30.6.08

Heraud recobrado

Por Diego Otero
El Comercio, Lima, 29/06/08


Luego de mostrar los primeros frutos de sus acuciosas investigaciones y sus experimentos en torno a la obra de Luis Hernández -una obra que es reveladora en su propia condición fragmentaria y semi clandestina-, el poeta Edgar O'Hara entrega ahora, gracias al compromiso y el buen olfato de la editorial Mesa Redonda, otra pieza crucial de la génesis de lo que hoy conocemos como Generación del sesenta (esa de los poetas cosmopolitas y vitales, y de Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza como iconos ineludibles): el libro Estación Reunida, de Javier Heraud, el poeta limeño fallecido a los 21 años.

Es curioso, y esto parece tenerlo O'Hara muy presente, pero el destino de Hernández y Heraud no está emparentado solo por ese breve "estudio poético" concebido en conjunto -atestiguado en los Viajes imaginarios, el otro poemario de Heraud que se acaba de editar como libro independiente-, ni por las trágicas (y en cierta forma antagónicas) conclusiones de sus vidas, sino sobre todo por el hecho de que a inicios de los sesenta Heraud y Hernández eran las voces más prometedoras de la nueva poesía peruana; los más cultos, los más tenaces, los más brillantes.

La tesis de O'Hara es simple e inapelable: las ediciones previas de la poesía de Javier Heraud (publicadas en 1964 y 1973) arrastran demasiadas interferencias biográficas y políticas, de modo que al costado de auténticos hallazgos líricos -como El Río o ciertos episodios de El viaje, el poemario que precede a Estación Reunida- hay una serie de "poemas comprometidos", como los llama O'Hara, que no permiten apreciar las bondades estéticas de una obra orgánica, coherente, sorprendentemente madura en muchos sentidos y, sobre todo, plagada de episodios altos.

Estación Reunida es, en efecto, el momento más logrado de la poesía heraudiana. Es un libro que abarca diversas zonas de la experiencia, y que sabe ser enigmático y sugerente. Desde sus versos iniciales ("Nos prometieron la felicidad / y hasta ahora nada nos han dado") Estación reunida plantea un eje temático ambiguo, de signos abiertos y afilados, en el que el otoño es la estación de lo que no se posee: el sosiego contemplativo, el espacio de reflexión y la piedad, pero también la estación de todo lo que encarna un cambio (¿social?), una transformación (¿política?), un viaje (¿moral?).

En Estación reunida hay una sorprendente asimilación de ciertas estrategias shakespereanas, como ese lirismo aguzado y preciso, que sabe sembrar interrogantes y pulsar fibras comunes. También empiezan a aparecer una serie de intuiciones narrativas, corales, dialógicas, producto de atentas lecturas de ciertos autores sobre los que se fundarían, al poco tiempo, las tendencias dominantes en la generación, como T.S. Eliot. Así, Estación reunida es un libro cuya gravitación tiene que ver con su capacidad para intuir las estrategias formales que la experiencia de su época demandaba. Estación Reunida es un libro que abre brecha, que propone rutas, que ofrece llaves; del mismo modo en que, pocos años después, lo haría Las constelaciones, de Luis Hernández.

23.6.08

¿Vallejo ha muerto?

Por Rodolfo Alonso
La Jornada Semanal, Ciudad de México, 22/06/08


Como él mismo lo dijo, por anticipado, en un poema tan legítimamente memorable como visionario: “Piedra negra sobre una piedra blanca”, falleció en París, pero sin aguacero, y no un jueves, sino un Viernes Santo. A las 9:20 horas del 15 de abril de 2008 se cumplieron setenta años de su muerte. Y, sin embargo, cuánta vida nos ha seguido dando. Mi descubrimiento personal, hondo e íntimo, de César Vallejo (1892-1938), fue para mí un acontecimiento extraordinario. No sólo porque me ocurrió en plena adolescencia –alrededor de los quince años–, sino también porque, no disponiendo en aquel entonces de ningún antecedente intelectual, literario o académico de ningún tipo, mi primera percepción de su enorme, profundísima poesía fue absolutamente inocente, sin posibilidad concreta de prevención o preconcepto alguno. Y también aislada, individual, como lo son todos los grandes descubrimientos primigenios. (¿Está de más reiterar aquí que algo muy similar me aconteció, casi contemporáneamente, con Roberto Arlt?)

Durante mucho tiempo intuí, sin haber reflexionado sobre el punto, que esa revelación conmocionante se debía a un fulmíneo contacto con la evidencia –en el sentido de Husserl: vivencia de la verdad– en que su uso de la palabra convertía a un poema. Había allí algo encarnado en lenguaje que iba más allá del lenguaje, humanísimo lenguaje humano. Y el sentimiento, bien de fondo, se contagiaba sin posibilidad alguna de retórica, latente en su palabra, viva. Que ello se diera entrañablemente vinculado con dos acontecimientos que también se me volvieron legendarios, siquiera en forma infusa, es decir la Guerra civil española, la lucha de aquellos humildes milicianos, los heroicos voluntarios que defendieron a la República, vivida como una personal mitología, y el hecho de que en su sangre se mezclaran –todavía de manera inconsciente para mí– lo ibérico y lo indígena, no dejaba de incluirse oscuramente en aquel impacto original.

De tal impronta nace acaso que, todavía hoy, me resulte a veces casi doloroso releer a Vallejo. Como si ese contacto desollado, visceral con una verdad insoslayable, con una hominidad ineludible que resulta entre otras cosas su poesía, no haya dejado nunca, así sea de modo irracional, de aludirme muy personalmente. Con los años, por supuesto, otros ingredientes se fueron añadiendo, y de eso me siento obligado a hablar ahora. Junto con aquella adolescencia fueron creciendo también las búsquedas de la propia identidad. Ser argentino, y por lo tanto latinoamericano, como lo soy por nacimiento, no dejó nunca de enhebrarse con mi condición de hijo de inmigrantes, lo que me unía por mi sangre también con otros mundos. Que, como bien dijo Paul Éluard: “Están en éste.”

Y fue hace ya varios años, en ocasión de una amplia muestra itinerante organizada por el gobierno autonómico gallego, bajo el significativo título de Galicia en América, que otros elementos se agregaron a esta pequeña historia. Allí confirmé algo que sólo había atisbado antes como leyenda y que, como toda leyenda, no logró alcanzar nunca la suficiente precisión. La madre de César Vallejo se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero (“de pecho en pecho hacia la madre unánime”), y era hija del sacerdote gallego Joaquín de Mendoza y la india chimú Natividad Gurrionero. Pero no sólo eso. También su padre, Francisco de Paula Vallejo Benítez (“Mi padre, apenas,/ en la mañana pajarina, pone/ sus setentiocho años, sus setentiocho/ ramos de invierno a solear”), no sólo era hijo de otro sacerdote gallego, José Rufo Vallejo, sino que su propia madre también era otra india chimú, Justa Benítez.

Y aunque uno intente resistirse, no hay casi modo de evitarlo. César Vallejo nació en 1892 en una Compostela indoamericana, la peruanísima Santiago de Chuco. Y en su sangre conviven, se confunden, se unifican, por obra del amor o de la pasión que van más allá de toda inhibición, pero no de toda culpa, la morriña insoslayable del gallego trasplantado con la melancolía indeleble del indio sometido. Y los entresijos de la mitología católico-cristiana, ineludiblemente entrelazados con verdaderas, auténticas historias de amor, junto con todo lo que arrastra haber nacido de sangre indígena en el mismísimo meollo del Perú de los incas.

¿Es posible olvidar, hablando de estos temas, la insoslayable significación que tiene el hecho de que la paradigmática Rosalía de Castro, símbolo vivo pero también históricamente la iniciadora –con la aparición de sus Cantares gallegos – del resurgimiento cultural del idioma (y con él del pueblo) de Galicia, haya sido también hija natural de un sacerdote? Ese desacomodo existencial, social, incluso cultural, con sus impensadas perspectivas, ese pecado original –a la vez seductor y repelente, pero de cualquier manera marca de los dioses– ¿puede no ser vinculante, fundamental, inquietante? Y así se lo intente mantener oculto porque, dentro de uno, nada puede volverse más manifiesto que lo latente.

¿De dónde sale sino la “Dulce hebrea” de Los heraldos negros (1918) a la cual se le pide “Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!”; de dónde la amada que se ha “crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso”? ¿O, incluso, “un viernesanto más dulce que ese beso”? Por supuesto que del lenguaje. (Pero no sólo del lenguaje.) De donde surgió también ese magnífico Trilce que, desde Trujillo, en 1922, agota de antemano muchas de las futuras experiencias de las vanguardias europeas. O aquel que a mí me parece el libro más hondo y tocante –y logrado– que haya producido la Guerra civil: España, aparta de mí este cáliz, mucho más que póstumo, y no por casualidad escrito por un hijo de América (“¡Niños del mundo, está la madre España con su vientre a cuestas!”) Y alrededor del cual la misma agonía del poeta, casi encarnada en la lumbre del mito, vueltos uno solo, destino personal y momento histórico, se vuelve asimismo luminosa evidencia, verbo vivo. (Según otro poeta, su amigo Juan Larrea, las últimas palabras de Vallejo fueron: “Me voy a España.” Refiriéndose, por supuesto, a la España republicana, que estaba desangrándose también –al mismo tiempo– en su “agonía mundial”. En la Clínica Arago, donde falleció, los médicos no atinaban a explicar la verdadera causa de su muerte. Pero al año siguiente, 1939, al editarse por fin sus indelebles Poemas humanos, escritos probablemente entre 1930 y 1937, pudieron conocerse estas otras palabras tan suyas, no sólo premonitorias: “En suma, no poseo para expresar mi vida sino mi muerte.”

¿De dónde salen, digo? De la lengua humana, empapada de vida y también fuente de vida, vida ella misma, instintiva y orgánica, cargada de los humus nutricios de la pequeña historia y de la gran historia, pero también de los instintos y los sueños, de las ansiedades y los deseos de los hombres. De un hombre capaz de ser, a la vez, él mismo y todo lo humano, lo más humano de lo humano, de ser único y general, al mismo tiempo, entre todos los hombres, junto a todos los hombres. La de César Vallejo no es una voz unánime, sino prójima, íntimamente próxima. (Qué otro, si no un gran poeta como él, podía habernos dejado por ejemplo esa sucinta clase –magistral–de economía política: “La cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre.”)

Me enorgullezco limpiamente de saber que el primer hombre que me hizo descubrirme latinoamericano llevó en sus venas la sangre de mis antepasados campesinos, y también la noble sangre de los primeros hijos de la América primera, la aborigen, la indígena. Como la lengua, como la vida, toda sangre es espléndidamente mestiza. Sólo la muerte es pura.

Sin olvidar tampoco algo esencial. ¿Me será permitido insistir, todavía, después de tantos años, con modesta firmeza, que no puedo dejar de percibir a César Vallejo como el más grande poeta de la lengua castellana, y hasta quizás no sólo en el siglo XX?

21.6.08

Javier Heraud reeditado

Por Pedro Escribano
La República, Lima, 21/06/08


Tras cuarenta y cinco años de su asesinato en Puerto Maldonado, en Madre de Dios –el 15 de mayo de 1963–, los restos mortales de Javier Heraud, que estaban sepultados en el cementerio "Los Pioneros" de esa ciudad, fueron trasladados a Lima en mayo pasado. Pero el autor de El río no solamente ha vuelto en cuerpo, sino también en su voz poética. El poeta e investigador literario Édgar O'Hara recientemente ha publicado bajo su cuidado dos libros que echan más luces sobre el trabajo creativo del poeta guerrillero. Se trata de Estación reunida y Viajes imaginarios, ambos poemarios editados por primera vez de manera independiente como libros. La publicación ha sido posible gracias al sello editorial Mesa Redonda.

Ambas ediciones llevan prólogo y notas de O'Hara e incluyen un interesantísimo dossier fotográfico elaborado por Herman Schwarz, el mismo que contiene una serie de fotos inéditas del recordado poeta.

Queremos empezar comentando la edición de Viajes imaginarios, un poemario, según O'Hara –y como se aprecia desde el epígrafe inicial del libro–, en el que Javier Heraud mantiene guiños dialogantes con el poeta Luis Hernández.

Heraud y Hernández eran amigos desde estudiantes en la Universidad Católica del Perú, y hay más de una prueba de que trabajaron algunos proyectos literarios juntos y quién sabe si también poemas. Para prueba, O'Hara incluye el facsímil de la revista Ágape que Heraud preparó en manuscrito en abril de 1959 en donde figura como director junto a Hernández (y en la que también hay poemas de ambos). Otra prueba es el mencionado epígrafe de Hernández que precede a Viajes imaginarios: "viajes no emprendidos/trazos de los dedos/ silenciosos sobre el mapa", el mismo que después aparece como versos finales del primer poema de Las constelaciones (1965). O'Hara también establece lazos temáticos entre el poema "Charlie Melnik" de Hernández y Viajes imaginarios: "en ambos se suscita el tema del doble y el de una identidad perdida por obra de la contingencia: el tránsito y lo permanente, la Historia y la lucha de clases, el cambio inexorable y la ensoñación".

Con respecto a Estación reunida, habría que señalar que O'Hara, entre otros aspectos, destaca que es el mejor libro de Heraud. Sostiene que la ediciones que se han hecho sobre la poesía completa de Heraud, como la de 1973, por Hildebrando Pérez, divulgan más la imagen de un poeta comprometido cuando en realidad, dice O'Hara, el lenguaje lírico es "su más nítido compromiso".

No hay duda, las dos ediciones de O'Hara invitarán a discutir.

19.6.08

Siu Kam Wen

Por M. Ángeles Vázquez
Rinconete, Revista del Centro Virtual Cervantes,
Madrid, 16/06/08

En los años setenta del pasado siglo, con La vida a plazos de don Jacobo Lerner de Isaac Goldemberg aparece la primera obra simbólica de la apertura al mundo de la comunidad judío-peruana. Es a partir de este momento cuando le siguen otros autores que plasman en su literatura esa coexistencia cultural que enriquece con sus enfoques la cultura peruana. Los casos de Fernando Iwasaki, Lucía Charún-Illescas, y otros muchos, forman actualmente un corpus lo suficientemente representativo como para que la crítica especializada haya dedicado a estos escritores la atención adecuada.

A mediados de los ochenta, con El tramo final y La primera espada del imperio, es cuando el escritor nacido en Chungshan, Kuangtung (China), Siu Kam Wen, publica los entresijos internos del mundo chino-peruano presentando las vicisitudes de su colectividad para integrarse a la peruana. Desde una narrativa urbana al uso en este periodo, los cuentos del autor nos ofrecen la experiencia de unos personajes que obedecen a códigos culturales diferentes a los tradicionales peruanos, robusteciendo la idea de Lima como ciudad en la que coexisten y se mezclan todas las razas y naciones.

Se establece en Perú a los nueve años sin conocer el idioma español. Se gradúa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y aunque en 1985 emigra a las islas Hawai con su familia, aparece en Lima su primer libro de cuentos, El tramo final, en donde se manifiesta una perspectiva de la minoría china, cuyo espacio vital es parte de la historia urbana de Lima y componente singular de su imagen. La calle Capón, el jirón Paruro y, en general, los alrededores del Mercado Central, son desplegados desde dentro, sin ningún pintoresquismo, y se afilian de manera definitiva en la raigambre narrativa de las letras peruanas a partir de las conmovedoras historias que componen el libro. Años después, en 1988, el Instituto Nacional de Cultura del Perú edita La primera espada del imperio, de características similares a la obra anterior.

Como todos los escritores de su generación, dio el salto a la novela con Viaje a Itaca (Morrisville, 2004), que con exquisito estilo se centra en un viaje realizado al norte del Perú mientras el terrorismo convulsiona los Andes y Lima, temática que ha generado una tendencia denominada «narrativa política y de la violencia». El debate político entre el escritor Mario Vargas Llosa y el futuro presidente Alberto Fujimori sirve de trasfondo a los tragicómicos deslices del narrador, que debe seducir a su excéntrica novia en el mismo espacio de tiempo que le tomó a Israel conquistar Jerusalén, durante el célebre conflicto de la Guerra de los Seis Días de 1967.

También en el año 2004, Siu Kam Wen ha publicado en inglés el ensayo Deconstructing Art y la novela La estatua en el jardín. Esta «nouvelle» de extraordinario corte imaginativo, escrita con un alarde de concisión y economía de lenguaje, se ambienta en el París del siglo XIX, lugar donde se desarrolla una temática de amor e intriga que puede considerarse un homenaje a la novela decimonónica.

Sus cuentos, editados en prestigiosas revistas culturales como La casa de cartón, Oráculo, Caretas, Debate o Renacimiento, han sido traducidos a varios idiomas y recientemente recopilados en una colección que contiene El tramo final, La primera espada del imperio y seis relatos inéditos escritos entre los años 1997 y 1998.

18.6.08

No hay quinto malo

El viernes 20 de junio, en el Salón de Grados "Antenor Orrego" de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional Federico Villarreal, cito en la avenida Nicolás de Piérola (ex Colmena) 351, se llevará a cabo la presentación del número cinco de la revista Lhymen. El acto se llevará a cabo a las 11: 30 a.m. y contará con la participación del Dr. Gonzalo Espino Relucé y los Licenciados Nécker Salazar Mejía y Jorge Terán Morveli, quienes se encargarán de presentar eel nuevo número de esta excelente revista de cultura y literatura. También habrá, como no podía ser de otra manera, brindis de honor.

El nuevo número de la revista incluye el interesante dossier "Imágenes refractadas: poesía peruana", compuesto por los ensayos "Poéticas emergentes en la poesía peruana", de José Morales Saravia, "Figuración de lo metafísico: una lectura del poema 'Crónica de Boecio' de Juan Ojeda", de Javier Morales, y "El Arte de navegar y la búsqueda de los orígenes en Juan Ojeda", de Marie Elise Escalante. Otro de los artículos que llama la atención es "Testimonio, visión y poesía en Las tres mitades de Ino Moxo", de Carlos López Degregori. Allí el autor afirma que dicho texto "forma parte de uno de los ensayos de un proyecto dedicado al poema en prosa en la poesía peruana del siglo XX".

Lhymen trae también otros ensayos muy interesantes de Ulises Zevallos Aguilar, Marcos Yauri Montero y Jorge Terán, que han sido reunidos bajo el título de "Para aguzar el oído: poéticas orales". Además, dentro de la sección "Bosques y espirales: narrativa peruana", se publican ensayos de Javier de Taboada, Edith Pérez y Fernando Rivera que abordan temas como el indigenismo, las novelas Rosa Cuchillo, de Óscar Colchado, y La hora azul, de Alonso Cueto. Como si no bastara con todo lo anterior, en la sección "Miscelánea", se dan a conocer tres ensayos más "Arte y ética en el escenario trasatlántico del siglo XXI", de Julio Ortega, "Espectros de Benjamin. Duelo, trabajo y violencia en Jacques Derrida", de Idelber Avelar, y "¿Qué hacemos con teóricos que no hacen teoría?", de Dorian Espezúa. Por último, Lhymen cierra sus páginas con una nutrida sección de reseñas, donde se trata de libros publicados en Lima, Huarás, Huancayo, Puno, Arequipa, Cuzco, que no han sido mencionados en la prensa capitalina.

Lhymen es dirigida por Javier Morales Mena, Dante Gonzáles Rosales y Jorge Terán Morveli, y cuenta con un comité editorial de primera línea, entre los que destacan Bruce Mannhein, Aymará de Llano, Julio Ortega, Dorian Espezúa Salmón y Gonzalo Espino Relucé.

14.6.08

El otro viaje del Che

Por Stella Calloni (Corresponsal)
La Jornada, Ciudad de México, 13/06/08


Buenos Aires, 12 de junio. El que muchos llaman “el otro viaje” de Ernesto Che Guevara comenzó el pasado 27 de mayo en un barrio de esta capital, cuando una enorme estatua de bronce de casi cuatro metros de alto y tres toneladas de peso fue llevada desde el estudio del artista Andrés Zerneri, montada sobre un camión, paseada por varias calles céntricas de Buenos Aires, hacia el puerto, donde fue embarcada rumbo a Rosario de Santa Fe, su destino final.

La monumental obra, que recorrió un largo trayecto por el río para ser emplazada en la ciudad donde nació Guevara, el 14 de junio de 1928, comenzó con el sueño del escultor y sus seguidores, que convocaron a enviar llaves desde todos los lugares del mundo para fundir y levantar la escultura. Hubo momentos de fuerte emoción por las calles, entre ellas la tradicional Corrientes, por donde pasó la figura monumental inspirada en la famosa fotografía de Alberto Korda, con la boina, el pelo largo y esa mirada hacia el infinito que está en millones de casas en el mundo. Acompañaban al escultor varios de los que habían trabajado sin descanso para cumplir el sueño y se formó una caravana de automóviles, bicicletas y motocicletas que pusieron un color distinto en una tarde gris.

La imponente figura está colocada sobre lo que imita una roca, donde también pueden verse algunas llaves que fueron distribuidas en relieve por Zerneri, como una alegoría del significado colectivo que tuvo esta iniciativa. También se han coleccionado las cartas y anécdotas de las casi 75 mil llaves recibidas y otros objetos de bronce donados, que llegaron desde miles de lugares del mundo. En todas las calles por donde pasó en “su otro viaje” el Che, simbolizado en esa escultura, recibió el homenaje emocionado de sorprendidos transeúntes, de los trabajadores, muchos de los cuales se descubrían la cabeza a su paso. Hubo lágrimas, aplausos y cánticos, y otros salieron a los balcones a vitorearlo y arrojar papeles y hasta flores. La estatua estuvo un rato frente al tradicional Obelisco. “Fue un proyecto de muchos, los que inspiraron la idea, los que enviaron llaves, los que las recogieron, los que trabajaron conmigo y tantos solidarios en una historia que empezó hace casi dos años. Se eligió reunir llaves para que todos pudieran sentirse construyendo esta figura del Che. Lo importante en este caso es el inmenso amor que vimos en toda la gente que se movilizó para cumplir este sueño, y eso es evidente.” En esa construcción colectiva lograron fundir unos 3 mil kilos de bronce, y Zerneri tenía su taller abierto para que todos los que quisieran participar colaboraran en forma directa. Nadie quería faltar y quedar fuera de este extraordinario acontecimiento colectivo.

Antes de embarcar en Buenos Aires la estatua de Guevara, hubo un festival en el que participaron, entre otros, Vicente Feliú y Jorge Marziali, que transcurrió bajo una ola de frío polar. Este 14 de junio quedará instalada la escultura en la antigua estación Central de Rosario, donde se levantará además un museo y otros proyectos. Se espera un homenaje multitudinario en el 80 aniversario de su nacimiento y que lleguen caravanas desde distintos lugares de Argentina.

10.6.08

Diálogo sobre Esenin

Por Robinson Quintero Ossa y Jorge Bustamante García
La Jornada Semanal, Ciudad de México, 08/06/08


Estas páginas contienen el cruce de correspondencia electrónica que sostuve durante los primeros meses de 2007 con el poeta y traductor Jorge Bustamante García sobre el caso del poeta ruso Sergéi Esenin. En aquellos días, leyendo el número 33 de la revista de poesía Alforja, noté que un poema de Esenin, "Hombre negro", traducido por Carlos Maciel, era atribuido por la publicación mexicana al también escritor ruso Anri Volojonsky. Mi desconcierto me llevó a contactar a Bustamante García, quien es gran lector y admirador de la poesía rusa y uno de sus más autorizados traductores, y quien además residió durante ocho años en Rusia, a donde regresa con alguna frecuencia desde México, donde reside. Nadie mejor que él podía ponerme en claro la autoría de "Hombre negro", poema bello y trágico, uno de los más perturbadores de la obra de Esenin, que evidencia las consecuencias del difícil conflicto espiritual y moral que castigó al poeta en los últimos años de su corta vida. Felizmente, ese contacto dio asiento para dialogar con más detenimiento sobre la vida y obra del pelirrubio poeta campesino, sobre los traductores de sus versos y el urgente momento histórico que lo rodeó, sobre los entusiastas y detractores de su poesía y, por último, sobre su "Hasta luego querida, hasta luego", texto que según una leyenda escribió Esenin –el amante de Isadora Duncán, el esposo de una de las nietas de Tolstoi, el último poeta del campo, el golfo terrible de la lírica rusa– con su propia sangre, antes de suicidarse el 28 de diciembre de 1925, a la edad de treinta años (Robinson Quintero Ossa, Bogotá, Colombia).

Febrero 7 de 2007: Jorge, leyendo la revista mexicana Alforja, núm. 33, encontré un poema titulado "Hombre negro", traducido por Carlos Maciel y atribuido a Anri Volojonsky. Me sorprendí mucho cuando lo leí porque entendía que su autor era Sergéi Esenin, o al menos así aparece en El último poeta del campo, publicado por Visor en 1974, con traducción directa del ruso de José Fernández Sánchez. Usted, sé, conoce bastante de poesía rusa y ha traducido a Esenin, poeta por cuya vida y obra siento particular afecto desde muchacho. Le ruego me señale una pista para aclarar este caso. ¿Dónde está la explicación al asunto? Un saludo afectuoso (Robinson).

Febrero 8 de 2007: Hola, Robinson: en el número 30 de Alforja, dedicado a la literatura rusa, aparecen dos poemas de Anri Volojonsky en las páginas 68 y 69, traducidos por Carlos Maciel, pero en ningún momento se trata de "Hombre negro", el poema que, como usted bien dice, es de Sergéi Esenin. Sin embargo, menciona que vio ese poema en Alforja 33. Desafortunadamente no tengo ese número y no pude verificarlo. En todo caso, si apareció así en Alforja 33, seguro fue algo involuntario, pues conozco a los editores y sé del profesionalismo, dedicación y rigor que caracteriza a cada número de su revista. Esenin fue un poeta fascinante, en sus cortos treinta años vivió muchas vidas y dejó una obra perdurable. Fue un poeta que ardió a la intemperie y dejó la vida en ello. Un abrazo (Jorge).

Febrero 8 de 2007: Usted tiene razón. El amor que tengo por la poesía del pelirrubio ruso me hizo temer que le dedicara más afecto del que merecía. "Hombre negro" y varios poemas suyos me los repito en voz baja sin que yo mismo me lo proponga, en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa. ¿No es maravilloso? Hay poetas que se leen como poetas y los hay que se leen como poetas hermanos. Con Esenin me pasa eso. "Hombre negro" es de sus poemas más oscuros y delirantes. Siempre me encantó por el desenvolvimiento de su trama y, claro está, me conmovió por su dolorosa confesión.

Me hubiera gustado ver con mis propios ojos el paisaje que cantó Esenin, la estampa de las mujeres que lo apasionaron, las tabernas de Moscú, la nieve, los animales que tanto recordó en sus versos. En el caso de la obra y la patria de Esenin, usted ha tenido esa fortuna. ¿Qué sabe de "Carta a mi madre"? Los poetas objetivistas de la actualidad desdeñarían este texto desgarrador por su tono confesional. ¿Qué sabe de "El perro de Kachalov"? Siempre me ha parecido tierna y dolorosa la conversación que establecen el poeta y el perro en las afueras de esa fiesta donde se supone se encuentra una amada. ¿Y qué sabe de ese poema que dice: "Shagané, dulce Shagané:/ quizá porque soy del norte/ quiero hablarte del campo, del centeno ondulado a la luna./ Shagané, dulce Shagané.// [ … ] en el norte una muchacha/ se parece muchísimo a ti,/ tal vez me esté recordando…/ Shagané, dulce Shagané?" (Robinson).

Febrero 10 de 2007: Robinson: Me sorprende que el último poeta del campo, el amante de Isadora Duncan, el divino granuja que cautivaba (cautivó a Gorky, a Ivan Bunin, a Maiakovsky, a Anatoly Lunacharsky, al mismo Trotsky) cuando decía sus poemas en público, esté de pronto haciendo combustión en el imaginario de un poeta en Colombia.

"Carta a mi madre", de 1924, es un poema que me gusta. Recuerdo que visité la tumba del poeta en el cementerio de Vagankovsky de Moscú en octubre de 1975, con motivo de los ochenta años de su nacimiento. La gente llegaba con flores y muchos decían los poemas de Esenin frente a su tumba. De pronto una mujer se acercó a la lápida y recitó "Carta a mi madre", y todo quedó en silencio, sólo su voz se escuchaba entre las ramas y las hojas de los abedules: "Volveré cuando se abran las ramas/ en el blanco jardín primaveral/ pero no me despiertes de mañana/ como me despertabas ocho años atrás…". Hay otro poema también a la madre, de 1925, que trae versos como estos: "No dejes nunca a tus ojos/ mirar con tristes miradas"; ¿lo conoce? "El perro de Kachalov" también me gusta y comparto su opinión de que se trata de algo a la vez tierno y doloroso, y los versos que cita de Shagané son encantadoramente musicales en ruso, aproximadamente así: "Shagané, ti maiá, Shagané/ potomushto ia iz siévera, shtóli/ ia gatóf rasskazát tibie pólie/ pro valnístuiu drozh, pro luné/ Shagané, ti maiá, Shagané".

Cuántas cosas se pueden decir de Esenin, cuántos de sus poemas se pueden traer a cuento, sus difíciles y ambivalentes relaciones con otros poetas, como Maiakovsky, las opiniones poco complacientes de grandes poetas como Mandelstam y Brodsky sobre su poesía, en fin (Jorge).

Marzo 1 de 2007: Jorge, lo que me cuenta de la mujer rusa que apenas se acercó a la tumba del poeta y recitó "Carta a mi madre" hizo silencio, es conmovedor y admirable. (El silencio es ese signo de aprobación con el cual un lector le muestra a un poeta admiración por su poesía). Ah, y la sensualidad que suscita la lectura de los versos "Shagané, dulce Shagané" en ruso, es, digámoslo, igual a la que suscitan esos mismos versos leídos en nuestra lengua. Esenin era un músico del lenguaje, preferido de Orfeo, hermano melódico de Aurelio Arturo y José Asunción Silva; un Rimbaud fugado de casa que necesita memorar el paraíso de su niñez para no derruirse en el camino.

No conocía los versos que cita de Esenin a la madre: "No dejes nunca a tus ojos/ mirar con tristes miradas". Tienen la misma hondura y la misma ruda ternura de los versos de "Carta a mi madre". Es asombrosa la solidaridad que se despierta en el lector por el poeta; no tanto por la madre. Lo que conmueve es la historia del hijo pródigo, malhadado y sin consuelo. Las buenas madres no piden nada.

Me intriga lo de los contradictores de la poesía de Esenin, lo que maliciosamente me cuenta sobre Mandelstam, Brodsky y Maiakovsky, que renegaban de los versos del pelirrubio en público y, en secreto, los recitaban. ¿Cuál es el argumento que presentan para desdecir de su poesía? ¿Le critican acaso su lirismo ribeteado de costumbrismo? ¿Quizá su inclinación a la taberna y sus poses de poeta maldito? Conozco la semblanza que de Esenin dejó escrita Máximo Gorky, que lo traza como un borracho patético, enajenado, y un amante díscolo y hasta baboso de la Duncan (Robinson).

Marzo 18 de 2007: Su mención de Esenin como "el preferido de Orfeo, hermano melódico de Aurelio Arturo y José Asunción Silva...", ese "Rimbaud fugado de casa que necesita memorar el paraíso de su niñez para no derruirse en el camino" es una mención digna para un ensayo sobre el último poeta del campo.

Además del texto de Gorky sobre Esenin, existen las aproximaciones afortunadas que realizaron Trotsky y Anatoli Lunacharsky. Pero además hay un mar de recuerdos escritos sobre el poeta, por parte de muchos de sus contemporáneos, entre ellos Maiakovsky, quien tras la muerte de Esenin le escribió un poema-carta en el que reprochaba su suicidio y, sobre todo, los dos últimos versos de su poema de despedida "En esta vida morir no es nuevo/ y vivir tampoco nuevo es" ("V étoi zhísni umirát ni nóva/ a i zhit konéshno ni noviéi") Maiakovsky, con chispa genial, termina su poema-carta con dos versos igual de fuertes, pero que se contraponen en sentido a los de Esenin: "En esta vida morir es difícil/ pero vivir es mucho más difícil" ("V étoi zhísni umirát trúdno/ a i zhit znachítelno trudniéi"). Puede comparar la gran musicalidad y rima, y la gran calidad de factura de los dos versos de los dos poetas.

Maiakovsky escribió después el texto "¿Cómo se hacen los versos?, sobre Sergéi Esenin", en donde rememora el día que se conocieron y, después, sus múltiples encuentros. La relación entre estos dos poetas siempre fue ambivalente y difícil, fluctuando entre la admiración mutua y un cierto desdén. Eran muy diferentes en todo: en carácter, en personalidad, en sensibilidad, en lecturas, en la visión del mundo y en su personalísima percepción de la poesía. Muchas veces hasta se injuriaban: "Aprendiz juerguista y sonoro", dijo de Esenin una vez Maiakovsky. En otra ocasión, Esenin, citando los versos de propaganda de Maiakovsky en los que figuran los campesinos Tit y Vlas, le comentó al escritor Ilia Ehrenburg: "Tit y Vlas... ¿Qué entiende él de esto? Y aunque comprendiera ¿hay poesía en ello?... Maiakovsky es poeta para algo, mientras yo soy poeta por algo". A esas mutuas apreciaciones llegaban sus escaramuzas. Pero, en general, la crónica de los poetas rusos de las tres primeras décadas del siglo pasado está llena de historias parecidas (Jorge).

Marzo 16 de 2007: Jorge, dos cosas me inquietan del poema despedida de Esenin. Los primeros versos de la traducción de José Fernández Sánchez rezan: "Hasta luego querida, hasta luego", como si el poeta se dirigiera a una mujer-amante. Su traducción, en cambio, comienza así: "Hasta luego, amigo mío, hasta luego", como si Esenin dijera adiós a un amigo. ¿Qué debe entender un lector que por primera vez se asoma a ambas versiones? La segunda inquietud tiene que ver con el último verso del mismo poema. Traduce José Fernández Sánchez: "En esta vida no es nada nuevo morir/ pero vivir tampoco es nuevo". Usted en cambio traslada del ruso al español así: "En esta vida morir no es nuevo/ y vivir tampoco nuevo es", expresión que encuentro más suelta, musical y certera. Le pregunto: ¿Conocía la traducción de Fernández Sánchez antes de realizar su propia traslación, y cree sinceramente que su interpretación revela con más fidelidad lo que quiso expresar Esenin como despedida? (Robin).

Mayo 2 de 2007: Amigo: el último poema de Esenin es un texto que me seducía desde mis años de estudiante en Moscú y que leíamos en tertulias con amigos: nos inquietaba e impactaba la leyenda de su escritura momentos antes de que el poeta se colgara en el sótano de un hotelito de Leningrado, y de tanto repetirlo nos lo aprendimos de memoria. Esa despedida, aunque triste, suena en ruso magistralmente musical. Cuando traduje el poema no conocía la traducción que menciona de José Fernández Sánchez y, debo confesarle sin asomo de pedantería, que aún no la conozco. Por esta razón no puedo juzgar su traducción, pero no dudo que sea de gran calidad, pues ha logrado captar su emoción y su atención de poeta y eso es más que una garantía para que una traducción funcione. Sin embargo, el primer verso del poema se refiere literalmente a un amigo: "Dosvidania, drug mói, dosvidania" ("Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto"). En ruso la palabra drug significa literalmente "amigo". El femenino "amiga" es padrúga. Aunque podría caber cierta ambigüedad en la palabra aquí utilizada por el poeta, que significa en realidad amigo y amiga, él se despedía del ser humano en general, no de alguien en particular, de todos aquellos (mujeres y hombres) que habían sido sus compañeros en el viaje de la vida, que habían padecido y gozado como él, con los ojos abiertos. No puedo afirmar que mi versión revele mayor fidelidad a lo que el poeta quiso expresar. Sólo puedo decir que ese poema rondó en mi cabeza durante años antes de que me decidiera aproximarlo al español: "Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto./ Querido, en mi pecho yo te llevo./ Este predestinado abandono/ Promete después un nuevo encuentro./ Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras,/ Valiente, no entristezcas,/ En esta vida morir no es nuevo/Y vivir tampoco nuevo es".

Navegamos por la obra de este poeta sin que nos importe que sea mayor o menor, pues como bien dice usted "su obra arde y vive aún y confirma por encima de cualquier opinión y circunstancia que la poesía es la poesía cuando es la poesía". Supongo que debemos leer a los poetas sin el mito de su supuesta grandeza, sólo por el placer de hallar la poesía en algún verso inesperado (Jorge).

Mayo 10 de 2007: Jorge, leer su traducción completa del último poema que dejó escrito Esenin, después de recitar de memoria por tantos años la hecha por Fernández Sánchez, me dio escalofríos. Es como si leyera por primera vez el texto, aunque una y otra traducción trata sobre la misma triste despedida. La tragedia del poeta ruso cobró para mí nuevos sentidos y dimensiones a partir de su explicación. Tal vez todos los poemas que se escriben son en cierto modo signos de adioses. Quienes los escriben se despiden siempre de algo; se despiden de ese asunto de su vida que tramó el poema, por ejemplo, y también del poema mismo. Pero, tal vez sea también verdad que todos los poemas que se escriben son de alguna manera signos de reencuentros. Quienes los escriben se reencuentran siempre con algo; se reencuentran con ese asunto de su vida que forjó el poema y también con el poema mismo (Robinson).

Junio 25 de 2007: Amigo Robinson: hoy le contaré una historia extraña que gira alrededor de un poeta eseniano de pura sepa que me encontré en el invierno de 1995 en Moscú, cuando levantaba material in situ para la investigación Literatura rusa de fin de milenio. Se trata de Valentín Sorokin, que en aquel año fungía como director del Instituto de Literatura Mundial Máximo Gorky, y para quien la pasión de toda una vida había sido la obra de Esenin. Lo conocí un día de soleado invierno. Al entrar a su despacho, casi de inmediato me disparó a quemarropa unos versos de Esenin: "Dejé mi pueblo hace tiempo/ con sus bosques y praderas/ en la triste gloria urbana/ quisiera vivir perdido./ Y que el corazón a solas/ evoque el jardín de estío/ donde entre cantos y ranas/ yo me iba haciendo poeta".

La velada con Sorokin se alargó hasta el atardecer. Hablamos de la literatura actual en Rusia, de la poesía del propio Sorokin y, sobre todo, de la pasión de toda su vida: la obra de Esenin. Ya empezaba a oscurecer cuando llamó a su secretaria, quien cubrió la mesa auxiliar con un mantel y luego, con expresión solemne, comenzó a poner platos, vasos y botellas que sacaba de las gavetas del escritorio del poeta director. Nos dispusimos a enfrentarnos al pequeño banquete: pescado salado, ensalada rusa, pepinos en vinagre, pan negro y dos botellas de vodka. Sorokin, visiblemente emocionado, entre brindis y brindis recitaba sus propios poemas y los de Esenin. Se congratulaba al pensar que en México (y yo pienso ahora que también en Colombia) alguien se interesara por Esenin. Celebraba el hecho de estar ahí, hablando de poesía y luego de beber un trago de vodka me murmuró casi al oído: "Para mí los poetas son nuestros contemporáneos espirituales. Usted ahora estudia la literatura rusa después de la perestroika. Pues no olvide incluir a Esenin, él está más vivo que nunca".

Me pareció que era cierto, que Sorokin tenía razón, que Esenin era un estricto contemporáneo, un poeta de la postperestroika , y que quedaría incluido en mi trabajo sobre la literatura rusa actual. Nunca olvidaré esa tarde de invierno moscovita salpicada con versos de Esenin, vodka y pescado salado que me deparó la suerte en la oficina del director del Instituto Máximo Gorky de Moscú. Gracias por su paciencia (Jorge).

Junio 27 de 2007: Querido Jorge, me gustó mucho el alcance de la frase de Sorokín que invita a leer a Esenin como a un poeta que sigue vivo después de la perestroika. Es un elogio lúcido; su juicio tumba un "muro" y pone a la poesía del golfillo ruso más allá de esa raya de la coyuntura histórica para enarbolarla viva, ardiendo como una estrella que no ha caído (Robinson)

POSDATA PARA EL LECTOR: Sobre la muerte de Esenin se conocen dos versiones. La primera cuenta que el poeta se quitó la vida en un pequeño hotel de Leningrado. Hay quienes afirman que se cortó las venas y escribió con la sangre que brotaba su último poema. Luego se ahorcó. Sin embargo, leyendo en noviembre de 2007 El instante maravilloso: poesía rusa del siglo xx, de Jorge Bustamante García, conocí la segunda versión sobre el suicidio de este "Hombre negro". Aclara Bustamante que "recientemente se han publicado numerosos materiales e investigaciones que afirman que (Esenin) no se quitó la vida, sino que fue asesinado. Se ha expresado incluso la tesis de que fue un asesinato político". Y añade: "Sea como fuere, el lector de hoy, ochenta años después, se asoma a su obra sorprendiéndose de hasta qué grado su dolor, su temor y su recelo, estaban justificados". La vida y la poesía de Esenin son historia y leyenda, son al mismo tiempo realidad y maravilla.

8.6.08

Desmitificar a Mariátegui

Por Raúl Mendoza
La República, Lima, 08/06/08


Con José Carlos Mariátegui, según los estudiosos de su obra, se da un caso especial: en él confluyen el intelectual y el político. Una síntesis que pocas veces ha ocurrido en nuestra historia. Pero luego de su muerte ha sido convertido –como decía Alberto Flores Galindo en un texto de los 80– en el "marxista ortodoxo por excelencia, el guía de la revolución socialista, el sendero luminoso, el Amauta. Una imagen desmesurada y aplastante". Esa mitificación ha impedido una aproximación a algunos aspectos de la vida y pensamiento de Mariátegui con ojo crítico y afán cuestionador.

‘EDAD DE PIEDRA’: ESCRITOR FRÍVOLO

Hoy, para el común de la gente, José Carlos Mariátegui es poco más que el formidable pensador que escribió los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana y otros textos de izquierda. Pocos conocen su llamada "Edad de Piedra" –así la llamó él mismo– en que como joven periodista escribió sobre temas que sus seguidores soslayaron o tildarían hoy como superficiales. El joven Mariátegui escribía crónicas hípicas, críticas de teatro, notas sociales, cuentos, poemas románticos. Lo mismo se puede encontrar en su producción un artículo sobre el triunfo del caballo Rudyard Ring que una crónica sobre el Señor de los Milagros, o un texto sobre las gitanas. ¿De no haberse ido a Europa, pudo ser Mariátegui solo un periodista de temas de actualidad?

"Las crónicas del joven Mariátegui pueden parecer frívolas, y de hecho lo eran, pero en muchas de ellas ya mostraba preocupación por los desposeídos. En esta etapa se vincula con Valdelomar, los Colónida, y el mundo intelectual, lo cual acaba siendo muy importante en su formación", dice Osmar Gonzales, director de la Casa Museo Mariátegui. El joven que se va a Europa ya tiene una emoción social, aunque no una ideología. "Valdelomar y otros más tenían un discurso fuerte contra el gamonalismo. Y Mariátegui abreva en esas ideas. Ya en Italia articula una propuesta política e ideológica".

El historiador Ricardo Portocarrero, autor del libro Invitación a la vida heroica: José Carlos Mariátegui, textos esenciales señala que lo valioso del joven Mariátegui es que va a contracorriente de su época: la república aristocrática, diletante y modernista, que era el Perú de los años 20. "Habiéndose formado en una sociedad conservadora, tras su viaje a Europa, elabora un pensamiento marxista, incorporando además obras de pensadores no marxistas". Una forma creativa de interpretar la realidad nacional. No obstante, el propio Mariátegui le resta importancia a su etapa juvenil: "Por los caminos de Europa encontré el país de América que yo había dejado y en el que había vivido extraño y ausente", escribió.

MADUREZ: ERRORES DE APRECIACIÓN

Los autores que han escrito de Mariátegui han sido muchos y quienes han señalado errores son pocos. Pero son. En un artículo de 1980, Mario Castro Arenas señala por ejemplo que Mariátegui idealiza a los colonizadores de Norteamérica, por sobre los conquistadores españoles en el Perú. "No estimó que hubiéramos ganado algo, sino más bien perdido mucho con un tipo de colonizadores como los que arribaron a Norteamérica, diezmando implacablemente a los indios, rechazando la fusión de razas, borrando todo vestigio de huella cultural de los naturales (…). Ningún colonialismo es bueno...".

Otros han resaltado los prejuicios de Mariátegui sobre el aporte de negros y asiáticos en la "nacionalidad peruana en formación". Para JCM los negros no estaban "en condiciones de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente influjo de su barbarie".

El crítico Marcel Velázquez también ha hecho salvedades al ensayo sobre la literatura peruana, indicando que JCM yerra al considerar que la cultura andina no llegó a la literatura por no tener escritura. "Esta concepción era ya anacrónica para su época; años antes, Adolfo Vienrich había recopilado textos orales andinos en Azucenas quechuas (1904) y demostrado la vitalidad de esa literatura", dice Velázquez en "Los siete errores de Mariátegui o travesía por el útero del padre".

Así como ellos, otros autores han señalado otros "errores" en la obra de Mariátegui. Ricardo Portocarrero contesta las planteadas aquí: "Respecto a la idealización de los pioneros norteamericanos, se trata de una visión anterior a Mariátegui que contrapone la mística protestante anglosajona y su interés por la producción y el desarrollo, con la visión feudal de los conquistadores españoles. Él analiza los modelos contrapuestos, no el caso específico". En el tema de las alusiones a las razas, menciona que "el mayor peso –en su concepto de la nacionalidad peruana por construir– lo tenía la raza andina con su tradición cultural, vinculado a la visión socialista que tenía para el país".

EL ÍCONO: LA IZQUIERDA CULPABLE

Después de la muerte de Mariátegui la izquierda peruana recogió su legado. "Pero en la mayoría de casos los herederos de Mariátegui lo leyeron y lo citaron textualmente, dogmáticamente, antes que debatir y desarrollar sus ideas", dice Osmar Gonzales, de la Casa Mariátegui. De eso hablaba Alberto Flores Galindo cuando señaló en los 80: "La veneración bíblica sustituye a la discusión. De esta manera, y a pesar suyo, Mariátegui acaba convertido en un obstáculo para el desarrollo del marxismo en el Perú". En ese sentido, pedía desmitificar a Mariátegui.

¿Hoy cuál es la vigencia JCM? "Mariátegui murió en 1930. El déficit es no haber podido crear desde entonces una reflexión, una visión creativa del Perú, como él tuvo desde la izquierda. Pero está vigente como el más importante pensador marxista latinoamericano. Su tesis del tema indígena sigue siendo pertinente en el sentido de que los campesinos, la población andina, siguen siendo los excluidos, los no ciudadanos, los más pobres. También está el tema de los trabajadores, la reivindicación de sus derechos. Hoy en muchos casos siguen siendo ciudadanos de segundo orden", dice Gonzales.

¿Qué pasa hoy con el legado de Mariátegui? "Lastimosamente ha pasado a un segundo plano. Hoy todos los que publican algo sobre Mariátegui tienen más de 40 años. No hay estudioso joven que lo haga. Tampoco hay un debate político de sus ideas", dice Ricardo Portocarrero. ¿Qué queda por hacer? Osmar Gonzales dice: "Los Siete Ensayos dieron una visión global marxista de los problemas del país. El ejemplo de Mariátegui es que fue un intelectual que ingresó a la política y trató de acercar ambas esferas. Cuando lo intelectual y lo político se juntan, se potencian muchas posibilidades para el país. Hoy no sólo lo deberían leer sus herederos ideológicos, sino todos los peruanos".

6.6.08

La denuncia de Rafael Barrett

Por Fernando Krapp
Página/ 12, Buenos Aires, 01/06/08


Hay autores cuyas vidas tienden a opacar sus trabajos escritos. En esos casos, el lector siente la tentación de buscar en las palabras escritas rasgos, deslices, marcas que le permitan trazar un puente con las peripecias vividas por el autor, como si la hoja fuera un papel transparente. Rafael Barrett pertenece a esa clase de escritores. Hijo de un inglés y de una aristocrática madrileña, Barrett nació en España, donde llevó su vida de dandy intelectual, a caballo de las nuevas corrientes modernizadoras de la hoy ya célebre Generación del ’98, con Pío Baroja a la cabeza. Encandilado por la nueva vida al sur de América, vino a Buenos Aires en 1903 sin un solo peso en el bolsillo, ya que había derrochado casi toda (si no toda) su herencia. Según lo relató Abelardo Castillo, Barrett decidió quedarse en este continente luego de ver a un hombre hurgando entre la basura por un pedazo de carne cruda. Barrett, entonces, abrazó la causa de los pobres y se hizo anarquista. Pronto zarpó hacia el Paraguay, donde se estableció. Un buen día, a pesar de su abrumadora pobreza, decidió dedicarse de lleno a la escritura, desarrollando una vasta y prolífica obra que abarcó la novela (Mirando vivir), el periodismo, el ensayo y el cuento breve.

En sus cuentos se respira mucho Rubén Darío, probablemente porque el modernismo es el movimiento de la época. Compuesto por treinta y seis cuentos, con una prosa despojada de todo color local (uno cree, o espera, ver reflejado en sus descripciones algo del exotismo contextual vivido por Barrett) y contundente con frases como machetazos, Barrett traza una galería de temas diversos. Algunos relatos parecen meras impresiones, o reflexiones, ya sea sobre la magnificencia de la naturaleza contrapuesta a la necesidad humana de destruirla, o una mirada poética (con un tinte de decadentismo francés) sobre la experiencia del ajenjo. Otros relatos buscan el gancho final con moraleja, como la historia de un niño que ve en un príncipe un modelo ideal, pero el príncipe es en realidad un derrochador, egoísta y ególatra que se desprecia a sí mismo. Y otras piezas (si no en su mayoría) condensan su activismo político, y su visión ética sobre la pobreza y la riqueza; en ese caso, resulta un tanto incómodo un relato como “La cartera”, donde un mendigo devuelve a su dueño una abultada cartera que ha encontrado en la calle; el mendigo espera una propina, pero el rico se la niega bajo el argumento de que pedir propina es un acto despreciable. El relato le sirve a Barrett como reflexión sobre el papel caritativo de los que tienen, y el lugar inactivo que eso conlleva para los que no.

A principios del corriente año se publicó la biografía Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, de Gregorio Morán, a lo que ahora se suma la joven editorial Mil Botellas con una reedición de estos Cuentos breves. Si bien en el ámbito académico se valora (y se rescata) a Barrett por su producción ensayística, sus cuentos permiten otra puerta de ingreso a la obra y vida de quien, según Augusto Roa Bastos, fue el fundador –voluntario o involuntario– de la literatura paraguaya.

3.6.08

Más allá del boom


Por José Andrés Rojo
El País, Madrid, 31/05/08


A Haroldo Conti, que era un escritor argentino de los grandes, le advirtieron en octubre de 1975 que las fuerzas armadas lo tenían en una lista de agentes subversivos, cuenta Gabriel García Márquez en el prólogo de los Cuentos completos (Bartleby) que de ese autor latinoamericano casi desconocido acaban de publicarse en España. Así que empezó a pasar una época angustiosa, aunque continuó viviendo en su casa de Villa Crespo hasta que un comando de seis hombres la asaltó a medianoche, nueve meses después de la primera advertencia, y se lo llevaron vendado y amarrado de pies y manos, y lo hicieron desaparecer para siempre.

La suerte de Antonio di Benedetto fue un poco mejor. Los militares no lo liquidaron, simplemente lo metieron en la cárcel entre marzo de 1976 y septiembre de 1977 y lo torturaron: fue golpeado y sometido a cuatro simulacros de fusilamiento. En la celda no le dejaban dedicarse a escribir, pero se las ingenió para convertir las cartas a una amiga en nuevas narraciones. Anoche tuve un sueño muy lindo: voy a contártelo.... Así empezaban todas, y detrás, en una letra microscópica que había que leer con lupa, iba volcando sus cuentos, ésos que se reunieron en Absurdos y que la editorial Adriana Hidalgo rescató hace poco.

Di Benedetto nació en Mendoza en 1922 y su novela más conocida es Zama (1956). Conti (Chacabuco, Buenos Aires, 1925) obtuvo importantes premios con dos de las suyas, el Barral con En vida (1976) y el Casa de las Américas con Mascaró (1975). Sólo tendrían ahora unos años más que Carlos Fuentes (México, 1928), por ejemplo, pero sus obras siguen en buena medida en la sombra. Y es que es difícil saber las razones, más allá de los valores estrictamente literarios, por las que determinados autores llegan a conectar con el público, y otros no. Quién sabe el peso que tuvieron las dictaduras del Cono Sur para interrumpir la proyección hacia otros lugares de los literatos que publicaban entonces, y condenarlos al ostracismo.

Hubo otro fenómeno que dificultó el triunfo de los escritores latinoamericanos en España en los años setenta y ochenta, y fueron... los propios escritores españoles, que vivieron tiempos de bonanza y apoyo. Seguramente eso le afectó a Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, 1937- París, 2005), que ganó el Nadal con La ocasión en 1987, pero que sólo ha salido de una lejana oscuridad en los recientes años. Aunque ya no esté, debería ser uno de los protagonistas de esta feria. Al fin y al cabo, su última novela, La grande (RBA), ha aparecido hace poco.

Uno de los autores con los que Saer estableció grandes complicidades es Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1941), que por fin parece romper en España el círculo de los elegidos y llegar a un grupo más amplio de lectores. Prueba del reconocimiento a su deslumbrante obra es El lugar de Piglia, una colección de textos (ensayos, críticas y entrevistas) para acercarse al autor argentino que el crítico Jorge Carión ha reunido para la editorial Candaya. Lo mismo han hecho para el mismo sello Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau en Bolaño salvaje: reunir un puñado de aproximaciones al escritor chileno. Curiosa historia: la grandeza de Bolaño (Santiago de Chile, 1953) se hizo explícita cuando ya no estaba (murió en 2003). Fue entonces cuando se convirtió en el maestro más citado de las nuevas (y no tan nuevas) generaciones.

En Derivas de la pesada, un texto de El secreto del mal (Anagrama), Bolaño comenta los tres puntos de referencia de la literatura argentina actual, y finamente disecciona con desparpajo e ironía las obras de Osvaldo Soriano, Roberto Arlt y Osvaldo Lamborghini. Latinoamérica es demasiado grande, y demasiado rica su literatura, para no encontrar a cada rato nuevas sorpresas, nuevas revelaciones, maestros secretos.

Bolaño fue uno de los autores que empezó a publicar cuando España se movía de espaldas a sus viejas colonias. Eso les complicó la proyección a algunos de los narradores más innovadores y atípicos. Por eso esta feria viene bien para saldar cuentas pendientes.

Y leer las disparatadas historias, que tanto le deben al cómic, que César Aira (Coronel Pringles, 1949) cuenta en Las aventuras de Barbaverde (Mondadori); las alucinadas peripecias amorosas que Rodolfo Fogwill (Buenos Aires, 1941) vuelca en Help a él (Periférica); las oscuridades de Mario Bellatín (Ciudad de México, 1960) en El Gran Vidrio (Anagrama); el virtuosismo camaleónico de Mario Levrero (Montevideo, 1940) en El discurso vacío o El laberinto interior (ambas en Caballo de Troya); la amplia variedad de voces que Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) asume con su destreza habitual en los cuentos de Los culpables (Anagrama)...

También está el regreso de Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1959), que ya lleva 21 libros y trae cuentos: Tres por cinco (Páginas de Espuma) y Generosos inconvenientes (Menoscuarto). Mi compromiso es con el lenguaje, la verdad y la realidad, cuenta. Escribo con conciencia de género. Me siento muy cerca de Cortázar cuando busca decir lo que es imposible de ser dicho. Me gustan las máscaras, las ceremonias, los mundos ajenos. Soy nómada. Me tira el humor y creo que hay que mirar el lado oscuro. Pues eso, bienvenida. Bienvenidos.