1.10.08

Los minutos contados

Por Raúl Rivero
El Mundo, Madrid, 20/9/08


En Lima, una ciudad donde sólo la poesía es más constante que la garúa, se lee por estos días un nuevo libro del poeta Juan Cristóbal. Los versos de este limeño de 67 años vuelven a los lectores con la misma carga de decepción y tormento que ha marcado toda su obra, pero aliviados por su título tramposo: Para olvidar la muerte.

El libro ha llegado como para reafirmar el espacio que abarca en la literatura peruana contemporánea un hombre que tiene publicados 20 poemarios, varios textos sobre periodismo y una solitaria colección de cuentos que se llama Agüita é coco.

Juan Cristóbal camina por el Perú y el mundo con el nombre de José Pardo del Arco y es profesor universitario y periodista. En 1963 apareció, ilusionado y joven, con un cuaderno de versos titulado Cantual. Y, al finalizar la década de los setenta, se había establecido en aquellas plazas espinosas con otros tres libros memorables: Difícil olvidar, El Osario de los inocentes y Estación de los desamparados.

El caso es que Para olvidar la muerte, esta nueva selección de poemas de Juan Cristóbal, se recibe en algunos ámbitos literarios peruanos con serenidad, reflexiones y halagos. Con una satisfacción a duras penas contenida.

Desde el Instituto Latinoamericano de Escritores de Nueva York, el poeta Isaac Goldemberg me hace llegar unas notas donde se dice que el libro muestra la lucidez y dominio de un poeta mayor.

Juan Cristóbal asume con desencanto y ternura la verdad universal de que todos los días nos morimos un poco. «Morir, para el poeta, es tener a diario una dolorosa existencia y desgraciadamente tener una conciencia lúcida para entender que la vida es una forma de caminar hacia la muerte... La realidad total es de por sí alucinante, de modo que lo que hace es traducir ese mundo tan rico en fulgurantes metáforas, fruto de su madurez y constante ejercicio literario», explica la reseña de Goldemberg.

La poesía de Juan Cristóbal ha tenido siempre un parentesco reconocido con el surrealismo. Eso le ha dejado en la superficie del verso una mano de pintura familiar, unos tonos buenos para identificarla con esa corriente y facilitar el trabajo de los hacedores de manuales. Muchos críticos, los que no creen en la opinión certera a primera vista, se han detenido con inteligencia en los contenidos. Han visto en el intercambio de sus sueños y en su empeño por dar testimonio de la vida -por contar lo vivido- los signos más fuertes y definitorios de su obra.

Dejo aquí unos versos del libro que, entre otras argucias, trata de olvidar la muerte con este repaso de la vida: «Este es el principio final de mi destino/ la declaración permanente e invariable de mi vida/ la transparente oscuridad agonizante de mis versos/ la debilidad atroz de mis deseos y anhelos cotidianos/ convertidos en una fórmula de amor y en una ganzúa sin remedio».

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