28.1.08

Crónica y ficción en la obra de Scorza

Escribe
Juan González Soto*

Manuel Scorza ha demostrado que el relato en línea recta, el avance narrativo en porfiada simplicidad, no es la única salida posible para el enfoque del mundo y de la problemática del campesinado indígena. Manuel Scorza no es, naturalmente, el primero en llevar a cabo esta pequeña pero importante proeza. Juan Rulfo había mostrado con Pedro Páramo (México: FCE, 1955) una insospechada propuesta con que sobrepasar lo que venía siendo una especie de desidia de estilo. Hasta entonces parecía que únicamente el ímpetu del tema y su carga de denuncia eran suficientes en sí mismos y eran capaces de exonerar al novelista de otros riesgos estructurales o estilísticos.

El sistema fragmentario ha servido a Manuel Scorza para llevar al lector a un esfuerzo de composición novelesca, de reconstrucción del todo. El lector, así, se ve obligado a establecer las vinculaciones adecuadas, las debidas relaciones, las ilaciones coherentes entre las partes, que nunca han sido nombradas por el narrador más que de una manera implícita, de una forma levemente sugerida. La obra adquiere existencia autónoma y revela sus sentidos sólo tras una lectura atenta y minuciosa. La guerra silenciosa convoca a la libertad y a la creatividad del lector. Le ofrece la posibilidad de elegir, y de atinar o de equivocarse tras la elección; le ofrece la capacidad de componer, acertada o erróneamente, lo que estaba descompuesto en fragmentos. En este sentido, La guerra silenciosa se halla en la más extrema cercanía de la modernidad, porque ―según afirma Emil Volek― modernidad “es el conocimiento cada vez más profundo y matizado del hombre, de la sociedad y del universo; es hacer posible lo que antes no lo era y, de este modo, acrecentar la libertad del hombre y su capacidad real de intervenir conscientemente (para bien o para mal) en el mundo”.

El humor es también un rasgo esencial en todo el ciclo novelesco. Este indispensable y humano amortiguador de la tensión y de la violencia se abre paso con mucha frecuencia a lo largo de la ficción. Y es algo más que un simple recurso. Va más allá de ser un mero suavizador de la tragedia que se cierne sobre los personajes. Quizá sea uno de los más activos resortes con capacidad para superar el pintoresquismo, los marcos geográfico e histórico en que discurren las novelas del ciclo, los ámbitos humanos por los que deambulan los personajes, que son capaces, mediante el humor, de reflexionar sobre las situaciones que viven y sobre el mundo que habitan, también de reflexionar sobre ellos mismos. La vida, compuesta de infinitos fragmentos singulares, logra gracias al humor hacerse universal. Y lectores lejanos ―y aun ajenos― a la problemática novelesca se acercan ―o incluso hacen suyos―, únicamente a través de la sonrisa, hombres y mujeres, inquietudes y felicidades, alegrías y desazones. Se trata, en definitiva, de una arriesgada empresa para el novelista, puesto que desea expresamente superar el realismo superficial. No sólo pretende mostrar cuanto vio, oyó o supo, sino que también desea hacer partícipe al lector de un cosmos en conflicto y pleno de relieves en los que el humor, claro, también ocupa su lugar y ejerce su influencia.

Otro elemento que coadyuva al alejamiento del realismo superficial es el lenguaje. El novelista no se limita a reproducir el habla popular, sino que lleva a cabo una operación de recreación. El barroquismo scorziano, en el que habitan altas dosis de poesía, logra configurar una atmósfera envolvente en que discurren personajes y acciones. El lenguaje, pleno de metáforas y de recursos estilísticos, consigue alejar la designación de novela-crónica o novela-documento e inscribe su escritura en un universo literario imaginativo y elocuente, pero no por ello menos creíble o menos eficaz.

Y todo este despliegue de rasgos tan significativos lo ha llevado a cabo Manuel Scorza cifrándolos en su experiencia vital, como partícipe de las revueltas campesinas de principios de los años sesenta en los Andes centrales peruanos. Resuenan vivamente las siguientes palabras de Ernesto Sábato: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia; el hoy y aquí. La tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar”.

Manuel Scorza presenció y vivió las acciones de quienes reclamaban sus derechos. Después, urdió un vigoroso monumento literario cuyas partes se nutren de una encendida imaginación, se sostienen mediante el milagroso embrujo de las palabras y consienten nombrar las pesadillas y el sueño de un hombre preocupado por la injusticia en que viven otros hombres y mujeres. Ana María Matute, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, pronunció la esencia de un principio que sin duda alguna palpita en las páginas de La guerra silenciosa: “Siempre he creído, y sigo creyendo, que la imaginación y la fantasía son muy importantes, puesto que forman parte indisoluble de la realidad de nuestra vida. Cuando en literatura se habla de realismo, a veces se olvida que la fantasía forma parte de esa realidad, porque, como ya he dicho, nuestros sueños, nuestros deseos y nuestra memoria, son parte de la realidad. Por eso me resulta tan difícil desentrañar, separar imaginación y fantasía de las historias más realistas, porque el realismo no está exento de sueños ni de fabulaciones... porque los sueños, las fabulaciones e incluso las adivinaciones pertenecen a la propia esencia de la realidad. Yo escribo también para denunciar una realidad aparentemente invisible, para rescatarla del olvido y de la marginación a la que tan a menudo la sometemos en nuestra vida cotidiana”.

(*) Nacido en 1959 en Cabezas del Villar, Ávila. Doctor en Filología, profesor, ensayista, editor y poeta. Ha escrito los poemarios Línea de flotación (1998), Cuerpos, esfuerzos, deseos (2000), Toro o azar (2002), Martel.lus, poeta de Tàrraco (2004) y Lugar cerrado (2004). También es autor del trabajo La palabra labrada. La obra poética de Luis López Álvarez (1995). En 1999 sustentó en la Universidad Antoni Rovira i Virgali, de Tarragona, la tesis Temas y formas en La guerra silenciosa de Manuel Scorza, que obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude. El ensayo de González Soto publicado en Wayra proviene de esta valiosa tesis que aguarda ser publicada completamente por algún editor inteligente.

(El texto completo de este importante trabajo se puede leer en
Wayra, Año III, N° 6, Uppsala, segundo semestre de 2007)

1 comentario:

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