3.10.09

Se fue de Miraflores


Después de haberse realizado por más de 30 años en el Parque Kennedy de Miraflores, la Feria Ricardo Palma ahora se muda al Vértice del Museo de la Nación. Así, Miraflores se queda sin feria por la absurda posición de su alcalde, Manuel Masías, quien, argumentando razones dizque urbanísticas, negó el permiso este año para que se lleve a cabo en su lugar tradicional.

En conferencia de prensa, Jaime Carbajal, presidente de la Cámara Peruana del Libro, anunció que, ante la negativa del alcalde Masías –quien quería confinar la feria en el estadio deportivo Niño Héroe Manuel Bonilla–, la Cámara recibió la propuesta del ministro de Educación, José Antonio Chang, para que se realice en el Vértice del Museo de la Nación, y que ha sido aceptada.

Ante la presencia de periodistas y escritores, Carbajal también alcanzó un pronunciamiento de adhesión de intelectuales peruanos con la Cámara Peruana del Libro. Entre los que firman el texto de adhesión están Antonio Cisneros, Carlos Germán Belli, Oswaldo Reynoso, Marco Martos, Alfredo Bryce, César Hildebrandt, Julio Cotler, Mariano Querol (y más de 50 firmas más).

Carbajal comentó que no sabía ahora qué le pasaba al alcalde Masías. “Siempre nos felicitaba, se tomaba fotos con Vargas Llosa, pero nos ha negado el permiso”, comentó.

Anunció también que la feria rendirá homenaje a Julio Ramón Ribeyro por los 80 años de su nacimiento. “Es una lástima que el escritor más miraflorino como es Ribeyro no reciba el homenaje en su distrito por la posición del alcalde”, enfatizó.

Entre los asistentes a la conferencia también estuvo el poeta Antonio Cisneros. “No estoy como poeta, sino como vecino de Miraflores. No entiendo qué pasa con el alcalde Masías, cómo puede empañar una gestión que estaba haciendo más o menos bien. La feria a nadie molesta. Yo, como vecino, solía pasear en la feria. Los vecinos, los comerciantes; mi amigo el padre Alfonso, también. Miraflores pierde un patrimonio cultural por obra del alcalde”, sostuvo el poeta.

(Fuente: La República, Lima, 02/10/09)

19.9.09

Era lesbiana: ¿qué hacemos?

Benjamín Prado
Babelia, El País, Madrid, 19/09/2009


En su país, Gabriela Mistral está por todas partes, tal vez porque así se puede esconder a Neruda detrás de ella: a la hora de elegir escritor nacional entre los dos premios Nobel de Literatura, la autora de Tala o Lagar, que lo ganó en 1945, es menos comprometedora que el de Residencia en la tierra, que lo obtuvo en 1971 y que sigue siendo un personaje controvertido a causa de su militancia comunista. Así que mientras él parece algo recluido en sus casas-museo de Isla Negra, de Valparaíso y de la capital, su colega y amiga mantiene una presencia pública extraordinaria. Como ejemplo, podemos decir que su cara protagoniza los billetes de 5.000 pesos y que el Centro Cultural que se acaba estos días en Santiago de Chile, construido para celebrar el bicentenario del país en el año 2010 y que presume de ir a ser el más grande de América, también lleva su nombre. Que, por cierto, era tan falso como el del propio Pablo Neruda: en realidad, uno se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y la otra Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Si pronuncias seguidos esos once nombres y apellidos, te sale un equipo de fútbol entero.

Ahora, la parte más reaccionaria de la sociedad chilena, la que aún pasea con orgullo por la céntrica avenida 11 de Septiembre, en Santiago, bautizada de ese modo para conmemorar la fecha en que los militares golpistas derrocaron a Salvador Allende, se hace cruces ante la polémica que ha propiciado la aparición del libro Niña errante. Cartas a Doris Dana, en las que quedan claras las preferencias sexuales de la autora de Desolación. Hace poco, el semanario The Clinic incluyó en su portada una foto a toda plana de Gabriela Mistral y este titular irónico: "¡Era lesbiana! ¿Qué hacemos?". Y no parece que ése vaya a ser el último episodio que obligue a replantear su biografía, porque se sabe que la parte inédita de su poesía, que también estaba en poder de su novia y albacea norteamericana, fallecida en el año 2006 en Florida, duplica la publicada y es muy explícita en sus contenidos.

La correspondencia reunida en Niña errante, que ha salido en Chile en el sello Lumen, se lee como si fuera una novela que cuenta la hermosa historia de amor de estas dos mujeres, que se conocieron en Nueva York tras una conferencia que dictó allí Mistral, al año siguiente de haber sido galardonada por la Academia Sueca, y que compartieron parte de sus vidas en equilibrio entre el amor, el deseo, los celos y la distancia, esto ultimo porque la joven Dana, que también escribía poesía, aunque de forma esporádica, tenía que pasar gran parte de su tiempo en Estados Unidos, lo cual desesperaba a su famosa amante, quien al final consiguió que el Gobierno de su país la nombrase cónsul en Nueva York, para poder estar juntas.

En el libro, conocemos los problemas de salud de la pareja, que hacía difícil que la preciosa Dana, una joven que guardaba un parecido asombroso con la actriz Katharine Hepburn, acompañase a Mistral a sus viajes, como ella quería. También vemos cómo crece su amor. "Desde que te fuiste yo no río y se me acumula en la sangre no sé qué materia densa y oscura. Yo no puedo saber aún, amor mío, lo que ocurra conmigo a lo largo de los sesenta días de nuestra separación. (...) Estoy viviendo la obsesión, amor. (...) Yo no sabía hasta dónde eso -lo vivido- ha cavado en mí, hasta dónde estoy quemada por ese punzón de fuego, que duele igual que la brasa ardiendo sobre la palma de la mano", escribe Mistral a Dana, y ésta responde: "Mi amor. Todo lo bonito me habla de ti. ¡Siempre tú estás conmigo! (...) Veo el cielo y pienso: este mismo cielo toca la cabeza de mi querida. (...) Yo me pongo en el viento y en la lluvia para que puedan abrazarte y besarte por mí".

También hay momentos de desconfianza, y reproches con los que Gabriela le hace saber a Dana "el infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días", o le dice: "En cuanto a tu miedo de perderme, tu falta completa de confianza, yo no me merezco eso, que me da un poco de cólera y un mucho de tristeza, casi de amargura. Yo no soy una sinvergüenza, no, mi amor, yo no soy eso que tú imaginas. Soy una desgraciada si tú sigues sin tener fe en tu Gabriela". Las cartas siempre están firmadas así, pero es curioso que en muchas de ellas Mistral hable en masculino: "Soy arrebatado, recuérdalo, y colérico, y torpe. Por favor, no vuelvas nunca a sufrir así, a padecer por mi culpa, tienes que saber que así me das una enorme vergüenza de mí mismo".

La poeta ayudaba económicamente a su compañera, y parte del epistolario lo ocupan los cheques que le anuncia Mistral que va a mandar o la oferta de que se quede con la renta que produce una casa que tiene alquilada en Monrovia. Pero, sobre todo, Niña errante demuestra la desesperación de un amor acosado por las separaciones. "Tengo ganas de morirme, porque dudo de que vuelvas", le escribe Mistral a Doris Dana; y hacia el final del libro, cuando demasiados asuntos domésticos rodeaban ya su paraíso, le da instrucciones para que cuide sus cuentas, y le dice: "Te encargo que tú veles porque yo tenga siempre en caja el valor de lo que cuesta un entierro en tu país. No quiero cargarte a ti con ese gasto grande".

Gabriela Mistral murió en Nueva York, en febrero de 1957. Su novia la sobrevivió cincuenta años, y custodió su legado hasta su fallecimiento. Sólo entonces su sobrina donó al Gobierno chileno los cuarenta mil documentos que forman el legado inédito de la autora de Lagar, en el cual estaban incluidas estas cartas.

12.9.09

La poesía como destino

El poeta Marco Antonio Corcuera nació en Contumazá el 19 de noviembre de 1917 y falleció en Trujillo, el 9 de setiembre del 2009. Es hermano de Óscar y Arturo Corcuera.

Si se tratara de definir la personalidad de Marco Antonio Corcuera, bien podría decirse que fue un peruano esencial, un poeta vital comprometido con el destino cultural y social del Perú. Dirigió la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, que luego de editar siete números en Lima, pasó a publicarlos en Trujillo, habiendo alcanzado un total 60 números (1951-1980). Fue hijo de Teodosia Díaz Alfaro y de Oscar E. Corcuera Florián.

Marco Antonio, es hermano del poeta Arturo Corcuera y el pintor Oscar Corcuera Osores. Su infancia transcurrió en las haciendas Cachil y el Salario. Estudió primaria en la Escuela de Varones No 101 de Contumazá, después en el Centro Educativo Pedro M. Ureña “Centro Viejo 241” de Trujillo. Cursó secundaria en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, estudió en la Universidad Nacional de Trujillo donde realizó parte de sus estudios de Derecho y los concluyó en la Universidad de San Marcos, graduándose como abogado en la Universidad Nacional de Trujillo (1945).

En 1960 creó el concurso El Poeta Joven del Perú, el mismo que no solo consagró a nuevos poetas peruanos, sino que además y con el correr del tiempo, se convirtieron en importantes voces de la poesía peruana. Desde que publicó su primer libro Sendero junto al trino (1979) hasta Siembra de caminos (1998), su poesía se caracteriza por una permanente economía de palabras, siempre llena de paisajes y estrechamente ligada a una preocupación esencial: el incierto destino del ser humano.

Abogado y poeta, animador cultural y dueño de una extraordinaria calidad humana, hombre de leyes y creador insomne. Cuánto habrá luchado contra una sociedad cada vez más ajena a los dones de la cultura. En fin, la fecunda y batalladora existencia de Marco Antonio Corcuera, ha llegado hasta el final del camino, pero ha dejado un invalorable legado para los nuevos poetas: Es preciso renovar el lenguaje, ser siempre un insurrecto de la semántica, escribir una poesía nueva y distinta. El poeta no puede ser un conformista, debe ser un ser dotado de talento y ética, jamás un repetidor de los cánones oficiales, inútilmente consagrados.

(Fuente: La Primera, Lima, 12/09/09)

6.9.09

El grito de Trotski

Javier Goñi
Babelia, El País, Madrid, 05/09/2009


En agosto de 1940, Trotski en su casa-fortaleza de Coyoacán, en México DF, ultimaba un libro sobre Stalin, que dejó inacabado; incluso la introducción: "La primera cualidad de Stalin era una actitud despectiva hacia las ideas. La idea había...", y ahí se quedó, pues como es sabido el 20 de agosto un tal Frank Jacson o Jacques Mornard, en realidad el comunista español Ramón Mercader del Río, le asesinó clavándole en la cabeza un piolet (Padura) o un zapapico (según Julián Gorkin, autor del muy célebre, por razones que ahora no hacen al caso, Cómo asesinó Stalin a Trotsky). Me detengo en Gorkin: en la contracubierta de una edición barata de 1965, se escribe: "...la obra es una verdadera novela de acción, cuya base real hace más dramática esta historia". Esta historia, el asesinato de Trotski, es lo que cuenta Leonardo Padura, autor de una estimable serie policiaca, en la que radiografía moralmente -quédense con el adverbio- Cuba. El hombre que amaba a los perros es, sí, el relato pormenorizado del asesinato de Trotski, contado con gran nervio narrativo -es en sí misma una apasionante novela de lealtades, u obediencias: no es lo mismo, y traiciones, y también, claro, una película: la hizo Losey en 1972-; es también una pormenorizada reconstrucción de los últimos años de la vida errante de Trotski, presintiendo que Stalin le alcanzaría; y es, por último, la historia de un joven cubano, Iván, para quien la vida es un callejón sin salida y que conoce en 1977, en una playa, a un hombre que amaba a los perros, que pasea dos viejos galgos rusos, dos borzois, esos animales que tanto amó -también- Trotski, como ama -también- el cubano a los perros en general. Ese misterioso español, enfermo y abandonado, le confía su secreto; el lector ya lo adivina enseguida, Iván tarda más: es Ramón Mercader, quien falleció en Cuba en 1978. Los perros, pues, con una insistencia que a mí no me acaba de convencer, unirán las tres historias y con las tres Padura ha escrito una ambiciosa novela, que se lee con mucho interés, aunque tal vez se hubiera beneficiado con una mayor capacidad de síntesis. La parte del Trotski huyendo es muy prolija, como si Padura no hubiera acertado al manejar la mucha documentación; la parte de Mercader no se libra tampoco de un exceso de datos, aunque es la que mejor fluye; y, por fin, la parte cubana, con la que Padura está comprometido moralmente, es por sí misma una novela: es acertado ese "efecto mariposa" de la utopía socialista y cómo aquella barbarie estalinista acaba, tantos años después, tantos sueños rotos después, tanta sangre derramada después, perjudicando las vidas anónimas como las de Iván o Ana, su mujer, también ella amaba a los perros. El único pero, pues, aunque estructural, que cabría hacer es éste, que nos da seiscientas páginas, donde caben tres novelas, y el total se resiente algo. En cambio, la ambición se le reconoce.

9.7.09

Escritor de junto al cielo

Pedro Escribano
La República, Lima, 08/07/09


El cable es breve. Anuncia que el escritor Enrique Congrains, uno de los más altos exponentes de la narrativa del cincuenta, ha muerto en Cochabamba, ciudad boliviana en donde residía hace largas décadas. Murió víctima de un paro cardiaco. Tenía 77 años.

Enrique Congrains irrumpió en nuestra narrativa con dos libros buenos, violentos. El texto de relatos Lima, hora cero y después la novela No una sino muchas muertes. En ambos bullía la realidad urbana, los conflictos, los dramas, sobre todo la pobreza barrial, la condición desolada de los migrantes en la capital. Después guardó más de cuarenta años de silencio para publicar dos novelas más: El narrador de historias y 999 palabras para el planeta Tierra, dos libros en que como escritor se planteó nuevos temas y nuevas técnicas narrativas.

Enrique Congrains nació en Lima, en 1932. Su familia había sido devastada por la crisis económica. “Yo nací en el seno de una familia arruinada”, dijo a este diario en una entrevista en la que narró que había crecido en el Paseo Colón, que en los años treinta era el último reducto de la burguesía limeña.

También comentaba que había sido una fortuna no haber terminado la secundaria, porque hubiera ingresado a la universidad y se hubiera encasillado en una profesión. Pero como no concluyó, le quedaron todos los caminos abiertos. Uno de ellos, el de hacerse escritor.

Y esa fue su pasión. Conoció la realidad a pie, y trajo al mundo sus primeros libros con esa visión. Como lector, había conocido la obra de John Steinbeck, entre ellas Las viñas de la ira, y también había leído a Erskine Caldwell, sobre todo El camino del tabaco. Asimismo, el cine italiano había marcado su escritura. Él decía que estos autores y en el cine italiano veía “esa mirada neorrealista, hasta naturalista, para revelar la miseria moral de la gente.

La crítica bien ha señalado que Enrique Congrains es nuestro primer neorrealista, el que describe en altorrelieve la realidad urbana con crudeza no desprovista de una auténtica poética de la violencia. Allí está Maruja, el personaje de No una sino muchas muertes, y también el candor de “El niño de junto al cielo”.

Se hizo escritor, pero para sobrevivir se dedicó a todo. Vargas Llosa lo recuerda en El pez en el agua como un vendedor que tocaba las puertas de las amas de casa para ofrecerles algún producto, muchos de ellos inventados por él mismo.

“Enrique Congrains –escribe Vargas Llosa– irrumpió como un ventarrón en el ambiente literario limeño de los años cincuenta. Era joven, rubicundo y simpático, de ideas fijas y tan dinámico que parecía poner en práctica sus proyectos aun antes de concebirlos”.

Lima, hora cero
abrió una nueva veta en nuestra narrativa, un libro fundador del neorrealismo y que sin embargo Congrains siempre quiso compartirlo con otro autor, compañero de generación.

“No creo que yo tenga que llevarme todo el mérito, está repartido con Julio Ramón Ribeyro”, dijo en una entrevista. Asimismo, consideraba que el cuento “El niño de junto al cielo” no era su mejor cuento y que si figuraba en todas la antologías del cuento peruano era por pereza de los antologadores. Para él su mejor pieza de relato era “Domingo en la jaula de estera”.

Enrique Congrains ha muerto. Ya está junto al cielo.

21.6.09

Verso indio

Enrique Sánchez H
El Dominical, El Comercio, Lima, 21/06/09


Efraín Miranda forma parte de una grandiosa estirpe de poetas puneños, todos más o menos sepultados en el afán cosmopolita y pasajero de exaltar lo nuevo. Hermano de cuna de Carlos Oquendo de Amat, Gamaliel Churata y Alejandro Peralta, Miranda, sin embargo, ya había sido reconocido en su elocuencia lírica por personajes de la talla de Sebastián Salazar Bondy y Ernesto More, y luego por Jorge Puccinelli y Marco Martos. Desde 1962, y por casi treinta años, trabajó como maestro de primaria en Jacha-Huincocha, una comunidad a quince kilómetros del lago Titicaca, donde ha escrito una de las obras poéticas más asombrosas para alguien voluntariamente apartado de la cultura libresca y las modas literarias. Tuvo un paso fugaz por Lima y ahora permanece en Arequipa, meditando y escribiendo. Su ostracismo alimentó la leyenda que él ha ido tejiendo con los años.

AREQUIPA, LA TIERRA

Parte de sus estudios primarios y secundarios los realizó en el celebérrimo Colegio Independencia de Arequipa. Si no fuera por ese paso el enorme talento poético de Miranda, hoy de 83 años, quizá se habría perdido. Fue al llegar a esas aulas, migrando desde su natal Azángaro (vio la luz en la localidad de Condoraqui, distrito de Cojata), que encontró maestros que alentaban con entusiasmo la lectura, en particular la de poesía, al punto que era frecuente conocer a autores franceses y norteamericanos, o revistas como Sur. El joven Miranda, que ya en cuarto de secundaria empezó a pergeñar sus primeros versos, adquirió tempranamente la querencia por la poesía de Rainer María Rilke. Esta ha sido su guía, junto al turco Nazim Himet, a César Vallejo y a los vanguardistas de los años 40-50, entre ellos los puneños del Grupo Orkopata, una especie de surrealismo indígena que se fundó en 1925. Las demás influencias han sido el cielo, la tierra y el lago.

DE PUNO A LIMA

Su ingreso a las letras fue azaroso. De Puno llega a Lima en 1954, en busca de trabajo. El poeta ha contado que por entonces se levantaba muy temprano y cuando llegaba al lugar donde había vacantes, enormes filas de postulantes le habían tomado la delantera, y que nunca logró ser entrevistado. Con el hambre en el estómago alguien le dijo que le enseñara sus poemas a Sebastián Salazar Bondy. Fue a verlo al local de La Prensa. Tras dejarle sus versos, Salazar Bondy, entonces acaso el crítico más influyente de Lima, lo alentó a que publicase, escribiéndole un prólogo.

Así nació Muerte cercana (1954). Agobiado por la pobreza se fue a Arequipa y luego marchó a Puno, a internarse en el Altiplano como un sencillo maestro de tercera categoría, sin título.

Es en medio de su contacto con los comuneros de Puno que Miranda bebe de su otra fuente. Compenetrado con la gente más sencilla de esa región, publica Choza en 1978 y Vida, dos años después.

Fue suficiente. Del ostracismo pasó a cierta celebridad académica y es visto como una voz distinta y muy culta a la cual algunos quieren colgarle el remoquete de neoindigenismo.

Miranda, por el contrario, siempre ha preferido considerarse el adalid de la poesía india peruana. En una entrevista concedida a José Gabriel Valdivia y Mauricio Medo, señaló: “El indigenista lo vio todo desde arriba, no entró abajo como quien oye una música y no se viste ni baila. Por eso lo mío, como lo dijo More cuando lo leyó, es un libro indio él encontró que era poesía india escrita en español”.

La reciente publicación de la antología Indios dios runa (Andes Books, Lima) resulta una buena ocasión para adentrarnos en ese mundo mágico, de excelente poesía, de un autor peruano cuyas luces totales todavía no columbramos. Parodiando a Vallejo podemos decir: “Hermanos, hay mucho que leer”.

18.5.09

Mario Benedetti

Por Silvina Friera
Página/12, Buenos Aires, 18/05/09


El poeta uruguayo falleció en la tarde de ayer en Montevideo a los 88 años. Fue uno de los poetas más leídos y cantados en el mundo de habla hispana. Sufrió persecución y exilio por sus convicciones. En Argentina fue amenazado de muerte por la Triple A.

“Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo.” El poema pertenece a Rincón de haikus, publicado cuando el gran poeta uruguayo promediaba los 80 y la muerte era una sombra cercana con la que empezaba a dialogar para que no lo sorprendiera, para que no lo aplastara con el peso de su evidencia. Mario Benedetti murió ayer a los 88 años en su casa. Será velado hoy a partir de las 9 de la mañana en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo en Montevideo. En Uruguay se ha decretado duelo nacional. No sólo el Río de la Plata se despide con una infinita congoja de este hombre triste y cordial como un legítimo uruguayo, que supo conjurar el dolor de la finitud y escribió que había que vivir como si fuéramos inmortales. En cientos, miles y millones de almas, sin exagerar, garúa finito. Pocos poetas han sido tan saludablemente plagiados como Benedetti. Sus poemas de amor fueron copiados “clandestinamente” por miles de jóvenes que se atribuyeron la autoría para sorprender a esas muchachas esquivas o para acortar las distancias e iniciar un romance. No le molestaba saber de estos plagios y menos le importaba que sonara cursi. Al contrario: él mismo contaba anécdotas de parejas que le confesaban que se habían conocido, por ejemplo, gracias a Inventario. Quién no habrá repetido o cantado alguna que otra estrofa de “Te quiero”, “Por qué cantamos”, “Una mujer desnuda y en lo oscuro” y tantos otros poemas que popularizaron más de cuarenta intérpretes. Su apellido se ha convertido en sinónimo de la poesía hecha canción. La muerte del autor de La tregua se prolongó durante tres años. Comenzó en 2006, cuando murió su mujer Luz, con la que vivió toda la vida. Desde entonces, el impulso vital del autor de más de 80 libros de poemas, novelas, relatos, ensayos y teatro, así como de guiones de cine y crónicas de humor, se fue apagando. La voz del fiel compañero se apagó, finalmente, pero quedan sus poemas de amor y de resistencia.

Sería arriesgado y tal vez apresurado afirmar que su obra será inmortal, pero seguramente muchos de sus poemas ya han adquirido ese estatus porque supo anclar sus versos y textos en los puertos que inquietan a la condición humana: el amor, la muerte, el tiempo, la miseria, la injusticia, la soledad, la esperanza. Sencillamente, fue el cómplice de varias generaciones de lectores y de militantes políticos que, como él, fueron amenazados y tuvieron que escapar, como pudieron, de la muerte. Desde comienzos del 2008 la salud de Benedetti se resintió debido a sus problemas intestinales y a una enfermedad respiratoria crónica de larga evolución. Este año estuvo tres veces internado: en enero, durante casi un mes; luego en marzo, y finalmente en mayo. El ganador de tan preciados premios como el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, nació el 14 de septiembre de 1920 como Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó. La costumbre italiana disparatada de adosar tantos nombres –el poeta siempre recordaba que tuvo un tío que tenía los nombres de todos los reyes que reinaban el día en que nació– fue la primera batalla que libró el escritor hasta que logró suprimir los cuatro nombres restantes en todos sus documentos. Después de una quiebra de la farmacia que tuvo su padre, los Benedetti se trasladaron a Montevideo cuando Mario tenía cuatro años. El niño que se entretenía de la mano de Emilio Salgari y Julio Verne comenzó sus estudios primarios en el colegio Alemán, de donde fue retirado por su padre en 1933.

Tuvo una infancia y adolescencia poco amable y llena de privaciones por los problemas económicos. Vivían en un ranchito con techo de chapas de zinc; su madre tuvo que vender la vajilla, los cubiertos y los regalos del casamiento. A los catorce años Mario empezó a trabajar vendiendo repuestos para automóviles en la empresa Will L. Smith. Se ganó la vida de muchas formas –fue vendedor, taquígrafo de una editorial, cadete, oficinista, gerente de una inmobiliaria y periodista, entre otros oficios que ejerció– hasta que pudo vivir de la literatura. A los 18, en 1938, se vino a Buenos Aires a ver si podía torcer la mala racha familiar, mientras su vocación literaria se afirmaba durante sus lecturas en un banco de la plaza San Martín. Siempre recordaba que sus dos primeros libros, ediciones que las había pagado Benedetti, no vendieron ni un ejemplar. Su primer módico éxito –módico porque la tirada era muy limitada– fue Poemas de oficina (1956), aunque antes había publicado los poemarios La víspera indeleble (1945) y Sólo mientras tanto (1950) y los relatos de Esta mañana y otros cuentos (1949). Le gustaba definirse como un poeta que además escribía cuentos y novelas. Tenía la mano más habituada al poema, pero los cuentos lo hacían sudar. Montevideanos (1959) le llevó dieciocho años terminarlo. “El cuento no admite fallas, se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su rol, y los finales son muy importantes”, decía el escritor que en 1945 se integró al equipo del semanario Marcha, hasta 1974, cuando fue clausurado por la dictadura de Juan María Bordaberry.

Hacia fines de los años cuarenta fue miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época, y participó en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos, su primera acción como militante. Sus viajes a Cuba fueron consolidando el despertar de su conciencia política. En 1968 creó y dirigió el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se mantendría hasta 1971. Junto a miembros del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Ese año publicó Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. Después del golpe de Estado del 27 de junio de 1973 renunció a su cargo de director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República.

Y llegó el exilio; lo arrancaron de cuajo de su ciudad. Primero cruzó el charco y trató de instalarse en Buenos Aires, en 1973. Fue aquí donde inauguró el “llavero de la solidaridad”: cuando las cosas comenzaron a ponerse oscuras acudía a ese manojo que le abría la puerta de las casas de cinco o seis amigos. Pero la Triple A le “concedió” un plazo de 48 horas para que se fuera y se dirigió a Perú. La peste del terrorismo de Estado y las amenazas parecían seguirlo. En Lima fue detenido y deportado. Los brazos de Cuba lo acogieron en 1976, pero finalmente, Benedetti recalaría en Madrid, donde estuvo exiliado hasta 1983. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando de las madres de ambos. En esa década que lo vio luchar contra el terror de los años ’70, la versión cinematográfica de su novela La tregua, dirigida por Sergio Renán, fue nominada al Oscar en 1974, a la mejor película extranjera (aunque el premio, finalmente, lo obtuvo la película italiana Amarcord).

Benedetti escribía, lo ha dicho, para esclarecer la mente de un individuo, del ciudadano de a pie. “Las causas en las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tranquilo. No me siento derrotado en cuanto a mis creencias ideológicas y voy a seguir luchando por ellas. Sin éxito, eso sí”, aclaraba el escritor con los pies en la tierra, pero con la mirada siempre enfocada hacia ese horizonte de utopías que abrazó desde joven. “Siempre digo que los tres grandes utópicos que ha dado este mundo son Jesús, Freud y Marx; gracias a ellos la humanidad ha dado pasos positivos. Aunque de cada utopía se realice un diez por ciento, gracias a ese diez por ciento la humanidad ha mejorado un poco. Yo soy un optimista incorregible.” Regresó a Uruguay, en marzo de 1983, un poco mejor de lo que se había ido, “más ecuánime, más tolerante, menos radical, pero sin perder mis obsesiones”. Fue nombrado miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que sería la continuidad del proyecto de Marcha, interrumpido en 1974. En 1985 Joan Manuel Serrat grabó el disco El Sur también existe sobre poemas de Benedetti, contando con su colaboración personal. Con el “desexilio” llegan los reconocimientos en todo el mundo.

Las líneas no alcanzan para repasar la cantidad de títulos que ha publicado, son más de ochenta en todos los géneros que frecuentó. Se destacan, por mencionar un par, las novelas Gracias por el fuego (1965), La borra del café (1992) y Andamios (1996); los poemarios Inventario uno (1963), Cuando éramos niños (1964), Quemar las naves (1969), Letras de emergencia (1973), Viento del exilio (1981), El amor, las mujeres y la vida (1995), La vida ese paréntesis (1998) y Adioses y bienvenidas (2005) y Testigo de uno mismo (2008); los cuentos de La muerte y otras sorpresas (1968), Con y sin nostalgia (1971), Recuerdos olvidados (1988), Buzón de tiempo (1999) y El porvenir de mi pasado (2003); los ensayos Peripecia y novela (1946), El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), La realidad y la palabra (1991) y Vivir adrede (2007); y la obra de teatro Pedro y el capitán (1979). En 1999 fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana; en 2001 recibió el I Premio Iberoamericano José Martí; en 2002 fue nombrado Ciudadano Ilustre por la Intendencia de Montevideo; en 2005 obtuvo el Premio Internacional Menéndez Pelayo.

Mario, ese Cupido involuntario que no merece quedar libre de culpa y cargo por la cantidad de parejas que unió, sabía que la vida es un paréntesis entre dos nadas. “Yo soy ateo, no creo en Dios ni nada por el estilo. Hay gente que tiene sus creencias religiosas y tiende a sentir que después de la muerte está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho mérito para ir al Infierno. Yo creo en un dios personal, que es la conciencia”, afirmaba el poeta, que trabajaba en un nuevo libro de poesía cuyo título provisional es Biografía para encontrarme. “Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie.” Las lágrimas, esta vez, no tienen tregua posible. Y por favor, pensarán muchos ahora que hay que despedirse del compañero, no se olviden del bolígrafo de Mario.