30.4.08

Cuentos del ande y la neblina

El miércoles 30 de abril, a las 7.30 p.m., en la Librería Crisol del Óvalo Gutiérrez de Miraflores, se llevará a cabo la presentación del libro Cuentos del ande y la neblina (1964-2008), que reúne la obra cuentística de Edgardo Rivera Martínez, quien, como ya es de consenso, es uno de los escritores peruanos más importantes de la actualidad. Editado por Santillana, en su colección Punto de lectura, el volumen incluye también dos relatos inéditos, uno de los cuales, "Ileana Espíritu", ha sido publicado, en calidad de primicia, en el Dominical de El Comercio, del 27 de abril de último, y que, para la felicidad de nuestros lectores, transcribimos a continuación.

"No durmió esa noche Ileana Espíritu. No durmió, y en pocos días encaneció por completo y su expresión se hizo aún más reconcentrada, más distante. Dejó de hablar, a menos que fuese indispensable, y su figura pareció aún más alta y seca. Así fue, sin duda, desde esa noche en que su prima y vecina Agripina le avisó: «¡Ileana, tu hijo! ¡Los milicos han tomado preso a tu hijo en Canchayllo!». Y ella apenas si atinó a preguntar: «¿A Pedro? ¿Cuándo? ¿Por qué?». «Es lo que Benito Ardiles me ha contado hace una hora, de paso a Molinos», contestó aquella. Y añadió: «Los subversivos mataron a un ingeniero hace unos días allá en la mina, en Yauricocha, y vinieron cachacos de La Oroya, pasaron el Mantaro por Pachacayo y comenzaron a disparar contra unos obreros que bajaban en un camión a Canchayllo, y entre ellos estaba Pedro». «¿Y lo han herido?». «No se sabe, pero tal vez no, porque se escapó». Esto contó Agripina y al cabo de un momento se marchó.

Y casi de inmediato, sin importarle esa hora, Ileana se cambió de ropa, juntó lo necesario y tomó otras providencias, y esperó que amaneciera. ¿Por qué su hijo había tenido que ir a trabajar en ese lugar tan alto y lejano? ¿Por qué no había escuchado sus advertencias? ¿Por qué tenía que bajar desde la mina a Canchayllo? Esas y otras preguntas acosaban su mente. A las primeras luces del alba encargó las llaves de su casa a Otayza, su vecino, quien no pudo convencerla de que esperase un poco. Se dirigió caminando desde su pueblo de Huertas a Jauja, donde consiguió que la aceptara como pasajera el chofer de un camión que iba a Morococha, en el cual llegó a Pachacayo hacia las ocho y media de la mañana.

Pedro Pomasunco, hijo único y huérfano de padre, había estudiado secundaria en Huancayo y después se fue a trabajar a Yauricocha. «Hombre callado», lo describía un paisano, «parecido a su madre, pero aficionado a rasgar por horas su mandolina, solo, ahí en el corredor de su casa». Joven tímido, era imposible que se hubiera plegado a los subversivos.

Ileana cruzó el puente sobre el Mantaro y de alguna manera logró pasar el control que había establecido allí la policía, donde no quisieron darle ningún dato, de modo que tuvo que continuar a pie hasta Canchayllo. En este pueblo le aconsejaron que se dirigiera a la posta médica, donde le informaron que no había ningún Pedro Pomasunco entre los muertos, que eran dos, ni tampoco entre los heridos. Buscó luego a Eladio Rosales, julcaíno con muchos años de trabajo en Yauricocha, a quien conocía desde hacía años. Este la puso en contacto con un dirigente minero, escondido por precaución en una casa, el cual le confirmó la versión de Ardiles y que provenía de Jacinto Irala, según la cual Pedro se había visto involucrado en el confuso encuentro entre la policía y unos mineros, sin armas por supuesto, que bajaban de Yauricocha en ese camión, y que sin duda fueron tomados por senderistas. Y que había sido herido en la balacera, pero no de gravedad, pues así como estaba alcanzó a dar un rodeo y escapar hacia el puente, con intención sin duda de huir a Jauja.

Ileana anduvo averiguando en pos de mayores datos, hasta que dio con el hermano de Benito Ardiles, quien le confirmó que Pedro trató de cruzar el puente al atardecer, pero como vio que se hallaba bajo control de los milicos, asustado, optó, así como se encontraba, por lanzarse al río para pasar a la otra ribera. En la confusión Ardiles no pudo darse cuenta si el fugitivo logró hacerlo y pudo salir aguas abajo, o si lo arrastró la corriente. Ileana Espíritu escuchó todo con la mayor atención. El informante comentaría al evocar su breve conversación con la vieja campesina: «No derramó ni una lágrima. No le tembló tampoco la voz ni volvió a las mismas preguntas».

Ileana se acercó entonces a otros hombres y mujeres que vivían en las cercanías, o que habían ido también a averiguar por los suyos, pero nadie pudo informarle nada. Volvió, pues, a Canchayllo, y preguntó en el puesto de la Guardia Civil, cosa que por prudencia, sin duda, no había hecho antes, y pudo enterarse de que su hijo no estaba tampoco entre los arrestados. Se topó nuevamente con Rosales, quien trató de darle esperanzas diciendo: «Seguro salió por la otra orilla y se habrá escondido...». Ella le agradeció con un gesto por su información pero no dijo nada, desandó el camino recorrido y se la vio pasar al otro lado del río, y se fue caminando por la ribera, aguas abajo, en busca de su hijo.

Al anochecer regresó sin haber encontrado ni siquiera un indicio y habló otra vez con Benito, quien la llevó a ver a otro minero, que no había sido detenido. Este precisó que Pedro estuvo, en efecto, entre los que bajaron de Yauricocha, sin que ninguno portara arma alguna, porque solo eran trabajadores, pero que sí estaba en la parte delantera de la tolva y, por tanto, entre los que recibieron las primeras descargas a mansalva de los uniformados. «¿Y si se hubiera vuelto a Yauricocha?», preguntó Ileana. «No, eso es imposible», aclaró el compañero del desaparecido, «porque nos cortaron la retirada». «¿Y usted dice que estaba herido en un hombro?». «Me parece que sí, porque se agarraba el lado izquierdo». «¿Y así se arrojó al río?». «Sí, así me han dicho». Con alguna esperanza, entonces, la vieja mujer se retiró y fue a hospedarse en casa de Eladio Rosales. «Pasó la noche en el cuarto del costado, pero no creo que durmiese nada», contó este más tarde.

A la mañana siguiente, no bien amaneció, Ileana Espíritu se dirigió otra vez a la margen izquierda y de nuevo se fue caminando aguas abajo, escudriñando entre las chilcas y los peñascos, y oteando hacia la otra orilla. Al obscurecer se encontró sin duda a la altura de Llocllapampa y pernoctó en algún sitio, quizás en una casa en ruinas que hay por ahí. Proseguiría luego, al rayar el día, y se toparía con Casimira Alayo, la cual, contando el encuentro a Eladio, diría: «Era tan recia, a la verdad». Se la vio seguir por allí, buscando, indagando, pero nadie le daba razón de un ahogado, ni nadie había visto pasar, flotando en el agua, cuerpo ni prenda alguna, y tampoco se había escuchado hablar de un herido que se hubiese refugiado en alguna vivienda.

Ileana se mostraba serena, según contaron los pocos que se toparon después con ella, pero se veía que sufría hondamente, y esos ojos suyos parecía que llameaban. Le aconsejaron que volviera a Canchayllo y, si nadie sabía nada, que regresara a Huertas, pues a lo mejor su hijo ya lo había hecho. Y así ella debió, pues, retornar sobre sus pasos y se detuvo en el pueblo, y de nuevo habló con Benito Ardiles y con Emeterio Montalvo, quienes también le aconsejaron que retornara a su casa. «Tal vez estará escondido allá», le dijeron. Pero hubo otro que dijo: «Quizás habrá cruzado el río y se habrá ahogado». Con esta idea, aquellos e Ileana se dirigieron a la ribera. Un policía los interceptó, pero luego de algunas explicaciones los dejó pasar. Comenzaron a caminar por la orilla derecha, aguas abajo, mirando atentamente. Y pasaron así dos o tres horas, hasta que uno de ellos dijo: «Tal vez la corriente se lo habrá llevado hasta Huaripampa, hasta Sincos...». «A lo mejor su cuerpo no aparecerá ya nunca», sugirió, imprudente, el otro.

Por suerte, Ileana no estaba cerca y no escuchó estas palabras. «Sin mirarnos, huraña, recia, iba por delante, escudriñando la corriente, los islotes, la margen opuesta», recordaría Benito Ardiles. Y así hasta el atardecer, cuando sus acompañantes pusieron fin a la búsqueda para retornar a su aldea. «Volvamos, que se hará noche», le dijeron, pero ella no quiso. Y allí se quedó, mientras ellos emprendían el regreso. Y parece que esa noche se acomodó en una choza abandonada, y que al amanecer reanudó la caminata, hasta llegar a la altura de Parco, adonde habría comido un poco y descansado, después de indagar si alguien sabía de un ahogado. Y como no era así, continuó la búsqueda, y la noche la tomó en el caserío de Miraflores, donde una lugareña, compadecida, le brindó un lugar en el corredor de su casa para que pasara la noche.

Por lo que se deduce, continuó al día siguiente y al otro, descansando entre los arbustos de la ribera, comiendo un fiambre frugal, sin arredrarse por el frío ni el cansancio, y durmiendo apenas, allí donde podía y, si no, quizá velando con la mirada puesta en las aguas, como si sus ojos pudieran ver en la obscuridad el cuerpo amado, inerte, flotando en ellas. Y así, hasta que al cabo de tres o cuatro días, a contar desde la partida de Pachacayo, y caminando sola, sorteando las piedras, desgarrándose la ropa en las plantas espinosas, sangrantes los pies, llegó a las riberas de Sincos. Indagó una vez más entre los campesinos con los que se topó, sin cuidarse de que, en razón de su apariencia, la tomasen por loca. Y no, ninguno sabía nada, por lo cual optó por pasar a la otra margen por el puente Huáscar y, llevada por una premonición o quizá por algún consejo, reanudó la búsqueda en sentido contrario.

Fue así como en la ribera de Yanamuclo se topó con un conocido, Juan de Dios Huamán, quien le preguntó, alarmado, por qué andaba de esa manera, y cuando lo supo, le dijo, según él mismo contó: «Tal vez los cachacos lo han tomado preso y lo tienen detenido en La Oroya. ¿Por qué no averigua por allá?». «Sí, tal vez», había respondido Ileana y, aferrándose a esa posibilidad, se aseó en el río y salió después a la carretera, y como aún le quedaba un poco de dinero tomó un ómnibus que la llevó a La Oroya. Y ya en esta ciudad visitó la jefatura de línea de la policía y la subprefectura, y en ambos sitios obtuvo la misma y negativa respuesta. Acudió entonces, aconsejada por un gendarme, al hospital, donde tampoco había nadie que respondiese al nombre de Pedro Pomasunco. Se dirigió luego al sindicato de obreros de la compañía, sin ningún resultado, y al municipio, donde nadie quiso saber del asunto y donde un sargento medio borracho alzó la voz y le dijo: «¡Váyase ya, vieja loca!». Y Saturnino Ingaroca, medio paisano de la errante madre y que había presenciado la escena, comentó después: «¡Cómo le relampaguearon los ojos al oír el insulto! Y de veras que por la ira, y por el dolor reflejado en su cara, y su flacura, parecía un ser de otro mundo».

Asustado, el cachaco se moderó e Ingaroca se acercó entonces a ella para preguntarle qué había pasado, pero ella se limitó a mirarlo por un momento, y luego, sin decir palabra, se marchó. ¿Qué hizo luego? ¿Recorrió otra vez las riberas del Mantaro? ¿Solicitó ayuda a alguien? ¿Viajó tal vez a Yauricocha? No, no se sabe. Sea como fuere, al cabo de largos días retornó a Huertas, en estado de veras lamentable. Enterada de su regreso, su prima Agripina, quien era la única de la familia que mantenía un trato más o menos continuo con ella, fue a verla, y más tarde contó: «Apenas si habló, y solo para decirnos que no, que no había visto nada ni había tenido noticia alguna». Escuchó en silencio las sugerencias y consejos, y respondió con monosílabos a las preguntas. «Se veía tan sumida en sí misma, tan lejana», añadió su pariente. Ileana estuvo en su casa por tres o cuatro días, descansando un poco, viendo por sus animales, de los que se había hecho cargo, durante su ausencia, y por compasión, Otayza, el vecino. Después cerró de nuevo sus puertas, le dio una gratificación para que, por favor, él viera por sus carneros y gallinas, y retornó a su agotadora búsqueda, sin que la detuvieran la soledad ni el cansancio, ni el frío de agosto. Antes, eso sí, se confeccionó ella misma unas sandalias de cabuya, pues su muda de zapatos ya no daba para más, y se puso un retazo de tela a manera de argelina debajo del sombrero. Y así se trasladó una mañana, en ómnibus, hasta un sitio frente a Llocllapampa, desde donde reinició la búsqueda del cuerpo, esta vez por la margen izquierda. No le importaron, por lo visto, las escorias de la fundición de La Oroya, traídas por el viento y el agua, y esparcidas en las orillas, y se adentraba para tentar con un palo en los bajíos, no fuera que se hubiese quedado retenido en ellos el cuerpo del hijo ahogado, si es que de veras había fenecido de esa manera. Y así, río abajo, hasta que dos o tres días después, a la altura de Apata, se topó con una bufanda que parecía ser la que usaba Pedro. Fue en ese punto que la alcanzaron dos hombres, enviados por el sindicado de trabajadores de Yauricocha para entregarle un auxilio en dinero y, aunque sin esperanzas, ayudarle por un día en su intento. Apenas si habló, en esas horas, la vieja mujer, y se negó a buscar alojamiento en uno de esos pueblos, acostumbrada como estaba ya a la intemperie. «Tan recia y tan pensativa», recordaría Justiniano Linares, uno de los enviados. «Tan callada y con esas manos tan sarmentosas», comentaría Prisciliano Meza, su compañero. En Huamalí los hombres alquilaron un bote a remo, y contrataron por una hora a un lugareño con experiencia en semejantes búsquedas, pero sin resultado. Los hombres se despidieron, pues, a la mañana del día siguiente, diciendo: «No se canse ya, señora, que la corriente se habrá llevado muy lejos el cuerpo...». Y otra vez se quedó sola. Sola, como había vivido por tantos años, y sabiendo ya, seguramente, que jamás encontraría los restos de su hijo. En algún momento regresó a su pueblo, donde descansó un par de días, después de los cuales procedió a rematar a cualquier precio sus animales y espantó a pedradas a su perro, Tinto, habituado ya, por lo demás, a arreglárselas por su cuenta. Cerró luego, aunque solo fuese un rito, la puerta de su casa, en la que, como se supo más tarde, no tenía casi nada. Se dirigió a continuación a Jauja y de allí a algún punto de las riberas del Mantaro, y se perdió su rastro. Se dice que fue vista a la altura de San Jerónimo y que bajó hasta Izcuchaca, lo cual es muy improbable. Pasó el tiempo y llegaron las primeras lluvias, las de octubre. Mas Ileana no se desanimó. Hubo quienes, sabedores ya de ese caso heroico de amor materno, trataron de toparse con ella, y en todos los casos, cuando lo consiguieron, lo que más les impresionó no fueron tanto su extenuación ni sus pies lacerados, sino sus ojos, ardiendo siempre con un fuego sombrío, insostenible. Casi sin dormir, a lo que parece, como si se hubiese abatido sobre ella un insomnio sin término, y como si a toda hora de la noche la alumbrase la luz de su sufrimiento. Andaba así, astrosa, irreal, por las orillas, al amanecer, de día, al caer la noche, sin que nadie osara ya dirigirle la palabra, y sin que nadie, tampoco, pudiera asegurar que se trataba en efecto de ella y no de una visión del otro mundo. No es de extrañar, pues, que su figura llegase a suscitar no ya compasión ni asombro, sino un temor casi religioso. Y tanto, que hubo gente que ponía, en los parajes por los que se la había visto o por los que se suponía que iba a pasar, montoncitos de cancha, hojas de coca y hasta flores, como si se hubiese tratado de una deidad andina. Sí, ofrendas temerosas. Se difundió también la versión de que no se detenía a descansar ni por un momento, ni aun de noche, ni cuando llovía, inmersa siempre en su dolor, aferrada a una esperanza sin sentido. Y así, hasta que en algún momento comenzó a perderse su recuerdo, como había desaparecido su hijo".

28.4.08

El poder mediático en cuestión

La Oficina de Imagen Institucional del Centro Cultural de San Marcos ha organizado el martes 29 de abril, de 9:00 a.m. a 9:00 p.m., en el Centro Cultural de San Marcos – La Casona (Av. Nicolás de Piérola 1222. Parque Universitario) el Foro Influencia del poder mediático en la sociedad actual. El objetivo es analizar la conducta del poder mediático en términos de influencia en la población. Se hablará sobre la interrelación del poder económico con el poder mediático y sobre la importancia de aprender a decodificar los mensajes diferenciando lo que es información de lo que es transmisión de ideas.

El evento está dirigido a estudiantes, profesionales de la comunicación, miembros de los partidos políticos y organizaciones sociales y público en general. Los participantes podrán enriquecer las ponencias con preguntas para fomentar así un ambiente de debate.

El foro iniciará (9:30 a.m. a 10:30 a.m.) con la participación de Alberto Adrianzén y Héctor Béjar quienes debatirán sobre el tema central. Posteriormente, a las 11:00 a.m., el periodista y escritor César Hildebrandt disertará sobre “Los nuevos retos de la prensa”. En la primera mesa de la tarde (4:00 p.m. a 5:30 p.m.) participarán Gorki Tapia y Juan Gargurevich. El primero, expondrá el tema “Poder mediático, transmisión ideológica y manipulación”; y el segundo, ha preparado una conferencia titulada “Las cadenas de diarios en el Perú”.

El foro finaliza (6:00 p.m. a 7:30 p.m.) con la participación de César Lévano, que reflexionará sobre “La crisis de valores en la comunicación social”; y de Winston Orrillo, cuya ponencia se titula “Los latifundios mediáticos y la libertad de expresión”.

El ingreso es libre.

26.4.08

El detective salvaje

Por Elena Hevia
El Periódico de Aragón, Aragón, 26/04/08

Era un poeta, poeta un ser fantástico y muy valioso. Así describe el malogrado escritor chileno Roberto Bolaño a su mejor amigo de lejos, José Alfredo Zendejas (México 1953-1998), que para la historia de la literatura maldita será ya siempre el poeta Mario Santiago Papasquiaro, trasunto de Ulises Lima, uno de los detectives salvajes.

Apenas publicado en vida -su bibliografía tiene principio y fin con Aullido de cisne, 1996- acaba de aparecen en España Jeta de santo (editorial Fondo de Cultura Económica), una antología poética preparada por Rebeca López, su viuda, y Mario Raúl Guzmán, que pretende resituar el autor más allá del personaje mítico que se creó en México.

Pese a estos esfuerzos, Santiago Papasquiaro lo tuvo todo para ser considerado un personaje, mucho antes de que Bolaño lo trasladara a su obra maestra. Es difícil separar su excéntrica vida de la ficción. Fue, ante todo, un provocador, un tipo incómodo para muchos que se situó voluntariamente al margen, hasta el final: significativamente murió atropellado en circunstancias oscuras aun no aclaradas y tardaron días en encontrar su cuerpo.

Mucho antes, a mediados de los años 70 junto a otros poetas, entre ellos Roberto Bolaño y Bruno Montané (el Felipe Muller de Los detectives salvajes que también ha ayudado en la selección antológica en una fase previa) fundó el infrarrealismo (realvisceralismo, en la novela) que tenía como principal postulado volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial, según rezaba en un manifiesto que podría haber firmado cualquier beatnik. Sus acciones se desarrollaron entre el terrorismo y la poesía: fue un experto en sabotear conferencias, en crearse enemigos, en pelearse a golpes con los máximos intelectuales mexicanos en fundar una mitología que terminaría fraguando en la novela del amigo.

Gracias a la leyenda de Los detectives salvajes, Mario Santiago Papasquiaro tiene ahora una segunda oportunidad para librarse del desprecio y el ninguneo al que lo ha relegado desde siempre la cultura oficial mexicana -el libro aparece sintomáticamente antes en España que en México- Esta antología -dice Juan Villoro, que le conoció junto a Bolaño en su época más combativa y de compromiso político-brinda por fin, la posibilidad de que nos enteremos si Mario Santiago es o no un buen poeta, porque prácticamente nadie lo había leído hasta el momento.

25.4.08

Poesía y memoria

Por Juan Villoro
Reforma, Ciudad de México, 25/04/08


Juan Gelman recibió el Premio Cervantes con un discurso hecho de fuego y de cenizas. Auxiliado por los poetas que lo han acompañado en su larga travesía (Hölderlin, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Rilke), centró sus palabras en el compromiso de encarar el pasado. Nada justifica el pacto con la desmemoria. La reconciliación y el olvido sólo son posibles cuando se conoce la verdad.

En el siglo XX Alemania ofreció dos respuestas para abordar un pasado incómodo. Después de la Segunda Guerra Mundial, se declaró la hora cero, el carpetazo que impedía investigar lo que había ocurrido. Los secretos mal guardados y las sospechas en la sombra evitaron, quizá, brotes vengativos, pero transformaron la paz en una tensa variante del recelo y la desconfianza.

Algo distinto ocurrió con la caída del Muro de Berlín: se creó un ministerio para que los perseguidos pudieran consultar su expediente. Uno de cada tres habitantes de la RDA era informante no oficial de la policía secreta. Para muchos, revisar los archivos de un país de delatores equivalía a abrir una caja de pandora. Otros pensaban que la paranoia sería más dañina que la verdad. Alemania mostró que el conocimiento del oprobio es mejor que el silencio y la amnesia obligada.

En esa sintonía, Gelman encomia los privilegios de la memoria. Con ánimo cervantino, afirmó que no comparecía en Alcalá de Henares en condición de especialista: Este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. ¿Desde dónde habla Gelman? Desde la experiencia del dolor trascendido, desde el amor por lo que desaparece y sin embargo está ahí, desde el placer a contrapelo de la historia y sus plurales ignominias. Dos movimientos complementarios animan al poeta: la crítica del horror y la celebración de lo que se aparta del daño y puede, acaso, ser soplo, hálito, vida endeble y duradera. Las víctimas carecen de fuerza; sin embargo, en su misma condición precaria, encuentran el modo de resistir. En la línea de Chéjov y su heroísmo de la debilidad, Gelman recordó a quienes se revisten de fragilidad para enfrentar el espanto, enterrar a sus muertos, inventar un gozo a la intemperie, bajo la ácida lluvia de la época.

El poeta mexicano Eduardo Hurtado ha resumido con elocuencia la trayectoria y el temple ético de Gelman: Para un poeta que ha vivido los crímenes de una dictadura, la demagogia degradante, el hostigamiento y el exilio, la desaparición de sus compañeros, el secuestro de su hijo y de su nuera embarazada, la lenta incertidumbre, la confirmación de sus muertes y la prolongada búsqueda del nieto nacido en un campo de concentración, para un poeta marcado por estas experiencias, el dolor y la rabia forman parte del sentimiento de lo inefable. Con todo, la poesía de Gelman no demanda la abolición del sentido en nombre de los escándalos del odio. La rebeldía superior del poeta consiste en amar lo que ha perdido. En el discurso de Alcalá, definió la inasible sustancia del amor como lo había hecho en unos versos: dar lo que no se tiene, recibir lo que no se da. ¿Hay mayor riqueza que el voluntario intercambio de esas nadas?

Poeta del exilio, Gelman encontró una fórmula perfecta para disolver la nostalgia de la tierra proscrita: la presencia ausente de lo amado. Desde mediados de los años setenta, el autor de Carta abierta vive lejos de Argentina; sin embargo, ha negado el desarraigo con versos que le deben mucho al habla popular de su país, y con la terca estrategia de hacer presente lo lejano, de volverlo certidumbre y belleza herida. Uno de los atributos de la memoria consiste en agregar detalles a los recuerdos y lograr que lo imaginado adquiera en ocasiones mayor fuerza que lo vivido. Los poemas no conocen las distancias.

En Carta a mi madre Gelman encontró el germen de su poética del exilio. Cinco minutos después de enterarse de la muerte de su madre en Argentina, recibió una carta en la que ella parecía despedirse. Esa voz surgida de la tierra sin retorno provocó una respuesta descomunal. Descentrado, obligado a vivir lejos, Gelman imagina un regreso radical, no a su patria, sino al vientre de su madre: ...debo haber sido muy feliz adentro tuyo/ habré querido no salir nunca de vos/ me expulsaste y lo expulsado te expulsó. Una vez fuera, el poeta conoció la tierra, el exilio del hombre.

Un siglo de oprobio se empeñó en empujarlo en esa dirección. Separado de los suyos, inventó palabras. No es causal que en su discurso encomiara la avidez con que Cervantes acuñaba neologismos, palabras locas y necesarias, que permiten describir lo que una persona hace asnalmente o la forma en que un estudiante se dedica a bachillear. A Gelman le gusta cambiar el género de las cosas, decir la fuego para buscar el alma femenina de la lumbre o conjugar el verbo amorar para las cosas que han sido amadas.

¿Qué hace un poeta cuando pierde el país de su lengua? Lo mismo que Antígona y Medea: preserva el recuerdo de sus muertos y combate el infortunio con el canto.

Para Gelman, la misión del poeta consiste en algo más que escribir contra la muerte y el silencio; sus palabras -las muchas voces que ahí comparecen- refutan la negatividad, pero también inventan una alternativa, agregan algo: con temple cervantino, Gelman sabe que no hay amor sin risa, ni justicia sin amor.

Malos tiempos para la lírica, escribió Bertolt Brecht en los albores del nazismo. Todas las épocas han sido aciagas y mezquinas. En todas ellas, el canto ha resistido.

Que Juan Gelman, poeta de la errancia, viva en México es un motivo de satisfacción, pero también un desafío: ojalá estemos a la altura del excepcional que decidió estar entre nosotros para pulir sus palabras con el amoroso cuidado con que el Quijote pulió sus armas.

24.4.08

Juan Gelman y el sentido de la poesía

Por Armando G. Tejeda (Corresponsal)
La Jornada, Ciudad de México, 24/04/08

A sólo unos días de cumplir 78 años –el 3 de mayo–, Juan Gelman se convirtió en el cuarto escritor argentino en recibir el Premio Cervantes de las Letras, con lo que se une a los nombres de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Adolfo Bioy Casares. Con una lectura pausada y sentida, Gelman asumió más que nunca su condición de poeta del exilio argentino, al evocar a los fantasmas que habitan “estos tiempos mezquinos y de penuria”. En el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, ligada íntimamente a la vida y obra del célebre escritor español Miguel de Cervantes, Gelman fue el máximo protagonista de una ceremonia presidida por los reyes de España, Juan Carlos y Sofía. Como es tradición, el discurso del escritor galardonado es el momento cumbre, cuando se escuchan sus palabras que pasarán a formar parte del acervo cultural e intelectual de las letras en español.

Gelman, con anteojos a media nariz y el texto de su discurso sostenido por un atril de madera, lanzó su primera sentencia: “A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos Dürftiger Zeite, estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose Wozu Dichter, para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”.

Recordó sus duros años de exilio tras sufrir la crueldad del régimen militar instaurado en su país en 1976. “Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino que no es sino morir muchas veces, comprobaba Teresa de Ávila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado.“La dictadura militar argentina desapareció a 30 mil personas y cabe señalar que la palabra desaparecido es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo”.

Gelman se refirió entonces a su particular relación con la obra cumbre de las letras españolas y su función de bálsamo en aquellos años de persecución e incertidumbre ante la ausencia de noticias sobre el destino final de su hijo –asesinado–, de su nuera –“desaparecida”– y de decenas de compañeros de partido y de lucha.

“Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novelas posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto, uno se pregunta, ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?”, agregó el poeta argentino.

Gelman, quien vive en México desde los años 80 y donde piensa pasar el resto de sus días, explicó a continuación la relación de la obra de Cervantes con la muerte. “Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200 mil civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, según dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak”.

Gelman se refirió posteriormente a la necesidad de defender la memoria frente a la ignominia del olvido, máxime cuando se trata de dictaduras y periodos de represión masiva. Enarboló una reivindicación que él conoce en primera persona: tener la posibilidad de “enterrar a sus muertos”, que a él se la arrebataron en varias ocasiones: “Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia”.

22.4.08

Conversatorios sobre la canción criolla

Con motivo de las celebraciones por su vigésimo cuarto aniversario, la Peña Don Porfirio de Barranco, Lima, Perú, ha organizado tres series de conversatorios sobre temas de nuestra cultura popular peruana. El primero de ellos -el pasado martes 15 de abril- fue el "Encuentro de Cuerdas Criollas" en el cual cuatro eximios guitarristas de este género musical compartieron sus experiencias con los asistentes. Jorge Velásquez, Wendor Salgado, Ricardo "Totito" Liñán y Adolfo Zelada dieron lo mejor de sí contando cada una de sus vivencias relacionadas con este criollísimo y jaranero instrumento, teniendo a Daniel Alejos como excelente moderador. Este martes 21 de abril, la cita es con tres expositores criollos y un grupo de igual clase que participarán brindando las "Nuevas alternativas de la canción criolla". Marlene Guillén, Fernando Alcalde y Sergio Salas acompañados del grupo Evocación Criolla, nos brindarán detalles sobre los nuevos giros que nuestra música criolla está tomando de un tiempo a esta parte. El moderador será Guillermo Rosemberg, quien participará en la presentación brindando detalles interesantes sobre el particular. Finalmente, como en todas las jaranas, la marinera cierra esta serie estos conversatorios con broche de oro. El martes 29 de abril a las 7.30 pm. se darán cita tres grandes conocedores de lo nuestro, especialmente de la marinera: Manuel Acosta Ojeda, Milly Ahón de Iriarte y César Recuenco Cardoso. Estos tres expositores intercambiarán cada uno de sus puntos de vistas y vivencias propias de sus edades en el conversatorio "Ayer, presente y futuro de la Marinera Limeña", este tendrá a Rafael Santa Cruz como moderador.

La cita es en Manuel Segura N° 115 Barranco... Por motivos de refacción de la avenida Bolognesi, se recomienda ir por la avenida Balta y bajar por la Calle Luna Pizarro hasta llegar a Manuel Segura. Para mayor información pueden llamar a los teléfonos 477-3119 y 99791-7166.

21.4.08

Vallejo, de jueves a viernes

Por Juan Sasturain
Página/ 12, Buenos Aires, 21/04/08


A mí no me cabe ninguna duda de que César Vallejo fue el mejor poeta del siglo veinte en lengua castellana. Claro que es cuestión de gustos, siempre de gusto sustentable en buenos argumentos. Y hay quienes elegirán a Darío o a Lorca o a Machado o a Neruda o a Borges o a algún otro grande de los que vinieron después tras ellos y siguen hoy. Aunque Vallejo no hizo escuela, dejó marca, lo que es más fuerte. Y no le queda bien a cualquiera, no es para todos. Sin Vallejo no habría habido Gelman, por ejemplo; el autor de Gotán no hubiera arrancado como arrancó para después irse solo, tomarse el riguroso buque personal. Por eso, tenemos muchos poetas para disfrutar y elegir, por suerte. Pero como Vallejo, pesado y original, fuerte y convincente como el terrible peruano, nada.

Sobre todo –me parece– por los increíbles Poemas humanos, publicados en París en 1939, póstumamente, con un título flojón y descriptivo que –por ignorancia o desidia– prefiero suponer que no es suyo. Hay quienes gustan encandilarse ya con los revolucionarios arcaísmos tempranos de Los heraldos negros (“Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé...”) que es de 1918; o con las valientes oscuridades de Trilce (“escapo de una finta, peluza a peluza”) de apenas cuatro años después, cuando todo el mundo en la lengua andaba en la joda o la pavada. Y es cierto: ya era un monstruo, un poeta sin abuela ni pares, un fruto extraño y verdadero nacido y criado en ese confín mestizo del continente y de la lengua.

Pero lo último que hizo, el tramo final de su poesía escrita en París a mediados de los años treinta –los después reunidos Poemas en prosa, donde está el insuperable Voy a hablar de la esperanza; el agónico España aparta de mí este cáliz (“Niños del mundo: si España cae, digo, es un decir...”) y los poemas sueltos que quedaron como si los hubiera ido goteando entre sudor y sangre–, todo ese conjunto de versos de belleza imposible es uno de los documentos líricos y existenciales más poderosos que nos ha dado la literatura de nuestro tiempo. Vallejo tocó fondo, fue hasta el hueso y no volvió para contarlo, lo pudo decir desde ahí.

Todo viene al caso porque hace unos pocos días, esta semana pasada, se acaban de cumplir setenta años de la muerte del peruano, el 15 de abril de 1938, en París. Tenía apenas 46 y probablemente nadie como él había intimado tanto con la Huesuda y sus viejos compañeros el hambre, la enfermedad, la tristeza, la desesperanza o el dolor a secas. Y todo eso mientras creía y peleaba por la Revolución, se hacía añicos diseminado en los otros sin tenerse a sí mismo.

Ese Vallejo arrasado por la más profunda humanidad es el que se vio, se entrevió, se espió morir (si cabe) en el notable Piedra negra sobre una piedra blanca, uno de sus poemas más citados y conocidos. Y que debe haber escrito –supongo, porque de entonces son sus últimos poemas– en el último tercio de 1937. Se sabe lo que pensaba o esperaba Vallejo en versos inolvidables: “Me moriré en París, con aguacero / en un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París –y no me corro– / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”, dicen los primeros tramos del soneto que menta también famosamente a los huesos húmeros, el palo y la soga, “la soledad, la lluvia y los caminos” del final.

Sabemos que no fue así: Vallejo no llegó al otoño, ya que murió en el comienzo de la primavera, y sabemos que se pasó un día, porque el 15 de abril de 1938 fue viernes, no jueves. Pero dejémosle el aguacero, no puede haber habido sol el día que murió Vallejo.

19.4.08

Tardes casi olvidadas con Elena Garro

En un momento en que Elena Garro vuelve a ser el centro de atención por las obras que le son dedicadas, el escritor mexicano Antonio Sarabia, en un texto que acaba de publicar en el suplemento cultural Laberinto, del diario mexicano Milenio, recobra pasajes de su amistad con una Elena septuagenaria de charla cautivante y memoria prodigiosa.

Oí que recientemente aparecieron en México dos libros dedicados a la memoria de Elena Garro. Yo, Elena Garro de Carlos Landeros (Grijalbo, México, 2007) y El asesinato de Elena Garro de Patricia Rosas Lopátegui (Porrúa, México, 2007). No me resuelvo a leerlos porque temo contaminar mi experiencia con percepciones ajenas. Sin embargo me dicen que el segundo es una recopilación rigurosa de entrevistas, reportajes y testimonios sobre la autora de Los recuerdos del porvenir. Aquí está lo que yo puedo aportar. Y que cada quien se sirva según su conveniencia.

No había hablado antes públicamente del asunto. Primero porque nunca vino al caso y, segundo, por ser una experiencia íntima, muy personal, perteneciente a una época mía que considero preliteraria: se dio antes de que yo publicara mi primera novela y por lo tanto siento que no consta dentro de mi vida de escritor. Pero, por una razón que se hará evidente en este artículo, el silencio me hace tal vez incurrir en una injusticia y ya es hora de ponerme en paz con mis recuerdos.

Conocí a Elena Garro por azar, en París, muy a finales de los años ochenta y principios de los noventa, y tuve una relación muy particular de amistad con ella. Un día, al hacer un trámite cualquiera en la embajada de México me atendió una empleada que dijo llamarse Helena Paz y, como bien pregonaba su apellido, ser hija de quien todos sabemos. Yo, impulsado por la curiosidad y el deseo de acercarme a un pariente tan próximo de quien considero, dentro de las letras mexicanas, el mejor poeta desde Sor Juana y el más grande ensayista después de Alfonso Reyes, me apresuré a invitarla a cenar a mi casa varios días después. Un poco antes de la hora convenida, me llamó para decirme que no deseaba dejar sola a su madre y preguntarme si podía traerla consigo. Yo no sabía que hablaba de Elena Garro. Era, aún lo soy, un ignorante total de la vida íntima y las relaciones de alcoba en la literatura mexicana, no sé quién ha vivido con quién, ni cuándo, ni cómo, ni por qué, pero le dije que sí, que encantado, que no se preocupara, que viniera también, etc.

Así desembarcaron en mi casa Elena y Helenita, Las dos Elenas, como titula Carlos Fuentes un cuento que, desde que las conocí, no puedo evitar relacionarlo con ellas. En cuanto Elena entró en mi departamento me pareció reconocer su cara pero tardé un rato en identificarla. A mí, la verdad, Los recuerdos del porvenir no me había deslumbrado y no olvidaba el haberme aburrido en alguna de sus obras de teatro. Sólo sentía admiración por un muy bien logrado relato suyo La culpa es de los tlaxcaltecas. Sin embargo su desenvoltura, sus maneras mundanas, sus anécdotas, la familiaridad con que hablaba de personajes que yo consideraba, y considero aún, míticos, terminó por hechizarme e hizo de aquella cena una velada memorable.

Yo era en esos días el orgulloso poseedor de una de aquellas primitivas Macintosh de buró, pequeñas, cuadradas, de las que aparecen aún en las pantallas de las Mac más recientes cuando uno pulsa la tecla de Ayuda, que eran la gran novedad en Europa. Elena se interesó en su funcionamiento. Yo me apresuré a mostrarle las ventajas que tenía como procesador de texto sobre las entonces aún comunes máquinas de escribir y para ello abrí, lo recuerdo como si lo estuviera haciendo ahora mismo, el capítulo de Amarilis en el que Lope de Vega delira víctima de una fuerte calentura. El texto le llamó la atención y me preguntó de quién era. Al responderle que era parte de una novela que yo estaba escribiendo lo elogió sin reservas e insistió con amabilidad en llevarse a su casa otras muestras de mi quehacer literario.

A raíz de eso empecé a visitarla de tarde en tarde en su departamento, cuando Helenita estaba aún en la embajada. Yo lo prefería así, y supongo que ella también. No es que al llegar su hija se entrometiera en nuestras conversaciones, no, muy al contrario, nos dejaba tranquilos en la sala. Pero Elena se veía obligada a recuperar ante ella su papel de enferma crónica, a jurar que ésa era la primera taza de café que se bebía y yo a aparentar que el cigarrillo encendido sobre el cenicero era mío.

Elena se mostró en un principio entusiasmada con mi trabajo y me animó a proseguirlo pero en realidad, después de la primera visita, nos olvidamos de él. A mí me interesaba su trato con Sartre, con Simone de Beauvoir, con Malraux, de quien no se cansaba de alabar lo guapo que era, con Borges, con Bioy, con las Ocampo, con Julio Cortázar, de quien me describía la alta estatura, la torpeza en sus modos y el acento francés del que nunca pudo desprenderse al hablar español. De entre la cascada de anécdotas recuerdo particularmente una: ella era todavía una jovencita, casada con Paz, muy joven también pero ya célebre en Francia a pesar de su edad. Los dos llegaban entonces en tren, a París, me parece que procedentes de España cuando, asomada a la ventanilla, descubrió a un grupo de intelectuales franceses que venían a recibirlos con un cartel en el que destacaba el nombre de “Octavio Paz”. Elena sacó la cabeza para prevenirlos gritando “ici, ici!” (¡aquí, aquí!) a lo que uno de ellos respondió “Pas toi, mon chou, ton pere!” (¡tú no, querida, tu papá!).

Yo disfruté horas y horas de auténtica felicidad sentado en aquel viejo sillón escuchándola hablar. Helena se descalzaba, encogía los pies y los subía al sofá para arroparlos también bajo el abrigo de pieles con que prefería calentarse. Al hablar, la anciana septuagenaria y achacosa que arrastraba los pies al recibirme se iba transformando poco a poco en otra mujer, más joven, animosa y vehemente, y aunque su voz no subiera de tono, conservaba invariablemente aquel susurro apagado, adquirían brillo sus ojos y el color volvía a sus mejillas.

Vivía en la planta baja de un edificio del Dieciseisavo, el barrio más elegante de París, pero pasaba inmensas penurias. El salario de Helenita en la embajada apenas les alcanzaba para malvivir. A Octavio Paz lo llamaba simplemente “Paz”. Nunca le oí decir ni “Octavio”, ni “mi ex marido”, ni “ese cabrón”, que bien podría haberlo dicho, no, siempre fue “Paz”, y me consta que tanto ella como su hija estaban constantemente exigiéndole fondos. En una ocasión pretendieron incluso involucrarme en su empeño. Estando en su casa, marcaron el teléfono del poeta en México e intentaron pasarme el auricular para que yo le contara no se qué historia absurda. Yo me negué horrorizado, cosa que desató la ira de Helenita, mucho más agresiva que su madre en cuanto a las relaciones con “Paz”.

La verdad es que a mí nunca me pidieron dinero. Sólo intervine en su auxilio en una circunstancia muy especial, bastante crítica, y no hubo ningún mérito en ello. En aquel tiempo yo podía darme lujos así sin que se resintieran demasiado mis bolsillos.

Sucedió una tarde en la que Elena me llamó llorando al teléfono, la iban a echar de su casa porque debía más de tres meses de renta. Los hombres del desahucio estaban ya a la puerta a punto de sacar sus muebles a la calle, y ella no sabía qué hacer. Me lancé a toda velocidad rumbo a su piso, sin apenas frenar en los semáforos de la avenida Victor Hugo, y puse en manos del frustrado propietario, a quien a todas luces interesaba menos el dinero que deshacerse de sus insolventes inquilinas, un cheque por el montante de la deuda. Elena quiso pagarme más tarde, cuando menos en parte, con su abrigo de pieles, pero yo no acepté. Ya habría tiempo para que me reembolsara después, le dije, cuando mejoraran sus cosas. Ambos sospechábamos que eso no ocurriría, pero no me importó. Había aprendido a estimarla y a valorar aquellas tardes con ella. Fue la primera buena acción de mi vida de escritor y, ya puesto a pensar en el asunto, tal vez haya sido la única.

Tampoco tengo muy clara la razón por la que dejé de verla. Ni siquiera recuerdo si llegué a autografiarle algún ejemplar de Amarilis, la novela que pareció tanto atraerle cuando nos conocimos, editada casi al unísono por Norma y Espasa Calpe en el 92, alrededor de un año antes de que ella se volviera a México. Por aquellos días ya nos veíamos muy poco. Publicar en Europa me hizo a mí entrar de golpe en un mundo del que ella, por voluntad o por fuerza, se había segregado. Algunas personas del medio, no vienen al caso sus nombres, gente importante que la conocía bien y con la que yo empecé a relacionarme entonces, me advirtió que tuviera cuidado, que desconfiara, que no creyera todo lo que me decía.

Como testimonio de aquellos días no me queda gran cosa: en alguna parte de mi biblioteca de México deben de estar, dedicados, un libro de poemas que le publicaron a Helenita en Francia y una edición de bolsillo de Los recuerdos del porvenir en alemán que llegó en esos días y que Elena me dio, aunque yo no entiendo la lengua. Supongo que no sabía qué hacer con el ejemplar. A mí me pasó lo mismo, pero como no encontré ningún amigo alemán a quien dárselo, todavía ha de andar por ahí.

Elena, que creía en oscuras conspiraciones y procuraba convencerme de tortuosos complots de sociedades secretas para dominar el mundo, era muy lúcida e implacable en sus juicios estéticos. No repetiré aquí sus indiscreciones y críticas sobre nuestra literatura de la época. “La luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, diría el gitano del poema. Tampoco viene al caso dar nombres. El mencionarlos despertaría la justa indignación, cuando no la inquina, de algunos conocidos personajes de las letras mexicanas.

La última vez que hablé de mi amistad con Elena Garro fue con Adolfo Bioy Casares en Saint-Malo, en la costa francesa, allá por el año 97, ¿o sería el 98?, ¿y por qué tocamos el tema?, ¿lo habrá provocado la reciente muerte de Elena?, dios mío, qué memoria. De lo que sí estoy seguro es que evité mencionarle el que ella lo consideraba el epítome de la caballerosidad y la elegancia. Ahora me arrepiento, pero entonces no quise que el gran escritor argentino pensara que yo lo estaba adulando. Fue una larga conversación en la que Bioy, que moriría también poco después, se mostró muy conmovido. Me relató sus propios recuerdos y me confesó el enorme afecto que había sentido por ella.

No creo que el encuentro con Elena haya cambiado mi vida. Yo la tenía bien encaminada, pero ella me rozó con su ala al pasar, y ese aleteo de mariposa me impulsó sin pensar por una senda que tal vez yo no habría emprendido sin su intervención.

Además del libro en alemán conservé un tiempo también, como recuerdo, aunque no sé ya dónde están, las dos o tres hojas en las que me copió, con paciencia infinita, las direcciones y los teléfonos privados y públicos de cuanto editor conocía en México para que les llamara de su parte y me publicaran Amarilis. Al final anotó otro, éste en España, el de una agencia literaria en Barcelona de la que yo, neófito absoluto, no había oído hablar. Fue el único teléfono y la única dirección que finalmente usé. Por suerte sin jamás mencionar que me los había dado ella. Ahora sospecho que habría resultado contraproducente. Pero lo hice porque me llamó la atención la frase que dijo mientras la transcribía: “si te agarra la Balcells, ya la hiciste”. Pues sí, Elena, “me agarró la Balcells” aunque no, no “la he hecho” todavía, pero gracias por el consejo. Y por todas las otras cosas que me contaste, ciertas o no. En verdad me han servido de mucho.

16.4.08

Coloquio interdisciplinario y exposición bibliográfica

Universos discursivos y visuales en la prensa peruana del siglo XIX
Lima, 7, 8 y 9 de julio de 2008


La prensa decimonónica (periódicos y revistas) contiene en sus páginas un rico conjunto de manifestaciones discursivas y visuales que no han sido estudiadas plenamente desde los estudios literarios, artísticos o historiográficos. Estos textos y gráficos permiten observar los conflictos socioculturales, las configuraciones del campo político, y la gradual consolidación de la cultura de lo escrito en la ciudad de Lima y también en otras ciudades.

En esta prensa convergen las tensiones entre los deseos de una elite por instalarse dentro de las coordenadas de la modernidad occidental y su conciencia de ocupar una posición periférica. La vocación democratizadora y la creación de un nuevo público lector de la prensa decimonónica se articulan con las olas de modernización que transformaron la cultura material, la sensibilidad y las formas de sociabilidad de la sociedad peruana.

Este Coloquio pretende contribuir con la revalorización de estas fuentes heterogéneas y valiosas, e inaugurar el debate sobre las formas, sentidos y políticas de dichos universos discursivos y visuales.

Ejes temáticos: 1) Genealogías e hibridaciones del cuadro de costumbres, la tradición y el cuento moderno; 2) Las caricaturas, ilustraciones de humor, avisos y publicidad; 3) Representación de los sujetos indígenas, afrodescendientes y chinos; 4) Nación, racismo y género en la prensa decimonónica; 5) Análisis textual y autoral de manifestaciones discursivas en diarios y revistas decimonónicas; 6) Modernidad, modernización y la constelación modernista en la prensa decimonónica; 7) Las novelas de folletín: nuevos lectores y nuevas lecturas.

Se deberá enviar una sumilla de 10 a 15 líneas con el título de la ponencia, nombre del autor y filiación institucional antes del 12 de mayo. Las propuestas deben dirigirse a marcelvelazq@terra.com.pe. El Comité Organizador informará sobre la aceptación de las mismas el 23 de mayo.

Comité del Coloquio: Presidente: Marcel Velázquez Castro (Universidad Nacional Mayor de San Marcos). Comité Académico: Dra. Maida Watson Espener (Florida International University); Dra. Isabelle Tauzin (Bordeaux 3); Dr. Thomas Ward (Loyola College); Dra. Rocío Ferreira (DePaul University, Chicago); Dra. Graciela Batticuore (Universidad de Buenos Aires); Dr. Ismael Pinto (Universidad San Martín de Porres); Dr. Alberto Varillas (Pontificia Universidad Católica del Perú; Dr. Gonzalo Espino (Universidad Nacional Mayor de San Marcos).

Comité de Organización: Alberto Loza Nehmad (Curador de la exposición bibliográfica); Eduardo Lino; Miguel Vargas Yábar; Jannet Torres; Eduardo Huaytán; Néstor Saavedra; Claudia Berrios.

Organizan: Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; Biblioteca Central de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

14.4.08

Pinturas para recordar a César Vallejo

El mes de las letras es el marco preciso para recordar a nuestros creadores más destacados. Abril es también el mes en el cual César Vallejo, nuestro poeta más universal, falleció en París en 1938. Por estas razones, el reconocido pintor moyobambino Orlando Izquierdo “El Tigrillo” ha preparado una colorida exposición. Homenaje a César Vallejo por los 75 años de su muerte es el título de la muestra, que consta de 50 óleos que representan escenas de la vida de nuestro poeta. En los cuadros se lo ve acompañado de su esposa Georgette Philippart; compartiendo con significativos personajes de la cultura y el arte; en su natal Santiago de Chuco; caminado por París y también en su lecho de muerte.

Doctor en Educación, viajante incansable, ex-Director de la Escuela de Bellas Artes “Paul Gauguin” (Moyobamba), escritor y pintor autodidacta, Orlando Izquierdo “EI Tigrillo" tiene una larga trayectoria, como artista plástico, que empezó en 1986, cuando presentó su primera exposición. Izquierdo, que pinta desde los doce años, adoptó el seudónimo que lo distingue porque afirma que “el Tigrillo es el animal más bello, ágil y de mayor vibración de la región amazónica.”

La inauguración de la muestra se llevará a cabo el martes 15 de abril, a las 7:00 p.m. en el Centro Cultural de San Marcos – La Casona (Av. Nicolás de Piérola 1222. Parque Universitario). La exposición estará abierta al público de lunes a sábado de 10:00 a.m. a 1:00 p.m. y de 2:00 p.m. a 5:00 p.m. hasta el 15 de mayo. El ingreso es libre.

Para mayor información y/o coordinaciones para entrevistas comunicarse con la Oficina de Prensa del CCSM al teléfono: 6197000 # 5207.

13.4.08

Narrativa peruana del siglo XX

El día de hoy, en el diario La República, de Lima, acaba de aparecer esta interesante recensión del conocido escritor peruano Carlos Meneses sobre el libro Novela y cuento del siglo XX en el Perú, de Rita Gnutzmann, que los invito a que tengan el placer de leer.

La Universidad de Alicante ha publicado recientemente un interesante trabajo de la profesora Rita Gnutzmann titulado Novela y cuento del siglo XX en el Perú, que es una visión bastante precisa de nuestra literatura de creación en el siglo pasado. Como suele ocurrir en estos casos, siempre existirá el problema de las ausencias, aunque la autora ha procurado contar con lo más significativo del panorama. El planteamiento está basado más en etapas y tendencias literarias que centrado sobre determinados autores. Tienen sitio especial dentro de la franja indigenista L.E. Valcárcel, López Albújar, Alegría, Arguedas, Vargas Vicuña y Colchado. La inmensa nómina de autores a lo largo de esos seis capítulos impide un tratamiento con pulso crítico. Lo más adecuado habría sido dedicar dos o tres tomos a este trabajo para permitirse la crítica a cada autor y al total de su obra.

La generación del 50 merece un libro crítico en exclusiva, tanto por su calidad indiscutible como por lo numeroso del conjunto. Rita Gnutzmann demuestra ser buena conocedora de la literatura peruana del siglo XX, al reunir a quienes más destacaron en esa década. Así aparecen Zavaleta, Reynoso, Salazar Bondy, Congrains, naturalmente Ribeyro y Vargas Llosa, y a todos ellos les dedica no párrafos sino páginas en las que ofrece títulos, penetra en las historias que cuentan, distingue a personajes muy destacados y celebra el valor de estructura y prosa en sus libros más importantes. Sin embargo de ese conjunto separa a Ribeyro y Mario Vargas y agrega a Bryce Echenique, para organizar con ellos un capítulo especial. El motivo no es otro que la consideración de que se trata de los escritores más internacionales, los que han quebrado límites geográficos.

En el cap. V la autora ramifica más su trabajo. Contempla la necesidad de estudiar la literatura afro, la amarilla y la judía, así como también da sitio a la narrativa experimental, a la marginal y a la mestiza. Eielson se halla entre los experimentalistas. Gregorio Martínez y Gálvez Ronceros cargan con el peso de la literatura que emerge de la población negra. Higa es el abanderado de la narrativa oriental así como Isaac Goldemberg lo de la judía.

Dentro del capítulo de lucha y marginación, hallan sitio dos excelentes narradores como son Miguel Gutiérrez y Rivera Martínez, a quienes dedica minuciosos estudios situándolos dentro de las márgenes políticas del momento. Evidentemente en ese sentido es más Gutiérrez que Rivera Martínez el que enfrenta la difícil situación del país a partir de la década de los 70. No olvida Gnutzmann la presencia y posible influencia de García Márquez. También menciona a algunos surgidos en los últimos 20 años: Iwasaki, Ampuero, Benavides, Pilar Dughi, Zein Zorrilla, Cueto, entre otros. Sus criterios pueden sorprender o disgustar. Lo que no se puede discutir es el rigor con que ha trabajado para analizar cien años de escritura peruana.

10.4.08

Jornada Cultural por la libertad de Melissa Patiño

Mañana viernes se llevará a cabo en la casona de San Marcos (Avenida Nicolás de Piérola 1222, Lima) una Jornada Cultural y un Recital Poético a favor de la liberación de la joven poeta Melissa Patiño Hinostroza, quien fuera detenida en Tumbes el pasado 29 de febrero. Esta importante actividad es organizada por sus compañeros de estudios de la Facultad de Administración de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y cuenta con el apoyo de diversos escritores y artistas, quienes levantarán su voz de protesta a través de sus diversas formas de expresión: la música, el teatro y la poesía. Entre los organizadores figuran también diversos colectivos culturales e importantes organizaciones que trabajan a favor de la defensa de los derechos humanos. La cita será desde las 5 p.m. y reunirá, entre otros, a los poetas Arturo Corcuera, Tulio Mora, Juan Cristóbal, Rosina Valcárcel, Domingo de Ramos, Rodolfo Ybarra, Armando Arteaga, Rocío Silva Santisteban, Jorge Pimentel, Víctor Coral y Miguel Idefonso. Habrá, además, exhibición de videos, performances, intervenciones artísticas y una conferencia sobre derechos humanos.

8.4.08

Un punto de vista menos

Escribe
Julián Gorodischer

La revista Punto de Vista se retira después de 30 años de reinar en su campo: fue una de las más conocidas e influyentes entre "las académicas", un espacio que de la mano de Beatriz Sarlo propuso una articulación eficaz entre la reflexión analítica y la realidad argentina de las últimas décadas. La fundaron en 1978 Beatriz Sarlo junto con Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y Elías Semán. El origen fue en plena dictadura. "Había que comenzar a hacer algo enseguida, incluso sin esperanzas y peligrosamente", recuerda Sarlo en el editorial del número 90, en el que se despide de los lectores. Se reunían en forma casi clandestina proyectando cómo editarla. Ya nacida, se afianzó como formadora de opinión y fue uno de los pocos lugares en que los intelectuales podían pelearle a la dispersión.

Sus ex advierten que la transición hacia la democracia trajo nuevos conflictos. Debían encontrar un perfil ya no meramente "oposicional". Se agregaron nuevas firmas, algunas de las cuales volvían del exilio: Hilda Sábato, José Aricó y Juan Carlos Portantiero. En Punto de Vista se habló por primera vez de autores que luego serían referencias constantes en los programas de las carreras humanísticas: Raymond Williams, Pierre Bourdieu, Richard Hoggart, con pistas para pensar la cultura y la historia incluyendo en el análisis al intelectual y el papel que éste debería ocupar en el contexto de su época.

"A fines de 1982, con el comienzo de la transición democrática –recuerda Sarlo–, debimos aprender de nuevo casi todo. Por ejemplo, cómo hacer una revista que ya no fuera solamente el medio que un grupo mínimo de intelectuales inventó para atravesar la dictadura; aprender cómo se hace una revista..." "Quizás un problema que tuvimos –admite Hugo Vezzetti a Página/12– fue que no supimos traer gente joven. Sí en la parte de cine, ahí se incorporó mucha gente nueva, pero no en otras áreas temáticas. Un poco por el prestigio de la revista, quizá costó siempre la incorporación de nuevas personas que escribieran".

Durante los '90, Punto de Vista fue un oportuno, foro donde pensar las fisuras, las zonas liberadas, los núcleos de poder del menemismo: la revista siempre fue temporal, coyuntural, arraigada a los sucesos-hito de la historia argentina reciente: la guerra de Malvinas, los indultos, la corrupción, la crisis de 2001. El aggiornamento, la inauguración de un sitio web (Bazar americano), la tirada de más de 2500 ejemplares se dieron cuando ya estaban en sus filas Adrián Gorelik (actual subdirector), Ana Porrúa, Federico Monjeau y Rafael Filipelli. La triple renuncia de Hilda Sábato, María Teresa Gramuglio y Carlos Altamirano, en 2004, provocó un cimbronazo interno e incluyó desde disensos por el estilo de la conducción (como argumentó Sábato) hasta la toma de partido por la renovación generacional. "Cuando el cuadro de posiciones está congelado, como ocurre desde hace años en Punto de Vista, el debate, por tolerante que sea, se vuelve estereotipado: siempre nos encontramos representando la misma pieza", explicó Carlos Altamirano, antes de partir, en una carta abierta.

"Se puede hacer una revista con diferentes grados de inclusión, pero el deseo de revista es indispensable. Ese impulso tenía un fondo colectivo que hoy percibo un poco debilitado, distraído", cierra Sarlo su editorial del número 90, donde también publica el ensayo "Melancolía e insistencia de la novela", una nueva pieza de su iluminadora serie de críticas sobre literatura argentina reciente con el foco en Luis Chitarroni, Aníbal Jarkowski y Leandro Avalos Blacha. "Entiendo que Ana Porrúa y Rafael Filipelli no deben sentirse descriptos por estos dos adjetivos. Pero no alcanza", señala. “Podríamos seguir produciendo buenos índices y recibiendo buenos artículos, pero algo ha comenzado a fallar y es mejor reconocerlo ahora, cuando no se ven consecuencias, que en un capítulo decadente. Una revista que ha estado viva treinta años no merece sobrevivirse como condescendiente homenaje a su propia inercia. Por eso el número 90 es el último".

(Publicado en Página/ 12, Buenos Aires, 06.08.08)

5.4.08

Juan Rulfo multidisciplinario y no oficial

El día de hoy, el diario La Jornada, de México, publicó esta interesante nota de Mónica Mateos-Vega sobre la reciente presentación del libro Juan Rulfo: perspectivas críticas. Ensayos inéditos (México, Siglo XXI Editores, 2008), coordinado por Pol Popovic Karic y Fidel Chávez Pérez.

Entre los trabajos que todavía faltan por realizar en torno a la obra de Juan Rulfo están ediciones interdisciplinarias, realizadas por estudiosos de la literatura, pedagogos y editores, adecuadas para el público lector hispanohablante, sometido a las muchas tentaciones y distracciones de los medios electrónicos y cibernéticos, señaló Alberto Vital, biógrafo del escritor y fotógrafo, en un texto leído por Jaime Labastida, durante la presentación del volumen Juan Rulfo: perspectivas críticas. Ensayos inéditos. El volumen, coordinado por el especialista serbio Pol Popovic y editado por Siglo XXI, es una compilación de análisis académicos que no forman parte de las ediciones oficiales que la Fundación Juan Rulfo aprueba, explicó el editor. Por tanto, agregó, este trabajo es una obra independiente, una perspectiva crítica no autorizada, en torno a la obra del autor de El llano en llamas.

En su texto Vital afirma que, en general, urge meditar y actuar en torno al mayúsculo déficit de ediciones de nuestros grandes escritores, las cuales se convertirían en materiales didácticos provechosos, tanto para los maestros como los estudiantes, entre quienes el concepto de lectura obligatoria es sinónimo de aburrimiento e incomprensión. Otros temas, para un coloquio que se llamaría Juan Rulfo en pleno siglo XXI serían asimismo interdisciplinarios, o Rulfo y la antropología, con la ingente tarea, aún por hacerse, de rescatar los textos que nuestro novelista y fotógrafo realizó durante casi un cuarto de siglo en el Instituto Nacional Indigenista (INI).

Al respecto, Labastida se cuestionó qué sucedería si la fundación constituida en 1996 con la finalidad de cuidar el legado de Rulfo dijera que los materiales del INI no valen la pena, ¿y si no permiten su publicación? Aquí hay un problema de derechos, los patrimoniales son del INI porque él realizó ese trabajo como empleado de ese instituto, y los derechos de autor le debieron pertenecer a él y, por tanto, hoy a la fundación o a quienes sean sus herederos. Pero como los textos no están firmados, ¿cómo se determinaría de quién son? Los de la fundación podrían decir que se atribuiría a Rulfo algo que no le pertenece. Es un problema, incluso, de crítica estilística. Habría que ir a los archivos del INI, revisar cómo se hicieron los textos, si tienen anotaciones de Juan, no es tarea fácil.

Vital añade que tanto la narrativa como la fotografía del autor de Pedro Páramo superan ya las tesis ingenuas de que una es simple reflejo de la otra, y la antítesis, no menos ingenua y peligrosa, de que una no tiene nada que ver con la otra. Hace falta, continuó, un análisis en torno a Rulfo y la música, porque ahí están las piezas musicales de diferentes maestros, a quienes Ana Cervantes convocó para un disco notable, aparecido recientemente en el contexto del Festival Internacional Cervantino.

Quienes se propongan averiguar más sobre la vida de Juan Rulfo deberán considerar dos puntos: es inevitable que consideren y citen, así sea para refutarlos, los trabajos previos en este rubro, y dos, es necesario que consideren que el tema ya está bastante trabajado, y que si les interesa el género de la biografía, pueden abocarse a tareas en verdad imprescindibles como las monumentales biografías exhaustivas, a la inglesa, a la francesa, o a la alemana, de hombres como Jaime Torres Bodet y Octavio Paz. Biografías de mil páginas que serían una auténtica radiografía del México, y aun del mundo, del siglo XX, incluido el medio cultural. Rulfo quería tener una vida lo menos pública, lo menos biografiable posible. Sólo quería dedicarse a leer, a escribir y a que lo dejaran tranquilo, si acaso conversando con sus amigos historiadores, antropólogos, gente común, etcétera.

El libro, cuya preparación tardó seis años, incluye textos de críticos de siete países los que se acercan de manera novedosa a la obra del escritor jalisciense, algunos le dan prioridad a la historia, otros al cine; mezclan la biografía de Rulfo dentro de su análisis o se acercan a la física, explicó el compilador, Pol Popovic. Agregó que para la selección de los materiales no tuvieron criterios ni propósitos sobre la temática y la estilística de los ensayos, sólo existe una intención: buscar una cierta originalidad en las aportaciones, que fueran inéditos en la mayor parte de su análisis, ya sea en torno a la semiótica, a la lingüística o a la teoría literaria.

4.4.08

Alfredo Pita exige libertad de Melissa Patiño


París, 30 de marzo de 2008
Señor Ministro del Interior:

Desde hace más de un mes, la joven estudiante y poeta Melissa Patiño se encuentra en la cárcel acusada vagamente de planear complots contra la seguridad de las cumbres diversas que este año van a realizarse en el Perú y también, al parecer, contra el orden democrático y la seguridad del Estado.

Las autoridades que han ordenado su detención, y me dirijo en primer lugar a usted, señor Ministro del Interior, no han aportado al conocimiento de la opinión pública la menor prueba que justifique el tratamiento que está recibiendo Melissa Patiño, quien está actualmente, me informan, en un pabellón para delincuentes comunes.

Esto es inaceptable, pues todo parece indicar que las acusaciones contra ella no pasan de ser un delirio exagerado, además de una flagrante violación de los más elementales derechos humanos.

Las autoridades del Perú, junto con velar por el respeto de los derechos humanos, deberían proteger la imagen que dan del país y ésta no gana encarcelando, sin pruebas, a poetas casi adolescentes.

Hoy tenemos que, en el Perú, se puede encarcelar a alguien por más de un mes sin más razones que vagas sospechas. Se acusa de terrorismo a alguien que no pasaría de ser una joven idealista con suerte (o mala suerte, según como se vea). Según sus propias explicaciones de joven estudiante, su viaje a Ecuador habría sido más fruto del azar que un deliberado empeño de ir a una cita política, puesto que ni siquiera milita.

En todo caso, el tener ideas determinadas, el acudir a eventos culturales, e incluso políticos, ¿es ahora un delito en el Perú? No quisiera generalizar, pero este tipo de excesos se emparentan extrañamente con el maccarthysmo, y, si permitimos que esto prolifere en el país, mañana nadie estará a salvo de la caza de brujas.

Libertad para la estudiante y poeta Melissa Patiño.

Alfredo Pita
Escritor y periodista
Dni 06519037
alfil01@gmail.com

2.4.08

Premian a Edwards por novela sobre Lihn

A través de La Nación, de Buenos Aires, acabamos de enterarnos de la grata noticia de que ayer el escritor chileno Jorge Edwards ganó el premio Planeta Casamérica, dotado, nada menos y nada más, de US$ 200.000, con una novela donde revaloriza el género de la poesía y en la que, además, reflexiona sobre diversas cuestiones políticas. En la instancia final de la decisión de los jurados, que deliberaron arduamente en algún lugar de la ciudad de Buenos Aires, Edwards superó al autor colombiano Fernando Quiroz, representante de una nueva generación de narradores, que resultó finalista y se alzó con un premio de US$ 50.000.

La novela ganadora de Edwards se publicará el 27 de mayo en todo el mercado hispanohablante, con una tirada de 100.000 ejemplares y con el título La casa de Dostoievski, que, lejos de tener algo que ver con la vida y la obra del afamado novelista ruso, evoca un episodio de la movida poética en el Santiago de Chile de los apachurrantes años cincuenta. Concursó en el certamen como La ciudad del Pingüino y Edwards adoptó el seudónimo de Juan el Indiano. A su vez, la novela de Quiroz se publicará con el título con que compitió: Justos por pecadores. El autor se presentó como Pepe Buendía, referencia ineludiblemente colombiana.

Edwards, que recibió el premio anoche, dijo que su novela toma el nombre de una casa en proceso de derrumbe, que en los años 50 fue habitada en Santiago de Chile por un grupo de poetas y artistas. "Se la conocía como la casa de Dostoievski y era un lugar mágico. Esta es una novela sobre la poesía, los poetas y las ganas de ser poeta. Y también es un texto generacional relacionado con la política y el amor", expresó. Al referirse a La casa de Dostoievski, su autor repasó también algunos nombres que le resultan indispensables cuando habla de poesía latinoamericana: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y, por encima de todo, Enrique Lihn, en quien se inspiró para construir el personaje central de su novela, llamado El Poeta. "Es mi poeta", dice Edwards, quien también regresa a Cuba en su nueva novela, pero desde otro lugar. Como es conocido, a raíz de su crítica al régimen de Fidel Castro, Edwards se ganó la declaración de persona no grata, que dio título a uno de sus libros más polémicos.

Narrador y periodista, Edwards nació en 1931 en Santiago, Chile. Abogado y diplomático, fue destinado a París, donde trabajó con Pablo Neruda, y a La Habana, durante el gobierno de Salvador Allende. Insatalada la dictadura de Pinochet, se radicó en España. En 1973 publicó la novela Persona non grata, donde critica duramente a la Cuba de Castro. A los 21 años publicó El patio, su primer cuento, y luego Gente de la ciudad, Las máscaras, y Temas y variaciones. En 1990 escribió Adiós poeta, en homenaje a Pablo Neruda. Otras novelas suyas son El peso de la noche y Los convidados de piedra. En 1999 ganó el premio Cervantes de Literatura.