El cable es breve. Anuncia que el escritor Enrique Congrains, uno de los más altos exponentes de la narrativa del cincuenta, ha muerto en Cochabamba, ciudad boliviana en donde residía hace largas décadas. Murió víctima de un paro cardiaco. Tenía 77 años.
Enrique Congrains irrumpió en nuestra narrativa con dos libros buenos, violentos. El texto de relatos Lima, hora cero y después la novela No una sino muchas muertes. En ambos bullía la realidad urbana, los conflictos, los dramas, sobre todo la pobreza barrial, la condición desolada de los migrantes en la capital. Después guardó más de cuarenta años de silencio para publicar dos novelas más: El narrador de historias y 999 palabras para el planeta Tierra, dos libros en que como escritor se planteó nuevos temas y nuevas técnicas narrativas.
Enrique Congrains nació en Lima, en 1932. Su familia había sido devastada por la crisis económica. “Yo nací en el seno de una familia arruinada”, dijo a este diario en una entrevista en la que narró que había crecido en el Paseo Colón, que en los años treinta era el último reducto de la burguesía limeña.
También comentaba que había sido una fortuna no haber terminado la secundaria, porque hubiera ingresado a la universidad y se hubiera encasillado en una profesión. Pero como no concluyó, le quedaron todos los caminos abiertos. Uno de ellos, el de hacerse escritor.
Y esa fue su pasión. Conoció la realidad a pie, y trajo al mundo sus primeros libros con esa visión. Como lector, había conocido la obra de John Steinbeck, entre ellas Las viñas de la ira, y también había leído a Erskine Caldwell, sobre todo El camino del tabaco. Asimismo, el cine italiano había marcado su escritura. Él decía que estos autores y en el cine italiano veía “esa mirada neorrealista, hasta naturalista, para revelar la miseria moral de la gente.
La crítica bien ha señalado que Enrique Congrains es nuestro primer neorrealista, el que describe en altorrelieve la realidad urbana con crudeza no desprovista de una auténtica poética de la violencia. Allí está Maruja, el personaje de No una sino muchas muertes, y también el candor de “El niño de junto al cielo”.
Se hizo escritor, pero para sobrevivir se dedicó a todo. Vargas Llosa lo recuerda en El pez en el agua como un vendedor que tocaba las puertas de las amas de casa para ofrecerles algún producto, muchos de ellos inventados por él mismo.
“Enrique Congrains –escribe Vargas Llosa– irrumpió como un ventarrón en el ambiente literario limeño de los años cincuenta. Era joven, rubicundo y simpático, de ideas fijas y tan dinámico que parecía poner en práctica sus proyectos aun antes de concebirlos”.
Lima, hora cero abrió una nueva veta en nuestra narrativa, un libro fundador del neorrealismo y que sin embargo Congrains siempre quiso compartirlo con otro autor, compañero de generación.
“No creo que yo tenga que llevarme todo el mérito, está repartido con Julio Ramón Ribeyro”, dijo en una entrevista. Asimismo, consideraba que el cuento “El niño de junto al cielo” no era su mejor cuento y que si figuraba en todas la antologías del cuento peruano era por pereza de los antologadores. Para él su mejor pieza de relato era “Domingo en la jaula de estera”.
Enrique Congrains ha muerto. Ya está junto al cielo.