17.9.07

El pensamiento peruanista de Víctor Andrés Belaunde (I)


Gracias al excelente trabajo realizado por Domingo García Belaunde y Osmar Gonzales, viene circulando un grueso volumen de más de 700 páginas que ha despertado vivamente el interés de la crítica especializada y los lectores en general. Se trata de la antología Víctor Andrés Belaunde. Peruanidad, contorno y confín. Textos esenciales, publicado por el Fondo Editorial del Congreso del Perú. Convencidos, al igual que Abelardo Oquendo, de que "acercarse a este tomo con ojos de ver puede deparar varias sorpresas", publicamos a continuación el "Estudio Preliminar" que para esta importante edición ha escrito Osmar Gonzales.

Hace ya algunos años, Luis Loayza, en un sugerente artículo, recomendaba a la izquierda leer a José de la Riva Agüero y a Francisco García Calderón (1) ... olvidó mencionar a Víctor Andrés Belaunde. Pero no sólo es importante leerlos, también lo es saber con qué ojos hacerlo. Para ello es necesario quitarnos las anteojeras del sectarismo y despojarnos de los prejuicios que guían de antemano nuestra lectura. Por esta misma razón, el buen consejo de Loayza es útil, y no solo para la izquierda, pues no hay tradición ideológica en el Perú que se preocupe sinceramente de nuestros pensadores, entre los que se encuentran los pertenecientes a la generación de principios del siglo XX, denominada por algunos como novecentista y por otros como arielista, en la misma que está incluido, por supuesto, Belaunde.

En estas páginas ofrezco, en primer término, un panorama de cómo se ha entendido la obra de Belaunde según ciertas miradas, especialmente desde las ciencias sociales poco afectas a él, para entender qué explica el interés por este hombre de ideas. En segundo término, y como acercarse a las ideas del personaje implica conocer algo de su biografía, ofrezco un breve bosquejo de lo que considero fueron las principales marcas de los primeros años de vida y juventud de Belaunde, y entrelazo la presentación biográfica con su evolución intelectual y espiritual. Finalmente, realizo algunas reflexiones sobre la relación que se puede encontrar entre el intelectual Belaunde y la política nacional y formulo algunas preguntas.

Para contextualizar mejor las páginas siguientes adelanto la ubicación de Belaunde al interior de su generación. Así, se puede decir que mientras Riva Agüero priorizaba los temas históricos, Francisco García Calderón prefería construir una mirada global de la realidad peruana primero, latinoamericana después y finalmente de la europea, y su hermano Ventura continuaba con su creación literaria al igual que José Gálvez, el pensador arequipeño se constituiría en el analista por antonomasia de la realidad peruana actual, por ello se le reconoce como el sociólogo de su generación, y en muchos aspectos es, prácticamente, un analista de la coyuntura de su tiempo.

Belaunde en ciertas miradas

Como este mismo volumen lo confirma, en los últimos años se ha experimentado un claro intento de revaloración y de enjuiciamiento crítico acerca de la figura y el pensamiento de Belaunde. Revaloración, sin embargo, aún ambigua, pues persisten rezagos de prejuicios que impiden establecer un diálogo más fluido y horizontal entre las distintas expresiones ideológicas e intelectuales del Perú.

En los primeros treinta años del siglo XX, el socialismo peruano encontraba su identidad desarrollando una doble polémica: con el APRA, por un lado, y con la intelectualidad del novecientos, por otro lado. Mariátegui era el personaje central de ese debate bifronte. A él debemos retroceder si queremos reconocer las razones que nos expliquen por qué la izquierda peruana ha tratado con tanto prejuicio al arielismo nacional. Mariátegui, con su objetivo fundamental de definir la originalidad del socialismo en el Perú, polemizó con la generación “futurista”, como la apodó Luis Fernán Cisneros burlándose de los propósitos del Partido Nacional Democrático (PND), fundado por Riva Agüero. Haciendo más evidente lo paradójico del mote, Mariátegui los confrontaba con su programa y espíritu “colonialista” y “feudal”.

La crítica de Mariátegui iba directamente contra Riva Agüero. No menciona a Belaunde pero lo incluye. La relación con éste sería propiciada por el propio intelectual arequipeño cuando, aguijoneado por lo que consideraba injustas imputaciones, responda a los 7 ensayos por medio de las páginas de su propia revista, Mercurio Peruano, a los temas planteados por el pensador socialista (2). Estos artículos y otros posteriores tendrían, finalmente, forma de libro, previas correcciones y precisiones, con el nombre de La realidad nacional. Se abrió así una polémica brillante pero prematuramente frustrada por la muerte del Amauta (3). Desde entonces, la izquierda, por medio de sus intelectuales, ha tratado de ubicar a Belaunde en diferentes posiciones ideológicas y políticas. Así, tenemos que para unos es un pensador burgués (4), para otros es fascista (5), para unos más se trata de un intelectual orgánico de la oligarquía (6), del feudalismo (7) o de los agro-exportadores (8). En suma, la ubicación de Belaunde es casi un misterio.

Por otra parte, es evidente que ha existido una lectura apologética y acrítica de Belaunde como respuesta a las acusaciones provenientes de los intelectuales de izquierda. Pero también es cierto que otro grupo de intelectuales ha buscado, desde una posición más serena, divulgar el pensamiento de Belaunde.

Por ejemplo, César Pacheco Vélez ha reeditado parte de los trabajos de Belaunde, tanto en volúmenes autónomos como por medio de sus obras completas (9). Más allá de los reproches que se le pueden hacer respecto a los criterios que utilizó para reeditar dichas obras, es cierto que contribuyó a difundir el pensamiento de Belaunde en las generaciones recientes.

Igualmente, Pedro Planas, ha estudiado con rigurosidad la obra de Belaunde, especialmente lo que se refiere a su pensamiento constitucional y político, pero también a los aspectos sociales de sus escritos y a su vocación social-cristiana, portando una nueva lectura, propia del grupo generacional de Planas, del autor de La realidad nacional (10).

Pero quien ha tomado con mayor dedicación y persistencia la tarea de difundir el trabajo intelectual de Belaunde es su nieto y último secretario personal, Domingo García Belaunde. No solo ha reeditado libros de Belaunde, también ha desempolvado documentos olvidados, ha respetado el criterio del propio autor en la reediciones emprendidas y, combinando el estudio con los recuerdos, también ha ofrecido explicaciones acerca del pensamiento del importante novecentista (11).

Quizás la mejor manera de identificar a Belaunde sea reconociendo su talante reformista inspirado en el social-cristianismo que abrazó definitivamente en sus años de madurez, así como el respetar que prefería definirse como un intelectual peruanista.

Datos biográficos y evolución intelectual

Víctor Andrés Belaunde (Arequipa 1883-Nueva York 1966) perteneció a una de las familias más importantes arequipeñas. Su padre, don Mariano, fue un comerciante con éxito e, incluso, llegó a altos cargos públicos, pues fue Ministro de Hacienda. Posteriormente, problemas políticos sirvieron de pretexto para acusarlo injustamente de malversación de fondos y llevarlo a la cárcel por dos años. Desagraviado públicamente en 1914 de todas las acusaciones no pudo, sin embargo, recuperar el auge de sus negocios. Estas vivencias marcarían al entonces joven Belaunde quien, por un lado, tomaría cierto rencor por la política y el viejo civilismo (al que posteriormente cuestionó) y, por otro lado, gracias a la educación recibida y por influencia materna, iría cimentándose en él un “sentido vocacional y místico”. Pero hubo otras experiencias y recuerdos en su posterior evolución, pues la rememoración, aunque de una manera idealizada de su ciudad natal, sería recurrente en Belaunde.

En efecto, en Belaunde es notoria la influencia que ejerce el ambiente social, cultural y político que vivió en sus primeros años en Arequipa, y que nos puede ayudar a explicar el hecho de que él haya sido el que tuviera una visión más global y certera sobre el Perú en comparación con todos sus compañeros generacionales. No dejemos pasar por alto que, desde fines del siglo XIX, el sur andino estaba en un proceso de integración bajo la hegemonía de la oligarquía arequipeña comerciante que aprovechaba los latifundios laneros de Cusco y Puno. La formación católica de Belaunde lo llevó a establecer un contacto con el pueblo caracterizado por el paternalismo y la piedad, aunque sin perder necesariamente su carácter jerárquico. Esta relación directa entre élites y pueblo nos puede ayudar a explicar por qué constantemente se han producido en Arequipa grandes movimientos masivos, característica por la cual Jorge Basadre la llamó “caudillo colectivo”. Este tipo de relación nos dice que hubo un espíritu de cuerpo que aglutinaba a los diversos estamentos sociales y que se traducía en diversos momentos de nuestra historia, dando un carácter especial a sus líderes y pensadores. Como ejemplos se pueden mencionar a Nicolás de Piérola y Fernando Belaunde Terry. Poder entender a los intelectuales supone también rastrear en las tradiciones que le dan su contexto y su trasfondo.

Son seis las primeras experiencias que serían fundamentales en la formación de la personalidad y de la obra de Belaunde: a) el rechazo al viejo estilo de hacer política por parte de las élites gobernantes, especialmente del civilismo tradicional; b) la formación de su carácter religioso; c) la caballerosidad como forma ideal de vida; d) el amor a la tierra natal; e) la formación de un espíritu democrático, y f) la sensibilidad frente al problema indígena.

Al iniciarse el siglo XX, y por la situación paterna antes descrita, Belaunde hubo de trasladarse a Lima en 1900 y seguir estudios en San Marcos, en donde se graduaría en Jurisprudencia, Letras y Ciencias Políticas. En la capital también conocería a sus posteriores compañeros generacionales como los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, José de la Riva Agüero, José Gálvez, entre muchos otros. Del amargo momento que significó el verse obligado a salir de su Arequipa natal surge un nuevo momento promisorio para Belaunde, pues sería en Lima en donde iniciaría su brillante trayectoria como hombre de ideas.

De un modo general, se puede decir que el pensamiento de Belaunde acompañó las evoluciones de muchos de sus contemporáneos y compañeros generacionales. Son tres los momentos claramente identificables en el proceso intelectual de Belaunde (12). En primer lugar, la confianza por el positivismo en el que reconoció como el único método verdadero, científico porque parte de los hechos. En segundo lugar, abandonando la certeza positivista, adopta el espiritualismo, influido especialmente por Henri Bergson, en el que predomina la intuición, la simpatía, la libertad creadora y el élan creador del espíritu. En tercer lugar el afincamiento en el pensamiento social-cristiano desde el que buscará, simultáneamente, las razones últimas del espíritu así las claves definitivas de la peruanidad. Son tres etapas claramente definidas en Belaunde que se pueden constatar con la lectura de sus textos primordiales.

El Belaunde positivista

La etapa positivista de Belaunde se refleja en sus tesis y artículos. Su primer trabajo importante, su tesis Filosofía del Derecho y el método positivo, de 1904, con la que se graduó de Bachiller en Jurisprudencia, es una muestra de la filosofía positivista que había abrazado. Otros claros ejemplos del positivismo predominante en las reflexiones de Belaunde son sus posteriores tesis como la que presentó para optar el grado de Doctor en Jurisprudencia, en 1908, El Perú antiguo y los modernos sociólogos (Introducción a un ensayo de sociología jurídica). En ella se nos presenta a un Belaunde absolutamente empapado de las obras centrales de su tiempo y de autores europeos como Spencer, Letourneau, Cunow, De Greef, entre otros, que habían propuesto explicaciones acerca del Perú previo a la llegada de los conquistadores españoles, y discutiendo el supuesto comunismo del Incanato, como sostenía su amigo el historiador Riva Agüero. Este trabajo, además, nos revela a Belaunde como un intelectual que busca trasvasar las fronteras disciplinarias para propiciar, en cambio, el diálogo entre diferentes miradas, por ello, logra una explicación sumamente rica en la que se entremezclan las lecturas del derecho, de la historia y de la sociología. Y, además, discute críticamente con los grandes pensadores de su época, es decir, no es un simple acumulador de fichas y datos, sino que es capaz de organizar una lectura propia. Por todas estas razones, y aun cuando sus propias investigaciones ya han sido rebasadas por los constantes descubrimientos, nuevas técnicas de análisis y novedosas interpretaciones, resulta lamentable que la mencionada tesis no sea un texto que se consulte en la actualidad, pues arroja luces acerca de la evolución intelectual de nuestros pensadores.

Cronológicamente muy cercanas a El Perú antiguo... son otras dos tesis que Belaunde presentó en 1911 para optar los grados de Bachiller y de Doctor en Letras, como son las que dedicó a la región selvática de nuestro país. Los mitos amazónicos y el Imperio Incaico y Las expediciones de los Incas a la Hoya amazónica exploran en una realidad de nuestra vida nacional que, incluso hasta el día de hoy, no ha sido tomada en cuenta con el rigor, la seriedad y la frecuencia que amerita. Los trabajos mencionados ya nos muestran a un Belaunde que trata de entender de manera cabal y global la realidad del Perú, que será el sello que distinguiría a toda su obra, y cuyo momento cumbre será el representado por el libro de madurez final, titulado precisamente Peruanidad.

La crisis presente (¿actual?)

Hombre de su tiempo, Belaunde no será ajeno a los embates de la cruda realidad. La época positivista fue también el tiempo de la mirada optimista por el desarrollo del Perú (representado admirablemente por el libro total de Francisco García Calderón, El Perú contemporáneo, publicado en París y en francés en 1907). Pero la crisis, especialmente política, que vivió nuestro país en la segunda década del siglo XX tuvo su impacto en el pensamiento de nuestro personaje. Ante dicha circunstancia aparecieron ante los ojos de Belaunde con una claridad que no había percibido antes, los males históricos, especialmente de la clase política de entonces y de las instituciones. Se inicia, de esta manera, una etapa de desencanto y de escepticismo, que se tradujo en el magnífico discurso que Belaunde ofreció en 1914, titulado “La crisis presente”, que refleja el estado de ánimo de aquella época. Es el tiempo de la Gran Guerra europea y del derrumbe de los grandes paradigmas que se alojaban en el Viejo Mundo. En dicho discurso, pronunciado con motivo de la apertura del año académico, y teniendo como antecedente fresco el derrocamiento de Guillermo E. Billinghurst quien, según muchos indicios, quería clausurar el parlamento y modificar las raíces de funcionamiento de la república oligárquica, Belaunde transmite su gran preocupación por las bases institucionales que debería contar el país y que no había sabido lograr (herencia que aún padecemos).

En “La crisis presente”, Belaunde ataca, en páginas de antología, a la “clase dirigente” por su inmoralidad, a los partidos por deambular tras los caudillos y no tener programas, al gabinete por no cumplir con su función y al parlamento por no ser eficaz en su papel fiscalizador y legislador (parece que nada hubiera cambiado entre nosotros). Asimismo, denuncia la situación de sometimiento de la clase media (atada económicamente y con el lastre de una educación no apta para las labores técnicas y productivas, debiendo arrinconarse en la burocracia para sobrevivir), fustiga a la burocracia inútil y corrupta, pero, sobre todo, protesta y acusa a un régimen que por su incapacidad ha concluido en el absolutismo presidencial, estableciendo un paralelo ya célebre entre el virrey y el presidente.

Belaunde también señala lo que a su juicio son los tres grandes males de la república: la plutocracia costeña que más aspira a irse del país, la burocracia militar inmiscuida en funciones políticas que no le competen, y el caciquismo parlamentario como cómplice del feudalismo. Sobre éste último explica su presencia gigantesca en el deformado sistema electoral que, eliminado el sufragio universal consagrado en la Constitución de 1860, la elección se centra en las provincias y no en los departamentos, ocasionando una terrible desproporción entre electores y elegidos. Así, jurisdicciones poco pobladas eligen a gran número de representantes con el agravante de que estos caciques provinciales no cuentan con una cultura superior, independencia de todo interés local, ni con la aptitud receptiva ante la opinión pública, bases de todo buen parlamento. La solución a la situación descrita la encuentra Belaunde en la emancipación y tecnificación de la clase media, única capaz de formar el verdadero partido liberal en el Perú.

Los defectos de la psicología nacional

La desazón de Belaunde y de todo su grupo generacional se ahonda más aún ante la frustración de no concretar los grandes objetivos enarbolados por el Partido Nacional Democrático (PND), fundado en 1915 por José de la Riva Agüero. Estos propósitos fueron los de enmendar rumbos y modificar la hasta entonces predominante manera de ejercer la política encarnada especialmente en el Partido Civil. La respuesta de los grupos oligárquicos prevalecientes fue el boicot, más aun cuando varios de sus integrantes decidieron postular a algunos cargos de representación; lo mismo sucedió en 1917.

Belaunde, en tanto pensador liberal, se sintió profundamente afectado al ver que los planes que él y su generación se habían trazado se iban a estrellar contra la incomprensión y el desprecio de las clases dirigentes. Este momento espiritual coincide con el Belaunde más incisivo en cuanto a sus análisis de la realidad nacional. No solo retrata procesos históricos, instituciones y grupos sociales (especialmente las élites), sino que expande su campo de observación hacia los sujetos. Es por ello que, en 1912, en La Ilustración Peruana, y en páginas de gran fineza analítica, describe e interpreta la psicología de los peruanos, así, en plural, pretendiendo descubrir qué de específico tiene cada grupo social y étnico (o raza, como se decía entonces). De este modo, los defectos de la psicología nacional serían estudiados sistemáticamente en sendos artículos: “Nuestra incoherencia”, “Nuestros rencores”, “Nuestra ironía”, “Nuestra ignorancia, “Nuestro decorativismo” y “Nuestra pobreza sentimental”. Algo del talante de Manuel González Prada se percibe en estas páginas.

Complementando estos pequeños ensayos, en 1917 Belaunde seguiría escribiendo, esta vez en el diario El Perú, artículos de severa crítica en contra de los factores psíquicos que “desvían” la conciencia nacional, el abuso que se perpetua en contra de los indios, así como reflexiones en torno a la situación subordinada que vivía la clase media de entonces, teniendo como punto de observación a su natal Arequipa. Todos estos artículos adquirirían forma de libro en 1932 con el célebre título de Meditaciones peruanas, antecedente directo de esa otra gran obra peruanista: Meditaciones sobre el destino histórico del Perú, de Jorge Basadre.

La desviación universitaria

Al interior de este núcleo de preocupaciones e ideas, Belaunde analizaría también el problema universitario. En reuniones de estudiantes universitarios realizadas entre 1908 y 1917, tanto en Lima como en Uruguay, nuestro pensador se refiere específicamente a la “desviación universitaria” (deseando señalar con ello al “anatopismo”, es decir, a la importación acrítica de ideas foráneas), de la formación universitaria que impide un cabal conocimiento de nuestra propia realidad y ofrecer salidas concretas a la crisis que sumergía al país luego de la derrota ante Chile. Entre los problemas más relevantes que menciona Belaunde se encuentran el tema indígena, el de la no consolidación de la democracia, el papel de las clases medias y el de la ubicación internacional del Perú.

Para Belaunde, la universidad era el baluarte de constitución de un proyecto nacional y del modelamiento de una identidad colectiva. Pero, además, el autor de Peruanidad se refería (mostrándose como un hombre de ideas adelantadas a su tiempo) a la pertinencia del cogobierno por parte de autoridades y estudiantes. La importancia de esta postura aumenta si recordamos que la propone antes, incluso, de la reforma universitaria de 1919, en la que los centenaristas convertirían la participación estudiantil como uno de sus puntos más importantes y radicales.

Es curioso, pero quizás no tanto en nuestro país, que siendo Belaunde un hombre que había estudiado tan detenidamente el problema universitario, no obtuviera nunca el reconocimiento que esperaba y merecía obtener de la universidad peruana. Belaunde siempre anheló ser —con toda justicia— rector de la Universidad de San Marcos, cargo al que nunca accedió por la radicalización del enfrentamiento generacional y político entre novecentistas y centenaristas, a lo que se sumó el bloqueo leguiísta y el encumbramiento del civil-militarismo de los años treinta.

Belaunde saboreó el trago amargo de la marginación, pues al regresar al Perú después de su largo exilio quiso reincorporarse a San Marcos, pero fue impedido de hacerlo. Luego de esta terrible frustración, decidió anclar su actividad en la recién fundada Pontificia Universidad Católica (1917), gracias a una invitación personal del padre Jorge Dintilhac y porque se encontraba más cercana a su posición espiritual. En dicha universidad, Belaunde desempeñó numerosos cargos, como Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Comerciales, Decano de la Facultad de Derecho, también vice-rector, pro-rector, rector pro-tempore y, finalmente, rector emérito, pero jamás llegó a ser Rector de la Universidad Católica. Rencillas e intereses opuestos también impidieron que sea su máxima autoridad, a pesar de ser él quien más contribuyó a darle su personalidad y fortalecer su influencia en la sociedad peruana fundando, incluso, el Instituto Riva Agüero en 1947, que dirigió hasta su muerte, ocurrida en 1966 (13).

La ingratitud de la universidad peruana (así, entendida como sistema) para con los hombres del novecientos fue patética, y se reprodujo con Francisco García Calderón (cuyo cortejo fúnebre fue impedido de ingresar a su alma mater, es decir, San Marcos) y con el propio Riva Agüero, a quien apristas y comunistas expulsaron de la vieja casona; fue por ello que también decidió afincar su actividad académica en la Universidad Católica, a la que designó como la heredera de toda su fortuna.

La voz generacional: el Mercurio Peruano

Si Riva Agüero pretendió ser el líder político de su generación, Belaunde buscó ser su voz y vehículo de expresión cultural. Fue por ello que en 1918 fundó la revista Mercurio Peruano, una de las publicaciones de más larga vida en nuestra historia intelectual, cerca de 80 años y de 35 mil páginas (14). Contra lo que se pudiera suponer, la vida de la revista no fue tranquila ni mucho menos, por el contrario, fue remecida tanto por los temporales de la política nacional y mundial como por los conflictos al interior de su núcleo dirigente. La razón fue que Belaunde, al poco tiempo de haber fundado el Mercurio, tuvo que partir al exilio, en 1921, como ya ha quedado señalado en páginas anteriores. Hasta entonces, las páginas de esta revista estuvo abierta tanto a nuevos escritores (lo que demostraba una voluntad de diálogo generacional), como a aquellos pensadores que no coincidían necesariamente con las posturas de sus directores, lo que denotaba una amplitud ideológica importante (15).

No obstante, cuando Leguía deportó a Víctor Andrés Belaunde, en 1921, la conducción de la revista recayó en intelectuales que pertenecían a las nuevas generaciones, como Mariano Iberico, Alberto Ulloa y Alberto Ureta, que mostraban cierto entusiasmo por la revolución bolchevique y el socialismo. Fue por esta razón, precisamente, que organizaron números del Mercurio dedicados a la Revolución Rusa y a la Reforma Universitaria. Belaunde, que ya había afianzado su reconversión al catolicismo, desautorizó al Comité de Redacción, provocando el apartamiento de Ulloa, Iberico y Ureta, quienes, conjuntamente con Honorio Delgado y Jorge Basadre, fundaron Nueva Revista Peruana (1929-1930).

Ante estas circunstancias, Belaunde —recordemos que seguía en el exilio— recompuso la dirección de la revista colocando a personas más cercanas a él y su pensamiento, como César A. Ugarte, Raúl Porras Barrenechea y Jorge Guillermo Leguía. Fue durante la gestión de este nuevo equipo, justamente, que Belaunde empieza los envíos de sus artículos de respuesta a los 7 ensayos de Mariátegui, entre 1929 y 1930. Este último año fue el de la caída de Leguía y del retorno de los novecentistas exiliados, pero también de una profunda crisis que arrastró al Mercurio Peruano, viéndose obligado Belaunde a suspender su publicación, dando fin a esta primera y fundadora etapa de la mencionada revista (16).

4 comentarios:

julissa gutierrez dijo...

me gusto mucho su articulo, yo soy una estudiante de san marcos de la facultad de educacion y ahora estoy realizando una monografia de los novecentistas, y este articulo me ayudo para enterder a belaunde, pero me gustaria saber cuales fueron sus aportes en la educacion.
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julissa gutierrez

Anónimo dijo...

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