31.5.08

Los espejos de Galeano

Por Armando G. Tejeda (Corresponsal)
La Jornada, Ciudad de México, 30/05/08


Madrid, 29 de mayo. A sus 63 años, Eduardo Galeano se dedica a diario a intentar resolver el mayor desafío del lenguaje, sabedor de que eso es “imposible”: utilizar en sus textos únicamente las palabras que sean mejores que el silencio. Desde esa voluntad de depuración del idioma, el escritor uruguayo escribió su libro más reciente, Espejos: una historia casi universal (Siglo XXI), en el cual mediante 600 historias breves ofrece un panorama inquietante sobre el devenir del mundo y la historia de la humanidad.

En entrevista con La Jornada, Galeano levanta la voz ante el “sistema mundial de dominio que nos está llevando a todos al matadero o al manicomio”. Ante el empecinamiento del ser humano por “mutilar” el arco iris terrestre con “el racismo, el machismo, el elitismo y el militarismo”.

–Da la impresión de que con este libro se ha vaciado, ha volcado el conocimiento, las lecturas y los aprendizajes acumulados a lo largo de su vida.

–Creo que sí. La idea era reunir en un solo libro estas 600 historias o relatos que viajan por el mundo y por el tiempo sin límites, sin fronteras. Y van y vienen por el mapa del mundo y por el del tiempo. Y sí que recogen una experiencia de toda la vida, muchas lecturas y muchas preguntas. Sobre todo recoge las preguntas que yo me he ido formulando a lo largo de mi propia vida. Desde que era chiquito e iba a la escuela y la maestra me decía que el vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio los dos océanos desde una cumbre de Panamá. Y yo levantaba la mano y le decía: “Señorita, señorita, entonces los que vivían ahí eran ciegos”. Y ella me echaba de la clase por insolente. Y las preguntas que después me fui formulando, que se fueron quedando y esperando respuestas que fueran a su vez nuevas preguntas. Por ejemplo, otra que abre el libro, cuando pregunto que si Adán y Eva eran negros, porque si el viaje humano empezó en África, desde ahí partieron nuestros abuelos a la conquista del planeta y el Sol fue el que hizo el reparto de todos los colores, pues somos todos africanos y somos todos emigrados. Es bueno recordar ahora que todos somos africanos emigrados, ante tanta demonización que hay de la emigración como si fuera un crimen. Pero sí, también es un libro de las preguntas incómodas. Yo siempre digo que una buena respuesta es una fuente de nuevas preguntas, así que el libro está escrito por un preguntón, por un curioso, que quiere despertar curiosidad en quien lo lee.

–Esas 600 historias, contadas así, de manera aparentemente inconexa, ¿es porque también pretendía llamar la atención ante la anarquía que hay en el mundo y en la historia de la propia humanidad?

–Sí, pero que están atadas por hilos invisibles que hacen que esa aparente desconexión no sea más que una expresión de la diversidad de la vida humana, de la historia y de la presencia dominante en esa diversidad de los negados por la historia oficial. Que es una historia que sacrificó, que mutiló el arco iris terrestre. Siempre digo que el arco iris terrestre tiene más colores que el celeste. Es mucho más bello, más fulgurante, pero ha sido mutilado por el racismo, el machismo, el elitismo, el militarismo… Entonces no somos capaces de vernos en toda nuestra plenitud asombrosa, en toda nuestra prodigiosa capacidad de hermosura. El libro rinde homenaje a la diversidad humana y a la diversidad de la naturaleza, de la que también formamos parte. Entonces en apariencia puede parecer inconexo, pero cuando uno se mete a leerlo está armado de tal manera que hay muchísimo trabajo detrás. Es como un río que corre a veces por debajo de la tierra, otras por arriba, pero que nunca deja de correr. Es un solo flujo de un río de muchos ríos.

–Como una sinfonía.

–La literatura y la música se parecen mucho. Por eso es bueno leer en voz alta. Cuando uno escribe, cuando uno termina un texto se lee en voz alta porque esa lectura te da la música de las palabras. Y la música manda. Tiene que haber una continuidad de la música.

–Después de tantos libros y, sobre todo, aprendizajes, ¿cree que ha llegado al máximo de depuración de su propio lenguaje literario?

–Creo que sí. El lenguaje que yo utilizo no quiero que se vea, pero cada uno de estos relatos ha tenido 15 o 20 tentativas. Como decía un escritor chileno cuando reditaba sus cuentos: edición corregida y disminuida. Yo también los voy disminuyendo, en un trabajo de quitar la grasa para que sólo quede la carne y el hueso de lo que se quiere contar. Es un trabajo de desnudamiento y purificación del lenguaje.

–Un lenguaje poco frecuente en las letras latinoamericanas, en ocasiones demasiado tendentes a la verborrea, ¿no le parece?

–Puede ser, pero yo no creo que la literatura latinoamericana deba ser esto o lo otro, porque lo mejor que tiene esta región nuestra es que es tan diversa. O sea que contiene todos los colores, los olores, los sabores del mundo. Si lo mejor que el mundo tiene está en la cantidad de mundos que el mundo contiene, pocas regiones del mundo contienen tantos mundos como la nuestra. Y, por tanto, hay una diversidad de lenguajes y esa es nuestra riqueza. Yo escribo a mi manera, lo que siento y me sale, pero hay muchas otras formas de escribir. Todo lenguaje es legítimo en la medida que las palabras nazcan de la necesidad de decir.

–Pero hay influencias, generaciones literarias.

–Sí, yo escribo a mi manera, que es a su vez una manera muy influida por mi maestro Juan Rulfo. En una entrevista, hace ya algún tiempo, me pidieron que eligiera a los escritores más importantes en mi formación literaria. Yo contesté: Juan Rulfo, Juan Rulfo y Juan Rulfo.

–En su búsqueda de nuevos lenguajes, supongo que también está al tanto de la evolución de nuestro idioma en la sociedad actual.

–Sí, es un aprendizaje cotidiano. Recibo muchas voces de la calle, que son las que más me alimentan. Y es un trabajo de recreación de las voces que uno recibe. Cuando Rulfo me decía que se escribe más con la goma que con el lápiz, y eso es verdad, pero no toda. Porque también hay que ver cuáles son las palabras. Otro maestro mío, Juan Carlos Onetti, con quien compartí pocas palabras y muchos silencios, siempre me decía que había un proverbio chino que decía que las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio. Es una idea muy hermosa, porque el silencio es un lenguaje hondísimo y profundo; entonces es muy difícil que las palabras sean mejores que el silencio. En realidad eso es imposible, pero uno tiene que intentar esos imposibles. Es el mayor desafío del lenguaje.

–Precisamente su libro Espejos tiene muchos silencios y mucha calma en su lectura.

–El libro pide lentitud como el amor. Y silencio para que las palabras suenen de verdad.

–¿Usted también asume la literatura como ese juglar que va de pueblo en pueblo contando historias, declamando, leyendo en voz alta esas historias?

–Sí, pero si son conocimientos solos, es decir, mensajes de la razón van a tener poco recorrido. Tienen que ser historias sentipensantes para llegar a quien las lea, tienen que venir de la razón y del corazón. Tienen que unir lo que ha sido desvinculado por la cultura del desvinculo, que es la cultura dominante. Que entre otras cosas ha desvinculado la razón de la emoción, como ha desvinculado el pasado del presente. Por eso en el libro se mezcla muchísimo el pasado y el presente; el exterminio de Irak a manos de un señor que cree que la escritura fue inventada en Texas y, al mismo tiempo, el nacimiento del primer poema de amor de la historia humana, que es un poema escrito en Irak, cuando todavía no se llamaba así, en lengua sumeria y en tablillas de barro.

–Una de esas líneas invisibles que dan sentido a las 600 historias de Espejos, ¿sería la vocación del hombre por la guerra, por esa tendencia a destruirse a sí mismo?

–Creo que los que creyeron que la contradicción es el motor de la vida humana no se han equivocado. Somos una contradicción incesante. Y eso te ayuda a sobrevivir en un mundo difícil; la certeza de que no hay horror que no implique alguna maravilla. La certeza de que somos mitad basura y mitad hermosura. Entonces el libro se alimenta de esa contradicción incesantemente. No sólo del horror sino también del amor.

–Con especial fijación en las guerras, ¿no cree?

–Sí, porque la guerra es parte del horror. No pienso que la guerra sea un destino humano, pero sí sigue siendo una realidad de nuestro tiempo. Cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños en el mundo. ¡Cada minuto! ¡Y cada minuto Estados Unidos gasta medio millón de dólares matando inocentes en Irak!

–También el machismo es una constante de la historia de la humanidad.

–Sí, por eso menciono la paradoja de las vidas de Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz. Las dos perseguidas por la Inquisición, los sectores más dogmáticos y feroces de la Iglesia católica y de sus verdades únicas. Sospechosas por ser mujeres inteligentes, creativas, por tener tanto o más talento que los hombres. Y, por tanto, culpables del imperdonable delito de ser ellas mismas. El caso de Santa Teresa es el más trágico. Pienso que un brazo de Santa Teresa acompaña a Francisco Franco en su larguísima agonía porque la descuartizaron y mandaron los pedazos a todas partes, y el brazo incorruptible –como le dicen– en la mesita de luz de Franco. Es una broma de mal gusto de la historia. Ella, que había sido víctima de los equivalentes de Franco en su tiempo.

–¿Cómo ve Eduardo Galeano lo que ocurrió recientemente en Sudáfrica, que desconcertó al mundo: el estallido xenófobo en el país que sufrió durante tantas décadas el apartheid?

–Creo que hay un sistema mundial de dominio que está convirtiendo al mundo en un matadero y también en un manicomio. Nos está enloqueciendo a todos y la prueba de esto se está convirtiendo en una locura total es que ese sistema de dominio mundial ha logrado que los negros se maten entre ellos, como está ocurriendo en África del Sur, o que los iraquíes se maten entre sí, como ocurre en Irak, o que los palestinos se maten entre ellos. Nos enloquecen. Ya no sabemos quién es quién, ni por qué ni para qué. Ahora el mundo ha entrado en un periodo de crisis muy peligroso y esto va a generar explosiones de racismo por todas partes. El inmigrante, el venido de fuera, sobre todo si es de piel oscura será el chivo expiatorio del paro, del desempleo, de la desocupación.

–Da la impresión de que el mundo no reflexiona ni guarda silencio para analizar esto así, como sí podemos hacer con su libro, por ejemplo…

–Sí, porque vivimos en un vértigo incesante. Somos presos. Instrumentos de nuestros instrumentos. Máquinas de nuestras máquinas. Y el vértigo de la vida urbana nos impide disponer del tiempo necesario para recuperar la memoria perdida y para recordar las cosas más obvias. Que a Colón nadie le pidió pasaporte, que a Hernán Cortés nadie le exigió contrato de trabajo, que a Francisco Pizarro nadie le exigió certificado de buena conducta, que además no lo hubiera obtenido porque era un tipo con antecedentes muy jodidos. Como decía al principio, somos todos africanos emigrados. Son cosas elementales que hemos olvidado por completo y que debemos recuperar para hacer preguntas, como: ¿es un destino este mundo?, ¿no estará embarazado de otro?

–En el libro también reflexiona sobre la conquista, después de cinco siglos. ¿Cómo ve la situación de los pueblos indígenas?

–Me parece admirable la capacidad que han tenido los indígenas de las Américas en perpetuar una memoria que fue quemada, castigada, ahorcada, despreciada durante cinco siglos. Y la humanidad entera tiene que estarle muy agradecida, porque gracias a esa porfiada memoria sabemos que la tierra puede ser sagrada, que somos parte de la naturaleza, que la naturaleza no termina en nosotros. Que hay posibilidades de organizar la vida colectiva, formas comunitarias que no están basadas en el dinero. Que la competencia contra el prójimo no es inevitable y que el prójimo puede ser algo mucho más que un competidor. Todas estas cosas que se han heredado de las culturas originales y que han tenido una persistencia admirable porque han sobrevivido a todo y que se manifiestan ahora. Por ejemplo, la nueva Constitución de Ecuador, que lleva nombre indígena, por primera vez en la historia de la humanidad consagra a la naturaleza como sujeto de derecho. Nunca a nadie se le había ocurrido. En Ecuador, a pesar de ser un país muy infectado de racismo, como México y todos en América Latina, se ha podido perpetuar una memoria subterránea que hace posible esta recuperación de verdades pronunciadas por voces del pasado más remoto, pero que hablan al futuro.

–Y el hecho de que ahora se esté en plena “celebración” del bicentenario de las independencias, ¿qué le parece?

–Las independencias fueron en general los certificados de nacimiento de las naciones, mentira en las que vivimos. Porque todas las constituciones de nuestras repúblicas independientes negaron los derechos a quienes habían derramado la sangre por conseguir esas independencias. Fueron emboscadas contra los hijos más pobres de las Américas. Eso fue unánime y siempre fue así. Fueron repúblicas nacidas para la negación de derechos, para la maldición y para el desprecio de la mayoría de sus habitantes, muchos de los cuales pasaron a una peor vida de la que tenían bajo el predominio colonial. O en todo caso se limitaron a mudar de amos. Como decía un grafiti anónimo en una pared de Quito, cuando se promulga la independencia de Ecuador: “Último día del despotismo y primero de lo mismo”.

2 comentarios:

La ratlla blava dijo...

¡¡Precioso artículo!!.Cada vez que leo a Galeano se me escapa una lágrima de tan hondo que me llegan sus reflexiones.Muchas gracias por publicarlo.

Anónimo dijo...

[url=http://aluejxfttk.com]nQPNPVuRPdGaMg[/url] , fijIynGOftyJSb - http://pyfnknfrtw.com