Era un poeta, poeta un ser fantástico y muy valioso. Así describe el malogrado escritor chileno Roberto Bolaño a su mejor amigo de lejos, José Alfredo Zendejas (México 1953-1998), que para la historia de la literatura maldita será ya siempre el poeta Mario Santiago Papasquiaro, trasunto de Ulises Lima, uno de los detectives salvajes.
Apenas publicado en vida -su bibliografía tiene principio y fin con Aullido de cisne, 1996- acaba de aparecen en España Jeta de santo (editorial Fondo de Cultura Económica), una antología poética preparada por Rebeca López, su viuda, y Mario Raúl Guzmán, que pretende resituar el autor más allá del personaje mítico que se creó en México.
Pese a estos esfuerzos, Santiago Papasquiaro lo tuvo todo para ser considerado un personaje, mucho antes de que Bolaño lo trasladara a su obra maestra. Es difícil separar su excéntrica vida de la ficción. Fue, ante todo, un provocador, un tipo incómodo para muchos que se situó voluntariamente al margen, hasta el final: significativamente murió atropellado en circunstancias oscuras aun no aclaradas y tardaron días en encontrar su cuerpo.
Mucho antes, a mediados de los años 70 junto a otros poetas, entre ellos Roberto Bolaño y Bruno Montané (el Felipe Muller de Los detectives salvajes que también ha ayudado en la selección antológica en una fase previa) fundó el infrarrealismo (realvisceralismo, en la novela) que tenía como principal postulado volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial, según rezaba en un manifiesto que podría haber firmado cualquier beatnik. Sus acciones se desarrollaron entre el terrorismo y la poesía: fue un experto en sabotear conferencias, en crearse enemigos, en pelearse a golpes con los máximos intelectuales mexicanos en fundar una mitología que terminaría fraguando en la novela del amigo.
Gracias a la leyenda de Los detectives salvajes, Mario Santiago Papasquiaro tiene ahora una segunda oportunidad para librarse del desprecio y el ninguneo al que lo ha relegado desde siempre la cultura oficial mexicana -el libro aparece sintomáticamente antes en España que en México- Esta antología -dice Juan Villoro, que le conoció junto a Bolaño en su época más combativa y de compromiso político-brinda por fin, la posibilidad de que nos enteremos si Mario Santiago es o no un buen poeta, porque prácticamente nadie lo había leído hasta el momento.
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