Por José Andrés Rojo
El País, Madrid, 31/05/08
El País, Madrid, 31/05/08
A Haroldo Conti, que era un escritor argentino de los grandes, le advirtieron en octubre de 1975 que las fuerzas armadas lo tenían en una lista de agentes subversivos, cuenta Gabriel García Márquez en el prólogo de los Cuentos completos (Bartleby) que de ese autor latinoamericano casi desconocido acaban de publicarse en España. Así que empezó a pasar una época angustiosa, aunque continuó viviendo en su casa de Villa Crespo hasta que un comando de seis hombres la asaltó a medianoche, nueve meses después de la primera advertencia, y se lo llevaron vendado y amarrado de pies y manos, y lo hicieron desaparecer para siempre.
La suerte de Antonio di Benedetto fue un poco mejor. Los militares no lo liquidaron, simplemente lo metieron en la cárcel entre marzo de 1976 y septiembre de 1977 y lo torturaron: fue golpeado y sometido a cuatro simulacros de fusilamiento. En la celda no le dejaban dedicarse a escribir, pero se las ingenió para convertir las cartas a una amiga en nuevas narraciones. Anoche tuve un sueño muy lindo: voy a contártelo.... Así empezaban todas, y detrás, en una letra microscópica que había que leer con lupa, iba volcando sus cuentos, ésos que se reunieron en Absurdos y que la editorial Adriana Hidalgo rescató hace poco.
Di Benedetto nació en Mendoza en 1922 y su novela más conocida es Zama (1956). Conti (Chacabuco, Buenos Aires, 1925) obtuvo importantes premios con dos de las suyas, el Barral con En vida (1976) y el Casa de las Américas con Mascaró (1975). Sólo tendrían ahora unos años más que Carlos Fuentes (México, 1928), por ejemplo, pero sus obras siguen en buena medida en la sombra. Y es que es difícil saber las razones, más allá de los valores estrictamente literarios, por las que determinados autores llegan a conectar con el público, y otros no. Quién sabe el peso que tuvieron las dictaduras del Cono Sur para interrumpir la proyección hacia otros lugares de los literatos que publicaban entonces, y condenarlos al ostracismo.
Hubo otro fenómeno que dificultó el triunfo de los escritores latinoamericanos en España en los años setenta y ochenta, y fueron... los propios escritores españoles, que vivieron tiempos de bonanza y apoyo. Seguramente eso le afectó a Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, 1937- París, 2005), que ganó el Nadal con La ocasión en 1987, pero que sólo ha salido de una lejana oscuridad en los recientes años. Aunque ya no esté, debería ser uno de los protagonistas de esta feria. Al fin y al cabo, su última novela, La grande (RBA), ha aparecido hace poco.
Uno de los autores con los que Saer estableció grandes complicidades es Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1941), que por fin parece romper en España el círculo de los elegidos y llegar a un grupo más amplio de lectores. Prueba del reconocimiento a su deslumbrante obra es El lugar de Piglia, una colección de textos (ensayos, críticas y entrevistas) para acercarse al autor argentino que el crítico Jorge Carión ha reunido para la editorial Candaya. Lo mismo han hecho para el mismo sello Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau en Bolaño salvaje: reunir un puñado de aproximaciones al escritor chileno. Curiosa historia: la grandeza de Bolaño (Santiago de Chile, 1953) se hizo explícita cuando ya no estaba (murió en 2003). Fue entonces cuando se convirtió en el maestro más citado de las nuevas (y no tan nuevas) generaciones.
En Derivas de la pesada, un texto de El secreto del mal (Anagrama), Bolaño comenta los tres puntos de referencia de la literatura argentina actual, y finamente disecciona con desparpajo e ironía las obras de Osvaldo Soriano, Roberto Arlt y Osvaldo Lamborghini. Latinoamérica es demasiado grande, y demasiado rica su literatura, para no encontrar a cada rato nuevas sorpresas, nuevas revelaciones, maestros secretos.
Bolaño fue uno de los autores que empezó a publicar cuando España se movía de espaldas a sus viejas colonias. Eso les complicó la proyección a algunos de los narradores más innovadores y atípicos. Por eso esta feria viene bien para saldar cuentas pendientes.
Y leer las disparatadas historias, que tanto le deben al cómic, que César Aira (Coronel Pringles, 1949) cuenta en Las aventuras de Barbaverde (Mondadori); las alucinadas peripecias amorosas que Rodolfo Fogwill (Buenos Aires, 1941) vuelca en Help a él (Periférica); las oscuridades de Mario Bellatín (Ciudad de México, 1960) en El Gran Vidrio (Anagrama); el virtuosismo camaleónico de Mario Levrero (Montevideo, 1940) en El discurso vacío o El laberinto interior (ambas en Caballo de Troya); la amplia variedad de voces que Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) asume con su destreza habitual en los cuentos de Los culpables (Anagrama)...
También está el regreso de Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1959), que ya lleva 21 libros y trae cuentos: Tres por cinco (Páginas de Espuma) y Generosos inconvenientes (Menoscuarto). Mi compromiso es con el lenguaje, la verdad y la realidad, cuenta. Escribo con conciencia de género. Me siento muy cerca de Cortázar cuando busca decir lo que es imposible de ser dicho. Me gustan las máscaras, las ceremonias, los mundos ajenos. Soy nómada. Me tira el humor y creo que hay que mirar el lado oscuro. Pues eso, bienvenida. Bienvenidos.
La suerte de Antonio di Benedetto fue un poco mejor. Los militares no lo liquidaron, simplemente lo metieron en la cárcel entre marzo de 1976 y septiembre de 1977 y lo torturaron: fue golpeado y sometido a cuatro simulacros de fusilamiento. En la celda no le dejaban dedicarse a escribir, pero se las ingenió para convertir las cartas a una amiga en nuevas narraciones. Anoche tuve un sueño muy lindo: voy a contártelo.... Así empezaban todas, y detrás, en una letra microscópica que había que leer con lupa, iba volcando sus cuentos, ésos que se reunieron en Absurdos y que la editorial Adriana Hidalgo rescató hace poco.
Di Benedetto nació en Mendoza en 1922 y su novela más conocida es Zama (1956). Conti (Chacabuco, Buenos Aires, 1925) obtuvo importantes premios con dos de las suyas, el Barral con En vida (1976) y el Casa de las Américas con Mascaró (1975). Sólo tendrían ahora unos años más que Carlos Fuentes (México, 1928), por ejemplo, pero sus obras siguen en buena medida en la sombra. Y es que es difícil saber las razones, más allá de los valores estrictamente literarios, por las que determinados autores llegan a conectar con el público, y otros no. Quién sabe el peso que tuvieron las dictaduras del Cono Sur para interrumpir la proyección hacia otros lugares de los literatos que publicaban entonces, y condenarlos al ostracismo.
Hubo otro fenómeno que dificultó el triunfo de los escritores latinoamericanos en España en los años setenta y ochenta, y fueron... los propios escritores españoles, que vivieron tiempos de bonanza y apoyo. Seguramente eso le afectó a Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, 1937- París, 2005), que ganó el Nadal con La ocasión en 1987, pero que sólo ha salido de una lejana oscuridad en los recientes años. Aunque ya no esté, debería ser uno de los protagonistas de esta feria. Al fin y al cabo, su última novela, La grande (RBA), ha aparecido hace poco.
Uno de los autores con los que Saer estableció grandes complicidades es Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1941), que por fin parece romper en España el círculo de los elegidos y llegar a un grupo más amplio de lectores. Prueba del reconocimiento a su deslumbrante obra es El lugar de Piglia, una colección de textos (ensayos, críticas y entrevistas) para acercarse al autor argentino que el crítico Jorge Carión ha reunido para la editorial Candaya. Lo mismo han hecho para el mismo sello Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau en Bolaño salvaje: reunir un puñado de aproximaciones al escritor chileno. Curiosa historia: la grandeza de Bolaño (Santiago de Chile, 1953) se hizo explícita cuando ya no estaba (murió en 2003). Fue entonces cuando se convirtió en el maestro más citado de las nuevas (y no tan nuevas) generaciones.
En Derivas de la pesada, un texto de El secreto del mal (Anagrama), Bolaño comenta los tres puntos de referencia de la literatura argentina actual, y finamente disecciona con desparpajo e ironía las obras de Osvaldo Soriano, Roberto Arlt y Osvaldo Lamborghini. Latinoamérica es demasiado grande, y demasiado rica su literatura, para no encontrar a cada rato nuevas sorpresas, nuevas revelaciones, maestros secretos.
Bolaño fue uno de los autores que empezó a publicar cuando España se movía de espaldas a sus viejas colonias. Eso les complicó la proyección a algunos de los narradores más innovadores y atípicos. Por eso esta feria viene bien para saldar cuentas pendientes.
Y leer las disparatadas historias, que tanto le deben al cómic, que César Aira (Coronel Pringles, 1949) cuenta en Las aventuras de Barbaverde (Mondadori); las alucinadas peripecias amorosas que Rodolfo Fogwill (Buenos Aires, 1941) vuelca en Help a él (Periférica); las oscuridades de Mario Bellatín (Ciudad de México, 1960) en El Gran Vidrio (Anagrama); el virtuosismo camaleónico de Mario Levrero (Montevideo, 1940) en El discurso vacío o El laberinto interior (ambas en Caballo de Troya); la amplia variedad de voces que Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) asume con su destreza habitual en los cuentos de Los culpables (Anagrama)...
También está el regreso de Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1959), que ya lleva 21 libros y trae cuentos: Tres por cinco (Páginas de Espuma) y Generosos inconvenientes (Menoscuarto). Mi compromiso es con el lenguaje, la verdad y la realidad, cuenta. Escribo con conciencia de género. Me siento muy cerca de Cortázar cuando busca decir lo que es imposible de ser dicho. Me gustan las máscaras, las ceremonias, los mundos ajenos. Soy nómada. Me tira el humor y creo que hay que mirar el lado oscuro. Pues eso, bienvenida. Bienvenidos.
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