aire (1987)

Con Los nombres del aire inicia Alberto Ruy Sánchez su crónica de la ciudad casi imaginaria de Mogador, que continúa en En los labios de agua, Los jardines secretos de Mogador, La mano de fuego y su coda, Nueve veces el asombro. Descripción soñada y sensual de una ciudad a la vez africana y mexicana, la saga es ante todo una indagación sobre el deseo a la vez fugaz y duradero, sobre la relación entre el sentido físico de las palabras y la expresión verbal de nuestros sentidos. Tomando como inspiración la gran tradición de la poética amorosa arábigo-andaluza, Alberto Ruy Sánchez entrelaza deliberadamente cuerpo y paisaje, caligrafía y tacto, exploración lingüística y fantástica, construyendo así una narración altamente erótica en la que amado y amada, autor y lector, papel y piel se mezclan y confunden.

Fernando Vallejo (Colombia)
La virgen de los sicarios (1994)

La tradición de violencia política en la literatura suramericana comienza con El matadero de Esteban Echeverría y se extiende a través de la gran literatura indigenista. Pero es con Vallejo que ese salvajismo, presente hasta entonces sólo en el relato mismo, arraiga también en el lenguaje, violentando el vocabulario y la sintaxis castellana, dando lugar a esa visión total del infierno que es La virgen de los sicarios, que Vallejo continuará en las cinco novelas autobiográficas que la siguen. Una inmensa cólera guía su escritura: ante la injusticia de los poderosos, las mentiras de la Iglesia, el sufrimiento de la gente común. La virgen… puede leerse como la desaforada crónica de la vida de los jóvenes asesinos profesionales de Medellín en Colombia, pero también como un ejemplo o reflejo de un desorden mayor, nacional o cósmico, que Vallejo denuncia.

Jorge Volpi (México)
El fin de la locura (2003)

Consagrado con la novela En busca de Klingsor, Volpi intentó en El fin de la locura una aproximación mexicana al Quijote. La ambición de esta novela, en gran medida lograda, es explorar, a través de la locura del psicoanalista Aníbal Quevedo, la de su país y del mundo. Desde el revolucionario París del 68 a la Cuba de Castro y al Chile de Allende, jalonando la degradación de la izquierda intelectual, el periplo de Aníbal Quevedo es el de un hombre que busca sentido a la sinrazón universal por todos los medios posibles, sea la política, la crítica de arte, la lingüística o la escritura, pero sobre todo por medio del psicoanálisis, la “alquimia del espíritu” como se llamó alguna vez a la caballería andante. Ése es el sentido de la palabra “locura” en el título, que debe entenderse no sólo como “conclusión” sino también como “propósito”.

Santiago Roncagliolo (Perú)
Pudor (2004)

El culebrón responde esencialmente a los requerimientos del drama clásico. En pleno Boom, Manuel Puig redimió tanto sus argumentos como su estilo. Santiago Roncagliolo, sólo la forma. Pudor es el relato entrecruzado de varias vidas de culebrón: un hombre muriéndose de cáncer, un niño obsesionado con la muerte, un gato donjuanesco y, principalmente, una mujer asediada por una correspondencia anónima y lasciva. La exageración y el desenfado del género son atenuados por la voz imperturbable de Roncagliolo, quien cuenta las historias de su gente con un ojo desapasionado y clínico. El pudor que da título a la novela no es sólo el que afecta a la conducta de los personajes; es, sobre todo, el del estilo de Roncagliolo, que rechaza tanto la sensiblería como el juicio moralístico, y deja al lector plena autoridad sobre la multiplicidad de desenlaces.

Rodrigo Rey Rosa (Guatemala)
La orilla africana (2006)

Alguna vez Severo Sarduy, tomando como punto de partida la descripción que hizo Colón de las islas del Caribe bajo la ilusión de que eran la India, describió su recorrido de la India como si ésta fuera Cuba. Con similar visión ecuménica, Rodrigo Rey Rosa reconoció en África del Norte sus paisajes natales. Así es como uno de los dos protagonistas de La orilla africana, un colombiano perdido en Tánger, descubre en la ciudad marroquí la poluta atmósfera de Cali, mientras que el africano Hamza se transforma en su espejo, traduciendo a la cultura de Tánger los afanes del primero. También de sus crueldades: La orilla africana puede leerse como una novela picaresca atroz e inclemente. Discípulo de Paul Bowles, y heredero de su lacónico estilo que profundiza y mejora, Rodrigo Rey Rosa logra en La orilla africana una pequeña obra perfecta.

Santiago Gamboa (Colombia)
El síndrome de Ulises (2007)

El exilio se ha convertido en uno de los temas literarios del nuevo siglo. Gamboa define imaginativamente el mundo del exilado donde la definición de nacionalidad se fortifica y se diluye al mismo tiempo por obra de la memoria. Esteban, el héroe de esta novela, descubre que sufre del síndrome que afecta no a todo viajero sino sólo a aquellos que no pueden volver a su país de origen: Ulises no viaja porque quiere sino porque está condenado al viaje. Sin sentimentalismo, sin ironía, con cierta ternura, Gamboa describe el itinerario de Esteban y de sus compañeros de infortunio, poseedores de tan sólo dos bienes, el sexo y la palabra, para sobrevivir en la ciudad emblemática del exilio, París, “enorme y pretencioso caravasar” como la llamó Henry James. El síndrome de Ulises es una novela apasionante, sabia y conmovedora.

21.5.08

La Librería de los Escritores

Por Vivian Abenshushan
Letras Libres, Ciudad de México, mayo de 2008


Lo habíamos olvidado; lo olvidamos con frecuencia: desde siempre el libro ha sido un objeto amenazado, vigilado, odiado. “Los que queman los libros –escribió George Steiner–, los que expulsan y matan a los poetas, saben exactamente lo que hacen. El poder indeterminado de los libros es incalculable”. Sabemos que existe una tradición de la infamia, la tradición de la literatura prohibida, que adquirió más fuerza que nunca cuando la censura sin fronteras fue promulgada con la fatwa a Salman Rushdie. Pero también existe su reverso: la tradición de los transmisores incansables, los héroes anónimos de la letra. Me estoy refiriendo a Shakespeare & Co. (la librería de Sylvia Beach que osó publicar ese “pedazo de pornografía”, esa “literatura de letrina” vetada en Nueva York y Londres: el Ulises de Joyce); a Grub Street (esa avenida poblada de escritores blasfemos y editores rebeldes, donde cobraron forma los libros que enfrentaron la censura del Antiguo Régimen y anunciaron la Revolución Francesa); a la samizdat (un escuadrón de manos invisibles que usaron la estrategia del copiado –con pluma, papel carbón o máquina de escribir– para evadir la censura impuesta por los países del bloque soviético y poner en circulación obras como Réquiem de Anna Ajmátova). Entre gacetilleros y editores clandestinos, entre libreros y humanistas obstinados, la prole incesante de los libros rebrota y se propaga siempre.

A esa tradición del amor desinteresado por el acervo de la humanidad pertenece La Librería de los Escritores, una breve (pero deslumbrante) crónica rescatada de las sombras del totalitarismo por la editorial Sexto Piso en colaboración con Edicions de La Central. Se trata de una aventura emprendida en los meses posteriores a la Revolución de Octubre entre un grupo de escritores y personas próximas al libro –el novelista y dibujante Alexéi Rémizov, el pensador Nikolái Berdiáiev, el novelista Mijaíl Osorguín, además de algún periodista en ciernes, un historiador del arte y un “bibliógrafo excepcional”–, con la intención más o menos chiflada de construir un refugio en pleno caos, para que los libros pudieran, aún, circular. En medio de la inflación que hacía subir los precios cada hora, cuando todas las imprentas habían sido clausuradas y el fantasma de la censura volvía a recorrer las calles de Rusia, la librería extravagante no sólo permitió la supervivencia de los escritores desempleados que se constituyeron alrededor de ella como cooperativa, sino que brindó a profesores, bibliófilos, artistas, estudiantes y “todos aquellos que no querían romper con la cultura ni reprimir sus últimas inquietudes espirituales” una forma de hospitalidad entonces inencontrable: la conversación y el libre pensamiento. Ahí estaba la librería abierta, el escondite intacto, incluso para quienes no tenían dinero, pero se paseaban a diario entre los libros, como si “encontrarse entre ellos” fuera suficiente alimento.

Gracias a una serie de circunstancias extraordinarias, La Librería de los Escritores logró convertirse durante el periodo que va de 1918 a 1922 en una zona temporalmente autónoma, el único lugar donde era posible blindarse contra la centralización del poder y encontrar libros sin “necesidad de autorización”. Algo más. Filántropos de la letra, los fundadores compraban con frecuencia libros invendibles a personas caídas en desgracia y se empeñaban en pagar lo justo, incluso si estaban al borde de la bancarrota, a quienes remataban sus bibliotecas por unos costales de harina. Y cuando imprimir libros se volvió absolutamente imposible emprendieron su samizdat a pequeña escala: la publicación de una serie de obras en un único ejemplar escrito a mano. El catálogo completo de aquellas ediciones autógrafas se perdió durante el largo exilio de Osorguín. Sin embargo, entre los escombros de la historia sobrevivieron algunos ejemplares, como las Poesías de Marina Tsvietáieva, que aparecen en facsimilar, junto con los dibujos de Rémizov, en la magnífica edición de Sexto Piso.

Para los Escritores de la Librería –una nómina de excéntricos que podría figurar en cualquier ficción de Kafka o Borges o Vila-Matas o Bolaño– estaba claro que en tiempos difíciles los libros pueden ser tablas de salvación. Esa convicción, esa forma de orgullo humanista que no se extingue ni siquiera cuando las palabras parecen haber perdido su valor, cuando la miseria obliga a usar los libros como combustible, es lo que da sentido a su proeza. En todo el relato de Osorguín prevalece ese orgullo –que es también una forma de responsabilidad intelectual, algo que podríamos llamar “la ética del editor y el librero”, una ética hoy completamente sepultada por las presiones comerciales. En el fondo, él y sus amigos creían que la supervivencia humana depende de la posibilidad de convencerse a través de las palabras, de propiciar vuelcos en la sensibilidad y defenderse contra las tiranías. Convertida en “atalaya del espíritu”, La Librería de los Escritores sostuvo una auténtica guerra de posiciones: mientras los libros estuvieran a salvo, existía la posibilidad de repensar nuevamente el mundo; en cambio, dejar que los libros cayeran en manos de comisarios ignorantes y purgas feroces era una capitulación, una forma de suicidio. Así, bajo la premisa de vida o muerte, La Librería de los Escritores se convirtió en el último reducto de independencia moral a lo largo de aquellos años de terror y hundimiento de los valores culturales. Después de todo una librería es eso: un santuario colectivo y laico, abierto a todas las heterodoxias, es decir, a las formas más diversas y personales de penetrar la realidad.

Por eso, la crónica de Osorguín (Perm, 1879 – París, 1942) es mucho más que una curiosidad editorial: es un trozo de vida cotidiana recobrado de las tinieblas, que nos permite saber más sobre la historia social y política de la edición y nos introduce de nuevo en los misterios del libro, en el tipo de sacrificios que es capaz de provocar entre los hombres. Pero también habla de todo lo que se pierde cuando cierra una librería o cuando confunde sus objetivos, como sucede en México y en el mundo anglosajón desde que el modelo de la hipertienda de novedades, con fecha de caducidad, se impuso en lugar de las pequeñas librerías de barrio. Lo que se pierde es la soberanía de los libros frente a los dioses del mercado, que son hoy quienes concentran la mayor parte del poder económico y político del orbe. La inquina burocrática que describe Osorguín no parece peor que la ignorancia mercantilista de los libreros contemporáneos: ambas asfixian la existencia del libro, quitándole el aire que lo hace vivir. Poner fuera de circulación un título después de tres meses porque no se ha vendido lo suficiente es el modo en que la rentabilidad coloca a la cultura de rodillas. Es una forma de censura sin hostigamiento que hace peligrar la naturaleza misma del libro, cuya influencia, cuya lectura, no se puede medir en semanas.

En Tumba de la ficción (2001), el ensayista Christian Salmon, director de la red de Casas Refugio, ha escrito que las macropolíticas de la globalización han terminado por instalar en todas partes el reino de lo homogéneo, es decir, la unificación de la cultura en su nivel más bajo. “Peor aún que la censura de los derechos individuales de expresión resulta hoy el espacio cultural que se está imponiendo por la fuerza. Un espacio cultural estandarizado, homogeneizado, dominado por las grandes agencias mediáticas y las industrias culturales trasnacionales.” En estos días la censura significa, ante todo y por doquier, “la tiranía de lo Único”. Basta con echar un vistazo en Gandhi o revisar los catálogos de las megacorporaciones editoriales. Parece que es la hora de tomar nuevamente partido por los libros, de fundar otras librerías extravagantes, de emprender –como ha hecho Sexto Piso– la insensata aventura de la edición independiente, de entrar al servicio de los títulos amenazados. Como ha escrito Roberto Calasso, La Librería de los Escritores “queda como el modelo y la estrella polar para quienquiera que trate de ser editor en tiempos difíciles. Y los tiempos siempre son difíciles”.

18.5.08

Hojas de Rama

Por Mauro Libertella
Radar Libros, Buenos Aires, 18/05/08


A los 48 años, Ángel Rama empezó a escribir su diario. Los motivos de esa decisión literaria no estuvieron del todo claros ni siquiera para el mismo escriba, y en esa ambigüedad inicial se funda ya esa naturaleza mestiza y urgente del diario. “A esta edad, normalmente, se redactan las memorias. A falta de ellas, me decido por una anotación de diario, ni público, ni íntimo.” Así empieza el diario en el que Rama escribiría intermitentemente, a veces con amarga dejadez y la mayor de las veces con compenetrada tenacidad, de 1974 a 1983. Son los años del exilio, cuando la dictadura estalla en Uruguay y lo encuentra a Rama en Venezuela, donde se queda por varios años. Salvando las diferencias conceptuales e idiomáticas, es posible proyectar una relación con el caso de Gombrowicz: no se van de sus países con la certeza del exilio sino que quedan como atrapados en un país en el que se vuelven muy rápidamente, una esquirla cultural a un mismo tiempo revolucionaria y molesta. Son muchas las ocasiones en las que Rama se pregunta si la gente con la que trabaja no se sentirá aliviada cuando él se vaya. Sucede que el ímpetu crítico y la moral política de Ángel Rama eran de un vigor que parecía aplastar a su paso la mediocridad y el silencio, la flaqueza intelectual y la falta de conciencia histórica y social. Así, Rama fue un crítico respetado, a veces venerado, pero también silenciosamente temido. Así lo demuestra una serie de discusiones a partir de las cuales se puede armar una suerte de biografía literaria de Rama. Su renuncia a la revista Casa de las Américas de Cuba por el caso Padilla; sus virulentos cruces con Reinaldo Arenas, que lo acusó de “agente subversivo” y de “operador de Fidel Castro” (acusaciones que confabularon para que a Rama lo expulsen de Estados Unidos, dicho sea de paso); sus históricas peleas con Emir Rodríguez Monegal, que marcan el arco biológico de su vida intelectual. Lo cierto es que la vida de Rama no admite adjetivos como “tranquila” y mucho menos “desapasionada”. Porque si un espíritu recorre estas páginas, ése es sin duda el de la pasión. Una pasión a prueba de las más ásperas adversidades políticas, una pasión que sobrevivió a los agotadores desplazamientos (a lo largo del Diario, Rama y su mujer viven en Venezuela, Estados Unidos, Barcelona, Colombia y Francia) y a una época en donde las cuestiones de la literatura tenían que hacerse, muchas veces, a escondidas.

Si tuviéramos que escoger uno de los problemas que obsesionaban a Rama y usarlo como cifra de sus años de diario, diríamos quizá que éste es el de la creación de una conciencia latinoamericana. En una época sin Internet y con muchos militares, Rama entendió que el único modo de hacer de la literatura latinoamericana un corpus orgánico y sólido era erigir rutas de pensamiento a lo largo y ancho del continente. Ya desde sus años de editor de Marcha en Uruguay, Rama se dedicaba full time a conectar a escritores latinoamericanos residentes en muy diversos países, impulsando la idea de que la literatura latinoamericana tiene que leerse a sí misma. Hoy eso parece obvio, pero en los días previos al boom lo más frecuente era leer a los escritores sobre todo europeos, y los latinoamericanos que calaban hondo en el continente eran Borges y unos pocos más. En ese sentido, se ha dicho aquello de que Rama vivió en el lugar justo en la época justa. Con la renovada ilusión política que trajo la revolución cubana y el estallido del boom latinoamericano, Rama encontró el mapa perfecto para cruzar literatura y sociedad, su juego crítico de mayor alcance, y entonces las relaciones entre escrituras nacionales se volvieron menos fragmentarias, menos aisladas, y lo latinoamericano empezó a tomar forma. Uno de los tramos del Diario que mejor evidencian esta cuestión es aquel en el que Rama reflexiona sobre el proyecto venezolano de la Biblioteca Ayacucho. La idea era ambiciosa, y consistía en publicar 500 volúmenes que contengan lo más fuerte de la cultura latinoamericana, en diversos campos de intervención específica. Para la concreción del proyecto hubo muchísimas reuniones, y en ellas Rama pudo comprobar algo escalofriante: cada participante proponía un puñado de libros de su país, y hasta ahí llegaba el entusiasmo. Rama entendió entonces que la unidad latinoamericana todavía era una ilusión en tímido estado embrionario, y que hacía falta quemar las barcas para saltar ese cerco que hacía de cada país una provincia endogámica.

La relación de Angel Rama con la generación del boom latinoamericano, que dejan entrever las páginas del Diario, es ambigua. Por un lado, es sabido que el uruguayo ha sido el más incansable de los promotores críticos de los libros del boom. Y sin embargo, la intimidad del Diario arma una lectura paralela, que cristaliza el momento en el que el boom se fue acercando al poder y las preocupaciones empezaron a dejar de ser literarias para volverse neta y puramente políticas. Los reparos no suelen ser hacia las obras –aunque los hay– sino hacia los escritores, que Rama conocía en toda su dimensión humana. En esos momentos, el Diario puede leerse si se quiere como una especie de museo del chisme, una afirmación que seguramente a Rama le disgustaría profundamente. Respecto de García Márquez, en 1977, escribe: “¿Quién es, hoy, Gabo? No decepción, no desagrado, simplemente perplejidad. Parecen no quedar huellas del escritor, al menos como ese escritor fue, él lo sabe y aún trata de jugar con esa imagen superpuesta a la antigua. Tampoco un periodista, pero asimismo no un político sino algo cercano a ambos términos y diferente: un viajante político-cultural quizás, un agitador, pero no un ideólogo, of course, sino un animador o relacionador que opera entre los centros de poder político de la izquierda. Evidentemente eso lo fascina, es su acción, y eso ha sido logrado con la literatura, pero nada tiene que ver con ella”.

A toda esta vertiente del Diario que gira alrededor de la literatura, se le agrega también una dimensión humana que hace de éste una especie de joya literaria única. El punto más estremecedor, en este aspecto, es aquel en el que se enferma su mujer, la artista argentina Marta Traba, y Rama vuelve al abandonado Diario para conjurar allí fantasmas y miedos. Son esos momentos en los que se trasluce el Rama vulnerable, terriblemente humano, cuyo sufrimiento tiene la misma hondura que su empuje. Su relación con sus hijos y con los de su mujer, las amistades y el país natal, son espectros que irrumpen en cualquier momento, y que quizás en última instancia justifican la existencia del Diario. El final del libro es, en este aspecto, demoledor. Rama vuelve al cuaderno después de un año funesto en el que el gobierno de Estados Unidos le rechaza la renovación del visado por “comunista subversivo”. Rama y su mujer emprenden, así, un nuevo exilio, esta vez a París. En la última entrada del Diario, Rama se queja todavía del ingrato proceder de Estados Unidos, pero su pulsión de vida ya empieza a exigirle nuevos proyectos. “El pasado empieza a pesar menos”, escribe. El final del Diario es brusco y las razones son conocidas: en noviembre de 1983, cuando viajaba con Marta a Bogotá para un congreso, el avión se estrelló cerca de Madrid, y nadie sobrevivió.

El legado de Rama, desde luego, todavía se está capitalizando. A sus dos libros más emblemáticos –Transculturación narrativa en América latina y La ciudad letrada– hay que agregar, sin ninguna duda, Diario 1974-1983, como un material para entender la literatura de un continente, pero sobre todo para conocer un modo de pensar el rol del intelectual; un modo radical, sin medias tintas, de gran vigor moral y de una fuerza que da escalofríos. Y si en el Borges de Bioy Casares la frase que se repetía como un mantra obsesivo era “Come en casa Borges”, aquí la constante es “Larga conversación con...”. Eso es el Diario. Una larga conversación con Angel Rama; una conversación de siete años cortada únicamente por los exilios, por épocas de excesivo trabajo, y por el duro final.

15.5.08

La herencia Heraud

César Lévano
La Primera, Lima, 15/05/08


Javier Heraud convoca, al cumplirse 45 años de su muerte, el recuerdo y la reflexión.

No sé si muchos conocen quién fue ese poeta que a los 21 años de edad murió baleado en una acción colectiva de policías y población civil, azuzada por un cura de vocación fascista.

No sabían esos malvados lo que hacían. No tomaron en cuenta que los dos guerrilleros, avistados en una barca a las trece horas del 15 de mayo de 1963, habían izado bandera blanca y luego habían naufragado, arrastrados por la corriente del río Madre de Dios. El agricultor Roberto Vásquez Cobos, que por pura generosidad los salvó, también fue victimado.

Conocí a Javier en el Instituto “José Carlos Mariátegui”, en un local del jirón Huancavelica. Era, como es bien sabido, un muchacho de singular apostura y de facciones en que brillaban la nobleza y la inteligencia. Antonio Cisneros, su gran amigo, ha recordado sus ojos, “demasiado marrones y profundos”.

Poco después partió a Cuba, a estudiar cine, y en la isla tomó la decisión de luchar por la justicia con las armas en la mano. Don Jorge Heraud, su padre, me contó alguna vez que Javier había realizado, años antes de viajar al extranjero, una excursión por varios departamentos del Perú. Lo habían conmovido las condiciones de miseria en que vivía la mayoría de peruanos.

“Después de ese viaje, Javier cambió”, me explicó don Jorge. No se puede ser poeta y permanecer indiferente ante la tragedia humana. Goethe, el olímpico Goethe, escribió a un amigo desde Altona, donde se hallaba de visita: “Mi drama se niega a ­avanzar. No es posible escribir como si no hubiera en Altona tejedores que se mueren de hambre.”

Por parecida razón abandonó Javier su hogar feliz de clase media, sus amorosos padres, su ­poesía, su paz, su vida.

La juventud de Puerto Maldonado, que presenció al asesinato de Javier, reaccionó con dolor e indignación. Dos meses después de esa muerte, los colegiales de la ciudad decidieron prolongar el recorrido del desfile de Fiestas Patrias para marchar, con los puños en alto, frente a la cárcel donde estaban presos los compañeros de Javier.

Edwin Segovia cuenta esos hechos en su novela Eorindari, al sur del paraíso. Y acoge un texto anónimo publicado hace diez años en el semanario Selva Sur de Puerto Maldonado, que concluye así:

“De aquella bandera de luz y de la sangre generosa de Javier, nació en esta orilla del mundo una flor de trágica belleza: la Rosa Variable o Rosa Breve, que nace blanca como la nieve en la madrugada, empieza a teñirse de rojo desde las trece horas en punto, y muere cubierta de sangre al derrumbarse la tarde, al derrumbarse los sueños, al derrumbarse un poeta”.

Era otra época histórica y política, pero el sacrificio de Javier inspira las nuevas luchas por la justicia y contra el imperialismo.

12.5.08

La narrativa de Mario Bellatin

Entrevista de Juan Manuel García
La Jornada Semanal, Ciudad de México, 11/05/08


Autor de más de una docena de títulos que lo colocan en la palestra del ámbito literario hispanoamericano (su más reciente libro publicado por Anagrama es El gran vidrio). Para muchos –aunque él está lejos de todas las etiquetas– el escritor de culto que construye insólitas estructuras narrativas con cada uno de sus textos. “Me interesa que la literatura sea, exista y funcione en sí misma”; el novelista en cuyo nombre de dos palabras se encuentran una lista de títulos igualmente inquietantes que las frases que forman las primeras páginas de sus textos (Canon perpetuo, Poeta ciego, La escuela del dolor humano de Sechuán, Jacobo el mutante y Lecciones para una liebre muerta, entre otros traducidos a varios idiomas). Mario Bellatin, el nominado al Premio Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 2000 y ganador del Premio Xavier Villaurrutia en 2001 por Flores, ofrece en esta entrevista de propia voz y sin intermediarios, postales instantáneas que develan sus preocupaciones literarias y los mecanismos de escritura con los cuales urde mundos de una rara ficción que incluso él afirma olvidar con el tiempo: “Soy otro, pierdo un poco la noción del tiempo y cuando salgo lo olvido por completo, lo que he escrito.”

La imagen y la literatura

La imagen para mí es fundamental y yo creo que sirve no en los libros como para decir sin decir, yo creo que es una manera de hacer evidente el silencio, de hacer evidente lo insinuado, lo no marcado, lo no determinado; entonces yo uso mucho las imágenes en ese sentido: crear una atmósfera dentro de la cual poder introducir al lector y hacer pasar por un espacio paralelo de la realidad que obedezca sólo a sus propias reglas y para eso la imagen es fundamental. Muchos de los libros han surgido de una imagen estática, por ejemplo Salón de belleza, era en su espacio, con los enfermos, con las peceras.

Tiempos y espacios

Cuando la palabra escrita está demasiado cargada de significados o hay unas ideas muy concretas y muy definidas que se quieren expresar por medio de la escritura, muchas veces se pierde precisamente el poder de la palabra, el poder de la misma escritura, porque las ideas son las que muchas veces llevan la delantera. A mí me interesa que la literatura sea, exista y funcione en sí misma, y ni siquiera la literatura, la escritura, que la escritura forme un lugar con tiempo, espacio y dimensión, que sea autónoma de cualquier elemento incluso del propio autor.

Escribir sin finalidad última

Trato de que cada libro sea diferente, pero que al mismo tiempo haya una presencia de una determinada palabra, porque como yo escribo, porque tengo que escribir, o sea, no tengo ninguna otra intención. Incluso cuando he tratado de pensar en alguna otra intención que esté más allá del simple hecho de crear palabras, me ha parecido bastante banal. El hecho de convertirme en un escritor, o el hecho de tener libros publicados, o sea, lo que puede significar ser escritor socialmente o coyunturalmente, ninguno de esos elementos me llama la atención.

Unidad en el arte

Siento que mis libros por un lado se pueden leer de manera autónoma, y al mismo tiempo se pueden leer como un conjunto. Las diferentes novelas pueden ser tomadas como capítulos de una sola escritura y entonces eso se acerca bastante a mi idea en cuanto a la literatura o al arte, de que todo es parte de lo mismo, que todo es un solo libro como unidad; eso es el sentido de la unidad en el arte.

Del método

Una de las maneras en que yo trabajo es con varios textos al mismo tiempo que están siendo creados con distintas finalidades, entonces hay momentos como de quiebre o de parar, no sé, y de pronto es retomar el material que tengo y trato de darle distintas formas o distintos sentidos, muchas veces, casi siempre totalmente distintos a la idea original. Para yo publicar un libro tenía que tener en mi casa terminados otros, era como una especie de tabú, porque pensaba que si ya se iba ese texto me iba a quedar en el vacío más absoluto, pero ahora ya no tengo solamente uno, sino varios al mismo tiempo en distintos procesos de creación. Yo entro en ese espacio, soy otro, pierdo un poco la noción del tiempo, y cuando salgo lo olvido por completo, lo que he escrito. Muchas veces me pasa ya incluso con libros acabados de publicar, que me preguntan que tal personaje y tal otro y yo no tengo ni la más remota idea de lo que está en los libros, y el lector muchas veces eso lo siente como ofensivo, como si fuera una suerte de petulancia de mi parte.

Libros objeto

Mis libros no son libro objeto, pero si retomáramos el término independientemente de lo que supuestamente es un libro objeto, pues sí, y este libro por ejemplo, El gran vidrio, creo que conseguí de alguna manera que sea un libro objeto, en el cual la portada no es casual, como se suele poner en un libro, una carátula que haga alusión a, sino que fue parte de la propuesta. Ahora justamente quiero hacer un libro sin tapas, que quiere decir –parafraseando a Felisberto Hernández– que es libre y quiere decir que cualquiera puede haberlo escrito antes o después, o sea como que queda abierto para las dos opciones de que alguien lo pueda escribir desde antes o lo pueda escribir desde después, y de alguna manera eso es lo que a mí me gustaría que fueran mis libros.

Construcción mutua del lector


De alguna forma lo que yo intento en los libros es pedir al lector esta apertura, la falsa inocencia llamémosla, para que pueda introducirse en un universo determinado que se representa, que está diseñado para establecer una suerte de ritual entre el lector y el autor. No creo que mis libros sean un espacio de ideas preconcebidas, un espacio de comprobación de verdades. Me imagino que es un lugar de construcción mutua, de identificación mutua con un determinado lector, con un lector que quiera transitar por un universo que no podría transitar de otra manera.

10.5.08

Se rodará película sobre Vallejo

El actor Roberto Sosa se encuentra muy activo en el terreno filmográfico, en el que prepara diversas participaciones, y en una de ellas interpretará al gran escritor peruano César Vallejo. En entrevista en el puerto de Acapulco, México, donde se encuentra para presentar la película Victorio, que forma parte del Foro México del 48 Festival Internacional de Cine de Acapulco (FICA), explicó que ésta ya fue terminada, sólo falta subirla a 35 milímetros, ponerla en thx o en dolbi y buscar la posibilidad de distribuirla comercialmente para exhibirla en salas, pero primero estará en diversos festivales. En cuanto a otras intervenciones en cine, explicó que recién trabajó en 3.3, de Eva López, y Enemigos íntimos, de Fernando Zariñana.

Próximamente empezará con una película sobre César Vallejo con una coproducción con la Embajada de Perú. Sosa interpretará al escritor sudamericano que pasó gran parte de su vida exiliado en París. “La película se estrenará en México y París, y básicamente lo que se va a narrar será sobre sus últimos años de vida. El murió a los 44 años y reflejaremos la última etapa de su enfermedad, así como su relación con Georgette (Renata Wilmer), su mujer, y cómo hizo sus últimos textos”, subrayó Sosa. La dirección estará a cargo de Gerson Palomares. “Es una ópera prima, él es un cineasta que estudió en Canadá y también es el autor del guión”, expresó. La producción estará a cargo de Rossana Arau, hija de Alfonso Arau, y tendrá locaciones en la colonia Santa María la Ribera, de la ciudad de México, y algunos exteriores en París, pero ya con un equipo más pequeño. El rodaje arrancará la tercera semana de junio.

(Fuente: Notimex / La Jornada On Line, Ciudad de México, 09/05/2008)

7.5.08

Libros peruanos en la Red

Poco a poco, la gran labor cultural que realiza Virginia Vílchez Samanez está comenzando a tener el reconocimiento que se merece. Economista y promotora cultural, Virginia dirige el Centro Cultural Puertas Abiertas y tiene a su cargo el Portal Librosperuanos, desde donde da conocer, de manera puntual y entusiasta, las novedades de libros peruanos. Justamente el día de hoy, en el diario La Primera, de Lima, acaban de hacerle esta entrevista que reproducimos a continuación.

"-¿Qué importancia tiene este servicio?
-Es un portal virtual que se creó el 2004 con la finalidad de difundir la producción editorial en el Perú, toda vez que hay pocos diarios y espacios que hagan conocer los libros que se publican. Además, hay pocas librerías en Lima y en el Perú en general, la mayoría de las librerías prefieren exponer libros extranjeros para la venta.

-¿Qué debe hacer un escritor para acceder a ese servicio?
-Invitamos a los escritores que hayan publicado un libro, para que nos envíen vía correo electrónico los datos esenciales. Es decir, la ficha del libro para incluirlo inmediatamente en el catálogo.

-Y, ¿quién financia este servicio?
-No recibimos financiamiento de ninguna institución, todo se hace con nuestros propios franciscanos recursos. Brindamos un servicio valioso a los escritores sin costo alguno, como también a las personas que cada día visitan nuestra página, ahora son miles.

-¿Cuál es el procedimiento para que los autores envíen sus libros?
-Eso es accesorio, es que como hay librerías que no reciben libros de autores peruanos, nosotros podemos hacerlo para que los interesados no viajen al interior del Perú. Pero ese no es el fin de la Página, su finalidad es más ser una vitrina de libros que se producen en el Perú. Nuestra finalidad es promover a los escritores peruanos para que sean conocidos en el mundo.

-¿Cuántas visitas tienen?
-Tenemos 120,000 visitas mensuales y va en ascenso. Nos escriben de todo el mundo felicitándonos por la calidad de la Página. Hay muchas personas que se informan porque nosotros ofrecemos una información fresca, siempre renovada.

-¿Cuántos libros han publicitado?
-Hasta ahora más de 9,800 libros que han sido promovidos, todos los días se incrementa esta cifra. Estamos orgullosos de servir así al Perú aunque tengamos problemas en cuanto a la economía de la institución.

-Entonces, es un servicio que no comercializa.
-No, no, salvo si los escritores encarguen, pero ese no el propósito de Librosperuanos. Vendemos en casos singulares, excepcionales. Estamos al servicio de autores peruanos y peruanistas. Lo hacemos pensando en promover a los escritores peruanos y el Perú."

6.5.08

Mañanitas a Carlos Monsiváis

Elena Poniatowska
La Jornada, Ciudad de México, 04/05/08


Este chiquillo vestido de charro y a veces de indito parado a medio estudio fotográfico que mira fijamente a la cámara se llama Carlos Monsiváis; este niño protestante que asiste con devoción al templo de la colonia Portales y entona “Cristo bendito,/ yo pobre niño, por tu cariño me allego a ti/ para rogarte humildemente/ tengas clemente/ piedad de mí” es Carlos Monsiváis; este cuáquero y pacifista que nunca dice una mala palabra, incapaz de hacer una grosería, este chavito que para conocerse a sí mismo y a los demás lee con fervor, éste que se sabe la Biblia de memoria y recita de corrido la Suave Patria, este escuincle que respeta los días de guardar y lleva bajo el brazo una libreta de taquigrafía y un libro de Tom Wolfe, este infante que recibe el corazón de su madre, este pequeño que va por la calle San Simón hacia la calzada de Tlalpan y está a punto de subirse al autobús es Carlos Monsiváis; este mozalbete anteojudo que se aprende todas las canciones de la Guerra Civil Española (“San José es republicano, la Virgen es socialista y el niño que va a nacer del Partido Comunista. Venga jaleo, jaleo, suena la ametralladora y Franco se va a paseo y Franco se va a paseo”), este adolescente que deambula por las librerías de viejo, éste que lee Los diez días que conmovieron al mundo, de John Reed y la Historia de las luchas sociales, de Max Beer, este muchacho que asiste a las matinés del cine Río, esta risa estridente que rompe el silencio como un pájaro herido, éste que se pitorrea de los demás, éste que publica la antología de La poesía mexicana del Siglo XX, que sorprende y atrae el reconocimiento de todos, éste que va a la Lagunilla y consigue grandes rebajas, éste que consagra a la Zona Rosa, éste que se manifiesta en favor del líder de los maestros Othón Salazar, asiste a las asambleas de los ferrocarrileros y escucha a Demetrio Vallejo, este universitario con los dedos cubiertos de curitas que se escandaliza por el asesinato de Rubén Jaramillo, su mujer embarazada Epifania y sus tres hijos no es otro que Carlos Monsiváis; este joven que podría morir por un ideal, este cronista que sufre y resiente las injusticias, éste que habla de cine en Radio Universidad, éste que en el Bellinghausen se escuda tras de Laura Oseguera para cantar “Romero, suba y dígale al Mangotas (López Mateos), que aquí lo espera su lambiscón”, este mancebo que aflora mordaz y lúcido tras la timidez y el pudor de sus veintitantos años, éste en quien la inteligencia siempre gana la partida, éste que hace huelga de hambre al lado de Sergio Pitol y Juan de la Cabada en la Academia de San Carlos, este escritor que legitima y consigna los movimientos sociales y declara que el gobierno no puede cobrar venganza de nadie, su tarea es la justicia no la represalia, éste que condena la tortura y las desapariciones, éste solidario que refrenda su apoyo con las minorías en cada esquina, éste que se levanta contra las violaciones a los derechos humanos, éste que funda un suplemento para la prevención y defensa del VIH/sida, éste que protege a las mujeres, éste que defiende a los animales, éste que se presenta en los sitios de desastre, este defensor del proyecto civilizatorio, este forjador de mitos (él mismo un mito viviente), este recogedor de perlas, éste que sabe escuchar, éste que declara que el gobierno tiene el deber de no recurrir a la violencia o a la revancha, este coleccionista, este crítico de arte, este polemista, este interlocutor de Octavio Paz, este dialoguista en La Realidad, Chiapas, con el subcomandante Marcos, este creador de un género único en México y de la columna más leída del país “Por mi madre bohemios”, este amigo leal, este gurú, este consejero áulico, este director de La cultura en México, este espejo de la vida nacional, este sabio que redacta los desplegados en defensa del petróleo, en defensa de las minorías, en defensa de la libertad sexual, en defensa del Movimiento Estudiantil asesinado el 2 de octubre, éste que patentiza su indignación por la noche de Tlatelolco y el 10 de junio, este ciudadano, este catequista, este heredero de Salvador Novo que ha puesto lo marginal en el centro, este amor perdido, días de guardar, los rituales del caos, aires de familia, escenas de pudor y liviandad, entrada libre, crónicas de una sociedad que se organiza, no sin nosotros, los días del terremoto 1985-2005, y un sin fin de ensayos más (el último insuperable sobre Frida Kahlo en Debate feminista), este analista de la cultura popular, éste que habita sus crónicas y entra al lenguaje como a su casa, éste que protesta, este inventor, éste que va mucho más allá de su responsabilidad social, el San Ubicuo del nuevo catecismo para indios remisos (la única autoparodia que se ha permitido), éste que escribe vertiginosamente y está en todo, éste que se replantea la vida cada mañana y, por tanto, revoca a la muerte, el intérprete, el comunicador, el demócrata, el museógrafo, el benefactor, este chavito que lucha contra la ineptitud y la rigidez se llama Carlos Monsiváis, cumple 70 años y el júbilo es general y contagioso.

Aunque diga que la popularidad lo desconcierta, a Monsiváis lo siguen como una especie de religión y lo siguen porque en su caso la religión es razón. Este hombre que piensa con su sangre como lo hace con su prodigioso cerebro, este hombre que disiente y resulta crucial para nuestra democracia, este ser humano que practica una crítica fundamental para México es Carlos Monsiváis, esta voz genuina y poderosamente alternativa, éste que moviliza una gran cantidad de energía con su sola palabra, éste a quien recurren los caricaturistas con El Fisgón a la cabeza, este hombre fundamental es Carlos Monsiváis quien hace 70 años engalanó la mañana e hizo cantar las flores con su nacimiento y ahora mismo exclama “¡Ay qué horror!”, se da la media vuelta y nos deja con un palmo de narices.

Todo esto y más es Carlos Monsiváis.

4.5.08

Justo Jorge Padrón

Hace poco, el gran poeta español Justo Jorge Padrón fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad César Vallejo, de la ciudad de Trujillo. En esa magna ocasión, Padrón pronunció un importante discurso, "La Poesía como destino: Búsqueda histórica de la esencia de lo poético", donde la celebración de lo poético confluye prácticamente con lo ontológico y lo cósmico.

"La semilla que dejó el surrealismo en la poesía contemporánea, dijo allí Padrón, no cesa de manifestarse de algún modo en cada poeta verdadero. La palabra persigue en la poesía de intensidad incandescente. Su tensión se consume en ella misma. Es al mismo tiempo la zarza ardiente de Jehová, la hoguera primigenia de Prometeo, del vuelo de Ícaro antes que su propia claridad –no la del Sol– lo destruyera. Su propia religión, su auténtico génesis. Ella da fuerza a su creador, le susurra al oído que es su Dios. No creo que la Torre de Babel haya sido sólo una cumbre de ladrillos. Fue ante todo un movimiento verbal. La palabra hebrea Babel expresa la idea de un cielo en esta tierra y también lleva la significación de confusión, caos y aún más lejana de utopía, despropósito y fracaso. Sabemos que la torre se concibió como un ataque al cielo. Los alarifes y directores de la obra eran pocos, si se compara a los millares de ejecutores que obedecían las órdenes del trabajo. La torre -como todo poema– requería un solo idioma, una misma unidad de obediencia para arribar a un objetivo manifiesto: la destrucción de Dios".

Para tener una idea de la recepción en el Perú de la obra de este importante vate español, se puede leer esta breve pero valiosa nota de Benjamín Huamán Castope que, con el título de "La poesía de Justo Jorge Padrón", fue publicada en el número cuatro de la revista Wayra (segundo semestre de 2007).

"Justo Jorge Padrón, poeta nacido, en 1943, en las Islas Canarias, de formación universitaria en Ciencias Políticas, tuvo que abandonar tal oficio, incluso en contra de su padre, por el arte, en este caso, por la literatura. Sin duda, para muchos, es un gran poeta épico, por su verso que plasma, de manera mágica, la historia, la sensibilidad humana y una realidad efímera.

Para este momento, gracias a su metamorfosis poética, Padrón es un exquisito representante de la poesía española. Con obras traducidas en cerca de cuarenta y tres idiomas, sus poemas muestran la presencia de elementos como el agua y el fuego, esencia verosímil de su literatura y personalidad, tal como se espeja en Fuego en el diamante (Sonetos: 1995-1998) o en el bien dotado Abedul en Llamas (1978).

Poesía, articulación mágica de palabras, que nos llevan a un espectro indescriptible, casi metamórfico en tiempo y espacio, no sólo cuando se transita por algún verso, sino también en la sensibilidad del mismo ser humano. En su «Walking Aroud», Neruda decía cansarse de ser hombre. Por el contrario, Padrón es fuego infinito e inextinguible, brisa inconclusa. Así, en «Un don Irrepetible», poema a Neruda, versa: «Después de recordar lo caminado/ y volver lentamente a recórrelo,/ sin ilusión, como si no pudiera/retroceder a lo vivido/ ni fuese ya capaz de dar un paso, miro/ a través de los fuegos de este otoño arenoso,/ y de súbito tiemblo».

Empapado de comentarios y halagos, Borges afirmó: «Padrón es un gran poeta, ha conseguido con estos poemas —Los círculos del infierno (1976)— lo que hace mucho tiempo no me ocurría, emocionarme profundamente y hacerme llorar». Por ejemplo, en «Aquel Frondoso Peso», uno de los poemas de esta producción, escribe: «Escuché un balanceo de remos en mi cuerpo/ como si columpiase al sol de la mañana./ Fragor de platería en los huecos de aire./Una ráfaga calida un cimbrear crujiente (…)». El poeta cuajado, añejo, se iba mostrando en una poesía rica en representación natural plasmada en una metáfora pulida. La exquisitez de su poesía descansa, sin contradicción alguna, en la naturalidad de sentar palabra tras palabra y llevarnos al ojo y mano del poeta.

El odio y el amor, la oscuridad inconclusa y el amanecer infinito —las extensas contradicciones siempre juntas—, en el Resplandor del Odio (1993), él se muestra sin caretas. El profundo abatir de odio recalcitrante que quema en lo más hondo del ser, aquel sentimiento más de una vez reprimido en todos, es, tal vez, el espacio de filosofía mordaz del autor, donde cada espacio es fuego intimidante, donde cada lugar queda vacío y cada segundo transitado, un pantano. Pero, al mismo tiempo, o viceversa, el amor se cuelga en contradicción natural, como paño, calma o suavidad sencilla, como un claro oscuro de Rembrandt o, simplemente, una diatriba existencial.

Ascuas del Nadir (1995), este poemario que comprende cuatro capítulos o cuatro poemas, en el que transita por «La Noche» (poema I), «La Mañana» (poema II), «El Medio Día» (poema III), y «El Atardecer» (poema IV), se convierte en un espectador del tiempo, donde los protagonistas son el mar y el cielo, comportándose de manera distinta en cada segundo, minuto, hora, tiempo en el que sus retinas se visten coloridas, cuando la mañana o el ocaso se sienta al mar y sus aguas juegan. El espectador que tiembla maravillado frente al nadir cósmico y que resume de este modo al día en cuatro estaciones.

Padrón versa al agua, elemento que ha formado parte de su vida, puesto que el espacio donde nació y creció representa un lunar oceánico, por llamarlo de algún modo. A los veintitrés años publica Escrito en el Agua (1966), donde su matiz romántico se ve anclado a esa porción natural, cómplice infantil de filosofías y su juventud misma. Tal como lo muestra en «La incógnita de ser» —poema de Escrito en el Agua—: «Cuando sea tan solo una gota de lluvia,/ apenas un impulso hacia la luz (…)». Y concluye: «De nuevo la ternura radiante de mi madre abriendo la ventana/ al fértil firmamento donde empieza la vida».

En Padrón, estos enjoyados poemas encarnizados llevan, sin desvarío, cierta cosmovisión nidificada en cada uno de sus versos, pues, a medida que vamos leyendo cada uno de sus poemas, nos sumergimos no sólo en la sensibilidad del artista, sino también en la historia misma de su espacio.

Canto Universal de las Islas Canarias o Hespérides (2005), como así lo nombran algunos, es una de aquellas producciones cargadas de pasado épico. Poemario compuesto por veintiséis cantos, es, hasta ahora, su producción encumbrante. De ahí que Ricardo González Vigil lo llama «Canario Universal, un Atlante del verso». Canto Universal de las Islas Canarias es la historia hecha verso porque plasma, con tal elegancia, hechos suscitados desde las conquistas en la «cuna» de Padrón hasta la misticidad de la Atlántida. Es sumergirse en aquella mitología conocida en la que Hespérides, hija de Héspero, es llevada a un jardín colmada de manzanas de oro. Este jardín queda al extremo del planeta y es habitado por dioses. Leyenda hecha poesía, Padrón es mítico en su verso. Instalándose en batallas, sintiéndose tal vez parte de ellas también, como cuando escribe: «Yo, Lindaro, vigía de esta costa,/ alzo mi caracola y expando su sonido/ para que los hermanos la noticia festejen/ y acudan a la playa en son de bienvenida. Y desde la quietud de este aislamiento/ me pregunto: ¿De dónde vienen? ¿Quiénes serán?/ ¿Dioses, diantres, personas, enemigos? (…)», de Canto Duodécimo. Esta es la obra más madura, capaz de ser colocada, tal vez, junto a La Vida es Sueño, de Calderón de la Barca, o la Iliada, de Homero.

Dejarse atrapar por los versos de Padrón es volver al origen del universo, al espacio profundo del ser, o, como dice Marcel Marceau, al silencio puro e infinito. Aquel jovencito de diecinueve años que estrenó un recital en el círculo de Bellas artes de Tenerife y que fuera víctima de algunas criticas latigantes, viste de historia y canto. Padrón es agua, fuego, viento, brisa, día o noche, aquel espectro aún inconcluso. Padrón: el fuego Atlante".