A sólo unos días de cumplir 78 años –el 3 de mayo–, Juan Gelman se convirtió en el cuarto escritor argentino en recibir el Premio Cervantes de las Letras, con lo que se une a los nombres de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Adolfo Bioy Casares. Con una lectura pausada y sentida, Gelman asumió más que nunca su condición de poeta del exilio argentino, al evocar a los fantasmas que habitan “estos tiempos mezquinos y de penuria”. En el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, ligada íntimamente a la vida y obra del célebre escritor español Miguel de Cervantes, Gelman fue el máximo protagonista de una ceremonia presidida por los reyes de España, Juan Carlos y Sofía. Como es tradición, el discurso del escritor galardonado es el momento cumbre, cuando se escuchan sus palabras que pasarán a formar parte del acervo cultural e intelectual de las letras en español.
Gelman, con anteojos a media nariz y el texto de su discurso sostenido por un atril de madera, lanzó su primera sentencia: “A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos Dürftiger Zeite, estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose Wozu Dichter, para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”.
Recordó sus duros años de exilio tras sufrir la crueldad del régimen militar instaurado en su país en 1976. “Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino que no es sino morir muchas veces, comprobaba Teresa de Ávila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado.“La dictadura militar argentina desapareció a 30 mil personas y cabe señalar que la palabra desaparecido es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo”.
Gelman se refirió entonces a su particular relación con la obra cumbre de las letras españolas y su función de bálsamo en aquellos años de persecución e incertidumbre ante la ausencia de noticias sobre el destino final de su hijo –asesinado–, de su nuera –“desaparecida”– y de decenas de compañeros de partido y de lucha.
“Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novelas posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto, uno se pregunta, ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?”, agregó el poeta argentino.
Gelman, quien vive en México desde los años 80 y donde piensa pasar el resto de sus días, explicó a continuación la relación de la obra de Cervantes con la muerte. “Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200 mil civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, según dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak”.
Gelman se refirió posteriormente a la necesidad de defender la memoria frente a la ignominia del olvido, máxime cuando se trata de dictaduras y periodos de represión masiva. Enarboló una reivindicación que él conoce en primera persona: tener la posibilidad de “enterrar a sus muertos”, que a él se la arrebataron en varias ocasiones: “Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia”.
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