21.6.09

Verso indio

Enrique Sánchez H
El Dominical, El Comercio, Lima, 21/06/09


Efraín Miranda forma parte de una grandiosa estirpe de poetas puneños, todos más o menos sepultados en el afán cosmopolita y pasajero de exaltar lo nuevo. Hermano de cuna de Carlos Oquendo de Amat, Gamaliel Churata y Alejandro Peralta, Miranda, sin embargo, ya había sido reconocido en su elocuencia lírica por personajes de la talla de Sebastián Salazar Bondy y Ernesto More, y luego por Jorge Puccinelli y Marco Martos. Desde 1962, y por casi treinta años, trabajó como maestro de primaria en Jacha-Huincocha, una comunidad a quince kilómetros del lago Titicaca, donde ha escrito una de las obras poéticas más asombrosas para alguien voluntariamente apartado de la cultura libresca y las modas literarias. Tuvo un paso fugaz por Lima y ahora permanece en Arequipa, meditando y escribiendo. Su ostracismo alimentó la leyenda que él ha ido tejiendo con los años.

AREQUIPA, LA TIERRA

Parte de sus estudios primarios y secundarios los realizó en el celebérrimo Colegio Independencia de Arequipa. Si no fuera por ese paso el enorme talento poético de Miranda, hoy de 83 años, quizá se habría perdido. Fue al llegar a esas aulas, migrando desde su natal Azángaro (vio la luz en la localidad de Condoraqui, distrito de Cojata), que encontró maestros que alentaban con entusiasmo la lectura, en particular la de poesía, al punto que era frecuente conocer a autores franceses y norteamericanos, o revistas como Sur. El joven Miranda, que ya en cuarto de secundaria empezó a pergeñar sus primeros versos, adquirió tempranamente la querencia por la poesía de Rainer María Rilke. Esta ha sido su guía, junto al turco Nazim Himet, a César Vallejo y a los vanguardistas de los años 40-50, entre ellos los puneños del Grupo Orkopata, una especie de surrealismo indígena que se fundó en 1925. Las demás influencias han sido el cielo, la tierra y el lago.

DE PUNO A LIMA

Su ingreso a las letras fue azaroso. De Puno llega a Lima en 1954, en busca de trabajo. El poeta ha contado que por entonces se levantaba muy temprano y cuando llegaba al lugar donde había vacantes, enormes filas de postulantes le habían tomado la delantera, y que nunca logró ser entrevistado. Con el hambre en el estómago alguien le dijo que le enseñara sus poemas a Sebastián Salazar Bondy. Fue a verlo al local de La Prensa. Tras dejarle sus versos, Salazar Bondy, entonces acaso el crítico más influyente de Lima, lo alentó a que publicase, escribiéndole un prólogo.

Así nació Muerte cercana (1954). Agobiado por la pobreza se fue a Arequipa y luego marchó a Puno, a internarse en el Altiplano como un sencillo maestro de tercera categoría, sin título.

Es en medio de su contacto con los comuneros de Puno que Miranda bebe de su otra fuente. Compenetrado con la gente más sencilla de esa región, publica Choza en 1978 y Vida, dos años después.

Fue suficiente. Del ostracismo pasó a cierta celebridad académica y es visto como una voz distinta y muy culta a la cual algunos quieren colgarle el remoquete de neoindigenismo.

Miranda, por el contrario, siempre ha preferido considerarse el adalid de la poesía india peruana. En una entrevista concedida a José Gabriel Valdivia y Mauricio Medo, señaló: “El indigenista lo vio todo desde arriba, no entró abajo como quien oye una música y no se viste ni baila. Por eso lo mío, como lo dijo More cuando lo leyó, es un libro indio él encontró que era poesía india escrita en español”.

La reciente publicación de la antología Indios dios runa (Andes Books, Lima) resulta una buena ocasión para adentrarnos en ese mundo mágico, de excelente poesía, de un autor peruano cuyas luces totales todavía no columbramos. Parodiando a Vallejo podemos decir: “Hermanos, hay mucho que leer”.