Gracias al excelente trabajo realizado por Domingo García Belaunde y Osmar Gonzales, viene circulando un grueso volumen de más de 700 páginas que ha despertado vivamente el interés de la crítica especializada y los lectores en general. Se trata de la antología Víctor Andrés Belaunde. Peruanidad, entorno y confín. Textos esenciales, publicado por el Fondo Editorial del Congreso del Perú. Convencidos, al igual que Abelardo Oquendo, de que "acercarse a este tomo con ojos de ver puede deparar varias sorpresas", publicamos ahora la segunda y última parte del "Estudio Preliminar" que para esta importante edición ha escrito Osmar Gonzales.
La defensa de los derechos civiles y el exilio
Como señalé, Belaunde fue desterrado en 1921 por Augusto B. Leguía. La razón fue simple: su tenaz oposición al autocratismo del oncenio. En efecto, nuestro personaje, que siempre estuvo atento a lo que pasaba en su tiempo, denunció la violación que estaba perpetrando Leguía en contra de las libertades civiles. Utilizando su gran retórica, Belaunde pronunció, en 1921, un tremendo discurso acerca de los derechos ciudadanos y la libertad del poder judicial en contra del dictador, lo que le valió ser deportado junto a su amigo Luis Fernán Cisneros quien desde La Prensa también había fustigado al gobierno. Es así que parte como exiliado, antes que Haya de la Torre, por ejemplo, rumbo hacia Estados Unidos. Este es otro aspecto que merece ser relevado, pues los exiliados del leguiísmo, dorados o no, no fueron exclusividad de los radicales del centenarismo, sino también de los novecentistas críticos, pues Riva Agüero también tuvo que viajar a Europa obligado por el acoso que sufría del gobierno.
Lejos del país, Belaunde tendría la oportunidad de revisar sus ideas, reafirmar sus lazos espirituales con el Perú y elaborar una nueva visión del mismo. Es así que vuelve al catolicismo que había abrevado desde su experiencia familiar y se vuelve en un teórico del mismo. A diferencia de sus amigos como los García Calderón, Belaunde siguió teniendo al Perú como un elemento definitorio de sus reflexiones y, en contraste con Riva Agüero, la realidad peruana actual seguiría ejerciendo un alto grado de compromiso intelectual a la que quiso entender y sobre la que ofreció explicaciones. A lo dicho, que conformaría un lazo de continuidad entre el Belaunde pre-exilio y el Belaunde que luego retornaría a nuestro país, es necesario agregar su interés por la realidad mundial, como lo testimonian sus artículos “Crónicas de Norteamérica”, “La verdad sobre el bolcheviquismo” (1920), “La elección de Harding y la política internacional de los EE.UU”, “La marcha del mundo. El nuevo presidente de los Estados Unidos” (1921), “Lloyd George y la política mundial”, “La política contemporánea” (1922), “La destrucción de Alemania” 1923), “La crisis política en Inglaterra” (1924), “Los países Hispanoamericanos y la Liga de las Naciones” (1926).
En 1927 encontramos el primer esbozo del que sería uno de los libros de Belaunde más significativos en cuanto al estudio de la época republicana, y es el artículo titulado “Bolívar y la república conservadora”, preocupación que seguirá ahondando y ampliando (también por medio de las conferencias que dictó en La Sorbona de París y en las universidades de Miami y John Hopkins en 1930) hasta concluir con el libro Bolivar and the political thought of the spanish american revolution de 1938, y editado en inglés por la Universidad John Hopkins, en donde era docente. Se trata de una obra erudita en la que, teniendo como eje central a la figura del Libertador, recorre el debate intelectual y el proceso histórico y político del Perú que lo lleva a separarse de la metrópoli española. Esta obra recién sería publicada en castellano en el año 1959, en Madrid.
El pensador cristiano
Como he recordado, la publicación del libro de Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, de 1928, ofreció a Belaunde la gran oportunidad para, en debate con el pensador socialista, exponer su nueva visión del Perú desde el punto de vista social-cristiano. De esta manera, y teniendo como plataforma las páginas del Mercurio Peruano que seguía dirigiendo desde el exilio, Belaunde empezaría comentando uno a uno los ensayos de Mariátegui. Lamentablemente, la muerte de éste dejó trunco un debate que prometía con ser uno de los más elevados que pudo espectar nuestro país. No obstante, Belaunde siguió redondeando sus reflexiones que verían forma de libro en enero de 1931 (aunque terminó de imprimirse en diciembre de 1930) en París, titulado La realidad nacional, obra integral que constituye una de las reflexiones más cabales que se han hecho sobre la vida peruana.
En La realidad nacional Belaunde expresa su evolución ideológica definitiva hacia el cristianismo. En esta obra, el intelectual arequipeño nos presenta con claridad su posición desde la cual va a desplegar su análisis. Sin pretender realizar un balance de la polémica sostenida con Mariátegui, me interesa tan sólo presentar su programa y su responsabilidad por cumplir una función específica como intelectual, tema sobre el que volveré más adelante.
La postura que adopta y la finura del análisis de Belaunde lo ubican como el intelectual, dentro de su generación, que tuvo un programa más global y al mismo tiempo más factible de ser llevado a cabo. Belaunde se diferencia del proceso de ultraderechización de Riva Agüero y del abandono y desánimo de García Calderón, a la vez que evita caer en el espiritualismo racista y marginador de Alejandro O. Deustua, y en el candoroso optimismo que se cobijaba aún en algunos intelectuales de su tiempo, quienes suponían que solamente con la legislación y la educación se iba a poner fin a nuestros problemas. Belaunde no fue ni el optimista a ultranza ni el desengañado sin esperanza.
El principio básico del arielista arequipeño, extraído de la Rerum Novarum, es el que entiende al trabajo no como mercancía sino como elemento humano que debe ser orientado a un fin social. Desde ahí justifica y aconseja la copropiedad (accionarado obrero) y la cogestión (comités de fábrica o taller), otorga más importancia al criterio cooperativista, acepta la organización sindical y la constitución de un Consejo Económico.
Pero en donde recayó lo más profundo de la preocupación de Belaunde fue en lo que llamó la cuestión social, que consideraba fundamental y que su solución —afirmaba— nos llevaría a conseguir la justicia social. Según Belaunde, el problema social se reviste de dos formas: la cuestión indígena y el desarrollo industrial.
La cuestión indígena adquiere sus rasgos típicos cuando se trata de la comunidad y de la hacienda serrana, y para ella Belaunde elabora un programa que tiene entre sus elementos más importantes el potenciar la productividad de la comunidad, educar económicamente al indígena, expropiar al latifundio improductivo, distribuir tierras sea a individuos o a comunidades, ensayar cooperativas agrícolas, entre otros aspectos. La solución, consideraba Belaunde, debería encontrarse tanto en los factores económicos como en los de la educación.
Con respecto al desarrollo industrial, Belaunde entendía que mientras la clase media no se liberara económicamente no se podría pasar a la industria, y políticamente no se podría aspirar a un verdadero partido liberal. Frente a esta incapacidad, el capital extranjero (no hablaba de imperialismo pero se acerca a su diagnóstico) ha aumentado su presencia amenazando nuestra independencia política. Lo que propone Belaunde es el aprovechamiento de ese capital pero sin conceder privilegios y exigiendo al mismo tiempo una mayor presencia del capital nativo. Si queremos fortalecer nuestra economía industrial, aconsejaba, es necesario desarrollar un reformismo prudente.
Esta etapa intelectual de Belaunde va a traer un concepto que se convertiría en central dentro de su reflexión: el corporativismo de naturaleza cristiana, basado en el consenso y la persuasión, distinto al autoritario que identificó a Benito Mussolini y que ha llevado a estigmatizar el concepto. Dentro de este espíritu es que muchos analistas encontraron, de manera por demás fuera de lugar, a un Belaunde fascista.
La realidad nacional se debe sumar a El Perú contemporáneo de Francisco García Calderón, El carácter de la literatura en el Perú independiente de José de la Riva Agüero, 7 ensayos de José Carlos Mariátegui, Perú, problema y posibilidad de Jorge Basadre, El antimperialismo y el Apra de Víctor Raúl Haya de la Torre y Perú, retrato de un país adolescente de Luis Alberto Sánchez como los baluartes sobre los que descansan las propuestas intelectuales del Perú del siglo XX. Considero que verificar las diferentes propuestas políticas e ideológicas que representan las obras mencionadas es importante y ya se ha hecho, pero en lo que debemos preocuparnos ahora es en entender las causas sociales e intelectuales que las hicieron posible. Se trató de un tiempo histórico compacto y estimulante que fue representado por pensadores de la más alta calidad.
Hacia la reflexión global desde el cristianismo: Peruanidad
De regreso al Perú, diez años después, Belaunde participaría en el Congreso Constituyente de 1931 (que funcionó hasta 1936 y que aprobó la Constitución de 1933) en la que actuó como figura independiente, y en la que pronunciaría sonoros discursos defendiendo el voto femenino, la libertad de prensa, la autonomía del poder electoral, la independencia del poder judicial, la religión católica como la base espiritual de la nacionalidad; asimismo, seguía sosteniendo que el problema principal del Perú es el indígena, propugna la descentralización, la regionalización y el desarrollo de una educación técnica que actúe sobre la realidad. Pero, por otro lado, se opone en dar la capacidad de voto a los menores, a los analfabetos y a las fuerzas armadas.
Al mismo tiempo, Belaunde dio inicio a una serie de artículos y publicaciones diversas en las que reflexiona sobre el cristianismo. Esta preocupación tendría una primera manifestación en su artículo “Cristo objetivo y Cristo subjetivo”, de 1935, que luego sería incorporado en su libro del año siguiente titulado El Cristo de la fe y los Cristos literarios. En el recorrido intelectual de Belaunde observamos que las ideas social-cristianas se van fundiendo de una manera mucho más profunda y sistemática que en La realidad nacional hasta dar lugar a su gran obra titulada Peruanidad, que sería publicada en 1942. Observamos entonces a un Belaunde consolidado en un pensamiento propio, llegando incluso a ser el primer presidente, en 1940, de la Sociedad Peruana de Filosofía.
Posteriormente, Belaunde sostuvo la idea de la “síntesis viviente” (1950), queriendo dar a entender con ello que la nación se conformaba y regeneraba permanentemente, que no era una entidad acabada ni mucho menos muerta; mientras que en Inquietud, serenidad, plenitud, de 1951, reflexiona desde su mirador existencialista cristiano con un lenguaje profundamente filosófico. Pero es en Peruanidad que Belaunde alcanza un nivel de interpretación mucho más elevado y amplio; digamos -como lo ha sugerido García Belaunde- que es su interpretación filosófica acerca del devenir nacional.
La reflexión y la experiencia diplomáticas
A la fecunda labor intelectual que Belaunde ostentó habría que agregar otra dimensión, la de los temas de la diplomacia, los cuales no le eran ajenos, pues dentro del abanico de preocupaciones intelectuales que obsesionaron sus reflexiones están presentes las cuestiones internacionales. Nuevamente en forma de tesis, y aprovechando que laboraba en el Archivo de Límites, expuso, en 1910, sus primeros planteamientos en La mediación americana durante la guerra del Pacífico (con la que se graduó de Bachiller en Ciencias Políticas y Administrativas) y, en 1911, Las causas diplomáticas de la guerra del Pacífico (con la que se doctoró en la misma facultad). En 1919 publicaría Nuestra cuestión con Chile y Documentos esenciales del debate peruano-chileno, en Buenos Aires.
Además, Belaunde también llegó a ser destacado a sucesivas misiones diplomáticas: en 1903 actuó como secretario del Archivo de Límites; luego, entre 1905 y 1906, fue secretario de la comisión encargada de defender la postura peruana frente a Bolivia en la cuestión limítrofe; por encargo de Víctor Maurtua concluyó la compilación e impresión de la prueba peruana; entre 1907 y 1911 se desempeñó como jefe de el Archivo de Límites en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y fue consejero en las negociaciones con Brasil; también fue encargado de negocios en Alemania en 1914 y Bolivia en 1915; luego desempeñó el cargo de Ministro Plenipotenciario en Uruguay. Luego de caído Leguía, Belaunde volvió al servicio diplomático, esta vez como miembro de la delegación que negoció el tratado con Colombia y cuyo Protocolo se firmó en 1934 en Río de Janeiro; también fue Ministro Plenipotenciario en Bogotá (1934-1935) y Suiza (1936); fue miembro de la delegación que negoció un acuerdo limítrofe con Ecuador en 1938. Posteriormente, en 1945, Belaunde fue presidente de la delegación peruana acreditada ante Estados Unidos. En ese mismo año, representó a nuestro país en la Conferencia de San Francisco, que dio origen a las Naciones Unidas siendo uno de los signatarios. En 1959, Belaunde llegó al cenáculo de su carrera diplomática al ser nombrado Presidente de la Asamblea. Hasta ese momento peruano alguno había llegado tan alto en la diplomacia internacional. En dicho cargo, pronunció importantes discursos y contribuyó a definir la personalidad del Perú en el escenario internacional. Finalmente, Belaunde vuelve a Nueva York, donde moriría el 14 de diciembre de 1966, un día antes de cumplir 83 años.
Como hemos visto, el recorrido vital e intelectual de Belaunde fue sumamente prolífico y nos remite a una de las etapas más apasionantes de la vida republicana del Perú.
Belaunde y su influencia en la política nacional
Si bien Belaunde no gravitó en la política por medio de un partido político (su figuración descansó más en su actuación individual como tribuno de grandes dotes y como personalidad influyente) fue capaz de bosquejar un conjunto de ideas básicas que luego fueron retomadas por distintas fuerzas políticas. De su paso del positivismo al tomismo, analiza Sinesio López (17), Belaunde fue capaz de inspirar al reformismo social-cristiano que fue la base ideológica del gobierno de José Bustamante y Rivero entre 1945 y 1948, a la Democracia Cristiana, que tuvo un momento de gravitación en la escena pública nacional y que aportó con una generación brillante de dirigentes que luego se “esparcerían” por las distintas agrupaciones políticas de izquierda y de derecha, y a Acción Popular —especialmente en su primera etapa—que llegó al poder en dos oportunidades. Lo que sostiene López es que si bien Belaunde no llegó nunca al poder, su influencia se extendió hacia agrupaciones políticas que sí lo consiguieron, y ahí radica su victoria.
Al análisis de López habría que agregar la influencia de las ideas de Belaunde sobre el programa aprista. Esto es algo que nunca se ha querido decir explícitamente, pero que sería bueno tomar en serio en los análisis: el corporativismo, la confianza en las clases medias, el control del capital extranjero, la apuesta por el mestizaje, el fortalecimiento del Estado y la constitución de diálogo entre las diferentes fuerzas económicas mediante el consejo económico, son ideas centrales que tienden puentes entre los programas del aprismo y el de Belaunde. Estas coincidencias, demás está decirlo, no se deben entender porque existieran coincidencias ideológicas, sino por el hecho de coexistir en un mismo ambiente cultural. Es decir, aun cuando provenían de diferentes generaciones y tradiciones ideológicas, el campo social en el que vivieron y en el cual fructificaron las ideas fue uno muy compacto desde fines del siglo XIX. Desde los particulares procesos vitales, tanto individual como colectivamente, dicho ambiente fue intensamente asimilado por los contemporáneos: ya sea desde el ingreso a la madurez (como en el caso de los centenaristas) o desde la consolidación de hombres adultos (como en el de los arielistas), se construyen los particulares miradores desde los cuales se examinarán los problemas nacionales. En general, en este ambiente privilegiado, los diagnósticos guardan un aire de familia, pero se diferencian sustancialmente gracias a los ropajes ideológicos y a las opciones políticas que los rodean.
Más allá de la irradiación de la influencia de Belaunde por medio de sus planteamientos habría que interrogarse si ganó en realidad, como afirma López, en la escena política nacional. Si bien el programa del arielista arequipeño inspiró a diferentes proyectos políticos que llegaron, con distinta suerte, al control estatal, no por ello se puede sostener que fue el ganador de la política nacional. Quizás debería matizarse la afirmación con otra pregunta: si realmente sus diagnósticos y propuestas orientaron las políticas que se implementaron desde el Estado. La respuesta, creo, tiende a ser negativa. De cualquier modo, Belaunde se ha vuelto un campo de disputa y eso ya es un avance, una situación mucho mejor que el olvido al que por muchos años se le postró. Más allá del reclamo de una herencia o de una paternidad, lo importante es el grado de identificación real con la propuesta que se reivindica y la actualidad del diagnóstico que se revalora. Ausente esta dimensión ética se cae en la demagogia o en la pura ideología.
El reformismo del intelectual Belaunde
Hay un detalle que no debemos dejar pasar por alto, y es que en 1963 Belaunde apoyó el programa reformista de su sobrino (hijo de Rafael), Fernando Belaunde Terry. Recordemos que en ese momento, la propuesta de Acción Popular era vista con temor por muchos de quienes detentaban el poder. Ello quiere decir que Víctor Andrés Belaunde se mantuvo firmemente convencido hasta el final de sus días de la necesidad de cambiar y reformar muchas cosas en la vida social y política del Perú. Signo de una coherencia envidiable, que muchos de sus compañeros no fueron capaces de mantener. Como hemos visto, la propuesta de Belaunde fue un proyecto de evolución lenta, tendiente a solucionar no sólo nuestros problemas que hoy llamamos estructurales, sino que también pretendió corregir los vicios de nuestra personalidad colectiva. En otras palabras, no sólo se preocupó por conocer qué era el Perú, sino también cómo eran los peruanos.
En líneas generales, el proyecto de Belaunde (compartido con mayor o menor intensidad por sus compañeros de generación) fue un intento armonizador, equilibrante, buscando siempre bajar las tensiones de los conflictos sociales evitando las polarizaciones. De ahí es que se hacen más comprensibles sus propuestas desde lo étnico por lo mestizo, desde lo social por la clase media, desde lo político por las reformas y desde lo ideológico por el catolicismo.
Pero a pesar de su lucidez, Belaunde no fue oportunamente escuchado por las élites gobernantes. La oligarquía despreció a los intelectuales y evitó proponer un proyecto nacional que significaba, como lo sostenía Belaunde, una transformación real de las instituciones. Los grupos oligárquicos prefirieron, en cambio, y de modo invariable, la ganancia particular y el acomodo institucional de acuerdo a las circunstancias, aunque con éxito, pues de otra manera no se puede explicar su larga permanencia en el poder. Mirar al futuro suponía tener una conciencia de país y una convicción modernizadora de las que carecieron dichos grupos privilegiados.
Este desprecio por los hombres de pensamiento y su incapacidad de impulsar cambios sustanciales por parte de la oligarquía, hicieron posible la emergencia del reformismo militar encabezado por el general Juan Velasco Alvarado. Por eso, mal han hecho las clases económica y políticamente predominantes cuando han pretendido expiar sus responsabilidades acusando a dicho gobierno militar de destruir “su” orden pues ellas mismas lo engendraron. De haber asumido como propia la propuesta de Belaunde, es legítimo preguntarse, ¿Velasco hubiera sido necesario? Ello hubiera significado impulsar una manera diferente de entender el papel que debían cumplir las instituciones y establecer nuevos tipos de vínculos entre Estado y sociedad que habrían modificado sustancialmente el paisaje político y social del país en su totalidad.
En conclusión, en tanto Belaunde como intelectual, no fue un crítico radical del poder y tampoco uno orgánico, no despreció la política como actividad pero sí mantuvo distancia de quienes la ejercían. Su público no fue un grupo o una clase social específica sino que trató de que su audiencia fuera esa peruanidad que, de un modo un tanto abstracto, intentó definir. Buscó, ya desde su etapa de madurez, colocarse como un pensador por encima de los conflictos para, desde su sentido de realismo, ejercer la reflexión y proponer las correcciones, como una especie de conciencia crítica de la nación, a la manera de los grandes pensadores del siglo XIX. Pero la realidad social del país no le permitió serlo, pues las diferencias radicales que la atravesaban, y que el propio Belaunde analizó, le impidieron dialogar con una población plurilingüe y multicultural y en la que grandes sectores no se sentían identificados con la vida en común, con ese sentimiento de comunidad que es la nacionalidad.
Parte del discurso de Belaunde fue utilizado de manera oportunista por quienes ejercieron el poder, especialmente en lo referente a la búsqueda de la integración y de mantener vivo el catolicismo como un elemento de identidad y de apaciguamiento de los enfrentamientos; estas claves de sus reflexiones se divulgaron de manera privilegiada por medio de la escuela y del discurso oficial, y desde ellos (pero retocadamente, sin rozar los problemas de fondo que Belaunde había detectado) llegó a sectores amplios de la sociedad peruana imprimiendo en las mentes y corazones de los ciudadanos un sentimiento de fatalidad y resignación. De este modo, se institucionalizó el pensamiento y la figura de Belaunde; desde el poder se difundió su pensamiento de manera distorsionada, negando, en el fondo, su mensaje.
Notas
(*) Agradezco a Domingo García Belaunde quien, generosamente, me invitó a organizar este volumen y a redactar el presente estudio preliminar. Pero en honor de la verdad, el lector tiene en sus manos un trabajo realizado al alimón.
(1) Luis Loayza, “Riva Agüero en los 7 ensayos”, en Hueso Húmero núm. 2, 1979, pág. 73
(2) Desde sus tiempos de Juan Croniqueur, Mariátegui había escrito crónicas en las que trataba con cierta sorna a Belaunde y al PND. No obstante, el autor de 7 ensayos reconocía la importancia intelectual de Belaunde en ciertas cartas en las que comenta, con entusiasmo, la atención que éste había puesto en su libro. Véase José Carlos Mariátegui. Invitación a la vida heroica. Textos esenciales, Fondo Editorial del Congreso de la República, Lima, 2005.
(3) Coincido con Pedro Planas cuando afirma, en su artículo “La polémica frustrada”, que el debate Belaunde-Mariátegui fue la “verdadera polémica sobre el país”, mientras que la que mantuvo el Amauta con Haya era más un enfrentamiento político-táctico y hasta de temperamentos, pero también, agrego, sobre la afirmación de quién debería ser el actor social que dirigiría el cambio: obreros y campesinos o la clase media.
(4) Julio Cotler, Clases, Estado y nación en el Perú, IEP, Lima, 1978, pág. 159. Carlos Iván Degregori, et. al., Indigenismo, clases sociales y problema nacional, Celats, s/f; en el mismo libro véase también el artículo de Augusta Alfajeme y Mariano Valderrama, “Viejas y nuevas fracciones frente al problema indígena. 1900-1930”.
(5) José Ignacio López Soria, El pensamiento fascista. (Antología), Biblioteca del pensamiento peruano, Francisco Campodónico Editor y Mosca Azul Editores, Lima, 1981
(6) Pablo Macera, “La Historia en el Perú: ciencia e ideología”, en Amaru núm. 6, 1968
(7) Tokihiro Kudó, Hacia una cultura nacional popular, desco, Lima, 1982
(8) Ricardo Claverías, “Las ciencias sociales y el problema agrario en el Perú”, Primer Congreso Peruano de Sociología, Huacho, del 5 al 8 de mayo de 1982, pág. 9
(9) Sin pretender ser exhaustivo, ni mucho menos, pues sería una enumeración demasiado amplia, solo menciono a modo de ejemplo algunas de las obras de Belaunde impulsadas por César Pacheco Vélez, como Obras completas. Primera serie: El proyecto nacional (Edición de la Comisión Nacional del Centenario de Víctor Andrés Belaunde, Lima, 1987) o la quinta edición de Peruanidad (Banco Central de Reserva del Perú y Fondo del Libro del Banco Industrial del Perú, Lima, 1983.
(10) Por ejemplo, el “Estudio Preliminar” a la sexta edición de La crisis presente (Luis Alfredo Ediciones, Lima, 1994), o sus artículos correspondientes a Belaunde reunidos en su libro El 900. Balance y recuperación. I. Aproximaciones al 900 (Centro de Investigación y Tecnología para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, Lima, 1994).
(11) La lista sería muy larga, pero se pueden mencionar los siguientes títulos: La realidad nacional y La filosofía del Derecho y el método positivo (ambos de 1984), La vida universitaria (1987), El Cristo de la Fe y los Cristos literarios (1993), La crisis presente (1994) y muchos otros documentos.
(12) Un buen trabajo síntesis sobre el proceso intelectual seguido por Belaunde es el de Mario Alzadora Valdez, “El pensamiento filosófico de Víctor Andrés Belaunde” (inédito). Este texto me lo proporcionó Domingo García Belaunde, a quien expreso mi agradecimiento.
(13) Véase Domingo García Belaunde, “Víctor A. Belaunde y la Universidad Católica”, en Cuadernos del Archivo de la Universidad, pág. 37
(14) Mercurio Peruano. Revista de Humanidades, Índice 1918-1978, Edición Especial, núms. 496-500, Lima, junio 1978-octubre 1988, enriquecido con un Estudio Preliminar de César Pacheco Vélez, “Historia y crónica del tercer Mercurio Peruano 1918-1978”.
(15) Osmar Gonzales, “El Mercurio Peruano y la derecha pensante”, en Los Caminos del Laberinto núm. 3, abril, 1986
(16) Véase Domingo García Belaunde, “Víctor Andrés Belaunde y el Mercurio Peruano“, en Fénix. Revista de la Biblioteca Nacional del Perú núms. 43-44, 2001/2002
(17) Sinesio López, “La generación de 1905” en Alberto Adrianzén (editor), Pensamiento político peruano, desco, Lima, 1987.
Como señalé, Belaunde fue desterrado en 1921 por Augusto B. Leguía. La razón fue simple: su tenaz oposición al autocratismo del oncenio. En efecto, nuestro personaje, que siempre estuvo atento a lo que pasaba en su tiempo, denunció la violación que estaba perpetrando Leguía en contra de las libertades civiles. Utilizando su gran retórica, Belaunde pronunció, en 1921, un tremendo discurso acerca de los derechos ciudadanos y la libertad del poder judicial en contra del dictador, lo que le valió ser deportado junto a su amigo Luis Fernán Cisneros quien desde La Prensa también había fustigado al gobierno. Es así que parte como exiliado, antes que Haya de la Torre, por ejemplo, rumbo hacia Estados Unidos. Este es otro aspecto que merece ser relevado, pues los exiliados del leguiísmo, dorados o no, no fueron exclusividad de los radicales del centenarismo, sino también de los novecentistas críticos, pues Riva Agüero también tuvo que viajar a Europa obligado por el acoso que sufría del gobierno.
Lejos del país, Belaunde tendría la oportunidad de revisar sus ideas, reafirmar sus lazos espirituales con el Perú y elaborar una nueva visión del mismo. Es así que vuelve al catolicismo que había abrevado desde su experiencia familiar y se vuelve en un teórico del mismo. A diferencia de sus amigos como los García Calderón, Belaunde siguió teniendo al Perú como un elemento definitorio de sus reflexiones y, en contraste con Riva Agüero, la realidad peruana actual seguiría ejerciendo un alto grado de compromiso intelectual a la que quiso entender y sobre la que ofreció explicaciones. A lo dicho, que conformaría un lazo de continuidad entre el Belaunde pre-exilio y el Belaunde que luego retornaría a nuestro país, es necesario agregar su interés por la realidad mundial, como lo testimonian sus artículos “Crónicas de Norteamérica”, “La verdad sobre el bolcheviquismo” (1920), “La elección de Harding y la política internacional de los EE.UU”, “La marcha del mundo. El nuevo presidente de los Estados Unidos” (1921), “Lloyd George y la política mundial”, “La política contemporánea” (1922), “La destrucción de Alemania” 1923), “La crisis política en Inglaterra” (1924), “Los países Hispanoamericanos y la Liga de las Naciones” (1926).
En 1927 encontramos el primer esbozo del que sería uno de los libros de Belaunde más significativos en cuanto al estudio de la época republicana, y es el artículo titulado “Bolívar y la república conservadora”, preocupación que seguirá ahondando y ampliando (también por medio de las conferencias que dictó en La Sorbona de París y en las universidades de Miami y John Hopkins en 1930) hasta concluir con el libro Bolivar and the political thought of the spanish american revolution de 1938, y editado en inglés por la Universidad John Hopkins, en donde era docente. Se trata de una obra erudita en la que, teniendo como eje central a la figura del Libertador, recorre el debate intelectual y el proceso histórico y político del Perú que lo lleva a separarse de la metrópoli española. Esta obra recién sería publicada en castellano en el año 1959, en Madrid.
El pensador cristiano
Como he recordado, la publicación del libro de Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, de 1928, ofreció a Belaunde la gran oportunidad para, en debate con el pensador socialista, exponer su nueva visión del Perú desde el punto de vista social-cristiano. De esta manera, y teniendo como plataforma las páginas del Mercurio Peruano que seguía dirigiendo desde el exilio, Belaunde empezaría comentando uno a uno los ensayos de Mariátegui. Lamentablemente, la muerte de éste dejó trunco un debate que prometía con ser uno de los más elevados que pudo espectar nuestro país. No obstante, Belaunde siguió redondeando sus reflexiones que verían forma de libro en enero de 1931 (aunque terminó de imprimirse en diciembre de 1930) en París, titulado La realidad nacional, obra integral que constituye una de las reflexiones más cabales que se han hecho sobre la vida peruana.
En La realidad nacional Belaunde expresa su evolución ideológica definitiva hacia el cristianismo. En esta obra, el intelectual arequipeño nos presenta con claridad su posición desde la cual va a desplegar su análisis. Sin pretender realizar un balance de la polémica sostenida con Mariátegui, me interesa tan sólo presentar su programa y su responsabilidad por cumplir una función específica como intelectual, tema sobre el que volveré más adelante.
La postura que adopta y la finura del análisis de Belaunde lo ubican como el intelectual, dentro de su generación, que tuvo un programa más global y al mismo tiempo más factible de ser llevado a cabo. Belaunde se diferencia del proceso de ultraderechización de Riva Agüero y del abandono y desánimo de García Calderón, a la vez que evita caer en el espiritualismo racista y marginador de Alejandro O. Deustua, y en el candoroso optimismo que se cobijaba aún en algunos intelectuales de su tiempo, quienes suponían que solamente con la legislación y la educación se iba a poner fin a nuestros problemas. Belaunde no fue ni el optimista a ultranza ni el desengañado sin esperanza.
El principio básico del arielista arequipeño, extraído de la Rerum Novarum, es el que entiende al trabajo no como mercancía sino como elemento humano que debe ser orientado a un fin social. Desde ahí justifica y aconseja la copropiedad (accionarado obrero) y la cogestión (comités de fábrica o taller), otorga más importancia al criterio cooperativista, acepta la organización sindical y la constitución de un Consejo Económico.
Pero en donde recayó lo más profundo de la preocupación de Belaunde fue en lo que llamó la cuestión social, que consideraba fundamental y que su solución —afirmaba— nos llevaría a conseguir la justicia social. Según Belaunde, el problema social se reviste de dos formas: la cuestión indígena y el desarrollo industrial.
La cuestión indígena adquiere sus rasgos típicos cuando se trata de la comunidad y de la hacienda serrana, y para ella Belaunde elabora un programa que tiene entre sus elementos más importantes el potenciar la productividad de la comunidad, educar económicamente al indígena, expropiar al latifundio improductivo, distribuir tierras sea a individuos o a comunidades, ensayar cooperativas agrícolas, entre otros aspectos. La solución, consideraba Belaunde, debería encontrarse tanto en los factores económicos como en los de la educación.
Con respecto al desarrollo industrial, Belaunde entendía que mientras la clase media no se liberara económicamente no se podría pasar a la industria, y políticamente no se podría aspirar a un verdadero partido liberal. Frente a esta incapacidad, el capital extranjero (no hablaba de imperialismo pero se acerca a su diagnóstico) ha aumentado su presencia amenazando nuestra independencia política. Lo que propone Belaunde es el aprovechamiento de ese capital pero sin conceder privilegios y exigiendo al mismo tiempo una mayor presencia del capital nativo. Si queremos fortalecer nuestra economía industrial, aconsejaba, es necesario desarrollar un reformismo prudente.
Esta etapa intelectual de Belaunde va a traer un concepto que se convertiría en central dentro de su reflexión: el corporativismo de naturaleza cristiana, basado en el consenso y la persuasión, distinto al autoritario que identificó a Benito Mussolini y que ha llevado a estigmatizar el concepto. Dentro de este espíritu es que muchos analistas encontraron, de manera por demás fuera de lugar, a un Belaunde fascista.
La realidad nacional se debe sumar a El Perú contemporáneo de Francisco García Calderón, El carácter de la literatura en el Perú independiente de José de la Riva Agüero, 7 ensayos de José Carlos Mariátegui, Perú, problema y posibilidad de Jorge Basadre, El antimperialismo y el Apra de Víctor Raúl Haya de la Torre y Perú, retrato de un país adolescente de Luis Alberto Sánchez como los baluartes sobre los que descansan las propuestas intelectuales del Perú del siglo XX. Considero que verificar las diferentes propuestas políticas e ideológicas que representan las obras mencionadas es importante y ya se ha hecho, pero en lo que debemos preocuparnos ahora es en entender las causas sociales e intelectuales que las hicieron posible. Se trató de un tiempo histórico compacto y estimulante que fue representado por pensadores de la más alta calidad.
Hacia la reflexión global desde el cristianismo: Peruanidad
De regreso al Perú, diez años después, Belaunde participaría en el Congreso Constituyente de 1931 (que funcionó hasta 1936 y que aprobó la Constitución de 1933) en la que actuó como figura independiente, y en la que pronunciaría sonoros discursos defendiendo el voto femenino, la libertad de prensa, la autonomía del poder electoral, la independencia del poder judicial, la religión católica como la base espiritual de la nacionalidad; asimismo, seguía sosteniendo que el problema principal del Perú es el indígena, propugna la descentralización, la regionalización y el desarrollo de una educación técnica que actúe sobre la realidad. Pero, por otro lado, se opone en dar la capacidad de voto a los menores, a los analfabetos y a las fuerzas armadas.
Al mismo tiempo, Belaunde dio inicio a una serie de artículos y publicaciones diversas en las que reflexiona sobre el cristianismo. Esta preocupación tendría una primera manifestación en su artículo “Cristo objetivo y Cristo subjetivo”, de 1935, que luego sería incorporado en su libro del año siguiente titulado El Cristo de la fe y los Cristos literarios. En el recorrido intelectual de Belaunde observamos que las ideas social-cristianas se van fundiendo de una manera mucho más profunda y sistemática que en La realidad nacional hasta dar lugar a su gran obra titulada Peruanidad, que sería publicada en 1942. Observamos entonces a un Belaunde consolidado en un pensamiento propio, llegando incluso a ser el primer presidente, en 1940, de la Sociedad Peruana de Filosofía.
Posteriormente, Belaunde sostuvo la idea de la “síntesis viviente” (1950), queriendo dar a entender con ello que la nación se conformaba y regeneraba permanentemente, que no era una entidad acabada ni mucho menos muerta; mientras que en Inquietud, serenidad, plenitud, de 1951, reflexiona desde su mirador existencialista cristiano con un lenguaje profundamente filosófico. Pero es en Peruanidad que Belaunde alcanza un nivel de interpretación mucho más elevado y amplio; digamos -como lo ha sugerido García Belaunde- que es su interpretación filosófica acerca del devenir nacional.
La reflexión y la experiencia diplomáticas
A la fecunda labor intelectual que Belaunde ostentó habría que agregar otra dimensión, la de los temas de la diplomacia, los cuales no le eran ajenos, pues dentro del abanico de preocupaciones intelectuales que obsesionaron sus reflexiones están presentes las cuestiones internacionales. Nuevamente en forma de tesis, y aprovechando que laboraba en el Archivo de Límites, expuso, en 1910, sus primeros planteamientos en La mediación americana durante la guerra del Pacífico (con la que se graduó de Bachiller en Ciencias Políticas y Administrativas) y, en 1911, Las causas diplomáticas de la guerra del Pacífico (con la que se doctoró en la misma facultad). En 1919 publicaría Nuestra cuestión con Chile y Documentos esenciales del debate peruano-chileno, en Buenos Aires.
Además, Belaunde también llegó a ser destacado a sucesivas misiones diplomáticas: en 1903 actuó como secretario del Archivo de Límites; luego, entre 1905 y 1906, fue secretario de la comisión encargada de defender la postura peruana frente a Bolivia en la cuestión limítrofe; por encargo de Víctor Maurtua concluyó la compilación e impresión de la prueba peruana; entre 1907 y 1911 se desempeñó como jefe de el Archivo de Límites en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y fue consejero en las negociaciones con Brasil; también fue encargado de negocios en Alemania en 1914 y Bolivia en 1915; luego desempeñó el cargo de Ministro Plenipotenciario en Uruguay. Luego de caído Leguía, Belaunde volvió al servicio diplomático, esta vez como miembro de la delegación que negoció el tratado con Colombia y cuyo Protocolo se firmó en 1934 en Río de Janeiro; también fue Ministro Plenipotenciario en Bogotá (1934-1935) y Suiza (1936); fue miembro de la delegación que negoció un acuerdo limítrofe con Ecuador en 1938. Posteriormente, en 1945, Belaunde fue presidente de la delegación peruana acreditada ante Estados Unidos. En ese mismo año, representó a nuestro país en la Conferencia de San Francisco, que dio origen a las Naciones Unidas siendo uno de los signatarios. En 1959, Belaunde llegó al cenáculo de su carrera diplomática al ser nombrado Presidente de la Asamblea. Hasta ese momento peruano alguno había llegado tan alto en la diplomacia internacional. En dicho cargo, pronunció importantes discursos y contribuyó a definir la personalidad del Perú en el escenario internacional. Finalmente, Belaunde vuelve a Nueva York, donde moriría el 14 de diciembre de 1966, un día antes de cumplir 83 años.
Como hemos visto, el recorrido vital e intelectual de Belaunde fue sumamente prolífico y nos remite a una de las etapas más apasionantes de la vida republicana del Perú.
Belaunde y su influencia en la política nacional
Si bien Belaunde no gravitó en la política por medio de un partido político (su figuración descansó más en su actuación individual como tribuno de grandes dotes y como personalidad influyente) fue capaz de bosquejar un conjunto de ideas básicas que luego fueron retomadas por distintas fuerzas políticas. De su paso del positivismo al tomismo, analiza Sinesio López (17), Belaunde fue capaz de inspirar al reformismo social-cristiano que fue la base ideológica del gobierno de José Bustamante y Rivero entre 1945 y 1948, a la Democracia Cristiana, que tuvo un momento de gravitación en la escena pública nacional y que aportó con una generación brillante de dirigentes que luego se “esparcerían” por las distintas agrupaciones políticas de izquierda y de derecha, y a Acción Popular —especialmente en su primera etapa—que llegó al poder en dos oportunidades. Lo que sostiene López es que si bien Belaunde no llegó nunca al poder, su influencia se extendió hacia agrupaciones políticas que sí lo consiguieron, y ahí radica su victoria.
Al análisis de López habría que agregar la influencia de las ideas de Belaunde sobre el programa aprista. Esto es algo que nunca se ha querido decir explícitamente, pero que sería bueno tomar en serio en los análisis: el corporativismo, la confianza en las clases medias, el control del capital extranjero, la apuesta por el mestizaje, el fortalecimiento del Estado y la constitución de diálogo entre las diferentes fuerzas económicas mediante el consejo económico, son ideas centrales que tienden puentes entre los programas del aprismo y el de Belaunde. Estas coincidencias, demás está decirlo, no se deben entender porque existieran coincidencias ideológicas, sino por el hecho de coexistir en un mismo ambiente cultural. Es decir, aun cuando provenían de diferentes generaciones y tradiciones ideológicas, el campo social en el que vivieron y en el cual fructificaron las ideas fue uno muy compacto desde fines del siglo XIX. Desde los particulares procesos vitales, tanto individual como colectivamente, dicho ambiente fue intensamente asimilado por los contemporáneos: ya sea desde el ingreso a la madurez (como en el caso de los centenaristas) o desde la consolidación de hombres adultos (como en el de los arielistas), se construyen los particulares miradores desde los cuales se examinarán los problemas nacionales. En general, en este ambiente privilegiado, los diagnósticos guardan un aire de familia, pero se diferencian sustancialmente gracias a los ropajes ideológicos y a las opciones políticas que los rodean.
Más allá de la irradiación de la influencia de Belaunde por medio de sus planteamientos habría que interrogarse si ganó en realidad, como afirma López, en la escena política nacional. Si bien el programa del arielista arequipeño inspiró a diferentes proyectos políticos que llegaron, con distinta suerte, al control estatal, no por ello se puede sostener que fue el ganador de la política nacional. Quizás debería matizarse la afirmación con otra pregunta: si realmente sus diagnósticos y propuestas orientaron las políticas que se implementaron desde el Estado. La respuesta, creo, tiende a ser negativa. De cualquier modo, Belaunde se ha vuelto un campo de disputa y eso ya es un avance, una situación mucho mejor que el olvido al que por muchos años se le postró. Más allá del reclamo de una herencia o de una paternidad, lo importante es el grado de identificación real con la propuesta que se reivindica y la actualidad del diagnóstico que se revalora. Ausente esta dimensión ética se cae en la demagogia o en la pura ideología.
El reformismo del intelectual Belaunde
Hay un detalle que no debemos dejar pasar por alto, y es que en 1963 Belaunde apoyó el programa reformista de su sobrino (hijo de Rafael), Fernando Belaunde Terry. Recordemos que en ese momento, la propuesta de Acción Popular era vista con temor por muchos de quienes detentaban el poder. Ello quiere decir que Víctor Andrés Belaunde se mantuvo firmemente convencido hasta el final de sus días de la necesidad de cambiar y reformar muchas cosas en la vida social y política del Perú. Signo de una coherencia envidiable, que muchos de sus compañeros no fueron capaces de mantener. Como hemos visto, la propuesta de Belaunde fue un proyecto de evolución lenta, tendiente a solucionar no sólo nuestros problemas que hoy llamamos estructurales, sino que también pretendió corregir los vicios de nuestra personalidad colectiva. En otras palabras, no sólo se preocupó por conocer qué era el Perú, sino también cómo eran los peruanos.
En líneas generales, el proyecto de Belaunde (compartido con mayor o menor intensidad por sus compañeros de generación) fue un intento armonizador, equilibrante, buscando siempre bajar las tensiones de los conflictos sociales evitando las polarizaciones. De ahí es que se hacen más comprensibles sus propuestas desde lo étnico por lo mestizo, desde lo social por la clase media, desde lo político por las reformas y desde lo ideológico por el catolicismo.
Pero a pesar de su lucidez, Belaunde no fue oportunamente escuchado por las élites gobernantes. La oligarquía despreció a los intelectuales y evitó proponer un proyecto nacional que significaba, como lo sostenía Belaunde, una transformación real de las instituciones. Los grupos oligárquicos prefirieron, en cambio, y de modo invariable, la ganancia particular y el acomodo institucional de acuerdo a las circunstancias, aunque con éxito, pues de otra manera no se puede explicar su larga permanencia en el poder. Mirar al futuro suponía tener una conciencia de país y una convicción modernizadora de las que carecieron dichos grupos privilegiados.
Este desprecio por los hombres de pensamiento y su incapacidad de impulsar cambios sustanciales por parte de la oligarquía, hicieron posible la emergencia del reformismo militar encabezado por el general Juan Velasco Alvarado. Por eso, mal han hecho las clases económica y políticamente predominantes cuando han pretendido expiar sus responsabilidades acusando a dicho gobierno militar de destruir “su” orden pues ellas mismas lo engendraron. De haber asumido como propia la propuesta de Belaunde, es legítimo preguntarse, ¿Velasco hubiera sido necesario? Ello hubiera significado impulsar una manera diferente de entender el papel que debían cumplir las instituciones y establecer nuevos tipos de vínculos entre Estado y sociedad que habrían modificado sustancialmente el paisaje político y social del país en su totalidad.
En conclusión, en tanto Belaunde como intelectual, no fue un crítico radical del poder y tampoco uno orgánico, no despreció la política como actividad pero sí mantuvo distancia de quienes la ejercían. Su público no fue un grupo o una clase social específica sino que trató de que su audiencia fuera esa peruanidad que, de un modo un tanto abstracto, intentó definir. Buscó, ya desde su etapa de madurez, colocarse como un pensador por encima de los conflictos para, desde su sentido de realismo, ejercer la reflexión y proponer las correcciones, como una especie de conciencia crítica de la nación, a la manera de los grandes pensadores del siglo XIX. Pero la realidad social del país no le permitió serlo, pues las diferencias radicales que la atravesaban, y que el propio Belaunde analizó, le impidieron dialogar con una población plurilingüe y multicultural y en la que grandes sectores no se sentían identificados con la vida en común, con ese sentimiento de comunidad que es la nacionalidad.
Parte del discurso de Belaunde fue utilizado de manera oportunista por quienes ejercieron el poder, especialmente en lo referente a la búsqueda de la integración y de mantener vivo el catolicismo como un elemento de identidad y de apaciguamiento de los enfrentamientos; estas claves de sus reflexiones se divulgaron de manera privilegiada por medio de la escuela y del discurso oficial, y desde ellos (pero retocadamente, sin rozar los problemas de fondo que Belaunde había detectado) llegó a sectores amplios de la sociedad peruana imprimiendo en las mentes y corazones de los ciudadanos un sentimiento de fatalidad y resignación. De este modo, se institucionalizó el pensamiento y la figura de Belaunde; desde el poder se difundió su pensamiento de manera distorsionada, negando, en el fondo, su mensaje.
Notas
(*) Agradezco a Domingo García Belaunde quien, generosamente, me invitó a organizar este volumen y a redactar el presente estudio preliminar. Pero en honor de la verdad, el lector tiene en sus manos un trabajo realizado al alimón.
(1) Luis Loayza, “Riva Agüero en los 7 ensayos”, en Hueso Húmero núm. 2, 1979, pág. 73
(2) Desde sus tiempos de Juan Croniqueur, Mariátegui había escrito crónicas en las que trataba con cierta sorna a Belaunde y al PND. No obstante, el autor de 7 ensayos reconocía la importancia intelectual de Belaunde en ciertas cartas en las que comenta, con entusiasmo, la atención que éste había puesto en su libro. Véase José Carlos Mariátegui. Invitación a la vida heroica. Textos esenciales, Fondo Editorial del Congreso de la República, Lima, 2005.
(3) Coincido con Pedro Planas cuando afirma, en su artículo “La polémica frustrada”, que el debate Belaunde-Mariátegui fue la “verdadera polémica sobre el país”, mientras que la que mantuvo el Amauta con Haya era más un enfrentamiento político-táctico y hasta de temperamentos, pero también, agrego, sobre la afirmación de quién debería ser el actor social que dirigiría el cambio: obreros y campesinos o la clase media.
(4) Julio Cotler, Clases, Estado y nación en el Perú, IEP, Lima, 1978, pág. 159. Carlos Iván Degregori, et. al., Indigenismo, clases sociales y problema nacional, Celats, s/f; en el mismo libro véase también el artículo de Augusta Alfajeme y Mariano Valderrama, “Viejas y nuevas fracciones frente al problema indígena. 1900-1930”.
(5) José Ignacio López Soria, El pensamiento fascista. (Antología), Biblioteca del pensamiento peruano, Francisco Campodónico Editor y Mosca Azul Editores, Lima, 1981
(6) Pablo Macera, “La Historia en el Perú: ciencia e ideología”, en Amaru núm. 6, 1968
(7) Tokihiro Kudó, Hacia una cultura nacional popular, desco, Lima, 1982
(8) Ricardo Claverías, “Las ciencias sociales y el problema agrario en el Perú”, Primer Congreso Peruano de Sociología, Huacho, del 5 al 8 de mayo de 1982, pág. 9
(9) Sin pretender ser exhaustivo, ni mucho menos, pues sería una enumeración demasiado amplia, solo menciono a modo de ejemplo algunas de las obras de Belaunde impulsadas por César Pacheco Vélez, como Obras completas. Primera serie: El proyecto nacional (Edición de la Comisión Nacional del Centenario de Víctor Andrés Belaunde, Lima, 1987) o la quinta edición de Peruanidad (Banco Central de Reserva del Perú y Fondo del Libro del Banco Industrial del Perú, Lima, 1983.
(10) Por ejemplo, el “Estudio Preliminar” a la sexta edición de La crisis presente (Luis Alfredo Ediciones, Lima, 1994), o sus artículos correspondientes a Belaunde reunidos en su libro El 900. Balance y recuperación. I. Aproximaciones al 900 (Centro de Investigación y Tecnología para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, Lima, 1994).
(11) La lista sería muy larga, pero se pueden mencionar los siguientes títulos: La realidad nacional y La filosofía del Derecho y el método positivo (ambos de 1984), La vida universitaria (1987), El Cristo de la Fe y los Cristos literarios (1993), La crisis presente (1994) y muchos otros documentos.
(12) Un buen trabajo síntesis sobre el proceso intelectual seguido por Belaunde es el de Mario Alzadora Valdez, “El pensamiento filosófico de Víctor Andrés Belaunde” (inédito). Este texto me lo proporcionó Domingo García Belaunde, a quien expreso mi agradecimiento.
(13) Véase Domingo García Belaunde, “Víctor A. Belaunde y la Universidad Católica”, en Cuadernos del Archivo de la Universidad, pág. 37
(14) Mercurio Peruano. Revista de Humanidades, Índice 1918-1978, Edición Especial, núms. 496-500, Lima, junio 1978-octubre 1988, enriquecido con un Estudio Preliminar de César Pacheco Vélez, “Historia y crónica del tercer Mercurio Peruano 1918-1978”.
(15) Osmar Gonzales, “El Mercurio Peruano y la derecha pensante”, en Los Caminos del Laberinto núm. 3, abril, 1986
(16) Véase Domingo García Belaunde, “Víctor Andrés Belaunde y el Mercurio Peruano“, en Fénix. Revista de la Biblioteca Nacional del Perú núms. 43-44, 2001/2002
(17) Sinesio López, “La generación de 1905” en Alberto Adrianzén (editor), Pensamiento político peruano, desco, Lima, 1987.
13 comentarios:
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