28.1.08

Crónica y ficción en la obra de Scorza

Escribe
Juan González Soto*

Manuel Scorza ha demostrado que el relato en línea recta, el avance narrativo en porfiada simplicidad, no es la única salida posible para el enfoque del mundo y de la problemática del campesinado indígena. Manuel Scorza no es, naturalmente, el primero en llevar a cabo esta pequeña pero importante proeza. Juan Rulfo había mostrado con Pedro Páramo (México: FCE, 1955) una insospechada propuesta con que sobrepasar lo que venía siendo una especie de desidia de estilo. Hasta entonces parecía que únicamente el ímpetu del tema y su carga de denuncia eran suficientes en sí mismos y eran capaces de exonerar al novelista de otros riesgos estructurales o estilísticos.

El sistema fragmentario ha servido a Manuel Scorza para llevar al lector a un esfuerzo de composición novelesca, de reconstrucción del todo. El lector, así, se ve obligado a establecer las vinculaciones adecuadas, las debidas relaciones, las ilaciones coherentes entre las partes, que nunca han sido nombradas por el narrador más que de una manera implícita, de una forma levemente sugerida. La obra adquiere existencia autónoma y revela sus sentidos sólo tras una lectura atenta y minuciosa. La guerra silenciosa convoca a la libertad y a la creatividad del lector. Le ofrece la posibilidad de elegir, y de atinar o de equivocarse tras la elección; le ofrece la capacidad de componer, acertada o erróneamente, lo que estaba descompuesto en fragmentos. En este sentido, La guerra silenciosa se halla en la más extrema cercanía de la modernidad, porque ―según afirma Emil Volek― modernidad “es el conocimiento cada vez más profundo y matizado del hombre, de la sociedad y del universo; es hacer posible lo que antes no lo era y, de este modo, acrecentar la libertad del hombre y su capacidad real de intervenir conscientemente (para bien o para mal) en el mundo”.

El humor es también un rasgo esencial en todo el ciclo novelesco. Este indispensable y humano amortiguador de la tensión y de la violencia se abre paso con mucha frecuencia a lo largo de la ficción. Y es algo más que un simple recurso. Va más allá de ser un mero suavizador de la tragedia que se cierne sobre los personajes. Quizá sea uno de los más activos resortes con capacidad para superar el pintoresquismo, los marcos geográfico e histórico en que discurren las novelas del ciclo, los ámbitos humanos por los que deambulan los personajes, que son capaces, mediante el humor, de reflexionar sobre las situaciones que viven y sobre el mundo que habitan, también de reflexionar sobre ellos mismos. La vida, compuesta de infinitos fragmentos singulares, logra gracias al humor hacerse universal. Y lectores lejanos ―y aun ajenos― a la problemática novelesca se acercan ―o incluso hacen suyos―, únicamente a través de la sonrisa, hombres y mujeres, inquietudes y felicidades, alegrías y desazones. Se trata, en definitiva, de una arriesgada empresa para el novelista, puesto que desea expresamente superar el realismo superficial. No sólo pretende mostrar cuanto vio, oyó o supo, sino que también desea hacer partícipe al lector de un cosmos en conflicto y pleno de relieves en los que el humor, claro, también ocupa su lugar y ejerce su influencia.

Otro elemento que coadyuva al alejamiento del realismo superficial es el lenguaje. El novelista no se limita a reproducir el habla popular, sino que lleva a cabo una operación de recreación. El barroquismo scorziano, en el que habitan altas dosis de poesía, logra configurar una atmósfera envolvente en que discurren personajes y acciones. El lenguaje, pleno de metáforas y de recursos estilísticos, consigue alejar la designación de novela-crónica o novela-documento e inscribe su escritura en un universo literario imaginativo y elocuente, pero no por ello menos creíble o menos eficaz.

Y todo este despliegue de rasgos tan significativos lo ha llevado a cabo Manuel Scorza cifrándolos en su experiencia vital, como partícipe de las revueltas campesinas de principios de los años sesenta en los Andes centrales peruanos. Resuenan vivamente las siguientes palabras de Ernesto Sábato: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia; el hoy y aquí. La tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar”.

Manuel Scorza presenció y vivió las acciones de quienes reclamaban sus derechos. Después, urdió un vigoroso monumento literario cuyas partes se nutren de una encendida imaginación, se sostienen mediante el milagroso embrujo de las palabras y consienten nombrar las pesadillas y el sueño de un hombre preocupado por la injusticia en que viven otros hombres y mujeres. Ana María Matute, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, pronunció la esencia de un principio que sin duda alguna palpita en las páginas de La guerra silenciosa: “Siempre he creído, y sigo creyendo, que la imaginación y la fantasía son muy importantes, puesto que forman parte indisoluble de la realidad de nuestra vida. Cuando en literatura se habla de realismo, a veces se olvida que la fantasía forma parte de esa realidad, porque, como ya he dicho, nuestros sueños, nuestros deseos y nuestra memoria, son parte de la realidad. Por eso me resulta tan difícil desentrañar, separar imaginación y fantasía de las historias más realistas, porque el realismo no está exento de sueños ni de fabulaciones... porque los sueños, las fabulaciones e incluso las adivinaciones pertenecen a la propia esencia de la realidad. Yo escribo también para denunciar una realidad aparentemente invisible, para rescatarla del olvido y de la marginación a la que tan a menudo la sometemos en nuestra vida cotidiana”.

(*) Nacido en 1959 en Cabezas del Villar, Ávila. Doctor en Filología, profesor, ensayista, editor y poeta. Ha escrito los poemarios Línea de flotación (1998), Cuerpos, esfuerzos, deseos (2000), Toro o azar (2002), Martel.lus, poeta de Tàrraco (2004) y Lugar cerrado (2004). También es autor del trabajo La palabra labrada. La obra poética de Luis López Álvarez (1995). En 1999 sustentó en la Universidad Antoni Rovira i Virgali, de Tarragona, la tesis Temas y formas en La guerra silenciosa de Manuel Scorza, que obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude. El ensayo de González Soto publicado en Wayra proviene de esta valiosa tesis que aguarda ser publicada completamente por algún editor inteligente.

(El texto completo de este importante trabajo se puede leer en
Wayra, Año III, N° 6, Uppsala, segundo semestre de 2007)

26.1.08

La vuelta al barrio de Enrique Congrains

La nueva edición del muy leído suplemento cultural Babelia, de El País (Madrid, 26/01/2008), trae muchas cosas de interés relacionadas con la literatura latinoamericana, como el reportaje que, bajo el título de “Poesía contra el olvido”, Francesc Relea le hace al poeta argentino Juan Gelman, ganador del Premio Cervantes 2007. Otro tanto puede decirse del delicioso comentario que Antonio Gamoneda, Premio Cervantes 2006, escribe a propósito de la reciente aparición del poemario Cartas a mi madre (México DF, Ediciones Monte Carmelo, 2007), de Gelman. Además, como si no bastara con lo anterior, Babelia incluye en su sección “Crónicas de América Latina” una crónica acerca de la vida cultural en la ciudad de Buenos Aires, escrita por Fogwill, quien es autor de novelas como Urbana (Mondadori) y Help a él (Periférica), y una breve nota bibliográfica, “El 'boom' y un retorno del pasado”, que transcribo en su totalidad pues se refiere a un hecho que seguramente será del agrado de muchos de los amantes de la narrativa peruana: la vuelta al barrio de Enrique Congrains.

“MÉXICO La Tempestad es una revista mexicana de actualidad artística que lleva desde 1998 abriendo los ojos y oídos con nuevas propuestas. En su último número plantea una pregunta para su tema de portada: ¿Qué nos queda del boom latinoamericano? Guillermo Cabrera Infante, José Donoso, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Vargas Llosa son diseccionados con la mirada del siglo XXI por escritores como el chileno Rafael Gumucio, la peruana Patricia de Souza, el mexicano Sergio González Rodríguez o el argentino Antonio Oviedo. Una generación que no tiene empacho en desenmascarar los falsos mitos y destacar valores ocultos en la obra de las vacas sagradas.

PERÚ Tras cincuenta años de silencio narrativo acaba de publicarse la nueva novela de Enrique Congrains (Lima, 1932), El narrador de historias (Petroperú), un thriller futurista que especula con el panorama geopolítico latinoamericano en 2075, cuando Brasil ha anexionado a Paraguay y Argentina a Bolivia, con lo que se desata una guerra entre Argentina y Chile. En esta atmósfera deambula Cayetano Cómpanis, un narrador oral en un mundo sin libros en el que los escritores casi han desaparecido. Congrains, dedicado a la actividad editorial en las últimas décadas, formó parte, junto a Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Carlos E. Zavaleta, de la llamada generación de los 50, y su libro de relatos Lima, hora cero (1954) se considera piedra fundacional del realismo urbano en Perú. Su anterior novela, No unas sino muchas muertes (1957), fue llevada al cine por Francisco Lombardi bajo el título de Maruja en los infiernos (1983)".

24.1.08

Nuevo libro sobre el Imperio de los Incas

Como ya es más o menos conocido, el Imperio de los Incas sorprendió a los conquistadores europeos por su excelente organización y manejo de recursos. Sin embargo, aunque las crónicas y otros relatos de la época abunden en descripciones de la infraestructura imperial inca, poco sabemos, en realidad, acerca de los mecanismos que permitieron edificar y mantener ese complejo sistema. En este sentido, la obra de Gabriela Sternfeld, La organización laboral del Imperio Inca. Las autoridades locales básicas (Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/ Vervuert, 2007), representa una importante inovación. Así, analizando las huellas de la tradición original indígena contenidas en una selección de crónicas y documentos administrativos de los siglos XVI y XVII de los Andes centrales, Sternfeld reconstruye, por primera vez dentro de la historiografía andina, la jerarquía decimal de las autoridades (llaqta) que confirmaron el Tawantinsuyu. Presenta dicha administración local como doblemente dual (hombres mandones, mujeres mandonas; jefes y segundas personas), con sus nombres originales, sus competencias y prerrogativas, así como una reconstrucción de los procesos de toma de decisión político-laborales. Además, como si lo anterior fueso poco, la autora comprobó la existencia de un sistema institucionalizado de consultas (designado por el término quechua kamachinakuy) en los diferentes niveles de la jerarquía política del Imperio de los Incas.

Gabriela Sternfeld, la autora de este importante libro, es licenciada en Antropología por la Universidad de Buenos Aires y doctora de Etnohistoria por el Departamento de Estudios Latinoamericanos y Españoles de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

22.1.08

Arguedas en el diario de Ángel Rama

8 de marzo de 1980: Relectura tensa y jocunda de la novela de Arguedas, Los ríos profundos, sobre la que quiero escribir para la reunión de Texas el 20 de marzo (1). Admiración por su escritura precisa y rápida, por el movimiento empinado de la acción, por los niveles de la construcción que la transforman en una "ópera" más que en una novela. La fabulosa ópera de los pobres (2).

Quisiera obviar todo lo consabido sobre los indios y ver el libro exclusivamente como la esmerada obra de arte que es, que me recuerda justamente los orígenes de la ópera en el Renacimiento italiano, tratando de captar la estructura de la tragedia griega. Mejor escrita que los Cien años, con un don poético esencial, ríspido, original, que maneja pasmosas visiones. Mucho Dostoiewski secreto y narradores nórdicos como en Rulfo (Hamsun, Lagerloff, Laxness) y sobre todo una violencia delicada que pone en ascua a toda la historia, le da un fuego que ilumina y no quema.

25 de marzo de 1980: Trabajo concentradamente en el ensayo sobre Arguedas que calculo tendrá una dimensión suficiente para proporcionarle un fragmento a Ortega para las Actas de su Coloquio y otro a Cornejo para el número de su revista dedicado al homenaje a Arguedas. Con ese motivo he revisado lo que he escrito sobre él a lo largo de esta década desde su muerte y es prácticamente un libro. Podría reunir todo haciendo un volumen de unas 200 páginas que podría titularse, siguiendo el proyecto con que lo inicié para un más ambicioso libro: Los transculturadores narrativos - José María Arguedas, pues alguna vez me propuse considerar esas operaciones narrativas con el examen de Arguedas, Guimaraes Rosa, Rulfo y García Márquez. No la haré ya. De todos, trabajé insistentemente sobre Arguedas y el análisis que estoy haciendo de Los ríos profundos concluye esa parte que puede funcionar como el modelo para los otros casos que ya no tendré tiempo de hacer (3). Pero no puedo imaginar que nadie se interese en el libro. No puedo imaginar que nadie se interese por un libro mío. No sé si esto es parte de mi enconada autocrítica, o una comprobación objetiva.

(Ángel Rama: Diario 1974-1983,
Caracas, Ediciones Trilce, 2001, págs. 136-137 y 145)

Notas

(1) Es el simposio "José María Arguedas: Literature and Andean Society".
(2) "La novela-ópera de los pobres" es el título del ensayo que el gran crítico uruguayo Ángel Rama (1926-1983) consagró a Los ríos profundos y que integra el volumen Transculturación narrativa en América Latina (México, Siglo XXI, 1982).
(3) Finalmente los trabajos sobre Arguedas integraron el libro mencionado en la nota anterior.

20.1.08

El racismo en el discurso cotidiano

En 1982, el lingüista holandés Teun van Dijk demostró cómo el lenguaje permitía comunicar y reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, el racismo, en particular. La políticamente correcta pero altamente xenófoba sociedad europea le sirvió como ejemplo. A fines del año pasado, se publicó un libro coordinado por Van Dijk llamado Racismo y discurso en América latina; tiene una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. Con este libro como disparador, el investigador del Conicet Salvio Martín Menéndez, profesor de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y de la Nacional de Mar del Plata, habla con Van Dijk del discurso como mecanismo de reproducción del racismo en nuestros países, y si existe una manera de des-aprender las ideologías y prácticas racistas que las sociedades han incorporado, en una entrevista que acaba de aparecer en el suplemento Radar, del diario Página/12, de la ciudad de Buenos Aires. Publicamos a continuación algunos párrafos de esta interesante conversación.

Teun van Dijk, lingüista holandés actualmente residente en Barcelona, advirtió con sagacidad y sentido crítico en 1982 cómo el lenguaje permitía comunicar y reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, es decir el racismo, en particular. La “políticamente correcta” pero altamente xenófoba sociedad europea –y la holandesa, en un principio como muestra altamente representativa– le sirvió como punto de partida para mostrar el alcance de sus hipótesis y del análisis que proponía. Su libro Prejudice in discourse (Prejuicio en el discurso, Amsterdam, Benjamins, 1982, sin traducción al español) marca un punto de inflexión y permite ver cómo la lingüística –entendida “tradicionalmente” como la disciplina que describe y explica las estructuras formales de las diferentes lenguas–- puede explicar también las estrategias que los hablantes utilizan, justamente, para tratar o no de evitar ser prejuiciosos en las situaciones cotidianas en la que les toca interactuar. Estas estrategias no son, por supuesto, individuales sino que forman parte de los diferentes grupos que forman una sociedad. Ahí aparece otro elemento central: la influencia y la responsabilidad de los medios masivos de comunicación en conformar y difundir los prejuicios de esas sociedades de las que ellos forman parte y, además, permiten conformar.

A finales del 2007, la editorial Gedisa publicó un volumen coordinado por Van Dijk en el que se enfoca el problema del racismo en el discurso con especial atención a los países de América latina cuyo título es Racismo y discurso en América latina. El libro está compuesto por una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. No es éste el lugar de hacer una evaluación crítica del libro. Sí de mencionar que todos los capítulos siguen las líneas generales de lo que Van Dijk propone y que puede actualmente ubicarse dentro de lo que se denomina Análisis Crítico del Discurso (ACD). ¿Qué debe entenderse por ACD? Puede caracterizarse como un análisis de los discursos que circulan socialmente acentuando la adopción de una posición “crítica”. Esto supone denunciar cómo el discurso es utilizado por los diferentes “centros de poder” para manipular a las diferentes sociedades. Nuevamente los medios ocupan un lugar central: poder y manipulación no son dos características que les son ajenas.

-En su libro Racismo y discurso en América latina el discurso aparece como un mecanismo privilegiado de reproducción del racismo. Algo similar sucede con otros fenómenos como el prejuicio y la discriminación. ¿Cómo caracterizaría y diferenciaría racismo de discriminación y prejuicio? y ¿cómo caracterizaría el discurso en relación con ellos?

-Racismo, discriminación y prejuicio son nociones relacionadas dentro de una teoría general del racismo como un sistema social de dominación racial-étnica. En otras palabras, racismo –como sexismo– es un sistema de poder. Ese sistema del racismo está compuesto por dos sistemas: uno de prácticas sociales racistas, que llamamos discriminación, y otro, un sistema sociocognitivo que llamamos prejuicios, más específicamente ideologías racistas. Esas ideologías racistas son la base de las prácticas de discriminación, y se usan también para su legitimación. El discurso tiene un rol fundamental en ese sistema del racismo. Por un lado es una práctica social como las demás y, por lo tanto, se puede discriminar con el discurso. Por otro lado, es la práctica social con la cual aprendemos y reproducimos las ideologías racistas. En ese sentido el discurso es como una interfaz entre discriminación e prejuicios. Por cierto, a menudo la noción de prejuicio en la psicología social se define como una actitud racista (o sexista, etc.) personal, pero es importante enfatizar que prejuicios son esencialmente sociales, compartidos por los miembros de un grupo ideológico.

-Si el racismo, como usted sostiene, no es innato sino que es un proceso de adquisición ideológica que se aprende socialmente, es decir, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los medios y en la interacción cotidiana en sociedades multiétnicas, ¿podría explicarnos cómo se lleva a cabo y si hay posibilidades de limitar su adquisición o, directamente, de no adquirirlo?

-Felizmente no solamente aprendemos ideologías racistas, sino también otras ideologías, más positivas, como ideologías basadas sobre valores de igualdad y de justicia. El antirracismo y el feminismo son ejemplos de esta clase de ideologías críticas en relación con las ideologías de dominación. En una sociedad de dominación europea (“blanca”), como en Europa, en Argentina y en grandes partes de América latina, la ideología y las prácticas racistas han sido dominantes durante siglos. Se necesita mucho tiempo para “des-aprender” esas ideologías y prácticas.

-Usted considera que las posibilidades de hacer un planteo crítico de este tema en los medios, en los circuitos académicos y políticos es limitada. Sin embargo, creo que el racismo, como otras prácticas discriminatorias, tiene un espacio y se lo discute con cierta frecuencia. Ahora bien, me parece que el modo en que esta discusión se lleva a cabo neutraliza la posibilidad de cambios efectivos. ¿Hasta que punto la lógica del discurso de los medios, de los políticos y del discurso académico no es “gatopardista”, es decir, actúa impidiendo cambios efectivos a pesar de aparentar que las cosas deben cambiarse?

-Es cierto, se habla sobre racismo en los medios de comunicación. Pero ese discurso en general no es sobre “nuestro” racismo, el racismo cotidiano en las instituciones, organizaciones y grupos dominantes, sino del racismo más marginal, de extrema derecha, el racismo violento de skinheads, de Le Pen en Francia o de Haider en Austria, para citar ejemplos representativos. El racismo cotidiano de “nuestras” instituciones se manifiesta de muchas maneras, como la falta de minorías en el gobierno, el parlamento, en la prensa, en la universidad o la Justicia, y por el poco interés en las instituciones y sus discursos en ese racismo. Por ejemplo, en los miles de artículos de periódico que analicé durante años, casi nunca encontré un artículo sobre racismo en la prensa, a pesar del hecho de que todas las investigaciones muestran que los medios de comunicación son parte del problema del racismo, pero todavía no de su solución. También en la prensa de izquierda, tal vez no explícitamente racista, hay más interés en el tema de la inmigración como invasión, como problema, que en el racismo en el país, un racismo del que miles y miles de inmigrantes y minorías son las víctimas, cada día. Lo mismo sucede en los libros de texto, que hablan muy poco sobre “nuestro racismo” hoy en día, y sí hablan, en cambio, de racismo en relación con fenómenos del pasado, como la esclavitud, o en otros países, como el apartheid en Sudáfrica o la Segregación Racial en EE.UU. Algo similar sucede en la política: los gobiernos en Europa (y en Argentina) están más preocupados con la inmigración “ilegal” que con el auge del racismo en Europa. El racismo ha sido fatal para millones de personas en el mundo. Ejemplos evidentes son la esclavitud, el colonialismo, el Holocausto. La inmigración y la diversidad cultural, en cambio –muchos informes así lo demuestran– solamente contribuyen positivamente al desarrollo económico, social y cultura de los países. El problema fundamental de nuestro racismo, el racismo de las élites blancas, es su negación. Pero el criterio –si hay racismo o no– obviamente no es el criterio del grupo dominante, sino el del grupo dominado. Por lo tanto, sus experiencias y testimonios son fundamentales para establecer si hay racismo o no.

-Cuando tiene que caracterizar el discurso racista señala que es complejo y sutil y que se basa en enfatizar los rasgos positivos del “nosotros” y los rasgos negativos del “ellos” y, a la inversa, en no poner énfasis en los rasgos positivos del “nosotros” y del “ellos”. ¿Cómo evalúa que un esquema basado en una oposición tan sencilla como operativa permite explicar e interpretar la sutileza y complejidad de un discurso tan problemático como el racista?

-Obviamente esa polarización es una estrategia muy general, que tiene muchas manifestaciones más específicas, como es el caso de la distinción social entre grupos dominantes y grupos dominados. La polarización entre endogrupo (nosotros) y exogrupo (ellos) es fundamental en las ideologías que son la base de nuestras actitudes sociales y en los modelos personales sobre eventos con otra gente. Pero, primero, las actitudes pueden ser muy variadas, como una actitud racista sobre inmigración (definida como invasión) o sobre la integración cultural de inmigrantes o minorías. Segundo, al nivel del discurso, la polarización básica se puede manifestar en una gama muy diferente de propiedades del discurso, como los temas, los titulares, metáforas, argumentación, hipérboles, eufemismos o las palabras que usamos, entre muchas otras. De la misma manera, hay múltiples prácticas sociales del racismo cotidiano, como tratar a “ellos” en los medios, en el trabajo, en las tiendas, en las oficinas, etcétera. Todas prácticas muy variables, pero basadas sobre la distinción fundamental entre “nosotros” como “buenos”, y “ellos” como “malos (o por lo menos diferentes)”.

19.1.08

La poesía de Anna Ajmátova

Escribe
Rosa Pereda

“Mitad puta que arde de pasión, mitad monja que implora el perdón de Dios". Aunque nos pueda parecer increíble, esta frase de Borís Eijenbaum, crítico literario de la época, dicha en medio de un discurso elogioso, dio forma al argumento que había de llevar a Anna Ajmátova hasta el fondo del gulag soviético. Porque si bien Trotski había ironizado sobre la "comodidad" de tener un Dios que se ocupe de todo, y esa señora inteligente y valerosa que fue Alejandra Kollontai había intuido en sus poemas las contradicciones de una época "marcada por una brecha en la psicología humana, el combate a muerte entre dos culturas", y hasta ahí se trataba meramente de crítica literaria, pocos años después los comisarios políticos del régimen de Stalin se harían con la frasecita que, en boca de Zhdánov, se convertiría de juicio poético en juicio moral y político. Censura, aislamiento económico y editorial, y destierro. Así que Eijenbaum había dado de alguna manera en el clavo, porque, efectivamente, la poesía de Ajmátova va de la pasión erótica a la pulsión religiosa, y su vida, de amor en amor y de desgracia en desgracia, fue una tormenta que conoció los abismos del dolor y las cimas de la exaltación vital. Un éxito clamoroso que hizo de ella "la voz de Rusia", al principio y al final de su vida, y, en medio, un olvido cargado de miedos con fundamento, un auténtico desierto, que la llevó a situaciones muy difíciles para ser vividas.

Como deja entrever Elaine Feinstein en su estupenda biografía Anna Ajmátova, Anna de todas las Rusias, que acaba de publicar Circe, hubo dos realidades recurrentes en su vida. La pobreza, que llegó en los momentos de "no persona", durante la dictadura estalinista, a niveles increíbles, agudizada por la tuberculosis que la aquejó desde joven. Y, por decirlo brutalmente, los hombres. Esos hombres íntimamente ligados con su único quehacer, con su única razón de ser, con su única verdadera pasión: la poesía.

Anna Ajmátova nació en Odessa, en 1889, en una familia aristocrática pero desestructurada. Vivió su infancia en Tsarskoye Seló, el lugar materno al que vuelve muchas veces, y donde se criará su hijo, y la mayor parte de su vida entre un San Petersburgo que cambia de nombre como ella misma -abandonó su apellido, Gorenko, por el literario Ajmátova- y Moscú, donde muere en 1966. Así que conoce las vanguardias rusas, en las que participa como protagonista activa y principal; la revolución de 1905 y la de 1917, la guerra civil rusa, el terror estalinista y la Segunda Guerra Mundial. Y la guerra fría: 77 años, día por día, que es como la gente vive la historia.

Su primer marido, el poeta Gumiliov, padre de su único hijo, León, fue fusilado en 1921, poco después de que la pareja se divorciara. Y el que seguramente fue su hombre más querido, con el que no llegó a casarse nunca, pero con cuya familia compartió casa y purgatorio, el historiador de arte Nicolai Punin, fue detenido junto a su hijo León, deportado y preso, y murió en 1952 en un campo de trabajo. Sus amigos fueron diezmados, detenidos y "suicidados", entre ellos, el poeta Osip de Mandelstam, el otro gran vanguardista, desaparecido en el campo de concentración. León Gumiliov, que quería ser "investigador independiente", sólo fue rehabilitado junto con su madre y puesto en libertad, tras el deshielo de Jruschov. Entonces es cuando ella saldrá de Rusia, en un viaje a Inglaterra, con ocasión de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford, y su nombre y su poesía se revelarán, fulgurantes, a Occidente. Inmediatamente empezarán a surgir las traducciones, como las que hicieron María Teresa León y Rafael Alberti al castellano.

Uno de los aciertos del texto de Elaine Feinstein, y seguramente su primer objetivo, aparte del trazado minucioso de su vida, es hacernos asistir al misterio de la creación poética, a la relación entre los hechos y los versos. Feinstein, que ha buceado en archivos difíciles, en correspondencias y diarios, en una bibliografía exhaustiva, y que ha mantenido conversaciones con los supervivientes durante años, comprobando fechas, encuentros y datos, sitúa los poemas de Anna en el día mismo de su escritura, y los pone en relación con los encuentros, las reuniones, las peleas, los amores. La poesía de Ajmátova no es, para entendernos, "poesía de la experiencia": es voluntariamente críptica, abstracta, llena de misterio. Sólo manifiesta algunas claves para iniciados -esos destinatarios privilegiados que comparten realmente su vida-, y que entenderán. Claves que el lector común -todos los demás, por los siglos de los siglos- no echa en falta, porque la poesía no está en los hechos, ni siquiera en su epifanía: está en la escritura y sí, en ese pudor que cuenta, no lo que pasa, sino lo que inspira. Pero la relación establecida por Feinstein, que nos hace sentir el estado de ánimo desde el que la poeta escribió, y nos señala esas palabras síntoma de la anécdota que propició el poema, también nos deja ver lo que se ocultó. Es decir, en esta biografía de Anna Ajmátova asistimos, y ésa es su gran virtud, al proceso de creación textual, al proceso de producción de su poesía.

No se lee como una novela: se lee como una vida. El nomadeo de casa en casa; los amores fogosos y muchas veces, casi siempre, adulterinos; las amigas, los amigos y los amantes; la dificilísima relación con el hijo criado por su abuela y agobiado por una perenne sensación de abandono, incluso en el campo de trabajos forzados; la soledad frente a la burocracia, el dolor de tantas muertes, la violencia del silencio y la censura impuestos, las situaciones humillantes. Pero también esa fama de ida y vuelta, y, sobre todo, esa tenaz voluntad de escribir. Esa entrega feroz a la poesía. Es una vida llena de avatares, y es la historia de un carácter.

¿Cómo era Anna Ajmátova? Una anécdota: cuando recibe un dinero importante, en medio de su existencia siempre agobiada por la economía, sin casa fija, con frío físico, envía la mayoría a su madre y a su hijo, pero a ella le dice que es la pensión de viudedad que acaban de concederle. Y cuando la vieja le reclama los sucesivos pagos de su inexistente pensión, Anna calla... Pero una constante: no puede evitar la infidelidad. Se enamora mucho, no siempre de los hombres apropiados. Y en un ambiente generalmente promiscuo, incluso durante el puritanismo soviético, sus constantes aventuras son una fuente más de infelicidad.

¿Y la religión? Sinceramente, no me ha parecido ver ninguna monja rezando detrás del arrepentimiento puntual o de la sensación de culpa que rezuman algunos de sus poemas amorosos. En cuanto al Dios cósmico del 'Réquiem', seguramente su poema más ambicioso junto a 'Poema sin héroe', es un dios demasiado interior, demasiado metafísico por así decir, como para hablar de monjas...

No, no podemos saber de fijo cómo era Ajmátova, una mujer bella y un personaje muy atractivo. La biografía de Feinstein es una muy buena aproximación. Y también están sus poemas, casi todos ya en el mercado de viejo. Hoy están disponibles Réquiem. Poema sin héroe, en edición bilingüe y traducción de Jesús García Gabaldón (Cátedra, 1994); Réquiem y otros poemas, igualmente bilingüe, en traducción de José Luis Reina Palazón (Alfar, 1993); Réquiem y otros escritos (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2000) -con los documentos desclasificados del KGB sobre su persona-; Soy vuestra voz, traducido por la poeta Belén Ojeda para Hiperión (2005), y la antología de poetas rusas El canto y la ceniza, traducción de Monica Zgustova y la recientemente galardonada con el Premio Nacional de Poesía Olvido García Valdés (Galaxia Gutenberg, 2005).

(Publicado originalmente en Babelia, suplemento de El País,
Madrid, 19 de enero de 2008)

14.1.08

El nuevo número de la revista "Wayra"

Ya se encuentra en circulación el número seis de Wayra, la revista semestral de artes y letras del “Grupo Perú” del Centro de Estudios y Trabajo “América Latina” (Cetal). Uno de los temas centrales de esta nueva entrega de Wayra es la obra de Manuel Scorza, quien es recordado a través del ensayo “Crónica y ficción en La guerra silenciosa, de Manuel Scorza”, de Juan González Soto, y del artículo “Cuando la tierra tiembla”, de Patricio Lennard. El número seis de Wayra incluye también otros ensayos igualmente interesantes como “Los cien años de El Perú Contemporáneo, de Francisco García Calderón”, de Osmar Gonzales, “El hibridismo (im)posible: El Pez de Oro, de Gamaliel Churata”, de Meritxell Hernando Marsal, “Ribeyro mujeres y desamor”, de Sara Beatriz Guardia, y “La poesía ‘en peruano’ de Róger Santiváñez”, de Julio León. Esta nueva edición de la revista trae además el poema “Para no ver un asesinato en la calle o que sueñen con un santo (asalto) llamado poesía”, de Salomón Valderrama Cruz, el cuento “La vida no vale nada”, de Mario Guevara Paredes, y la crónica “El 12 de octubre, ¿Día de la Raza”, de Víctor Montoya. Por último, el número seis de Wayra cierra con los comentarios “Sobre los cuentos de Morituri, de Alfredo Pita”, de Dámaso Vicente Blanco, y “Una ventana hacia adentro”, de Andrea Cabel.

Las personas e instituciones que quieran suscribirse, adquirir ejemplares sueltos, iniciar intercambio de publicaciones, enviar alguna colaboración o realizar cualquier tipo de consulta pueden dirigirse al editor de Wayra:

Carlos Arroyo Reyes
Bernadottestigen 19 D
756 48 Uppsala – Suecia
E-mail: carlos.arroyoreyes@telia.com

11.1.08

Laura Restrepo y la tumba de Vallejo

En el suplemento Babelia, del diario El País (Madrid, 12/01/2008), Laura Restrepo acaba de publicar un interesante reportaje que seguramente será del agrado de todos los vallejianos habidos y por haber. Aunque lleva un título muy poco poético (“Vámonos al diablo. Cucaracha blues”), es un texto muy bien escrito y que cuenta, entre otras cosas sumamente conmovedoras, cómo la tumba de César Vallejo en París se ha convertido en el único rincón de Europa donde no les exigen visa a los miles de latinoamericanos que la visitan.

“Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París", le escribía desde esa ciudad el peruano César Vallejo a su madre, una viejita indígena que nunca había salido de Santiago de Chuco, la más perdida de las aldeas perdidas en las altas alturas de los Andes. Y a mí me enamora esa frase, que siembra la duda sobre si es verdad que lo lejano es realmente Santiago de Chuco, todos los Santiagos de Chuco del Tercer Mundo, o si la cosa viene siendo más bien al contrario. ¿París, la periferia? A lo mejor. Y para muchos de los latinoamericanos que la visitamos, el mero centro de esa ciudad, su corazón que más palpita, es la tumba de Vallejo en el cementerio de Montparnasse.

"Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París -y no me corro- tal vez un jueves, como es hoy, de otoño", había predicho él mismo en un poema, de donde se deduce que lo ortodoxo es visitar su tumba en jueves, y ojalá con aguacero, aunque el devoto bien puede tomarse la licencia y acudir en otro clima y cualquier día de la semana, porque si bien la predicción le atinó al dónde, se equivocó en el cuándo, y el poeta se vino a morir más bien un viernes, por más señas Viernes Santo, al parecer bajo un cielo azul radiante por completo ajeno a sus penas.

La peregrinación se inicia con el mapa del cementerio en la mano, 12 el número de la división, 3 el número de la sepultura, y a partir de ahí todo es un problema, porque yace bajo una placa de mármol poco menos que a ras de suelo, gris en medio de la grisura uniforme del lugar, tan discreta y escondida, e invisible en los días de lluvia, que aún quien conozca las coordenadas se las va a ver a gatas para encontrarla.

Quien sí sabe encontrar el lugar es Alejandro Calderón, también él poeta peruano del Perú, perdonen la tristeza, y ni modo que no supiera, si lo ha visitado religiosamente todos los domingos durante el cuarto de siglo que lleva viviendo en la ciudad.

-Vallejo se vino buscando a París -me dice-, y yo me vine buscando a Vallejo. Me acerco a él para matar soledades, porque en este país me he sentido dolorosamente extranjero. Sobre todo durante los diez primeros años.

-¿Y después ya no?

-Y después también, cómo crees que no, con esta cara de indio siempre eres ajeno en tierras de blancos.

Otro tanto le ocurriría a César, porque pese a su nombre de emperador romano fue indio y pobre hasta la raíz del pelo, con su traje negro rebrillado a punta de plancha, su presencia taciturna y digna, su eterno abrigo y su piel color cobre, valga decir, ya sin eufemismo: tremendo morenazo. Papito lindo, flor de poeta, indio divino, y a callar los políticamente correctos que nos salen con que debe decirse persona de color porque no es educado decir oscuro o negro. Frente a él, tan olvidado en vida y tan visitado en muerte, van desfilando mestizos, cafés con leche, negros renegros, mulatos, piel-canela, tostados, cholos, zambos, todos con el corazón en vilo y el Kleenex presto, para llorar un poco porque sí, porque no, porque su tumba es el único rincón donde podemos estar sin visa. Y que no falte declamarle, déle que déle, esos poemas suyos que él mismo compuso y que debe saberse de recontramemoria, sólo que ahora los escucha cantaditos en mexicano, llorados en peruano, declamados en colombiano, a ritmo de son cubano, susurrados en nicaragüense, en guatemalteco, en boliviano, comenzando con su "hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé", que para nosotros viene siendo como el padrenuestro.

En Santiago de Chuco, cuna del poeta, donde la población lo venera tanto o más que al apóstol y santo patrón, le pregunté a un indígena si podría explicarme el significado de una de las estrofas más oscuras de Trilce.

-¿Sus poemas? No siempre los entendemos -me respondió-, pero siempre nos llegan al alma.

Allá mismo, en la plaza del mercado, unas muchachas que me vieron cara de afuerana quisieron saber si conocía París, y como dije que sí, me preguntaron de qué murió él, allá tan lejos. Se quejaban de la maestra, que no había sabido explicarles en la escuela. Les dije que no era culpa de ella, porque la cosa había quedado en el misterio. "Me voy a recostar un momento porque estoy cansado", había anunciado el poeta unos días antes, y ya no se había vuelto a levantar. Indiferentes, los médicos franceses dieron su diagnóstico: de cansancio no muere nadie.

Se dice que lo mató el hambre. Pero no lo tomó por sorpresa, porque ya desde antes de dejar el Perú, le advirtió al amigo que lo acompañaría en el viaje: "Acostúmbrate a comer poco. En París tendremos que vivir de piedrecitas". Y así fue. Comería piedrecitas, más las mandarinas que de tarde en tarde le regalaban en la Rue Ribouté; el cognac aquel que se echó al coleto en un salón trasero de la Regence, según consta por alguna foto que le tomaron; el café y el arroz que fueron su único sustento durante los meses en la Avenue du Maine; la botella de leche, y a veces de vino, que bajaba a comprar a la Rue Molière, contando los centavos.

-Pero acaso quién no -objeta Eduardo García Aguilar, poeta colombiano en París-, aquí todos hemos tenido que contar los centavos, recién llegados todos hemos pasado hambre, y sin embargo aquí estamos, porque lo que es morir, no hemos muerto.

Habrán sido entonces la soledad y el frío... Que no, me asegura Alejandro, el poeta peruano. Eso tampoco, porque aun cuando estaba en las peores, Vallejo pudo arreglárselas para calentar su cama. Ahí donde lo ven, flaco y silencioso como un árbol seco, con las francesas el cholo sabía darse maña; está claro que al menos una Henriette y una Georgette cayeron en sus brazos y lo amaron locamente.

Tercermundista Vallejo, extracomunitario, desplazado, indocumentado, indeseable, sin empleo, ¿lo mataría París? ¿No pudo con el sombrío trasegar por las habitaciones más baratas de la orilla izquierda? Mucha cucaracha en esos huecos, mucha cucaracha, me dice Julito Olaciregui, escritor barranquillero en París, y Alejandro me asegura que hoy, como ayer, a los poetas pobres que van llegando, deslumbrados por la ciudad, ésta los recibe con la misma serie interminable de mínimas chambres de bonne, compartidas clandestinamente con otros dos o tres, sin calefacción, sin baño ni luz del sol, encaramadas en el séptimo piso, o en el octavo, al final de una empinada escalera de caracol. Es el ritual de la miseria que según Enzesberger, París ofrece a quienes le venden su alma: colchones de espuma sobre el suelo pelado, hornillos de petróleo, cajas de escaleras embadurnadas, bidés, soledad y cafard.

Si éste es el frío de la vida, cómo será el de la muerte, pensaba yo la tarde de invierno en que fui a visitarlo por primera vez, en compañía de mi amiga Teresa Vieco. Dábamos vueltas sin ton ni son en busca de su tumba, con la oscuridad pisándonos los talones, y como se acercaban las cinco y media de la tarde, hora en que el cementerio cierra sus puertas, los guardias se largaron a merodear por los pasadizos funéreos como perros sueltos, arreando con sus silbatos a los vivos hacia las puertas para que se fueran a vivir sus vidas y dejaran dormir en paz a los muertos. Aprovechando la falta de luz, nosotras nos ocultábamos de los sabuesos detrás de arbustos y mausoleos, resueltas a no permitir que nos frustraran el encuentro, cuando de repente la Teresa, que traía en la mano unas rosas, medio achicopaladas ya por los carrerones y los escondites, se tropezó con una lápida y se pegó un porrazo. Al ayudarla a levantarse, muertas ambas de la risa, vi el nombre que allí estaba inscrito: César Vallejo. La Teresa se había ido de narices, con todo y rosas, justamente sobre la tumba del poeta. Suena a cuento chino pero juro que así sucedió, ella puede dar fe, y no es literata sino arquitecta.

8.1.08

La mirada de Seymour Menton

Escribe
Héctor González

Si hay un crítico sajón de la literatura latinoamericana es Seymour Menton. Su antología El cuento hispanoamericano es casi un libro de texto. A sus ochenta años el estudioso estadounidense publica La novela colombiana. Planetas y satélites (Fondo de Cultura Económica), donde hace un periplo a través de los mayores narradores del país sudamericano. Menton asegura leer hoy menos, aunque todavía es capaz de devorar tres o cuatro títulos en una semana. Con la cantidad de novelas que se imprimen hoy es imposible leerlas todas. Sólo leo las que me recomiendan o llegan precedidas de determinada fama, advierte. En su español casi perfecto habla con cautela mientras la profundidad de su mirada escondida por gruesos anteojos se pierde en algún punto, que tal vez en su imaginario sea el de alguna página de un buen libro.

-¿Qué tipo de relación ve entre los autores jóvenes y los tutores del realismo mágico?

-Todas las generaciones literarias quieren sublevarse contra los padres. Incluso, el crítico uruguayo Emilio Rodríguez publicó un libro llamado Los parricidas, sobre los jovenes escritores argentinos que se están sublevando contra Borges. Con García Márquez sucede algo parecido. Los jóvenes ya no quieren escribir realismo mágico, aunque envidian a García Márquez y tratan de buscar nuevos temas y maneras de narrar, pero en general no han sobresalido. No creo que García Márquez esté enterrado, sigue escribiendo. Noticias de un secuestro, una de sus últimas obras es excelente, lo mismo sucede con sus memorias. En ese sentido autores como Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez siguen vigentes.

-Mi favorito es Vargas Llosa...

-Es una cuestión de opinión. Los tres han escrito muchas novelas, probablemente el que menos ha publicado es García Márquez, aunque sin duda ha escrito la mejor que es Cien años de soledad. De Vargas Llosa creo que su mejor obra es La guerra del fin del mundo. De Fuentes la que más me gusta es La muerte de Artemio Cruz. No podría decir que Vargas Llosa es el mejor. Su última novela, Las travesuras de la niña mala, me gustó, pero no me parece una obra maestra.

-De acuerdo, pero quizá tomando el último libro de Vargas Llosa, y el último de Carlos Fuentes, siento que en el mexicano se da un desfase en el lenguaje, por momentos pone a los jóvenes de hoy hablando como los jóvenes de hace veinte años. Probablemente Vargas Llosa no ha escrito la mejor obra, pero quizá sí sea el más consistente...

-Es probable que con Fuentes suceda eso y quizá Vargas Llosa sea el más vigoroso, también es el más joven.

(La entrevista completa se puede leer en la revista Vértigo,
México, 6 de enero de 2008)

5.1.08

La hoja de coca y los pueblos andinos

Guillermo García Espinosa
(Especial para La Jornada, México, 4 de enero de 2008)


Cusco, Perú. El aroma de la hoja de coca se expande en el ambiente. Salas de espera de autobuses y trenes, oficinas de servicios públicos, locales comerciales y el aliento de mujeres y hombres quechuas y aymaras está generalmente permeado por la fragancia amarga de un arbusto de la cordillera de los Andes, nacido silvestre, ahora casi proscrito.

Confundida con la cocaína y sometida a una visión prejuiciosa y errada que la equipara con la causa de una adicción, la hoja de coca es al mismo tiempo el eje de un movimiento de resistencia cultural, de expresiones contraculturales y de aplicaciones tecnológicas en las industrias alimentaria y farmacéutica.

Todo eso, a pesar de que la llamada Guerra contra las drogas la tiene en la mira desde hace tres décadas y criminalizó su imagen.

Cualquier rincón de los Andes es territorio cocalero. En estanquillos de Cusco o Lima, junto a botanas de maíz, hay dulces envueltos en celofán, con una etiqueta donde destaca una hoja ovalada de tono verde olivo y un anuncio que dice: “revigoriza”.

En mercados de ciudades andinas, como Potosí, Bolivia, la hoja de coca está a la vista y se vende como cualquier otro artículo.

La gente prepara infusiones o mastica el vegetal para extraerle, junto con su sabor amargo, intenso, todas sus propiedades alimenticias y estimulantes; se trata de un uso ancestral que en Perú y Bolivia denominan con la palabra quechua acullico, cuyas evidencias arqueológicas se ubican en el año 2200 antes de nuestra era, en las tierras bajas de Valdivia, cerca de la frontera entre Ecuador y Perú.

“Es algo autóctono, de nuestros ancestros; por eso reivindicamos la coca, porque es un producto que está en nuestros genes”, dijo Fredy Olivera, dueño de una pequeña fábrica de caramelos hechos a base de la hoja, en Cusco, quien sostiene que la industrialización es parte de la defensa cultural.

La coca es un vegetal que crece entre los 400 y mil 800 metros sobre el nivel del mar, pero la producción mundial de alrededor de 300 mil toneladas se concentra en los Andes, sobre unas 180 mil hectáreas, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Es una planta resistente, capaz de sobrevivir en temporada de secas, en tierras de pobres nutrientes. La yerba (científicamente conocida como Erythroxylum coca) es sobre todo generosa, no sólo porque sus hojas se pueden cosechar tres o cuatro veces al año, sino porque es portadora de vitaminas A, B y C, calcio, hierro y fósforo.

Salvo excepcionales plantíos en Brasil, Guyana, Venezuela, India y Madagascar, la mayoría de los cultivos están en Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia.

Perú es el país donde se asienta la mayoría de las pequeñas empresas que industrializan la planta, con una compañía estatal a la cabeza de ese proyecto, la Empresa Nacional de la Coca (Enaco), que tiene el monopolio legal de la comercialización a granel e industrializa productos como el té de coca, que es de lo más común en los anaqueles de tiendas de abarrotes.

Más que una superstición

“Para muchos (la coca) podría ser sólo una tradición o una superstición. Pero es uno de los vegetales más alimenticios del mundo. Esto lo descubrieron científicos de la Universidad de Harvard, y el Instituto Boliviano de la Altura ha encontrado que los efectos son sumamente benéficos. Regula la circulación de la sangre, evita la trombosis. Hay mayor absorción de oxígeno en el cerebro, cura y previene la osteoporosis”, dijo Sdenka Silva, socióloga, cofundadora del Museo de la Coca en La Paz.

La industrialización de la coca se ha extendido también a la producción de galletas y panes de harina de coca, tan populares en Perú y Bolivia como en Colombia, donde inclusive hay empacadoras.

Pero si Perú ha tomado una posición más agresiva en la producción industrial, Bolivia ha tomado la iniciativa diplomática para revertir una decisión de la ONU de 1961, que impuso límites a la producción de coca en los Andes, donde la cultura aymara de Tiwanaku, a orillas del lago Titicaca, consagró la hoja de coca hace dos mil 500 años.

Un estudio patrocinado en 1951 por un banquero de apellido Fonda llevó sin objeciones de los gobiernos boliviano y peruano de entonces a la conclusión de que la coca era causa de retraso mental. Con base en esa información, Naciones Unidas lanzó una campaña de erradicación en Perú y Bolivia, aduciendo que era el origen de la pobreza en esos países y de la drogadicción en el mundo.

Un siglo antes, la valoración de la coca era diferente. Los europeos la importaban en grandes contenedores de barco para producir el vino Mariani, en Francia, y como derivado de esta idea, el farmacólogo John Pemberton, en Atlanta, Estados Unidos, creó la bebida que finalmente se transformaría en la Coca-Cola.

Las industrias farmacéuticas europea, estadunidense y japonesa, que es junto con Coca Cola la principal compradora de la hoja, también redescubrieron las propiedades anestésicas que las antiguas culturas andinas le dieron para realizar trepanaciones con fines rituales y religiosos.

“La estrategia de la Guerra contra las drogas impulsada por el gobierno estadunidense desde finales de los años 70 se basa en la erradicación de la hoja, con el supuesto de que es la causa de que exista la cocaína y también proponiendo que es la manera de acabar con el consumo”, dijo Silva

La socióloga suele ejemplificar la confusión sobre la coca y la cocaína con un símil entre la hoja y la uva.

“Te puedes comer las uvas que quieras y no terminas borracho. Por eso es que a nadie se le ocurriría prohibir la producción de uva. Pero en los Andes está limitado el cultivo de la hoja de coca y su comercio internacional está prohibido, salvo para el monopolio de la Coca-Cola y de 32 países –ninguno latinoamericano– que tienen el derecho a producir legalmente la cocaína”, explicó la socióloga.

Fracasa política de erradicación

A la fecha, informes oficiales de la ONU muestran que la política de erradicación sólo ha logrado que las plantaciones sean intensivas. En la década de los 90 la superficie plantada disminuyó de 280 mil a 180 mil hectáreas, pero el volumen de producción se mantuvo en alrededor de 300 mil toneladas, lo que abarca tanto la cosecha considerada ilegal, como la autorizada para alimentos y rituales andinos.

El Museo de la Coca, que difunde información desprejuiciada sobre la hoja y marca la diferencia con la adictiva cocaína, ocupa un espacio pequeño, sin lujos, donde los visitantes pueden degustar la hoja mientras observan las mamparas.

Hasta este año, el museo había sido un puntual símbolo de la resistencia cocalera dentro y fuera de Bolivia, con exposiciones itinerantes. Pero desde septiembre del año pasado fue el presidente boliviano, Evo Morales, quien llevó hasta la ONU la defensa de la coca y la necesidad de revertir la política restrictiva de 1961.

También es Morales, un líder cocalero de ascendencia aymara, quien propuso en abril pasado que la hoja de coca pase a formar parte de los iconos del escudo nacional de Bolivia, al lado de la llama y el cerro mineral de Potosí.

“El hecho de pasar al escudo de Bolivia representaría un reconocimiento a lo indígena, porque el escudo boliviano ha tenido siempre simbolismos europeos (laureles, por ejemplo). No es casual que el primer presidente indígena en América del Sur, Evo Morales, llegara a ese sitial (en enero de 2006) defendiendo la hoja de coca”, dijo la socióloga.

Morales formó un movimiento político en la región del Chapare, una de las dos principales productoras de coca, junto a Los Yungas, convertidas en el blanco central de la Guerra contra las drogas en Bolivia.

Cocalero, documental de 94 minutos del brasileño Alejandro Landes, estrenado en mayo pasado en Bolivia y Argentina –programado para México en febrero de 2008–, es una muestra de la lucha de Morales, quien hizo de la hoja su medio de vida y una bandera contra la injerencia externa en los asuntos de los bolivianos.

La gran batalla contra la política de erradicación de la coca tendrá lugar en la ONU en 2008 y para ello, Bolivia –y en menor medida Perú y Ecuador– preparan sus argumentos en contra de los límites a la producción y el monopolio comercial mundial, encabezado por Estados Unidos, Alemania, Francia y Holanda.

Esperan menos restricciones

Industriales andinos como Oliveira saben que la producción de más mercancías a base de coca está sujeta a las decisiones en la ONU y al monopolio comercial de Enaco, en el caso de Perú, pero tienen la expectativa de menores restricciones.

“El problema es que hay degeneración cuando utilizan la hoja para producir cocaína. Lo que tenemos que hacer es promover el consumo de manera más científica, con orden”, dijo el empresario, que dice vender un millar de paquetes diarios de los caramelos Vida.

Pero además de la industrialización, la resistencia cultural y la lucha política, la hoja de coca también se ha convertido en un símbolo de contracultura.

Conductores de minibuses en La Paz, negros colombianos, campesinos brasileños o jóvenes bolivianos de las ciudades recurren a la coca como un alimento alternativo; mujeres jóvenes en varios países de Sudamérica usan aretes hechos con hojas de coca envueltos en plástico cristalino.

Aunque con elementos comerciales, la batalla contra la desinformación causada por la Guerra contra las drogas también se refleja en la venta de playeras estampadas que en el pecho muestran una hoja de coca, con una leyenda que advierte: “La hoja de coca no es droga”.

“El uso de la coca es creciente”, consideró Silva. “Esas camisetas que venden estampadas con hojas de coca podrían ser parte de la contracultura; las hacen muchas personas, pequeñas empresas, buscando quizá una redición del concepto de cultura. Ojalá que más allá del concepto de consumo y comercio, se reconozcan también las raíces indígenas.”

3.1.08

El Franz Kafka de Michael Löwy

Escribe
Éricka P. Bucio

Un insumiso que frecuentaba los círculos anarquistas, un subversivo que protestó contra el aplastamiento del individuo por los aparatos burocráticos. Así retrata el sociólogo brasileño Michael Löwy al escritor Franz Kafka (1883-1924), rebelándose contra las lecturas conformistas de su obra que se limitan a los aspectos literarios, el estilo y la forma, pero que le restan fuerza subversiva, su dimensión formidablemente crítica, su insumisión.

La mayoría de las biografías ignora pura y sencillamente la participación de Kafka en las actividades de los círculos libertarios de Praga; otros lo discuten, para tratar de negarlo como pura ficción, expresa el director emérito de Investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de París, donde reside desde 1969.

En la abundante literatura sobre el autor de El proceso, El castillo y La metamorfosis, Löwy advierte que se suele pasar por alto la relación de Kafka con los círculos anarquistas de Praga, un dato poco atendido de su biografía pero que permite al sociólogo brasileño ofrecer una nueva lectura del escritor en el ensayo Franz Kafka, soñador insumiso (Taurus).

Guiado por una infinita sed de libertad, Kafka participó en reuniones anarquistas entre 1910 y 1912, se relacionó con el anarquista Michal Mares, y leyó con interés por escritores libertarios como Arthur Holistscher, cuya obra fue una de sus principales inspiraciones para escribir la novela América.

Löwy reconoce que el escritor vivió para la literatura pero no se puede soslayar, advierte, el carácter subversivo de su obra.

Lo presenta como un soñador insumiso ¿con qué utopías soñaba Kafka? Una vez redactó un corto proyecto utópico, la Comunidad de trabajadores sin propiedad (1918), pero en lo general su obra literaria no habla de futuros imaginarios, sino del infierno presente. Su utopía, el deseo de un mundo de libertad sin restricciones, de una comunidad humana sin dominación, sólo aparece en su obra en forma negativa, por la manera de criticar la ausencia radical de la libertad en las sociedades modernas.

Aborda su cercanía con los ambientes anarquistas ¿es suficiente para definirlo como un anarquista? Kafka se interesaba por las ideas anarquistas, se relacionó con los anarquistas pero no era anarquista en el sentido de adhesión a una doctrina política. Lo que mejor lo define es una carta de 1916 a su novia Felice Bauer: tengo una sed infinita de autonomía, de independencia, de libertad en todas las direcciones. Desde esta actitud existencial, desde este estado de espíritu subjetivo, resulta su simpatía por los círculos anarquistas de Praga y por los escritos de autores libertarios.

¿Por qué un libertario escribiría una literatura un tanto inaccesible para el grueso de los lectores? ¿Por qué su crítica no sigue el tono realista de los anarquistas de su época? Kafka escribía obedeciendo a una profunda necesidad interior, sin preocuparse con eventuales lectores; como se sabe, solicitó a su amigo Max Brod quemar todos sus manuscritos después de su muerte... No escribía como libertario buscando convencer a un público popular con obras incendiarias, sino simplemente como artista que exprime en su obra sus ansiedades, angustias, sentimientos. Pero en realidad, no son tan inaccesibles sus obras literarias, han sido leídas por millones de personas en todo el mundo, y han inspirado películas de gran difusión como El proceso, de Orson Welles.

¿Considera superada la polémica acerca del realismo de Kafka? En 1955 György Lukács criticó a Kafka como escritor no realista y decadente, en contraposición a Thomas Mann, representante del realismo crítico. Pero dos años después, Lukács fue encarcelado por las autoridades soviéticas por su participación en el gobierno comunista disidente de Imre Nagy en 1956. Al no tener acceso al acta de acusación, no sabía de qué se le acusaba. Según se cuenta, en el patio de la prisión —un castillo en Rumania— se dirigió a su esposa y declaró: Bueno, parece que si era realista Kafka....

En la conferencia de críticos y autores marxistas en Liblice (República Checa), en 1963, varios intelectuales comunistas defendieron a Kafka, en particular Ernst Fischer: Kafka descubrió en el detalle de hoy el infierno de mañana. Pero reducirlo al realismo es estrecharlo mucho. La mejor definición quizás viene del poeta surrealista André Breton, para el cual Kafka era un visionario, en el sentido que daba el poeta francés Rimbaud al término: alguien que ve lo invisible, y oye lo inaudible.

(Publicado originalmente en Reforma,
ciudad de México, 26 de septiembre de 2007)

1.1.08

Los peruanismos de Ricardo Palma

El diario La República, de Lima, en su edición correspondiente al primero de enero de 2008, ha publicado el artículo “Palma en el diccionario de María Moliner”, de Carlos Villanes Cairo, que, dada su iportancia, nos hemos tomado la libertad de reproducir en este blog.

La reciente edición del Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, impreso de manera conjunta por Gredos y Círculo de Lectores (2 vols. 1,734 y 1,666 pp.), es la más palpable y acertada reivindicación del importante trabajo lexicográfico de don Ricardo Palma en su quehacer de arqueología lingüística, que resultó soslayado por el deslumbramiento de las Tradiciones peruanas.

DESCORTESÍA INAUDITA

Fue una sonora descortesía con un invitado de lujo. En 1892, la Real Academia Española de la Lengua rechazó miles de peruanismos y americanos espigados por Ricardo Palma.

El tradicionista llegó a España, invitado para la celebración del IV Centenario del Descubrimiento, y durante varias jornadas fundamentó el uso de las palabras que traía, y de manera increíble, los académicos no le aceptaron ni una.

Palma retornó al Perú, pero el pueblo, supremo maestro de la lengua, le dio la razón. Sus "palabras" se usaban y se continuaron usando, tanto que María Moliner las recogió 80 años más tarde y las incluyó en su célebre Diccionario que hoy ve la luz respetando el aporte lexicográfico del gran escritor peruano.

EL MOLINER

El primer Diccionario fue publicado en 1966 por Gredos. María Moliner revisó en profundidad las definiciones del Diccionario de la Academia, desechó las palabras en desuso, cambió las definiciones retóricas y academicistas por otras simples y asequibles a todo tipo de lectores. Sentenció a muerte a las tautologías, o sea las definiciones circulares donde se explica el significado de una palabra con otro término y este a su vez con otro, sin dar al usuario una definición asequible y concreta.

Sus nuevas acepciones resultaron claras, precisas, completas y desdobladas mediante una jerarquización lógica de conceptos, con su etimología, la información gramatical, sus sinónimos y antónimos, y ejemplos de uso cotidiano, transparentes como el agua.

Y, para rematar su gran faena, acogió la mayoría de las palabras que aportaba el autor de Tradiciones peruanas.

LOS PERUANISMOS

Resulta inconcebible pensar que palabras tan corrientes como apurarse, apero, aplomo, anexionista, barchilón, boletería, bragueta, burocrático, cablegrama, cocaína, puna, soroche, democratizar, depreciar, derrumbe, diagnosticar, dictaminar y cerca de dos mil etcéteras más no fueran aceptadas por los señores académicos y que después María Moliner supo aprovechar.

Igualmente muchas voces peruanas procedentes de la lengua quechua como chamico, chancho, chaquira, charango, charqui, chichero, chingana, choclo, chúcaro, chupe y muchas más con ch y sin ella, continúan hasta hoy vigentes en este bien pensado lexicón.

Si rastreáramos los americanismos también los encontraríamos a manos llenas y, tal vez, esa sea la razón por la que los más notables escritores de las dos orillas prefieren el Moliner a otros diccionarios, incluyendo el de la Academia de la Lengua.

EL DATO

LINGÜISTA. María Moliner (Paniza-Zaragoza, 1900-Madrid, 1981), nunca llegó a ser Académica de la Lengua, aunque lo merecía. Bibliotecaria, lexicógrafa, tardó 15 años en redactar su Diccionario. La segunda edición apareció en 1998 con 7.700 entradas. La actual, contiene 12 mil palabras más, seleccionadas por filólogos, primera línea.