11.9.07

El vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui

Escribe
Paola Bayle

Innumerables han sido las discusiones en donde el marxismo ha sido considerado un modelo de análisis aferrado a proyectos políticos que no respondían a realidades latinoamericanas. El marxismo de esta parte del mundo (América Latina), se ha encontrado en la necesidad de revisar sus concepciones y adecuarlas a contextos di­ferentes a los europeos. En este marco y desde esta intención surgió la figura de José Carlos Mariátegui, quien, no desde la soledad de un genio, sino a partir de la capacidad de dirección intelectual, elaboró un proyecto estético político para el Perú entre 1920 y 1930, año de su muerte.

En su libro El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui (Buenos Aires, Biblos, 2003), Fernan­da Beigel realiza un estudio sociológico crítico en torno a la trayectoria del Amauta. Centra la mirada en las concepciones estéticas y políticas del intelectual peruano, poniendo énfasis en la particular articulación entre ambas esferas. Podemos inscribir también a este libro en el campo de la Historia de las Ideas Latinoamericanas, ya que es un trabajo donde cada etapa del pensamiento de Mariátegui es analizada en función a su contexto histórico.

Hemos podido identificar en esta obra una línea de abordaje para entender la postura de Mariátegui. Se trata de superar una antigua dicotomía en la tradición marxista: la ortodoxia versus la heterodoxia en relación a la lectura de los textos de Marx. Beigel nos muestra un Mariátegui que va más allá de esta contradicción, tanto en sus concepciones políticas como en su praxis cultural.

El libro nos introduce en el Perú de la década del 20 del siglo pasado, para entender el surgimiento de las vanguardias estéticas latinoamericanas y su particular inserción en proyectos políticos ideológicos. Mariátegui es considerado por la autora como un intelectual vanguardista ya que articuló a través del editorialismo la esfera política con la artística y siguió atentamente la revolución surrealista por ser un «arte nuevo», que marchaba al ritmo de la revolución social. Un arte revolucionario no era para el Amauta un arte de propaganda. De este movimiento lo atraía la búsqueda en el inconsciente, el acceso a la «suprarrealidad» donde la fantasía, que vinculaba con la idea de ficción construida por los hombres, podía servir para crear «algo real», algo nuevo. El arte podía, entonces, soñar las utopías del porvenir sin restricciones y el artista debía abandonar la torre de marfil. Esta noción de realismo, que se alejaba del mimetismo o reflejo naturalista y a su vez era lejana de todo escape esteticista, es estudiado por la autora en relación con las vertientes críticas a la consolidación del «realismo socialista» en la U.R.S.S.

Entre 1932-1934 se proclamó al realismo socialista como método oficial de creación. Se estableció una estética prescriptiva que rompió los vínculos entre las vanguardias y el marxismo. La puesta en práctica de mecanismos autoritarios ubicó al realismo socialista en el papel de dogma estético institucionalizado. Mariátegui no pudo conocer esta versión estética autoritaria y reduccionista. Recordemos que murió en 1930. Por lo que tampoco conoció las purgas culturales en la Unión Soviética a partir de la década del treinta, ni la conflictiva relación entre el surrealismo y el Partido Comunista Francés que derivó en la expulsión de Bretón de dicho partido.

Sin embargo, Mariátegui estuvo al tanto de los debates entre los miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética y los grupos culturales. La autora deja bien en claro la posición del intelectual peruano respecto a esta cuestión. El Amauta concebía al arte como una actividad en contacto pleno con la vida de una época y con la política, se oponía a la reducción del arte a una expresión de la economía o de una clase. Reconocía la autonomía relativa de la esfera estética y en ese sentido desarrolló una praxis cultural sustentada en la libertad artística, el pluralismo y el debate abierto. Beigel sustenta esta afirmación en el estudio de los debates, sujetos e ideologías que se plasmaron en la práctica editorialista realizada por Mariátegui hasta su muerte.

El vanguardismo de Mariátegui excedió los límites programa estético, avanzando en el plano político e ideológico, con el propósito de crear una cultura alternativa a la oficial, antioligárquica y anticolonialista. Este proyecto, construido desde la revista Amauta (1926-1930), veía a la acción política-cultural como una instancia necesaria para devolverle al indio lo que había perdido cuatro siglos atrás. Para Mariátegui el socialismo en Perú debía desarrollarse en una actitud nacionalista, a raíz del carácter dependiente del capitalismo. Por esto rescataba al indigenismo, no desde una versión romántica sino desde la necesidad de integrar al indio junto al obrero, intelectuales, artistas y campesinos en lo que él llamaba Perú integral.

En su afán de superar la dicotomía heterodoxia/ortodoxia en torno a la lectura de Mariátegui, Beigel se detiene en el análisis del proceso de stalinización de los partidos comunistas. Con esto se propone despegar al Amauta de interpretaciones que lo vinculan a la dicha ortodoxia. En el caso de América Latina, considera que durante el bienio 1935-1936 los partidos comunistas terminaron de ser cooptados ideológicamente y organizativamente por la dirección soviética. La stalinización de estas instituciones es entendida por la autora como el resultado de un conjunto de procesos que se nutren tanto de las condiciones internacionales que le tocó vivir a la Revolución Rusa como de las nuevas relaciones que se configuraron en la Unión So­viética desde el Primer Plan Quinquenal y la expulsión de Trostky, hasta la ley contra la Traición a la Patria. En función de esto se pregunta qué ortodoxia combatió Mariátegui si estos procesos ocurrieron luego de su muerte. Avanzando en esta pregunta y con el fin de no reducir al Amauta por su oposición a una única ortodoxia, Beigel estudia la vinculación de Mariátegui con la Internacional Comunista en función a dos momentos del movimiento comunista latinoamericano.

El primero, donde el ensayista peruano participó activamente, tiene que ver con la bolchevización e institucionalización de los partidos comunistas. El segundo momento se refiere a la participación que tuvo la obra de Mariátegui, su legado teórico y político, desde 1930 hasta 1959 donde se produce la stalinización tanto de prácticas como del desarrollo programático de los partidos comunistas en América Latina.

Refiriéndose al primer momento asegura que la heterodoxia de Mariátegui no se define por su oposición a la ortodoxia de la Internacional. Su marxismo surgió ligado a un proyecto concreto ―la peruanización del Perú― y esto suponía el combate abierto a dogmas y distintas ortodoxias. No sólo se enfrentó a la tendencia a una lectura «legítima» de los textos de Marx, sino también, a visiones oligárquicas y colonialistas respecto al diagnóstico general del Perú. En definitiva, Mariátegui se distanció de todo dogmatismo entendido como búsqueda de una verdad esencial y ahistórica.

El segundo momento, abordado por Beigel, se refiere a la recepción de la obra de Mariátegui, que transita por distintas fases. La autora realiza un análisis histórico crítico de estos momentos, en donde el legado del Amauta es tomado por momentos como antileninista, peligroso y liquidacionista (así lo considera el P.C. peruano en combate con el aprismo entre 1930-1934); mientras que entre 1942-1959 este mismo partido crea un Mariátegui «marxista leninista stalinista». Ya en el marco de un proceso de desestalinización se entendió que Mariátegui buscaba la forma de pensar un marxismo acorde a la realidad peruana, aunque se lo seguía estudiando en función del Dia-Mat.

La autora logra separarse de estos apasionados pero mezquinos usos del Amauta, mostrándonos a un pensador que se nutrió de un marxismo permeable a la tradición andina, donde su praxis editorialista lo convirtió en portavoz de una nueva generación y reflejó una postura abierta al debate y al pluralismo.

Finalmente, Beigel aborda el complejo tema de los sujetos sociales, logrando visualizar una misma línea de abordaje en toda la obra y praxis de Mariátegui. Éste no pensaba en sujetos abstractos, ni presentaba un modelo de sujeto latinoamericano transhistórico. Apelaba, más bien, al concepto de sujeto plural histórico donde el indio era un sujeto revolucionario que debía luchar codo a codo con trabajadores urbanos, estudiantes, intelectuales, artistas y campesinos.

En definitiva, Fernanda Beigel se traslada al Perú de los veinte para rescatar y poner en primer plano la conexión estético-política en el pensamiento de Mariátegui. No se trata de un viaje nostálgico, sino de un rescate de concepciones que pueden responder a preguntas contemporáneas. Una forma de utilizar a Mariátegui como una brújula en la construcción de un proyecto político alternativo para América Latina.

(Publicado originalmente en Wayra, Nr. 5,
Uppsala, primer semestre de 2007)

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