3.10.09

Se fue de Miraflores


Después de haberse realizado por más de 30 años en el Parque Kennedy de Miraflores, la Feria Ricardo Palma ahora se muda al Vértice del Museo de la Nación. Así, Miraflores se queda sin feria por la absurda posición de su alcalde, Manuel Masías, quien, argumentando razones dizque urbanísticas, negó el permiso este año para que se lleve a cabo en su lugar tradicional.

En conferencia de prensa, Jaime Carbajal, presidente de la Cámara Peruana del Libro, anunció que, ante la negativa del alcalde Masías –quien quería confinar la feria en el estadio deportivo Niño Héroe Manuel Bonilla–, la Cámara recibió la propuesta del ministro de Educación, José Antonio Chang, para que se realice en el Vértice del Museo de la Nación, y que ha sido aceptada.

Ante la presencia de periodistas y escritores, Carbajal también alcanzó un pronunciamiento de adhesión de intelectuales peruanos con la Cámara Peruana del Libro. Entre los que firman el texto de adhesión están Antonio Cisneros, Carlos Germán Belli, Oswaldo Reynoso, Marco Martos, Alfredo Bryce, César Hildebrandt, Julio Cotler, Mariano Querol (y más de 50 firmas más).

Carbajal comentó que no sabía ahora qué le pasaba al alcalde Masías. “Siempre nos felicitaba, se tomaba fotos con Vargas Llosa, pero nos ha negado el permiso”, comentó.

Anunció también que la feria rendirá homenaje a Julio Ramón Ribeyro por los 80 años de su nacimiento. “Es una lástima que el escritor más miraflorino como es Ribeyro no reciba el homenaje en su distrito por la posición del alcalde”, enfatizó.

Entre los asistentes a la conferencia también estuvo el poeta Antonio Cisneros. “No estoy como poeta, sino como vecino de Miraflores. No entiendo qué pasa con el alcalde Masías, cómo puede empañar una gestión que estaba haciendo más o menos bien. La feria a nadie molesta. Yo, como vecino, solía pasear en la feria. Los vecinos, los comerciantes; mi amigo el padre Alfonso, también. Miraflores pierde un patrimonio cultural por obra del alcalde”, sostuvo el poeta.

(Fuente: La República, Lima, 02/10/09)

19.9.09

Era lesbiana: ¿qué hacemos?

Benjamín Prado
Babelia, El País, Madrid, 19/09/2009


En su país, Gabriela Mistral está por todas partes, tal vez porque así se puede esconder a Neruda detrás de ella: a la hora de elegir escritor nacional entre los dos premios Nobel de Literatura, la autora de Tala o Lagar, que lo ganó en 1945, es menos comprometedora que el de Residencia en la tierra, que lo obtuvo en 1971 y que sigue siendo un personaje controvertido a causa de su militancia comunista. Así que mientras él parece algo recluido en sus casas-museo de Isla Negra, de Valparaíso y de la capital, su colega y amiga mantiene una presencia pública extraordinaria. Como ejemplo, podemos decir que su cara protagoniza los billetes de 5.000 pesos y que el Centro Cultural que se acaba estos días en Santiago de Chile, construido para celebrar el bicentenario del país en el año 2010 y que presume de ir a ser el más grande de América, también lleva su nombre. Que, por cierto, era tan falso como el del propio Pablo Neruda: en realidad, uno se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y la otra Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Si pronuncias seguidos esos once nombres y apellidos, te sale un equipo de fútbol entero.

Ahora, la parte más reaccionaria de la sociedad chilena, la que aún pasea con orgullo por la céntrica avenida 11 de Septiembre, en Santiago, bautizada de ese modo para conmemorar la fecha en que los militares golpistas derrocaron a Salvador Allende, se hace cruces ante la polémica que ha propiciado la aparición del libro Niña errante. Cartas a Doris Dana, en las que quedan claras las preferencias sexuales de la autora de Desolación. Hace poco, el semanario The Clinic incluyó en su portada una foto a toda plana de Gabriela Mistral y este titular irónico: "¡Era lesbiana! ¿Qué hacemos?". Y no parece que ése vaya a ser el último episodio que obligue a replantear su biografía, porque se sabe que la parte inédita de su poesía, que también estaba en poder de su novia y albacea norteamericana, fallecida en el año 2006 en Florida, duplica la publicada y es muy explícita en sus contenidos.

La correspondencia reunida en Niña errante, que ha salido en Chile en el sello Lumen, se lee como si fuera una novela que cuenta la hermosa historia de amor de estas dos mujeres, que se conocieron en Nueva York tras una conferencia que dictó allí Mistral, al año siguiente de haber sido galardonada por la Academia Sueca, y que compartieron parte de sus vidas en equilibrio entre el amor, el deseo, los celos y la distancia, esto ultimo porque la joven Dana, que también escribía poesía, aunque de forma esporádica, tenía que pasar gran parte de su tiempo en Estados Unidos, lo cual desesperaba a su famosa amante, quien al final consiguió que el Gobierno de su país la nombrase cónsul en Nueva York, para poder estar juntas.

En el libro, conocemos los problemas de salud de la pareja, que hacía difícil que la preciosa Dana, una joven que guardaba un parecido asombroso con la actriz Katharine Hepburn, acompañase a Mistral a sus viajes, como ella quería. También vemos cómo crece su amor. "Desde que te fuiste yo no río y se me acumula en la sangre no sé qué materia densa y oscura. Yo no puedo saber aún, amor mío, lo que ocurra conmigo a lo largo de los sesenta días de nuestra separación. (...) Estoy viviendo la obsesión, amor. (...) Yo no sabía hasta dónde eso -lo vivido- ha cavado en mí, hasta dónde estoy quemada por ese punzón de fuego, que duele igual que la brasa ardiendo sobre la palma de la mano", escribe Mistral a Dana, y ésta responde: "Mi amor. Todo lo bonito me habla de ti. ¡Siempre tú estás conmigo! (...) Veo el cielo y pienso: este mismo cielo toca la cabeza de mi querida. (...) Yo me pongo en el viento y en la lluvia para que puedan abrazarte y besarte por mí".

También hay momentos de desconfianza, y reproches con los que Gabriela le hace saber a Dana "el infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días", o le dice: "En cuanto a tu miedo de perderme, tu falta completa de confianza, yo no me merezco eso, que me da un poco de cólera y un mucho de tristeza, casi de amargura. Yo no soy una sinvergüenza, no, mi amor, yo no soy eso que tú imaginas. Soy una desgraciada si tú sigues sin tener fe en tu Gabriela". Las cartas siempre están firmadas así, pero es curioso que en muchas de ellas Mistral hable en masculino: "Soy arrebatado, recuérdalo, y colérico, y torpe. Por favor, no vuelvas nunca a sufrir así, a padecer por mi culpa, tienes que saber que así me das una enorme vergüenza de mí mismo".

La poeta ayudaba económicamente a su compañera, y parte del epistolario lo ocupan los cheques que le anuncia Mistral que va a mandar o la oferta de que se quede con la renta que produce una casa que tiene alquilada en Monrovia. Pero, sobre todo, Niña errante demuestra la desesperación de un amor acosado por las separaciones. "Tengo ganas de morirme, porque dudo de que vuelvas", le escribe Mistral a Doris Dana; y hacia el final del libro, cuando demasiados asuntos domésticos rodeaban ya su paraíso, le da instrucciones para que cuide sus cuentas, y le dice: "Te encargo que tú veles porque yo tenga siempre en caja el valor de lo que cuesta un entierro en tu país. No quiero cargarte a ti con ese gasto grande".

Gabriela Mistral murió en Nueva York, en febrero de 1957. Su novia la sobrevivió cincuenta años, y custodió su legado hasta su fallecimiento. Sólo entonces su sobrina donó al Gobierno chileno los cuarenta mil documentos que forman el legado inédito de la autora de Lagar, en el cual estaban incluidas estas cartas.

12.9.09

La poesía como destino

El poeta Marco Antonio Corcuera nació en Contumazá el 19 de noviembre de 1917 y falleció en Trujillo, el 9 de setiembre del 2009. Es hermano de Óscar y Arturo Corcuera.

Si se tratara de definir la personalidad de Marco Antonio Corcuera, bien podría decirse que fue un peruano esencial, un poeta vital comprometido con el destino cultural y social del Perú. Dirigió la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, que luego de editar siete números en Lima, pasó a publicarlos en Trujillo, habiendo alcanzado un total 60 números (1951-1980). Fue hijo de Teodosia Díaz Alfaro y de Oscar E. Corcuera Florián.

Marco Antonio, es hermano del poeta Arturo Corcuera y el pintor Oscar Corcuera Osores. Su infancia transcurrió en las haciendas Cachil y el Salario. Estudió primaria en la Escuela de Varones No 101 de Contumazá, después en el Centro Educativo Pedro M. Ureña “Centro Viejo 241” de Trujillo. Cursó secundaria en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, estudió en la Universidad Nacional de Trujillo donde realizó parte de sus estudios de Derecho y los concluyó en la Universidad de San Marcos, graduándose como abogado en la Universidad Nacional de Trujillo (1945).

En 1960 creó el concurso El Poeta Joven del Perú, el mismo que no solo consagró a nuevos poetas peruanos, sino que además y con el correr del tiempo, se convirtieron en importantes voces de la poesía peruana. Desde que publicó su primer libro Sendero junto al trino (1979) hasta Siembra de caminos (1998), su poesía se caracteriza por una permanente economía de palabras, siempre llena de paisajes y estrechamente ligada a una preocupación esencial: el incierto destino del ser humano.

Abogado y poeta, animador cultural y dueño de una extraordinaria calidad humana, hombre de leyes y creador insomne. Cuánto habrá luchado contra una sociedad cada vez más ajena a los dones de la cultura. En fin, la fecunda y batalladora existencia de Marco Antonio Corcuera, ha llegado hasta el final del camino, pero ha dejado un invalorable legado para los nuevos poetas: Es preciso renovar el lenguaje, ser siempre un insurrecto de la semántica, escribir una poesía nueva y distinta. El poeta no puede ser un conformista, debe ser un ser dotado de talento y ética, jamás un repetidor de los cánones oficiales, inútilmente consagrados.

(Fuente: La Primera, Lima, 12/09/09)

6.9.09

El grito de Trotski

Javier Goñi
Babelia, El País, Madrid, 05/09/2009


En agosto de 1940, Trotski en su casa-fortaleza de Coyoacán, en México DF, ultimaba un libro sobre Stalin, que dejó inacabado; incluso la introducción: "La primera cualidad de Stalin era una actitud despectiva hacia las ideas. La idea había...", y ahí se quedó, pues como es sabido el 20 de agosto un tal Frank Jacson o Jacques Mornard, en realidad el comunista español Ramón Mercader del Río, le asesinó clavándole en la cabeza un piolet (Padura) o un zapapico (según Julián Gorkin, autor del muy célebre, por razones que ahora no hacen al caso, Cómo asesinó Stalin a Trotsky). Me detengo en Gorkin: en la contracubierta de una edición barata de 1965, se escribe: "...la obra es una verdadera novela de acción, cuya base real hace más dramática esta historia". Esta historia, el asesinato de Trotski, es lo que cuenta Leonardo Padura, autor de una estimable serie policiaca, en la que radiografía moralmente -quédense con el adverbio- Cuba. El hombre que amaba a los perros es, sí, el relato pormenorizado del asesinato de Trotski, contado con gran nervio narrativo -es en sí misma una apasionante novela de lealtades, u obediencias: no es lo mismo, y traiciones, y también, claro, una película: la hizo Losey en 1972-; es también una pormenorizada reconstrucción de los últimos años de la vida errante de Trotski, presintiendo que Stalin le alcanzaría; y es, por último, la historia de un joven cubano, Iván, para quien la vida es un callejón sin salida y que conoce en 1977, en una playa, a un hombre que amaba a los perros, que pasea dos viejos galgos rusos, dos borzois, esos animales que tanto amó -también- Trotski, como ama -también- el cubano a los perros en general. Ese misterioso español, enfermo y abandonado, le confía su secreto; el lector ya lo adivina enseguida, Iván tarda más: es Ramón Mercader, quien falleció en Cuba en 1978. Los perros, pues, con una insistencia que a mí no me acaba de convencer, unirán las tres historias y con las tres Padura ha escrito una ambiciosa novela, que se lee con mucho interés, aunque tal vez se hubiera beneficiado con una mayor capacidad de síntesis. La parte del Trotski huyendo es muy prolija, como si Padura no hubiera acertado al manejar la mucha documentación; la parte de Mercader no se libra tampoco de un exceso de datos, aunque es la que mejor fluye; y, por fin, la parte cubana, con la que Padura está comprometido moralmente, es por sí misma una novela: es acertado ese "efecto mariposa" de la utopía socialista y cómo aquella barbarie estalinista acaba, tantos años después, tantos sueños rotos después, tanta sangre derramada después, perjudicando las vidas anónimas como las de Iván o Ana, su mujer, también ella amaba a los perros. El único pero, pues, aunque estructural, que cabría hacer es éste, que nos da seiscientas páginas, donde caben tres novelas, y el total se resiente algo. En cambio, la ambición se le reconoce.

9.7.09

Escritor de junto al cielo

Pedro Escribano
La República, Lima, 08/07/09


El cable es breve. Anuncia que el escritor Enrique Congrains, uno de los más altos exponentes de la narrativa del cincuenta, ha muerto en Cochabamba, ciudad boliviana en donde residía hace largas décadas. Murió víctima de un paro cardiaco. Tenía 77 años.

Enrique Congrains irrumpió en nuestra narrativa con dos libros buenos, violentos. El texto de relatos Lima, hora cero y después la novela No una sino muchas muertes. En ambos bullía la realidad urbana, los conflictos, los dramas, sobre todo la pobreza barrial, la condición desolada de los migrantes en la capital. Después guardó más de cuarenta años de silencio para publicar dos novelas más: El narrador de historias y 999 palabras para el planeta Tierra, dos libros en que como escritor se planteó nuevos temas y nuevas técnicas narrativas.

Enrique Congrains nació en Lima, en 1932. Su familia había sido devastada por la crisis económica. “Yo nací en el seno de una familia arruinada”, dijo a este diario en una entrevista en la que narró que había crecido en el Paseo Colón, que en los años treinta era el último reducto de la burguesía limeña.

También comentaba que había sido una fortuna no haber terminado la secundaria, porque hubiera ingresado a la universidad y se hubiera encasillado en una profesión. Pero como no concluyó, le quedaron todos los caminos abiertos. Uno de ellos, el de hacerse escritor.

Y esa fue su pasión. Conoció la realidad a pie, y trajo al mundo sus primeros libros con esa visión. Como lector, había conocido la obra de John Steinbeck, entre ellas Las viñas de la ira, y también había leído a Erskine Caldwell, sobre todo El camino del tabaco. Asimismo, el cine italiano había marcado su escritura. Él decía que estos autores y en el cine italiano veía “esa mirada neorrealista, hasta naturalista, para revelar la miseria moral de la gente.

La crítica bien ha señalado que Enrique Congrains es nuestro primer neorrealista, el que describe en altorrelieve la realidad urbana con crudeza no desprovista de una auténtica poética de la violencia. Allí está Maruja, el personaje de No una sino muchas muertes, y también el candor de “El niño de junto al cielo”.

Se hizo escritor, pero para sobrevivir se dedicó a todo. Vargas Llosa lo recuerda en El pez en el agua como un vendedor que tocaba las puertas de las amas de casa para ofrecerles algún producto, muchos de ellos inventados por él mismo.

“Enrique Congrains –escribe Vargas Llosa– irrumpió como un ventarrón en el ambiente literario limeño de los años cincuenta. Era joven, rubicundo y simpático, de ideas fijas y tan dinámico que parecía poner en práctica sus proyectos aun antes de concebirlos”.

Lima, hora cero
abrió una nueva veta en nuestra narrativa, un libro fundador del neorrealismo y que sin embargo Congrains siempre quiso compartirlo con otro autor, compañero de generación.

“No creo que yo tenga que llevarme todo el mérito, está repartido con Julio Ramón Ribeyro”, dijo en una entrevista. Asimismo, consideraba que el cuento “El niño de junto al cielo” no era su mejor cuento y que si figuraba en todas la antologías del cuento peruano era por pereza de los antologadores. Para él su mejor pieza de relato era “Domingo en la jaula de estera”.

Enrique Congrains ha muerto. Ya está junto al cielo.

21.6.09

Verso indio

Enrique Sánchez H
El Dominical, El Comercio, Lima, 21/06/09


Efraín Miranda forma parte de una grandiosa estirpe de poetas puneños, todos más o menos sepultados en el afán cosmopolita y pasajero de exaltar lo nuevo. Hermano de cuna de Carlos Oquendo de Amat, Gamaliel Churata y Alejandro Peralta, Miranda, sin embargo, ya había sido reconocido en su elocuencia lírica por personajes de la talla de Sebastián Salazar Bondy y Ernesto More, y luego por Jorge Puccinelli y Marco Martos. Desde 1962, y por casi treinta años, trabajó como maestro de primaria en Jacha-Huincocha, una comunidad a quince kilómetros del lago Titicaca, donde ha escrito una de las obras poéticas más asombrosas para alguien voluntariamente apartado de la cultura libresca y las modas literarias. Tuvo un paso fugaz por Lima y ahora permanece en Arequipa, meditando y escribiendo. Su ostracismo alimentó la leyenda que él ha ido tejiendo con los años.

AREQUIPA, LA TIERRA

Parte de sus estudios primarios y secundarios los realizó en el celebérrimo Colegio Independencia de Arequipa. Si no fuera por ese paso el enorme talento poético de Miranda, hoy de 83 años, quizá se habría perdido. Fue al llegar a esas aulas, migrando desde su natal Azángaro (vio la luz en la localidad de Condoraqui, distrito de Cojata), que encontró maestros que alentaban con entusiasmo la lectura, en particular la de poesía, al punto que era frecuente conocer a autores franceses y norteamericanos, o revistas como Sur. El joven Miranda, que ya en cuarto de secundaria empezó a pergeñar sus primeros versos, adquirió tempranamente la querencia por la poesía de Rainer María Rilke. Esta ha sido su guía, junto al turco Nazim Himet, a César Vallejo y a los vanguardistas de los años 40-50, entre ellos los puneños del Grupo Orkopata, una especie de surrealismo indígena que se fundó en 1925. Las demás influencias han sido el cielo, la tierra y el lago.

DE PUNO A LIMA

Su ingreso a las letras fue azaroso. De Puno llega a Lima en 1954, en busca de trabajo. El poeta ha contado que por entonces se levantaba muy temprano y cuando llegaba al lugar donde había vacantes, enormes filas de postulantes le habían tomado la delantera, y que nunca logró ser entrevistado. Con el hambre en el estómago alguien le dijo que le enseñara sus poemas a Sebastián Salazar Bondy. Fue a verlo al local de La Prensa. Tras dejarle sus versos, Salazar Bondy, entonces acaso el crítico más influyente de Lima, lo alentó a que publicase, escribiéndole un prólogo.

Así nació Muerte cercana (1954). Agobiado por la pobreza se fue a Arequipa y luego marchó a Puno, a internarse en el Altiplano como un sencillo maestro de tercera categoría, sin título.

Es en medio de su contacto con los comuneros de Puno que Miranda bebe de su otra fuente. Compenetrado con la gente más sencilla de esa región, publica Choza en 1978 y Vida, dos años después.

Fue suficiente. Del ostracismo pasó a cierta celebridad académica y es visto como una voz distinta y muy culta a la cual algunos quieren colgarle el remoquete de neoindigenismo.

Miranda, por el contrario, siempre ha preferido considerarse el adalid de la poesía india peruana. En una entrevista concedida a José Gabriel Valdivia y Mauricio Medo, señaló: “El indigenista lo vio todo desde arriba, no entró abajo como quien oye una música y no se viste ni baila. Por eso lo mío, como lo dijo More cuando lo leyó, es un libro indio él encontró que era poesía india escrita en español”.

La reciente publicación de la antología Indios dios runa (Andes Books, Lima) resulta una buena ocasión para adentrarnos en ese mundo mágico, de excelente poesía, de un autor peruano cuyas luces totales todavía no columbramos. Parodiando a Vallejo podemos decir: “Hermanos, hay mucho que leer”.

18.5.09

Mario Benedetti

Por Silvina Friera
Página/12, Buenos Aires, 18/05/09


El poeta uruguayo falleció en la tarde de ayer en Montevideo a los 88 años. Fue uno de los poetas más leídos y cantados en el mundo de habla hispana. Sufrió persecución y exilio por sus convicciones. En Argentina fue amenazado de muerte por la Triple A.

“Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo.” El poema pertenece a Rincón de haikus, publicado cuando el gran poeta uruguayo promediaba los 80 y la muerte era una sombra cercana con la que empezaba a dialogar para que no lo sorprendiera, para que no lo aplastara con el peso de su evidencia. Mario Benedetti murió ayer a los 88 años en su casa. Será velado hoy a partir de las 9 de la mañana en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo en Montevideo. En Uruguay se ha decretado duelo nacional. No sólo el Río de la Plata se despide con una infinita congoja de este hombre triste y cordial como un legítimo uruguayo, que supo conjurar el dolor de la finitud y escribió que había que vivir como si fuéramos inmortales. En cientos, miles y millones de almas, sin exagerar, garúa finito. Pocos poetas han sido tan saludablemente plagiados como Benedetti. Sus poemas de amor fueron copiados “clandestinamente” por miles de jóvenes que se atribuyeron la autoría para sorprender a esas muchachas esquivas o para acortar las distancias e iniciar un romance. No le molestaba saber de estos plagios y menos le importaba que sonara cursi. Al contrario: él mismo contaba anécdotas de parejas que le confesaban que se habían conocido, por ejemplo, gracias a Inventario. Quién no habrá repetido o cantado alguna que otra estrofa de “Te quiero”, “Por qué cantamos”, “Una mujer desnuda y en lo oscuro” y tantos otros poemas que popularizaron más de cuarenta intérpretes. Su apellido se ha convertido en sinónimo de la poesía hecha canción. La muerte del autor de La tregua se prolongó durante tres años. Comenzó en 2006, cuando murió su mujer Luz, con la que vivió toda la vida. Desde entonces, el impulso vital del autor de más de 80 libros de poemas, novelas, relatos, ensayos y teatro, así como de guiones de cine y crónicas de humor, se fue apagando. La voz del fiel compañero se apagó, finalmente, pero quedan sus poemas de amor y de resistencia.

Sería arriesgado y tal vez apresurado afirmar que su obra será inmortal, pero seguramente muchos de sus poemas ya han adquirido ese estatus porque supo anclar sus versos y textos en los puertos que inquietan a la condición humana: el amor, la muerte, el tiempo, la miseria, la injusticia, la soledad, la esperanza. Sencillamente, fue el cómplice de varias generaciones de lectores y de militantes políticos que, como él, fueron amenazados y tuvieron que escapar, como pudieron, de la muerte. Desde comienzos del 2008 la salud de Benedetti se resintió debido a sus problemas intestinales y a una enfermedad respiratoria crónica de larga evolución. Este año estuvo tres veces internado: en enero, durante casi un mes; luego en marzo, y finalmente en mayo. El ganador de tan preciados premios como el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, nació el 14 de septiembre de 1920 como Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó. La costumbre italiana disparatada de adosar tantos nombres –el poeta siempre recordaba que tuvo un tío que tenía los nombres de todos los reyes que reinaban el día en que nació– fue la primera batalla que libró el escritor hasta que logró suprimir los cuatro nombres restantes en todos sus documentos. Después de una quiebra de la farmacia que tuvo su padre, los Benedetti se trasladaron a Montevideo cuando Mario tenía cuatro años. El niño que se entretenía de la mano de Emilio Salgari y Julio Verne comenzó sus estudios primarios en el colegio Alemán, de donde fue retirado por su padre en 1933.

Tuvo una infancia y adolescencia poco amable y llena de privaciones por los problemas económicos. Vivían en un ranchito con techo de chapas de zinc; su madre tuvo que vender la vajilla, los cubiertos y los regalos del casamiento. A los catorce años Mario empezó a trabajar vendiendo repuestos para automóviles en la empresa Will L. Smith. Se ganó la vida de muchas formas –fue vendedor, taquígrafo de una editorial, cadete, oficinista, gerente de una inmobiliaria y periodista, entre otros oficios que ejerció– hasta que pudo vivir de la literatura. A los 18, en 1938, se vino a Buenos Aires a ver si podía torcer la mala racha familiar, mientras su vocación literaria se afirmaba durante sus lecturas en un banco de la plaza San Martín. Siempre recordaba que sus dos primeros libros, ediciones que las había pagado Benedetti, no vendieron ni un ejemplar. Su primer módico éxito –módico porque la tirada era muy limitada– fue Poemas de oficina (1956), aunque antes había publicado los poemarios La víspera indeleble (1945) y Sólo mientras tanto (1950) y los relatos de Esta mañana y otros cuentos (1949). Le gustaba definirse como un poeta que además escribía cuentos y novelas. Tenía la mano más habituada al poema, pero los cuentos lo hacían sudar. Montevideanos (1959) le llevó dieciocho años terminarlo. “El cuento no admite fallas, se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su rol, y los finales son muy importantes”, decía el escritor que en 1945 se integró al equipo del semanario Marcha, hasta 1974, cuando fue clausurado por la dictadura de Juan María Bordaberry.

Hacia fines de los años cuarenta fue miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época, y participó en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos, su primera acción como militante. Sus viajes a Cuba fueron consolidando el despertar de su conciencia política. En 1968 creó y dirigió el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se mantendría hasta 1971. Junto a miembros del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Ese año publicó Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. Después del golpe de Estado del 27 de junio de 1973 renunció a su cargo de director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República.

Y llegó el exilio; lo arrancaron de cuajo de su ciudad. Primero cruzó el charco y trató de instalarse en Buenos Aires, en 1973. Fue aquí donde inauguró el “llavero de la solidaridad”: cuando las cosas comenzaron a ponerse oscuras acudía a ese manojo que le abría la puerta de las casas de cinco o seis amigos. Pero la Triple A le “concedió” un plazo de 48 horas para que se fuera y se dirigió a Perú. La peste del terrorismo de Estado y las amenazas parecían seguirlo. En Lima fue detenido y deportado. Los brazos de Cuba lo acogieron en 1976, pero finalmente, Benedetti recalaría en Madrid, donde estuvo exiliado hasta 1983. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando de las madres de ambos. En esa década que lo vio luchar contra el terror de los años ’70, la versión cinematográfica de su novela La tregua, dirigida por Sergio Renán, fue nominada al Oscar en 1974, a la mejor película extranjera (aunque el premio, finalmente, lo obtuvo la película italiana Amarcord).

Benedetti escribía, lo ha dicho, para esclarecer la mente de un individuo, del ciudadano de a pie. “Las causas en las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tranquilo. No me siento derrotado en cuanto a mis creencias ideológicas y voy a seguir luchando por ellas. Sin éxito, eso sí”, aclaraba el escritor con los pies en la tierra, pero con la mirada siempre enfocada hacia ese horizonte de utopías que abrazó desde joven. “Siempre digo que los tres grandes utópicos que ha dado este mundo son Jesús, Freud y Marx; gracias a ellos la humanidad ha dado pasos positivos. Aunque de cada utopía se realice un diez por ciento, gracias a ese diez por ciento la humanidad ha mejorado un poco. Yo soy un optimista incorregible.” Regresó a Uruguay, en marzo de 1983, un poco mejor de lo que se había ido, “más ecuánime, más tolerante, menos radical, pero sin perder mis obsesiones”. Fue nombrado miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que sería la continuidad del proyecto de Marcha, interrumpido en 1974. En 1985 Joan Manuel Serrat grabó el disco El Sur también existe sobre poemas de Benedetti, contando con su colaboración personal. Con el “desexilio” llegan los reconocimientos en todo el mundo.

Las líneas no alcanzan para repasar la cantidad de títulos que ha publicado, son más de ochenta en todos los géneros que frecuentó. Se destacan, por mencionar un par, las novelas Gracias por el fuego (1965), La borra del café (1992) y Andamios (1996); los poemarios Inventario uno (1963), Cuando éramos niños (1964), Quemar las naves (1969), Letras de emergencia (1973), Viento del exilio (1981), El amor, las mujeres y la vida (1995), La vida ese paréntesis (1998) y Adioses y bienvenidas (2005) y Testigo de uno mismo (2008); los cuentos de La muerte y otras sorpresas (1968), Con y sin nostalgia (1971), Recuerdos olvidados (1988), Buzón de tiempo (1999) y El porvenir de mi pasado (2003); los ensayos Peripecia y novela (1946), El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), La realidad y la palabra (1991) y Vivir adrede (2007); y la obra de teatro Pedro y el capitán (1979). En 1999 fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana; en 2001 recibió el I Premio Iberoamericano José Martí; en 2002 fue nombrado Ciudadano Ilustre por la Intendencia de Montevideo; en 2005 obtuvo el Premio Internacional Menéndez Pelayo.

Mario, ese Cupido involuntario que no merece quedar libre de culpa y cargo por la cantidad de parejas que unió, sabía que la vida es un paréntesis entre dos nadas. “Yo soy ateo, no creo en Dios ni nada por el estilo. Hay gente que tiene sus creencias religiosas y tiende a sentir que después de la muerte está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho mérito para ir al Infierno. Yo creo en un dios personal, que es la conciencia”, afirmaba el poeta, que trabajaba en un nuevo libro de poesía cuyo título provisional es Biografía para encontrarme. “Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie.” Las lágrimas, esta vez, no tienen tregua posible. Y por favor, pensarán muchos ahora que hay que despedirse del compañero, no se olviden del bolígrafo de Mario.

8.5.09

El marxista rabioso

Por Mariana Enriquez
Radarlibros, Página/12, Buenos Aires, 03/05/09


Oswaldo Reynoso es uno de los secretos mejor guardados y aún muy resistido de la literatura peruana. En los ’60, Reynoso, declarado marxista, publicó Los inocentes, suerte de Juguete rabioso limeño, libro que provocó reacciones bien encontradas. Ahora se publica en Argentina En octubre no hay milagros (Ediciones El Andariego), su segunda novela de 1965. Homoerotismo, miseria y vitalidad en un momento crucial en que la ciudad se expandía hacia sus propios límites.

El libro empieza a las 8 de la mañana y termina a las 9.22, algo más de doce horas de un día que no es cualquiera, es el día de la procesión del Señor de los Milagros en la Lima de la década del ‘60. Por un lado está Don Manuel, un poderoso lúbrico, obeso, empresario y banquero, uno de los dueños del Perú que observa la procesión desde su balcón colonial tapándose la nariz con un pañuelo para que no le llegue el olor a sudor, cansancio, pescado y cerveza del pueblo; y la observa junto a Tito, su amante jovencísimo, uno de los hijos de ese pueblo que Don Manuel “compró” (pero que en este día de mantos morados se está rebelando, y de qué manera). Por el otro está don Lucho, que recorre Lima desde bien temprano en busca de una nueva casa: es que están por desalojarlo, y quedará en la calle con su esposa y sus tres hijos, jóvenes y adolescentes en riesgo, un riesgo palpable que desespera a Lucho y al lector, porque la familia no parece poder encontrar un destino alternativo al de la exclusión: “Si usted supiera todo lo que he caminado en busca de casa”, dice don Lucho. “No estoy en condición de pagar un alquiler por encima de los mil, ni puedo llevar a mi familia a una barriada ni a un barrio de maleantes.”

La otra protagonista de En octubre no hay milagros (1965), la segunda novela del escritor peruano Oswaldo Reynoso y la primera que se publica en Argentina, es Lima. Una ciudad que cambia y expulsa, que se ve cruzada por una manifestación de fe y por la violencia, todavía incipiente, pero próxima. “En octubre no hay milagros fue una de esas grandes novelas urbanas que coincidieron con el proceso de redefinición simbólica de una nueva ciudad”, explica Enrique Planas, narrador y periodista cultural peruano, en conversación con Radarlibros. “Por entonces, Lima recibe de forma caótica las grandes migraciones del campo y empiezan a consolidarse los grandes cinturones de pobreza. Este fenómeno de éxodo del campo a la ciudad no sólo obligaría a Lima a mirar hacia dentro, sino también a aceptar, no sin conflictos, que su perfil social sea mucho más coherente con el país. Novelas como Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, o En octubre no hay milagros supieron reflejar el inicio de ese gran cambio que hasta hoy continúa en una ciudad en permanente búsqueda”.

Esa Lima es narrada por Reynoso con el estilo que después los críticos llamarían “realismo urbano”, pero que es bastante más: pasajes de un apasionado lirismo se contraponen con diálogos en la más cerrada jerga limeña juvenil y le siguen pasajes secos, narrativos, de belleza austera. Reynoso exhibe su virtuosismo en cualquier registro, pero jamás parece ostentoso o arrogante. Y esto es porque En octubre no hay milagros está claramente atravesada por la ideología del autor, por la política: Oswaldo Reynoso se identifica como marxista –entonces y ahora–, y un año después de la publicación de En octubre no hay milagros formó el grupo Narración junto a Miguel Gutiérrez y Antonio Gálvez Ronceros. En la presentación del Nº 1 de la revista queda clara la mirada sobre la realidad del grupo: “Como hombres y narradores, seres sociales, luchamos por la transformación integral y completa de nuestra Patria. Queremos la instalación de un sistema socialista de trabajadores, porque comprendemos que es la única manera de hacer de nuestro país un lugar donde todos puedan vivir como hombres. Comprendemos, como narradores revolucionarios, comprometidos con su pueblo, que nuestra tarea es formar, a través de la acción y de la obra creadora, en la conciencia de las clases explotadas, la necesidad urgente de la Revolución. Por eso nuestra misión es aprender del pueblo, para poder escribir, sin equivocarnos, sobre la realidad nacional”. Sin embargo, Reynoso jamás resultó un escritor programático: su prosa es demasiado sofisticada, demasiado elegante y en ocasiones, en libros como El escarabajo y el hombre de 1970, casi experimental. Su trabajo con la lengua es obsesivo, y en su búsqueda obtiene pasajes de luminosa belleza.

La ciudad del pecado


En octubre no hay milagros
no fue un libro bien recibido por la crítica allá por mediados de los ’60, y eso a pesar de que el primer libro de Reynoso, Los inocentes (1961), había sido celebrado nada menos que por José María Arguedas. En el influyente diario El Comercio, por ejemplo, el crítico José Miguel Oviedo escribió: “Trataremos a su autor como lo que evidentemente es: un autor fascinado por la abyección, la morbosidad y la inmundicia en que se revuelca el hombre de esta misma pudibunda ciudad. Las relaciones sexuales son un camino de perfección en la perversidad: la sodomía no basta y se le injertan estímulos (drogas, bestialismo, alcohol). Hay páginas hediondas que deben arrojarse, sin más, a la basura y el autor es un marxista rabioso”. Extrañamente, entre los poquísimos defensores de En octubre no hay milagros –novela que, sin más, podemos considerar uno de los frescos urbanos más importantes de la literatura latinoamericana– fue Mario Vargas Llosa, quien hoy está a mundos de distancia de Reynoso en cuanto a sus opiniones políticas. Pero entonces supo ver la importancia de esta flor en la mugre: “La novela de Reynoso no es pornografía ni es obscena”, escribió en Expreso, 1966: “Es un libro de una crudeza fría y áspera como la realidad que la inspira y tiene los altos méritos –raros, entre nosotros– de la insolencia y de la ambición. El ha querido trazar un fresco verídico y múltiple de Lima, una radiografía horizontal y vertical de la ciudad, tal como lo hizo con México Carlos Fuentes en La región más transparente, y lo ha conseguido en gran parte”.

¿Qué tenía En octubre no hay milagros para causar tal revuelo? Por un lado, el registro hasta entonces muy raro en la literatura peruana, del habla y las costumbres de las clases populares. Por otro, y quizá aún más impactante, la aparición de personajes gays, de jóvenes que se prostituyen para solaz de los poderosos, de cuerpos esbeltos deseados en las calles de Lima. Esto ya aparecía en Los inocentes, la colección de cuentos sobre adolescentes que convirtió a Reynoso en escritor de iniciación y a su libro en talismán. “Ahoritita le saco la mierda a ese viejo que simula ver la vitrina cuando en realidad me come con los ojos. Está mira que te mira que te mira. Pensará: camisa roja y pichón en cama. Simulo no verlo. Su mirada quema. Seguramente estoy sonrojado. Eso le gusta: inocencia y pecado”, escribe en el primer cuento. El que habla es Cara de ángel, uno de los personajes más célebres de la literatura peruana. Los inocentes tuvo una reedición definitiva en 2006, vía la editorial independiente Estruendomudo, dirigida por el muy joven editor Alvaro Lasso, que dice en charla con Radarlibros: “Decidí reeditarlo porque las ediciones que había no hacían justicia al libro. Aunque todos sabíamos que era un clásico, las ediciones tenían problemas de erratas y diseños poco llamativos que no correspondían a la agresiva belleza del texto. Entonces decidí que era necesario preparar una edición bien cuidada, y ya que estaba en ello, con material adicional. Oswaldo aceptó gustoso nuestra propuesta, y fue tan generoso que nos abrió su cajón de los recuerdos cuando le hablamos del material extra, por eso contamos con tantas fotos personales y de juventud”.

¿Qué significa Los inocentes, y por lo tanto la figura de Reynoso, para los jóvenes escritores y lectores peruanos? Explica Lasso: “Es un libro muy comentado e influyente en la última generación de narradores. Lo han leído muchísimos peruanos, y en especial gente de los estratos más bajos, gracias a que el propio Oswaldo se va de gira por los colegios de provincia todos los años. En los espacios sociales desde los cuales se dicta el canon peruano, en cambio, se le ningunea. Antes, en los ’70, se criticaba al autor por ser gay y por usar groserías en sus textos, y ahora se le critica por mantener su ideología de izquierda. Pero si hablamos de un verdadero transgresor en la literatura peruana, de un narrador que debe estar sentado en la misma fila que Vargas Llosa, Bryce Echenique y Arguedas, ése es Oswaldo Reynoso”.

El hablador


Oswaldo Reynoso nació en Arequipa en 1931, y desde adolescente se dedicó por un lado a la literatura, y por otro a la docencia. En 1952 se trasladó desde la Universidad de San Agustín, en su ciudad natal, hasta La Cantuta de Lima, para convertirse en profesor y escritor. Ejerció en muchas universidades peruanas (Huamanga, Villareal, San Marcos, Ricardo Palma), pero además supo ser maestro de escritores jóvenes, que le llevaban –aún le llevan– sus manuscritos. Cuenta Enrique Planas (a quien Reynoso alguna vez le dijo “tienes una buena novela pésimamente escrita”): “Hoy Oswaldo sigue siendo un viejo amigo para los lectores y escritores jóvenes, y un autor incómodo para los colegas de su generación, incorrecto, perturbador para las almas nobles. Extractos de sus libros están en los textos de la enseñanza escolar a pesar de la intolerancia de los directores de colegio y maestros mediocres. De lo que yo puedo dar fe es de una infinita generosidad para quien le pide consejo”.

De lo que se puede dar fe, también, es de la posición atípica de Reynoso en la literatura peruana. Su producción, para empezar, es brillante pero escasa: después de El escarabajo y el hombre, de 1970, permaneció en silencio hasta 1993, cuando publicó En busca de Aladino, y luego, en 1995, Los eunucos inmortales. ¿Qué pasó en esos años de silencio? Reynoso se había ido a vivir a China, donde fue profesor y corrector de estilo en la Agencia de Noticias Xinhua de Beijing. En Los eunucos inmortales, la novela que revive los años de trabajo en China y la revuelta estudiantil que culminó con la masacre de Tian’anmen en 1989 (de la que Reynoso fue testigo), explica el porqué de este exilio voluntario. Escribe: “Quería vivir en un país socialista y tenía la sospecha de que aquí iba a encontrar la felicidad”. Según Planas, “Los eunucos inmortales es un parte aguas en su obra. Nos remite a su experiencia en China, país al que viajó creyendo en la ilusión por encontrar el paraíso. No lo encontró, y lo admite. Pero sí encontró el placer y esa fascinación por la belleza siempre evasiva. Es el primer libro donde se encuentra al hombre maduro fascinado por los púberes, ángeles asexuados, con los que mantiene relaciones de solemne distancia y deseo subterráneo. Creo que ésa es su obra mayor”. Diez años después escribió otra obra homoerótica, llamada El goce de la piel (2005). En 2006 publicó Las tres estaciones, libro de relatos sobre los años universitarios, parte de un material inédito que guardó durante años su hermano. Junto al texto llegaron entrevistas y charlas que acrecentaron la fama de díscolo y disidente de Reynoso. Por un lado, se mostró molesto con escritores jóvenes compatriotas como Jaime Bayly o Santiago Roncagliolo, que según Reynoso son demasiado “ligeros”, el uno en el tratamiento de la violencia política, el otro en el de la homosexualidad. En la misma línea, declaró que a Bryce Echenique se le permite todo “porque tiene un apellido inglés. Por ejemplo, que se presente totalmente borracho en un programa de televisión. Y la alta clase social de Lima lo ha aplaudido y mimado, y ha dicho qué bonito. Lo de Bryce es la manifestación de la decadencia de una clase social”. En marzo de 2007 concedió una entrevista a El Hablador donde reivindicó su marxismo, la posición militante tomada en el primer número de la revista Narración, y se negó a opinar sobre Sendero Luminoso. Poco después, se refirió en público a los años de guerra interna como “guerra popular”, lo que le valió más enojos, acusaciones de “populismo intelectual” e irritaciones de críticos y escritores como Gustavo Faverón Patriau (profesor en el Bowdoin Collage de Maine, EE.UU.) e Iván Thays. Para muchos, Reynoso se victimiza: es un éxito de ventas y cuenta con presencia en los medios y, sin embargo, afirma ser discriminado. Para otros, como Lasso, Reynoso no tiene “el reconocimiento que se merece, ni el lugar que debería ocupar en el canon latinoamericano. Merece traducciones y ediciones en otros países; felizmente los argentinos son los primeros en darse cuenta”.

Mientras tanto, Reynoso prefiere escaparle a las polémicas y continuar trabajando, no sólo en literatura –está escribiendo una novela provisoriamente llamada Huamanga, Huamanga– sino en el taller de narrativa que dicta en su propia casa del distrito limeño de Jesús María. Cuenta, lo sabe, con gran cantidad de fieles y de alumnos; sabe que a los 77 años, con su melena blanca, sigue siendo un escritor joven e incómodo; además, un escritor casi secreto, poco conocido fuera de su patria. “Creo sin vanidad que soy el best seller clandestino del Perú”, decía en una entrevista de 2006. “Mis libros se siguen vendiendo luego de más de cuarenta años, aunque nunca aparecen en la lista de los más vendidos. Es que yo vivo y escribo para el Perú: que mis libros tengan resonancia fuera del país es algo que no me interesa.”

19.4.09

Ranulfo Fuentes Rojas

Luego de una estancia de varias semanas en Lima y en su querido Ayacucho, el gran compositor andino Ranulfo Fuentes Rojas retornará a Barcelona, España, donde preside una importante institución cultural y, además, se da tiempo para desempeñarse como profesor de quechua. Para que la despedida sea emotiva, la revista Festival con un colectivo de artistas presentarán un concierto musical en honor al autor de tan hermosas canciones. La cita es el martes 21 de abril, a partir de las 7:30 p.m., en la Derrama Magisterial, Av. Gregorio Escobedo 598, Jesús María. Hasta el momento, han asegurado su participación destacados exponentes de la música peruana, como Amanda Portales, Kiko Revatta, Juan de Dios Rojas, Luciano Quispe, las hermanas Ascarza, entre otros. Los educadores, estudiantes y jubilados ingresarán abonando media entrada. Informes en los teléfonos 7984000 / 996220408 / Nextel: 402*6823, RPM #676831, RPC Claro 997548690.

En 1970, Ranulfo Fuentes Rojas, nacido en 1940, en la Comunidad de Santiago de Punqui, provincia La Mar, Ayacucho, escribió El Hombre, un hermosísimo huayno que todavía es cantado como una suerte de himno reinvindicativo. Se trata de una canción que, según el propio autor, “intenta pintar la situación infrahumana no solo del Perú sino del mundo”.... -Yo no quiero ser el hombre / que se ahoga en su llanto, / de rodillas hechas llagas / que se postra al tirano... Al poco tiempo, este huayno se convertiría en la página antológica que permitió que Ranulfo Fuentes Rojas fuese considerado como uno de los más representativos compositores de la canción popular andina. Pero, además de El Hombre, Fuentes Rojas es autor de más de doscientas composiciones, como Lucía, homenaje a su madre y con ella a la madre campesina; Hermano, recuerdo esperanzado del hermano ausente; Jilguero, hermosa afinidad con las aves, el tierno escondido amor y su canto libertario; Punchullay, el recuerdo de su madre que en noches de luna, le tejía, el más tierno y blanco poncho; o El Pajarillo, sentido homenaje a Nery García Zárate, quien, junto con su hermano Raúl, formó el prestigioso Dúo García Zárate). En 1990 La etnomusicóloga Chalena Vásquez y el antropólogo Abilio Vergara Soto publicaron el libro Ranulfo, El Hombre, que marcó el inició del proyecto Historias de Vida y continúa con aportes como el del joven estudioso Marino Martínez Espinoza, quien hace unas semanas presentó el libro Manuel Acosta Ojeda, Arte y Sabiduría del Criollismo. Por último, en el 2003, por sus 452 años de creación, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, tributó el reconocimiento “Excelencia Artística” a importantes exponentes de nuestra música como Ranulfo Fuentes, Zenobio Dagha, Victoria Santa Cruz, entre otros.

30.3.09

Soberano y transgresor

Pedro Escribano
La República, Lima, 28/03/2009


La poesía y figura del poeta peruano César Moro, en su tiempo casi proscritas o relegadas a la periferia, hoy en día ejercen un poderoso magnetismo, no solo en los poetas jóvenes, que lo buscan, lo leen y le profesan innegable culto, sino también en los estudiosos y profesores universitarios quienes ensayan nuevas lecturas.

Mariela Dreyfus, poeta, traductora y ensayista –que estudió Literatura en la U. de San Marcos y ahora es profesora de la U. de Nueva York–acaba de sumar un nuevo título, Soberanía y transgresión: César Moro, libro publicado por el Fondo Editorial de la U. Ricardo Palma.

Como anota la autora, el libro reúne cuatro ensayos en torno a la vida y obra del autor de Trafalgar Square. En realidad, explica Dreyfus, se trata de versiones revisadas y actualizadas de un amplio trabajo que fue su tesis doctoral en la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1996.

Los cuatro ensayos tienen una secuencia que conducen de la mano al lector a presentar, primero, al ser humano y luego la complejidad y dimensión creadora del artista.

El primero, “Je n’ai pas de Maison: la vida itinerante de César Moro” rastrea la difícil, accidentada e incomprendida biografía del poeta. Pero no se trata de un recuento existencial plano. Dreyfus, con la detallada información que cuenta, asocia aspectos de la obra con los que ilumina y relumbra la vida del poeta. La estudiosa, en ese sentido, no deja cabo suelto.

En el segundo capítulo, “Moro el amor”, Dreyfus ofrece una lectura de la poética del vate en los planos del amor, en donde el poeta es “un soberano” y “un transgresor”. Más aún, si en él opera el amor homosexual. Según Dreyfus se creó un personaje de sí mismo. “Reniega de los valores de la sociedad; no respeta las fronteras de la lengua; se burla de la familia, la patria, la religión; se ha exiliado en cualquier territorio para instalarse en el reino de la poesía. Anárquico y soberano, solo por la pasión se reconoce (...) ( pág. 81). La autora refrenda su juicio con una cita de José Miguel Oviedo que dice que Moro es un “bárbaro ansioso de sangre y erotismo”. En Moro, arriesga opinión Dreyfus a propósito del poemario Ces poèms: “La experiencia amorosa no se recrea ni se evoca sino que se imagina; más que ante los poemas de un enamorado, estamos ante los de alguien lanzado a la cacería del amor, dispuesto a entregarse a una pasión a fin de que se produzca el milagro” (pág. 92). Para nosotros es el capítulo más rico y sugestivo.

El tercer capítulo, “Vasos comunicantes: la poesía y plástica de Moro”, la ensayista trata de establecer correspondencias entre la poesía y pintura del poeta o hallar claves comunes entre ambas.

Finalmente, con el cuarto capítulo, “La tortuga ecuestre: visión y pasión”, Dreyfus cierra el círculo de su estudio. Si en los primeros capítulos ahonda en dimensiones temáticas, en esta última parte ejercita una tarea de exégesis en base de poemas de La tortuga... Prueba que la poesía de Moro está viva.

21.3.09

Con añoranza del Perú

Siu Kam Wen (China, 1951), radica ahora en Honolulu dedicado a trabajar como contador, ha publicado La primera espada del imperio, La estatua del jardín, y Viaje a Itaca. También presentó hace algunas semanas en Lima la reedición de su libro de cuentos Tramo final (Casatomada, 2009).

Cuando apareció La vida no es una tómbola (UNMSM-2008), nada se sabía acerca de Siu Kam Wen, hasta que finalmente estuvo en Lima para presentar su novela. He aquí una entrevista singular.

-¿Cómo define el lenguaje de sus novelas?
-Creo que uso fundamentalmente un lenguaje sencillo y conciso, sin necesidad de recurrir a palabras rebuscadas, porque los autores que trato de imitar son por ejemplo: Stendhal y Puskin, quienes se caracterizan por un estilo sencillo y no preciosista.

-¿Qué importante es la estructura literaria en sus novelas?
-Bueno, toda novela tiene que tener una estructura, una unidad. Por ejemplo en La vida no es una tómbola, hay tres hilos narrativos y al combinarse tiene que producir un todo literario, uniforme, mejor dicho, armonioso.

-¿En qué se diferencia o parece a Isaac Goldemberg puesto que lo dos son migrantes y desarraigados a la vez?
-Hace varios atrás que me comuniqué con él por correo electrónico y coincidimos en que los dos somos, primero: autores que escriben y viven en una Tierra de Nadie porque él usó ese título para uno de sus poemarios. Yo también usé esa palabra como título de mi Blog. Segundo: escribimos fuera del Perú, un país al que literariamente pertenecemos. Pero nosotros, coincidimos en sentir que como escritores estamos en la Tierra de Nadie. Estamos en la periferia de la literatura del Perú y por otro lado, la literatura judía y la literatura china no nos consideran como sus autores. Estamos en el aire, el limbo.

-En todo caso, ¿cómo se considera usted?
-Me considero un escritor peruano, escribo en español, aún cuando mi nacionalidad es norteamericana y soy chino de nacimiento. ¡Ah! Pelguano pe. Otra razón por la que me considero escritor peruano es porque escribo sobre el Perú, sobre mi experiencia y sucesos en el Perú.

-¿Qué temas literarios trabaja ahora?
-Algunas veces se agotan los temas de orden autobiográfico pero está presente el Perú, voy a recurrir a temas imaginarios o fantasiosos, pero sobre el Perú.

-Su libro La vida no es un tómbola está escrito con la añoranza, ¿es verdad?
-Sí, es cierto. Añoranza por mi infancia y juventud, se trata de una novela que cubre diez años de mi vida, desde los 14 hasta los 24, el colegio hasta los días en San Marcos. La vida cotidiana impone tareas, pero la literatura es una opción de vida o muerte.

(De La Primera, Lima, 21/03/2009)

14.3.09

Blanca Varela

Javier Rodríguez Marcos
El País, Madrid, 14/03/2009


La poetisa peruana Blanca Varela murió el jueves en Lima a los 82 años. Paradójicamente, su etapa de mayor reconocimiento coincidió con el mutismo en el que la fue sumiendo poco a poco una trombosis. En 2007, recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Un año antes se le había otorgado el Federico García Lorca. Y en 2001, el Octavio Paz.

Precisamente, el autor de El laberinto de la soledad fue una de las grandes referencias de la escritora peruana. Paz prologó su primer libro y, de paso, la ayudó con el título. Ella le había puesto Puerto Supe. A él no le gustaba. Cuando Varela le recordó que "ese puerto existe", él le dijo: "Ahí tienes el título".

Así, Ese puerto existe inauguró en 1959 una obra completa formada por ocho libros que, todos juntos, a duras penas sobrepasan las 200 páginas. En 2001 Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores los reunió en el volumen Donde todo termina abre las alas, que añadía el inédito El falso teclado. Lleva un prólogo de Adolfo Castañón y un epílogo de Antonio Gamoneda. "No hay nacimiento ni tumba, tú lo has dicho; no hay causa ni lugar; una locura fría es nuestro único habitante", escribía allí el poeta leonés.

La delgadez de sus libros y de sus poemas la había heredado de otro de sus maestros, su compatriota Emilio Adolfo Westphalen. Como él, Varela supo conjugar el aliento surrealista con un despojamiento formal no exento de visceralidad. "Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo", dijo de ella Octavio Paz.

Hija de una popular compositora de valses criollos y casada con el pintor Fernando de Szyszlo, Blanca Varela estudió en la Universidad de San Marcos antes de trasladarse a París en 1949. Allí conocería a escritores como Henri Michaux, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Después de vivir en Florencia y Washington, se estableció definitivamente en Lima en 1962.

Fue entonces cuando publicó los libros que siguieron a aquel primero bautizado por Paz: Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993) y Concierto animal (1999). Además, la labor poética de Blanca Varela no se redujo a su propia obra. En 2002, junto al uruguayo Eduardo Milán y los españoles José Ángel Valente y Andrés Sánchez Robayna, publicó Las ínsulas extrañas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), una amplia antología de la poesía hispanoamericana.

En los versos finales de su poema Palabras para un canto puede leerse: "Yace aquí, / entre tumbas sin nombre,/ escrito en el harapo deslumbrante,/ roja estrella en el fondo del cántaro.// Por el mismo camino del árbol y la nube,/ ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo./ ¿De qué perdida claridad venimos?".

11.3.09

Guillermo Thorndike

Mirko Lauer
La República, Lima, 10/03/2009


A pesar de su enorme importancia en el periodismo (media docena de los diarios que hoy circulan fueron fundados por él), Guillermo Thorndike será recordado sobre todo por sus libros de reconstrucción histórica. Su Año de la barbarie (1969) es todavía la mejor pieza de memoria política del martirologio aprista de 1932 que ya no aparece mucho en los medios, y quizás de toda la crisis que se inicia en 1929. Lo de Thorndike siempre fue el grand reportage, la crónica histórica en profundidad sobre los temas que la curiosidad popular reclamaba o incluso parecía haber perdido: el Apra revolucionaria, la guerra con Chile, el triunfo sandinista, la vida de Miguel Grau, la caída de Juan Velasco Alvarado.

Pero no solo grandes temas de la historia. También fue el versátil autor de libros, guiones y álbumes sobre el Perú de la noticia: el asesinato de Luis Banchero Rossi, la fuga por túnel del MRTA, el fusilamiento del monstruo de Armendáriz, la nostalgia de los años 50, y más tarde los 60, que a partir de un momento se posesionó del país.

La mayoría fueron libros escritos con el cuidado de un novelista, pero sentidos con el entusiasmo de un jefe de redacción en las horas exhilarantes del cierre de un diario, la mesa de trabajo en que siempre se sintió más cómodo. Sin embargo de esa comunión con lo efímero fue saliendo una de las obras más vastas y valiosas de la narrativa peruana.

Lo apasionaba la historia del país, pero más lo seducía la noticia, cuando había la oportunidad de acercarse a ella, que con los años fue cada vez menos. A partir de un momento se hizo obvio que escribir libros era lo que Thorndike hacía entre empleo y empleo. Los investigaba él mismo y los escribía a mano en casa: eran una actividad íntima.

Como escritor lo fascinaba el trabajo de búsqueda en archivos, sobre todo los fotográ­ficos. La política le producía indiferencia, se sentía incómodo en ella, nunca la vio como algo más que una fuente de noticias, la delegaba todo lo que le era posible, y acaso por eso la convirtió en el escenario privilegiado de sus descuidos.

El mundo académico nunca pudo asimilar el compromiso esencial de Thorndike con el periodismo y la noticia, a menudo presente también en el tono de su prosa. Muchas de sus novelas sumaron grandes ventas, y así encontraron un lugar en los estantes caseros más básicos, pero siempre hubo muy pocas reediciones, y menos comentarios críticos. Con el fallecimiento de Thorndike el Perú pierde a un periodista extraordinario y a un cronista histórico de primera línea. Los cuatro tomos de seis aparecidos sobre la vida de Grau muestran que estaba en plena producción. Si se me permite el uso personal de un espacio público, este columnista pierde a un amigo no por alejado menos querido.

4.3.09

Reviviendo a Ciro

Entrevista de José Luis Ayala
La Primera, Lima, 04/03/09


Dora Varona es la depositaria de la memoria y obras de Ciro Alegría. Con ocasión del centenario del nacimiento del novelista, su viuda anuncia la creación de la Casa de la Cultura Ciro Alegría.

-¿Qué sentimiento te suscita el centenario de Ciro Alegría?
-Para mí, revivir la memoria de Ciro Alegría tiene un sentido histórico y debo realizar un gran esfuerzo para que su obra llegue al pueblo peruano a través de ediciones accesibles a su economía. Al mismo tiempo, es lo más precioso que he podido esperar. Veo que todos los sueños, los proyectos que tuve con respecto a la obra de Ciro. El trabajo de los peruanos avocados a revisar su obra, a los textos de los críticos, ahora se reactualiza después de haber estado dormido durante años. En este momento, de pronto, todo se pone en actividad. Pero el tiempo le ha dado razón a Ciro porque amó al Perú y llevó su imagen al mundo a través de sus novelas. Ha llegado el tiempo de revalorarlo en todas sus dimensiones.

-¿Cómo van los preparativos al respecto?
-Hasta este momento tenemos el ofrecimiento del alcalde de Lima Luis Castañeda Lossio, quien ha decidido otorgarnos un efectivo apoyo para realizar eventos culturales. La señora Lola Franco, está resuelta a realizar actividades conmemorativas durante todo el año. Uno de los proyectos más importantes es fundar la Casa de la Cultura Ciro Alegría. Se trata de una gran decisión histórica, de un sueño desde que quedé viuda. Ahora que todo está listo, la lucha es por conseguir el local. La Beneficencia Pública ha ofrecido apoyar en esta causa justa.

-¿Para eso cuenta con el aval del presidente Alan García?
-Por supuesto, he recibido una comunicación muy atenta, su visto bueno para que este proyecto se haga realidad. El presidente de la Beneficencia Pública, señor Carlos Rivas, ha manifestado que se tomarán decisiones concretas. Entonces, todo está preparado para poner en marcha una gran acción cultural.

-¿Qué rol cumplirá la Fundación Ciro Alegría?
-Tiene varias líneas de trabajo. Mantener viva la memoria de Ciro Alegría en el pueblo peruano y particularmente en lo que se refiere a la literatura peruana y la lengua española. Pero no sólo eso, hay que tener en cuenta que Ciro Alegría ha sido traducido a muchos idiomas. Será un lugar donde vayan a trabajar los estudiantes, los investigadores. Tendrá una biblioteca, una cafetería, una sala de lectura, un gran auditorio, una sala donde haya representaciones teatrales, danzas de todo el Perú. Se convocará a concursos sobre Ciro Alegría o en su nombre, de novela y cuento.

-Y, ¿en lo que se refiere al lugar donde nació?
-Esa es una buena pregunta. Nos proponemos rescatar la casa ubicada en Chilca, prácticamente ha sido derruida, pero se puede reconstruir con los mismos elementos materiales y culturales de la zona. La idea es también comprar la casa de Chaclacayo donde murió y convertirla en un museo.

-Es decir, hacer lo que el Estado y particularmente el INC no hicieron.
-Bueno, las ideas surgen precisamente en estas ocasiones cuando se trata de volver la mirada hacia atrás para reconstruir el pasado y ver con optimismo el futuro. Ahora tenemos el apoyo del Estado, el presidente Alan García ha manifestado su voluntad política de ayudar a esa acción, es lector de Ciro Alegría y sabe, conoce la enorme importancia del centenario de un novelista tan querido por el pueblo peruano.

-¿Qué planes hay respecto a las obras de Ciro Alegría?
-Tenemos un plan de trabajo con los editores. Se les convocará para anunciar que se editarán los libros de Ciro que no están comprometidos en anteriores ediciones. Yo tengo un compromiso con Planeta respecto a las obras fundamentales, para la conformación de la Biblioteca Ciro Alegría. Pero, además hay libros bellísimos que han sido editados en España y que en el Perú no han circulado debido al costo. He invitado a todos los editores para tener una reunión y coordinar las ediciones que se deben hacer. Hay ediciones en sellos como Alfaguara, Alianza Editorial, Espasa Calpes, Lozada de Buenos Aires. Se trata de reeditar toda la obra de Ciro de modo ordenado y sistemático.

Hay tres libros de ensayos: Bocetos de un retrato del Perú, son trabajos literarios de Ciro sobre las regiones naturales. Luego, Breve viaje a través de la literatura, un conjunto de textos acerca de los escritores que él amó. Después, Breve viaje a través de mi literatura, donde explica cómo escribió todos sus libros. Esos datos no aparecen en sus libros anteriores. Será una revelación para sus lectores.

-¿Qué podemos esperar los lectores respecto a tu trabajo sobre Ciro?
-Bueno, yo tengo en estos momentos un libo que se llama Diálogo del amor y el tiempo. Reúne las cartas de amor entre Ciro y Dora Varona, su discípula, cuando eran enamorados y después novios. Es un libro que está trabajado en forma de novela epistolar, sólo faltan algunas fotografías y lo presentaré al editor que se interese, tiene dos formatos, como novela y el otro con fotografías.

-¿Habrá supresiones de partes íntimas en las cartas de amor?
-Cuando se publican las cartas de amor desaparecen las frases demasiado íntimas y cursis que se dicen de modo coloquial. Es muy original este hecho porque pertenece a la biografía de Ciro. Al lector, al investigador, le interesa mucho el lenguaje, la poesía, la intensidad de los sentimientos. En el libro aparece cómo empieza la revolución cubana, cuáles son sus problemas, va contando qué sucede en su entorno. Narra situaciones de su pasado, tan íntimas y preciosas como no están ni en las memorias ni en su biografía.

24.2.09

Cuatro novelas del salitre

Óscar Colchado
La República, Lima, 21/02/09


Yo siempre leo sobre lo que voy a escribir o estoy escribiendo. ¿Y qué estoy escribiendo? Una novela, aún no sé si breve o larga, sobre el tiempo de las salitreras en Chile. Hace exactamente 100 años que ocurrió una masacre de obreros donde murieron alrededor de tres mil, entre chilenos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos y argentinos. Y... ¡cáiganse de la sorpresa! Allí estuvo también Luis Pardo, el famoso bandolero peruano trabajando como obrero, quien este año cumple cien años de su muerte en una balacera en los Andes.

Y bueno, las novelas que me están sirviendo de base son: Norte Grande de Andrés Sabella, Hijo del salitre de Volodia Teitelboim, La reina Isabel cantaba rancheras de Hernán Rivera Letelier, Santa María de las flores negras del mismo autor, Chacón de José Miguel Varas, Fulgor y muerte de Joaquín Murieta de Pablo Neruda, Hechos consumados de Juan Radrigán (estos dos últimos son de teatro), aparte de revistas o ensayos. Todo este material me los envía mi buen amigo Marco Chandía, de Valparaíso, quien está haciendo un estudio de las obras de José Diez Canseco y su relación con el mar.

9.2.09

Retratos de historia y dolor

José Clemente
La Primera, Lima, 31/01/09


Han pasado casi 130 años de la guerra de Chile contra el Perú y las heridas, para bien o para mal, no cicatrizan del todo. Más de un siglo y ambos países siguen trenzados, salvando las distancias históricas, en diferendos geopolíticos y comerciales. A Renzo Babilonia Fernández Baca, joven periodista y fotógrafo de profesión, además de docente de tres importantes universidades peruanas, no se le ocurrió mejor proyecto hace cinco años que indagar en uno de los capítulos poco tratados de aquel episodio bélico: La fotografía durante la Guerra del Pacífico. Investigación que le ha permitido conseguir algunas imágenes inéditas en el Perú, en su afán primordial de rescatar la labor de los primeros fotógrafos peruanos en el siglo XIX.

Quién podría pensar que mientras Chile ya le había declarado la guerra al Perú y miles de soldados se preparaban para resistir en Tarapacá e Iquique y otros tantos valientes marinos se alistaban para defender el mar peruano de la invasión enemiga, un grueso contingente de la Compañía Española de la Guardia Urbana se reunía frente al Palacio de Exposición de Lima para colaborar con el orden en la ciudad. No sólo era la época de los soldados y voluntarios de a pie, lo fue también de conocidos y casi anónimos fotógrafos que empezaron a retratar los tristes y heroicos capítulos de aquel infausto episodio.

El periodista Renzo Babilonia Fernández Baca cree en dos tipos de estos hombres que empezaron a reflejar aquellos hechos que duraron más de cuatro años: los que habían instalado sus estudios fotográficos con fines de lucro sin importarles la coyuntura bélica que se inició en 1879 y los que usaron este medio como paralelo a sus objetivos patrióticos y filantrópicos. Babilonia resalta mucho la presencia de los estudios fotográficos de aquella data como Courret (francés), Castillo y los aportes de Benjamín Franklin Pease, un ciudadano norteamericano que llegó al Perú para afincarse y contribuir con sus virtudes. En sus correrías investigativas, el autor de La guerra de nuestra memoria, crónica Ilustrada de la Guerra del Pacífico no sólo se ampara en fuentes nacionales sino extranjeras de Chile, Argentina, Gran Bretaña, etc.

Apela a imágenes conmovedoras posteriores a enero de 1881, como la inspección de las tropas chilenas en el campo de batalla de San Juan, luego de la heroica resistencia peruana. En ella se aprecia al comandante del batallón ‘Navales’ Martiniano Urriola y al general Marcos Segundo Maturana junto al diezmado campamento peruano tras la línea de defensa de los cerros, soldados muertos, personal de las ambulancias chilenas y un cañón Grieve peruano capturado por la tropa enemiga.

También se puede apreciar a Chorrillos devastado por el bombardeo, soldados enemigos heridos y las tropas invasoras en la cima del cerro San Cristóbal.

Otra escena impactante, tal vez indignante para muchos, es la imagen del regimiento chileno de Artillería Nº 1, en uno de los momentos precisos de la ocupación.

Destacan también las imágenes del muelle Dársena, saboteado por marinos peruanos apenas los chilenos se apoderaron del mar de Grau, la avería de la corbeta chilena Abtao a manos del Huáscar, la presencia de esta gloriosa nave en Valparaíso, ya capturada, y la histórica reunión de los pobladores de Concepción en Junín después de la masacre a una columna invasora.

Sobre estos y otros retratos de Patricio Greve, fotógrafo chileno que estuvo del otro bando, Babilonia prefiere hacer conclusiones sobre el legado de sus antecesores colegas peruanos como Luis Castillo, un fotógrafo que apoya con creces la defensa de nuestro país. “Castillo no sólo retrata los duros momentos sino que se enrola en la reserva y desde allí contribuye con sus conocimientos de sepia fotocopiando los mapas de las zonas estratégicas del país en momentos que Chile ya iniciaba la ocupación”, resalta.

Narra cómo los fotógrafos de aquella data, como los corresponsales de guerra en la actualidad, acompañaban a los ejércitos. La diferencia, por razones tecnológicas, es que las tomas gráficas se hacían en función de la luz solar y la larga exposición de los personajes y protagonistas de aquel episodio. No había fotos fugaces y en pleno movimiento. Por ello las imágenes fueron tomadas antes o después de la batalla o combate.

Babilonia ha “capturado” más de 120 imágenes para plasmarlas en su libro, una importante contribución para preservar la memoria histórica de nuestro país.

Renzo Babilonia Fernández Baca es conciente de que la publicación de su libro La guerra de nuestra memoria, crónica Ilustrada de la Guerra del Pacífico (1879-1884), aparece en plena coyuntura del diferendo marítimo con Chile y las constantes rencillas políticas y diplomáticas con el país vecino del sur. Pero, ¿cuándo no hubo una coyuntura difícil con Chile?, pregunta con razón.

“No es un libro antichileno, ni nada por el estilo. Mi postura es sólo peruana y profesional, afirma.

Fernández Baca sostiene que se trata de un proyecto de tesis que empezó hace cinco años, cuya investigación se da desde la perspectiva de los medios de comunicación. “Ojo no soy un historiador”, aclara.

Admite lo difícil que es realizar una obra. “Tocar puertas a varias editoriales, tener compromisos iniciales que al final se pierden, puede ser hasta frustrante”, admite.

¿Qué lo empujó a realizar esta iniciativa? El autor de este libro, que cuenta con el respaldo y sello del Fondo Editorial de la Universidad Cayetano Heredia, refiere que haber tenido al general EP Marco Fernández Baca como abuelo y su pasión por la fotografía, fueron sus grandes referentes en su carrera.

“El valor de mi trabajo tiene como esencia la historia”, sostiene. Renzo Babilonia dice estar seguro también que no será su primer y único libro. Este joven docente ya está esbozando una segunda entrega.

26.1.09

Los hijos de Poe

Fernando Savater
Babelia, El País, Madrid, 24/01/2009


De pocos autores puede decirse que hayan dado origen a un nuevo género literario, pero a Edgar Allan Poe se le atribuye a justo título la paternidad de dos: el cuento fantástico moderno y la narración detectivesca. Dejemos en esta ocasión a un lado a Dupin y su progenie de sabuesos. Poe introduce en literatura el virus hasta hoy felizmente incurable de una nueva forma de lo macabro y lo espeluznante, elementos ancestrales de los relatos desde que los primeros humanos se sentaron a escucharlos en torno al fuego recién inventado, mientras en la negrura circundante acechaban los tigres de dientes de sable y barritaban los mamuts. Sin duda el autor norteamericano toma algunos ingredientes para su pócima -la comicidad grotesca, los personajes caricaturescos y las visiones opiáceas- del inevitable E. T. A. Hoffmann, pero su receta es absolutamente personal. Para empezar, descarta las concesiones a la superstición, a la leyenda milagrosa y a los demonios de sacristía. Su pánico no viene de fuera sino que nace en el interior descreído del hombre moderno. Como bien aclara en el prefacio de sus Cuentos de lo grotesco y arabesco con orgullo de precursor: "Si el terror ha sido el tema de buena parte de mis obras, este terror no proviene de Alemania sino de mi alma".

En sus narraciones lo sobrenatural siempre es la prolongación de lo natural por otros medios: lo que desafía a las leyes de la naturaleza es la subjetividad que las interpreta y quisiera transgredirlas hasta sacudirse su yugo fatal. En la mayor parte de los casos los cuentos están narrados en primera persona para que el lector tenga menos escapatoria cuando llegue lo irremediable. Sus protagonistas llevan dentro de sí una grieta precursora del inminente desastre, como la fachada de la casa Usher. Por esa grieta penetran -o salen- los espectros encarnados del pavor. Pero no hay en dichos relatos concesiones a la vaguedad ni la incoherencia de corte romántico: son artefactos lógicos, de precisión clínica, en los que cada acontecimiento y cada detalle ambiental se encaminan a producir un efecto único y traumático. Por eso resultan inolvidables y hasta quienes menos aprecian sus recursos truculentos no pueden ya librarse nunca de lo que les sucedió al encontrarse por vez primera con el corazón delator o cuando conocieron al señor Valdemar.

Es difícil comprimir en pocas líneas la nómina de seguidores que tiene Poe, tanto entre los escritores como primordialmente entre los lectores, aunque naturalmente sólo puedo referirme con nombres y apellidos a aquellos. Los primeros estuvieron, por supuesto, en su propio país, como su contemporáneo de origen irlandés Fitz James O'Brien (su impresionante cuento ¿Qué era aquello? prefigura El Horla de Maupassant y las pesadillas de Lovecraft, ambos también discípulos del bostoniano) o Ambrose Bierce, el mejor de todos por su humor macabro y el trato familiar con fantasmas, que sólo igualará M. R. James. Después Baudelaire lo importa a Europa y así impregna a los mejores de cada país: Villiers de l'Isle-Adam, Gustavo Adolfo Bécquer (algunas de sus Leyendas cuentan entre lo más exquisito del género), Sheridan Le Fanu o el mismísimo Charles Dickens. Quizá el mejor heredero de Poe sea R. L. Stevenson, no sólo en la obra maestra Jeckyll y Hyde sino también en Olalla o Markheim. Después, Arthur Machen, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde y la lista inacabable de los contemporáneos: Borges, que sigue la línea lógica y cosmológica menos frecuentada, Robert E. Howard (Palomos del infierno, La sombra de la bestia), Ray Bradbury, Julio Cortázar, Richard Matheson (¡aquella negra maravilla de tres páginas con que se dio a conocer, Nacido de hombre y mujer!), Robert Bloch, Jean Ray, Stephen King o buenos autores españoles como José María Latorre o Pilar Pedraza... Porque ¿quién de los que ayer o incluso hoy mismo de verdad cuentan no sigue la traza de Poe, es decir, su poe-ética?

Lamentamos que su vida fuese breve, como si supiésemos cuánto debe durar la vida de cada cual para realizarse plenamente. Y le compadecemos porque fue desdichado, atendiendo superficialmente a su neurosis, a su pobreza, a la pérdida temprana de su amada Virginia, a su alcoholismo... Demasiada presunción por parte de nosotros, los felices. ¿Desdichado? Nada sabemos del gozo sombrío de inaugurar esa alameda rigurosa y siniestra por la cual aún transitamos, con la jauría infernal en los talones. Quizá él nos espera, sonriente y verdoso, al otro lado.

16.1.09

Gregorio Martínez recibe consagración honorífica

Por Roland Forgues

Al pie de los pirineos franceses, no muy lejos de la ciudad de Tarbes, en el triángulo formado por las ciudades de Lannemezan, Bagnères de Bigorre y la milagrosa ciudad de Lourdes, en el centro del Departamento de los Altos Pirineos, se extiende la bella y acogedora región montañosa y verde llamada Les Baronnies que con motivo de los eventos internacionales organizados por ANDINICA, o simplemente con motivo de algún viaje a Francia, muchos intelectuales peruanos y latinoamericanos, escritores, poetas, artistas, profesores universitarios o gentes de medios más modestos han podido descubrir y apreciar.

Entre ellos el narrador peruano Gregorio Martínez que en 1982 pasó varios días en la abadía de Couyou de Bourg de Bigorre. Lugar que siempre ha recordado con humor y afecto en sus crónicas y libros publicados en el Perú, especialmente en una sabrosa crónica titulada “Palabra del lobo de Oc” (Perú 21, Lima, mayo 2005) y en su Libro de los espejos que dedica al peruanista Roland Forgues, arcipreste del Hameau de Couyou, “mi yunta en innumerables recorridos por aire, tierra y fuego”.

Por ello y en reconocimiento del aprecio y apego que el escritor peruano ha mostrado siempre a estas tierras montañosas y ariscas cuyos habitantes que hablan la lengua de Oc se parecen tanto a aquellos que hablan el ladino en las tierras arenosas y secas de Coyungo, Gregorio Martínez fue declarado el 25 de noviembre pasado “Ciudadano de Honor des Baronnies y de Bourg de Bigorre”.

La resolución firmada por Henri Forgues, presidente de la Comunidad de los Pueblos des Baronnies por Louis Tapie, alcalde de Bourg de Bigorre, y los alcaldes de los 17 pueblos que conforman del Consejo de la Comunidad dice que “Por haber dado a conocer en el Perú y en el mundo tanto por sus artículos periodísticos publicados en la prensa peruana como por su abundante obra literaria traducida a varias lenguas, entre otras el francés, nuestra bella y acogedora región des Baronnies el pie de los Pirineos (Departamentos de los Altos Pirineos, Francia), en particular el villorio de Bourg de Bigorre y su Hameau de Couyou”, decide otorgar al Señor Gregorio Martínez Navarro, nacido en Coyungo (Perú) y hoy día residente en Arlington (Estados Unidos) el título honorífico de “Citoyen d’Honneur des Baronnies et de Bourg de Bigorre”, agradeciendole el interés que muestra por nuestra región y la oportunidad que nos ofrece de darla a conocer en el mundo.

La resolución precisa que el diploma y la medalla correspondientes le serán remitidos en una de sus próximas visitas a nuestra tierra des Baronnies.

Estamos esperando, pues, la próxima visita de Gregorio Martínez y no dudo de que en esta nueva oportunidad del reencuentro en Couyou nos lea como discurso de recepción uno de esos maravillosos y truculentos textos eróticos y humorísticos del que sólo él tiene el secreto como ese “Ábrete” que encabeza La gloria del piturrín y otros embrujos de amor (1985).

13.1.09

Escribir en colaboración

Por Silvina Friera
Página/12, Buenos Aires, 8/01/09

El extraño tabú que atraviesa la historia de la literatura, la escritura a cuatro manos, se ha naturalizado tanto que de pronto, gracias al formidable ensayo Escribir en colaboración (Beatriz Viterbo), de Michel Lafon y Benoît Peeters –traducido por César Aira–, el lector repara en cuánto se ignora o desdeña a los dúos literarios. Persiste la idea de que una obra digna de estudio debe emanar de una sola persona. El autor único sigue siendo el dogma; el acto de creación sólo se declina en singular. “La ideología del ‘yo’ impera hasta en las esferas más inesperadas –observan en el prólogo del libro Lafon y Peeters–. Pensador del intelectual colectivo, Pierre Bourdieu se ocupa, una vez llegado a la celebridad, de borrar de la lista de sus obras los nombres de sus coautores.” Algunos críticos escamotean al dúo, como si la colaboración no fuera más que una máscara. Un ejemplo reciente: ¿Qué es la filosofía?, de la dupla conformada por Deleuze y Guattari, en las páginas literarias de un diario francés, se convierte en la obra que Deleuze “nos debía desde hace tanto tiempo”.

“El fenómeno de la escritura a varias manos sigue fundamentalmente incomprendido –plantean Lafon y Peeters, que han investigado el meollo de la cuestión durante quince años–. Todo sucede como si no hubiera nada que decir de la escritura en colaboración. Como si, simplemente, no existiera.” Siguiendo la pista de manuscritos, ediciones sucesivas, correspondencias, entrevistas, fotografías y testimonios, los autores ponen el acento en las prácticas y los métodos de trabajo de los dúos de escritores para esclarecer la alquimia por la que dos “yo” devienen en un “nosotros” muy distinto. Al revisar esa galaxia de documentos, sobre la marcha, descubrieron que las obras escritas en colaboración hablan con frecuencia de dúos y de dobles, de paternidad y filiación, de amistad y de traición, de propiedad y robo. Un breve repaso por los hallazgos de tamaña investigación. Las más famosas novelas de Alexandre Dumas primero fueron escritas por Auguste Maquet. El marxismo es una “invención” de Friedrich Engels. Durante su viaje por Bretaña con Maxime du Camp, Flaubert “encontró” a Madame Bovary. El capitán Nemo es un homenaje a Jules Hertzel, el editor sin el cual los Viajes extraordinarios, de Jules Verne, nunca hubiera existido. A André Breton, padre del movimiento surrealista, le gustaba distinguir, línea por línea, en Los campos magnéticos, las frases de Philippe Soupault, el coautor del libro, y las suyas. Honorio Bustos Domecq, el “tercer hombre” surgido de la amistad de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, disimula en su grandilocuencia una verdadera poética de la escritura a dúo. El matrimonio compuesto por Julio Cortázar y Carol Dunlop fijó las reglas de un juego, que conjugó viaje y escritura, en Los autonautas de la cosmopista.

El hombre de genio no roba, conquista

Intimidado y deslumbrado por Dumas padre, Maquet se conformó con aportar su trabajo al más famoso autor de su tiempo. De esta asociación saldrían 17 novelas, en cuya lista hay varias obras maestras: Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, La reina Margot y La guerra de las mujeres, entre otras. Gracias a Gustave Simon, autor de Historia de una colaboración, Alexandre Dumas y Auguste Maquet, primer ensayo consagrado por entero a un dúo de escritores, se conoce el funcionamiento de la pareja. “En general, era Maquet quien tomaba la iniciativa; tenía la ciencia de construir los esquemas argumentales. Dumas le enviaba observaciones o le sugería alguna idea o algún desarrollo que se le ocurría, o bien intercalaba él mismo algún episodio, advirtiéndoselo a su colaborador.” Los “robos” de Dumas a escritores vivos o muertos, franceses o extranjeros, nunca turbaron su conciencia. Siempre profesó una teoría del derecho al plagio. “Son los hombres los que inventan, no el hombre. Cada cual toma cosas conocidas por sus padres, las pone en acción por medio de combinaciones nuevas y después muere tras haber agregado algunas parcelas a la suma de conocimientos. En cuanto a la creación completa de una cosa, la creo imposible –decía el escritor–. Dios mismo, cuando creó al hombre, no pudo o no se atrevió a inventarlo: lo hizo a su imagen.” A partir de la publicación en paralelo de los textos de Maquet y el de Dumas de una famosa escena de Los Tres Mosqueteros, la de la muerte de Milady, Simon extrae la siguiente conclusión: “No le quitemos a Dumas lo que le corresponde. Modificó el orden de algunos capítulos, agregó algunos desarrollos, pero fue Maquet quien concibió y llevó adelante la novela”. Lafon y Peeters plantean sus objeciones citando al propio Simon. “Los dos hombres se identificaban de modo tan completo que se confundían la manera y el estilo.” Ninguno de los diferentes convenios firmados por Dumas y Maquet fue verdaderamente respetado. Dumas firmaba solo y cobraba solo. Gastaba por anticipado las sumas cobradas y destinaba a menudo a otros colaboradores más impacientes las cantidades debidas a Maquet.

“Marx y Engels” es la marca de un producto. Los dos nombres se asociaron pero sin que se sepa exactamente de qué índole fue la colaboración. Engels es víctima de una relativa ocultación. Por origen social y trayectoria intelectual, eran dos hombres muy diferentes: Marx fue un producto de la universidad alemana; Friedrich Engels, que no pudo hacer estudios superiores, enfrentó muy temprano las realidades de la condición obrera. Se encontraron por primera vez en París, en agosto de 1844. La primera colaboración, La sagrada familia, fue un violento ataque a las tesis de los hermanos Bauer. Inicialmente concebido como un breve panfleto –Engels había redactado unas páginas y Marx debía completarlas–, el entusiasmo de Marx por el tema lo lanzó a la redacción de un libro entero de veinte capítulos. “No es justo que dejes mi nombre en la tapa –le escribió Engels a Marx–, porque yo apenas si escribí un capítulo y medio.” En septiembre de 1845, ambos se pusieron a redactar La ideología alemana, una larga investigación, que sólo se publicaría póstumamente, elaborada de modo conjunto, en una larga serie de conversaciones.

Aunque el Manifiesto del Partido Comunista es la más célebre de las obras firmadas por ambos, su escritura fue mucho menos conjunta comparada con La ideología alemana. Engels había redactado un primer esbozo, bajo la forma de “catecismo”, con preguntas y respuestas. “Creo que es preferible abandonar la forma de catecismo y titular al folleto Manifiesto comunista –le explicaba Marx en una carta de noviembre de 1847–. Como debemos hablar más o menos de historia, la forma actual no conviene. Llevo el esbozo que hice aquí, quiere ser muy narrativo, pero está muy mal redactado porque lo hice terriblemente rápido.” El texto definitivo fue escrito por Marx sólo durante los últimos días de enero de 1848. La contribución de Engels a la obra común resultará más decisiva después de la muerte de Marx (el 14 de marzo de 1883), que dejó una masa considerable de borradores y de notas que Engels era el único, junto con las dos hijas de Marx, en poder descifrar. Durante los doce años que sobrevivió a su amigo, Engels fue a la vez su incansable defensor, su principal comentador y el editor minucioso de los libros II y III de El capital. “El marxismo no vino al mundo como un producto auténtico del pensamiento de Marx, sino como fruto legítimo del espíritu de Friedrich Engels”, escribió Maximilien Rubel, editor de las obras de Marx en la colección Pléiade. El marxismo, en tanto doctrina, sería una suerte de engelsismo. “Marx mismo había desaconsejado referirse a su nombre en el programa de un nuevo partido inglés. Según él –confesaba Engels–, convenía evitar en un programa político todo lo que dejara ver ‘una dependencia directa de un autor o un libro’.”

Flaubert emprendió un viaje por la Bretaña junto a su inseparable amigo, Maxime du Camp, entre mayo y agosto de 1847. Los incipientes Bouvard y Pécuchet decidieron escribir a dúo el diario de su expedición, Par les champs et par les grèves. Optaron por una distribución en doce capítulos, que respetarían hasta el final del trabajo: Flaubert eligió los impares (del I al XI), Du Camp, los pares (del II al XII). El espacio de la obra coincidía con el espacio y el tiempo del viaje, en un estricto paralelismo entre relato e itinerario. Pero del plan al hecho, hubo mucho trecho. En el camino, no llegaron a redactar más que los dos primeros capítulos, que Flaubert juzgó “débiles”. Seis semanas después del viaje, los dos coautores se reunieron en Croisset, donde siguieron escribiendo en conjunto, pero Flaubert terminaría su primer borrador en enero de 1848, mientras que Du Camp recién puso el punto final en mayo de ese año. ¿Cómo están ligadas sus respectivas contribuciones? En vida de los autores sólo se publicaron algunos fragmentos. Ninguno se tomó el trabajo de editar la obra. En 1973, en las Obras Completas de Flaubert, se publicó la edición integral del texto.

Los campos magnéticos, de André Breton y Philippe Soupault, publicado en 1920 en una tirada de 300 ejemplares, es uno de los textos poéticos más influyentes del siglo XX. La escritura automática fue una experiencia que practicó en un principio Breton solo. Soupault, que nunca llegó a tomarse nada en serio, en especial la literatura, se sumó después. La escritura se prolongó apenas unas pocas semanas, pero fue de una extrema intensidad. Algunos días, trabajaban durante ocho o diez horas seguidas. Sentados uno frente a otro en un café, llenaban decenas de páginas. Al comienzo del libro, aparece un “nosotros” extraño y frágil, imagen perfecta de los poetas exaltados: “Esta noche somos dos frente a este río que desborda nuestra desesperación. No podemos siquiera pensar. Las palabras escapan de nuestras bocas torcidas, y cuando nos reímos los que pasan se vuelven, asustados, y vuelven a sus casas precipitadamente”. Aragon, que insistía en el lazo indisoluble entre la escritura en colaboración y el riesgo representado “por ese libro sin precedente”, señaló que “el hombre cortado en dos” es ante todo un ser bicéfalo. “La mirada doble es lo que les permitió avanzar por un camino donde nadie los había precedido, en las tinieblas donde los dos hablaban en voz alta.” A pesar de que Soupault participó sin reservas en la experiencia, jugando plenamente su papel durante las semanas de escritura intensiva, no parece haberse interesado en la puesta en obra del resultado. La organización del volumen correspondió enteramente a Breton. Para Soupault, arquetipo del colaborador débil, se había tratado de un simple momento.

Borges y Bioy Casares establecieron un sorprendente dispositivo creador: oralidad libre y triunfante, propuestas alternadas, exigencia mutua, permanente derecho de veto, un abandono simultáneo de todo ego, prioridad dada al juego y al placer, risa irreprimible, sacando de quicio a todos los que los rodeaban (Bioy evocaba a menudo la exasperación de su mujer y de sus amigos, que los “veían como dos idiotas”), del mismo modo que sacaron de quicio la literatura. El resultado se tradujo en Seis problemas para don Isidro Parodi (1942, bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq), Dos fantasías memorables (1946, también firmado por Bustos Domecq), Un modelo para la muerte (1964, bajo el seudónimo de B. Suárez Lynch), Los orilleros y El paraíso de los creyentes (1955, dos guiones cinematográficos), Crónicas de Bustos Domecq (1967, firmado por los nombres de los dos autores) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977). El seudónimo dual (formado con el apellido de un bisabuelo de Borges y el de un bisabuelo de Bioy), según analizan Lafon y Peeters, no es la única fantasía propuesta por Seis problemas..., libro que comienza con una “silueta” biobibliográfica del autor imaginario, escrita por una maestra de provincia, y con las “palabras liminares” de un académico grotesco y grandilocuente, Gervasio Montenegro. “La ironía de los dos autores tiene por blanco privilegiado la sociedad y la literatura. La sátira social toca todas las clases, desde las más bajas hasta las más altas”, anotan los escritores franceses.

“Yo había inventado algo que nos parecía un buen argumento para un cuento policial. Una mañana lluviosa, Bioy me dijo que debíamos hacer una prueba. Yo acepté de mala gana y, un poco más tarde, esa misma mañana, la cosa ocurrió. Apareció un tercer hombre, Honorio Bustos Domecq, que se adueñó de la situación. Era el tercer hombre que a la larga terminó dirigiéndonos con mano de hierro. Primero divertidos y luego consternados, vimos cómo –con sus propios caprichos, sus propios juegos de palabras y hasta su propia y rebuscada manera de escribir– se diferenciaba totalmente de nosotros”, recordaba Borges. La inclusión del autor ficticio en el título Crónicas de Bustos Domecq y su intervención como personaje principal coinciden con la desaparición de la apocrifia. Borges y Bioy asumen la paternidad ya en la tapa del libro, donde figuran sus nombres reales. Para ciertos críticos, los rasgos “típicamente borgeanos” que abundan en la primera crónica transforman a ese libro en una creación esencialmente de Borges en la que Bioy no tendría más que un papel secundario. “Esta actitud constituye el mayor contrasentido que se pueda cometer frente a una obra producida en colaboración”, subrayan Lafon y Peeters. Suponer que cada colaborador aporta al texto común su propia temática, sus propios clichés, procede de una visión bastante primaria, en todo caso muy positivista de la escritura en colaboración, aunque más no sea porque anula todas las posibles figuras de intercambio o el homenaje.”

Bioy escribió junto a Silvina Ocampo Los que aman, odian (1946), novela policial de factura clásica; Borges, además de Literaturas germánicas medievales (1966) con María Esther Vásquez, escribió el cuento La hermana de Eloísa junto a Luisa Mercedes Levinson. “Para el club de escritores hedonistas reunidos alrededor de Silvina, Adolfo y Georgie, la colaboración es como la consecuencia visible y previsible de vidas consagradas a las aventuras de la literatura”, sugieren Lafon y Peeters, quienes recuerdan que Silvina y Juan Rodolfo Wilcock publicaron en 1956 una tragedia romana en verso, Los traidores. Esta escritura atípica entre Borges y Bioy, clandestina y rebajada durante mucho tiempo, cuando no ignorada, esta “literatura menor”, en el sentido de Deleuze y Guattari, aparece al fin como uno de los lugares más subversivos y más productivos del espacio literario argentino.