Silenciosa y sobriamente, la familia de Javier Heraud ha trasladado sus restos de Madre de Dios, exactamente de Puerto Maldonado, (y dicen que Dios es peruano) a un cementerio de Lima.
¡Después de 45 años! Cuando su madre recupere su salud podrá visitar a –no lo neguemos-, el hijo más engreído, de profesión POETA.
Han sido para ella –y los hermanos y el padre- años dolorosos, con el hijo muy distante, “entre pájaros y árboles”, pero doña Victoria quedo, destrozada para siempre.
Como todas las veces, las palabras en el cementerio de Lima las pronunció Cecilia. Es y estoy seguro de que fueron bellas y dolidas.
El 15 de mayo César Hildebrandt tituló su nota “Javier Heraud desenterrado”.
Un artículo estremecido como casi todo lo que ha escrito Hildebrandt, además.
Yo respeto la decisión de la familia de enterrar a Javier en estricto privado: la Agencia Andina nos ha enterado. Sólo hubo una excepción: el artículo de Hildebrandt.
Días después, César le “prestó” su columna diaria a Cecilia, su dolor y su rabia.
El artículo de Cecilia está en concordancia con lo que siempre escribe la autora de este libro indispensable titulado: VIDA Y MUERTE DE JAVIER HERAUD. (Recuerdos, testimonios y documentos), la querida hermana de Javier, la voz de todos los que acompañamos a Javier antes y después de Cuba.
Como era de esperar, en la ceremonia de Lima hubo lectura de poemas de Javier; ello se repite en la columna de César Hildebrandt.
Hay una frase, sin embargo, que me llena de estupor: “Javier, en realidad, iba de paso. No fue a quedarse allí ni a hacer ninguna acción”.
Pero en seguida agrega: “Según versiones que recogí, el pueblo fue azuzado por curas y autoridades, los gamonales de siempre que tienen miedo a perder lo que tienen. Y lo mataron: a él, que sólo quería luchar por los pobres de su tierra.” Así de claro.
Recordemos la carta que don Jorge Heraud dirigió, indignado; al director de La Prensa, Pedro Beltrán Espantoso:
“Cuando inerme, en una canoa de tronco de Árbol, desnudo y sin armas en medio del río Madre de Dios, a la deriva, sin remos, mi hijo pudo ser detenido sin necesidad de disparar, más aún, por cuanto, su compañero, había enarbolado un trapo blanco. No obstante eso, la policía y los civiles a quienes se azuzó, les disparaban sobre seguro, desde lo alto del río durante hora y media, incluso con balas de cacería de fieras”. Fuente: Poesía completa y homenaje. Arturo Corcuera y Tómas Escajadillo. Lima: La Rama Florida / INDUSTRIAL gráfica, 1964, 245 pp.
Con Corcuera he visitado tres veces la tumba del eternamente-joven poeta: luego, en una delegación que reunió a escritores de tres “generaciones”, acompañó (acompañamos) a Cecilia a la tumba del querido y talentoso poeta. Éramos alrededor de treinta personas. Hablaron Cecilia y Alaín Elías.
No sólo Cecilia recuerda a Javier. Lo recordamos sus amigos (en su mayoría poetas). Pienso que a la ceremonia mortuoria debió invitarse a Arturo Corcuera, su mejor amigo (lo dice el propio Javier en carta que Arturo guarda, y que tanto Cecilia como yo hemos leído). “Perdone la franqueza”, diría Vallejo.
Giovanna Pollarolo repite, en su columna de Perú 21, la frase que ha “llenado de estupor”, aunque es seguida por la denuncia por la carnicería que terminó con la vida del hermano de Cecilia.
Quién haya leído en el libro de Cecilia (Lima: Mosca Azul Editores / Francisco Campodónico, Editor, 1989, 239 pp.) ve que esa frase colisiona con cientos de páginas acerca de Javier-el-guerrillero.
Somos muchos los que acompañamos a la familia Heraud en su dolor. Javier Heraud fue precisamente un poeta de obra versátil, muy leída:
1964 o 1973, (“Edición Corcuera-Escajadillo”, que se publicó al año exacto de su muerte: JH: Poesías completas. Edición preparada y revisada por Hildebrando Pérez, carátula de Claude Dieterich. Lima: CAMPODÓNICO ediciones, 1973, 386 pp.
4ª. Edición: CAMPODÓNICO ediciones. Sin el “páginas de la Crítica de H.P.” Carátula de C.O.
5ª. Ed: (JH). Poesía completa y cartas. (También hay tres estudios críticos). Lima: Biblioteca peruana / (Peisa. (f.- (1974). No se menciona a .H.P.) 1989. Poesía, completa de… Prólogo (5pp.) de Javier Sologuren; quien afirma que basa su edición en las de 1964 y 1973. Lima: Peisa, 1989. Carátula de Carlos A. González, 1989. (En reedición) AHORA necesitados una EDICIÓN CRÍTICA. Yo, tengo “inéditos” que fueron “rechazados” por el “tío asesor”: Javier Sologuren, Washington Delgado y Abelardo Oquendo.
En suma: Javier Heraud como poeta.
Tengo que decirlo: en la “columna” que Hildebrandt “mutó” a Cecilia, en desacuerdo con el resto de sus palabras, contiene la frase “Javier, en realidad iba (estaba) de paso. No fue a quedarse allí ni a hacer ninguna acción.”
Siento desmentirte, Cecilia, pero Javier, aunque perdido, como sus compañeros, formaba parte de una célula del ELN. O sea, JAVIER no sólo es de su familia, es guerrillero también de la poesía y del pueblo.
Don Jorge Heraud, su dignísimo padre, terminó por entender esta verdad. Muchas veces me pasaba la voz, cuando estaba con sus amigos en el “Manolo” (creo que iba todos los días). Don Jorge tenía siempre frase de cariño, mensajes para Arturo. Hoy diría: “mi hijo lleva 45 años de muerto, pero su poesía está viva”.
Sus familiares (¡qué extrañas tus palabras, Cecilia!) lo “enterraron” (en un cementerio “decente”), pero su poesía llegará, por lo menos, al siglo XXII.
De eso y de otras cosas hablábamos con don Jorge, el padre del guerrillero y el gran poeta.
La familia, repito debió convocar al menos a Arturo Corcuera, su mejor amigo y el “capitán” de la “generación” (década) del 60, a bordo del famoso “Platero” (un viejo Ford descapotable, rojo y sin placas).
Arturo y yo habíamos formado “La Casa de la Poesía”, en la poética Bajada de Baños de Barranco, (porque había recitales, presentación de libros, y etcéteras culturales (además de actividades de índole distintos). Todos los de la “generación del ’50 concurrían. Alguna vez Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Gonzalo Rojas, y tantos más.
Javier me escribió a mí (y también a Arturo), que de regreso de Cuba, quería ser el tercero de la “Casa de la Poesía”.
“Codirector de La Casa”. El destino no lo quiso, pero la poesía de Javier nunca morirá.
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